La revelación de la justicia

Norbert Lieth

“Mas el justo vivirá por la fe”. —Algunos la llaman “la obra maestra de la enseñanza evangélica”: la Epístola a los Romanos. He aquí un seguimiento general e introducción.

Hacia el año 56 d.C., el apóstol Pablo (Romanos 1:1) escribió la carta a los creyentes de Roma. La ciudad era el centro de un imperio mundial y se dice que contaba con más de un millón de habitantes. Hasta entonces, Pablo no había estado nunca en Roma, pero tenía un fuerte deseo de visitar a los creyentes que se encontraban allí en su camino a España (Romanos 1:13-15; cf. 15:24-28). Aunque ya estaban convertidos, Pablo quería que profundizaran en la enseñanza que había recibido como evangelio del Señor. La carta era, por así decirlo, una carta de preparación para su deseada visita.

Pablo no sabía en aquel momento que su ida a Roma tendría un desenlace diferente al pensado. En lugar de visitar a los creyentes en la capital imperial en su camino a España, fue llevado como prisionero a esa ciudad. Pablo primero quiso ir de Corinto a Jerusalén para entregar una ofrenda de dinero (Romanos 15:25). En Jerusalén fue tomado prisionero, más tarde llevado a Cesarea y dos años después trasladado desde allí a Roma.

Es muy probable que la comunidad cristiana de Roma estuviera formada por judíos romanos que se habían convertido durante el gran acontecimiento de Pentecostés en Jerusalén y habían regresado desde allí a su ciudad natal, donde difundieron el Evangelio (Hechos 2:5-13).

Probablemente Pablo escribió la carta en Corinto, desde donde Febe la entregó a los romanos (Romanos 16:2; cf. v. 23).

Tema
Los creyentes romanos carecían de una enseñanza apostólica más profunda porque no había ningún apóstol entre ellos —por eso Pablo quería instruirlos.

La carta es la primera de las cartas apostólicas del Nuevo Testamento, y esto seguramente tiene su motivo. En ella se hacen las afirmaciones más fundamentales, centrales y completas sobre las verdades de fe del Nuevo Testamento, especialmente sobre el significado de la justicia en Cristo. Abre la puerta, por así decirlo, al vasto espacio de los tesoros de Dios, que se nos transmiten en las otras epístolas. Por eso, la Epístola a los Romanos se llama también “la obra maestra de la enseñanza del Evangelio”.

Pablo escribió la carta para los judíos que creían en Jesús y que vivían en Roma. Los visitó primero cuando llegó a la ciudad (Hechos 28:17-22). Pero más allá de eso, la carta se dirige a todos los santos de ESA región, porque entretanto muchos gentiles se habían convertido a Jesús por medio de los judíos que creían en el Mesías (Romanos 1:6-7). Este hecho explica por qué Pablo a veces se dirige directamente a los judíos y a veces intenta explicar algo a los gentiles (Romanos 2:1, 17; 3:1; 7:1; 9:4; 10:1; 11:1; 15:8).

“¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles” (Ro. 3:29).

El tema incluye la verdad de que ante Dios todos los hombres, los que tienen ley y los que no, son culpables, es decir, tanto los judíos como las naciones (Romanos 2:12; 3:23). Sin embargo, la carta continúa mostrando que Dios creó una justicia que se da por igual a todas las personas (judíos y naciones). Es la justicia consumada por el Señor Jesús (Romanos 1:16; 3:24).

El versículo clave es sin duda Romanos 1:17: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”.

La carta puede dividirse de la siguiente manera:

– Capítulos 1 a 3: nuestra justicia sin valor
– Capítulo 3: la justicia todo suficiente de Dios
– Capítulos 4 a 5: Jesús, fundamento de la justicia
– Capítulos 6 a 8: la justicia que nos transforma
– Capítulos 9 a 11: la injusticia de Israel y la justicia divina
– Capítulos 12 a 16: la justicia vivida

Particularidades
La carta comienza con la afirmación: “Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Ro. 1:1-4).

El “Evangelio de Dios” trata de las revelaciones divinas a los profetas del Antiguo Testamento sobre Jesús como descendiente de David, por lo que esto ya se sabía. La situación es diferente al final de la carta:

“Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe” (Ro. 16:25-26).

El evangelio de Pablo es un misterio divino que no se conocía en el Antiguo Testamento y que solo ahora ha sido revelado.

Nuestra justicia sin valor (Romanos 1-3)
“Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Ro. 1:18).

Ni los judíos que tienen la Ley, ni las naciones que no la tienen, ni los bárbaros que nunca oyeron el Evangelio tienen excusa —“porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:19-20).

En contexto, vemos que la gente detiene o pervierte la verdad a través de la injusticia de las siguientes maneras: mediante una filosofía impía (1:18), negando la evidencia visible de la existencia de Dios (1:19-20), calumniando a un Dios Creador con la teoría de la evolución (1:21-23), cambiando la moral dada por Dios por una antinatural (1:24-27), rechazando todo conocimiento de Dios (1:28-32). Y que entre los judíos es hipocresía jactarse de la Ley por no obedecerla ellos mismos (2:1, 17 ss.).

En resumen, dice: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno (…) por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:10, 23).

La justicia absoluta de Dios (Romanos 3)
“…siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3:24-26).

Si hace un momento decía: “…todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”, ahora llega el mensaje redentor: “…y son justificados gratuitamente”.

¿Cómo ocurre esto? Por la Gracia. La Gracia es un bien que no se gana. Recae sobre mí de forma completamente gratuita. Consiste en la salvación que hay en Cristo Jesús —Él es el don de la gracia de Dios para nosotros. Él realiza la justicia perfecta que se nos confiere. Él es el medio de expiación, que también puede traducirse como el lugar de la expiación, y esta era una designación para la tapa del arca de la alianza en el Antiguo Testamento. Por eso algunas traducciones hablan también del propiciatorio. Sobre este rociaba el sumo sacerdote la sangre del sacrificio en el gran Día de la Expiación (Levítico 16:14-16). De este modo, el tribunal de la santa presencia de Dios se convirtió en propiciatorio del perdón. Quien “es de la fe en Jesús” y viene creyendo, experimenta toda la Gracia de Dios (cf. Hebreos 4:16).

Jesús, fundamento de la justicia (Romanos 4-5)
“Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Ro. 4:5).

No son las obras las que nos hacen justos, es la fe en Jesús y en su obra. Pablo da dos ejemplos de esto:

Primero, Abraham: “Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Ro. 4:3). Dios había prometido a Abraham hacerlo padre de muchas naciones y convertirlo en una bendición para todas ellas (Génesis 15:6; Romanos 4:17). El patriarca lo creyó y le fue contado por justicia. Ahora bien, el que es de la fe de Abraham, justificado no por las obras, sino por la fe, está igualmente justificado y pertenece a la familia de Abraham (Romanos 4:16; Gálatas 3:7-9, 14, 29).

En segundo lugar, Adán (Romanos 5:9, 12-21): así como en Adán todos los hombres se convirtieron en pecadores y la muerte penetró en todos, y todos quedaron bajo la sentencia de condenación, así Jesús obró la justicia para todos los hombres y todos pueden entrar en la vida.

La justicia que nos transforma (Romanos 6-8)
“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?” (Ro. 6:1-3).

La persona que cree en Jesús se hace una con Él en la muerte y la resurrección. Los cristianos no se encuentran en el proceso de morir, sino que es un acto espiritual concluido: han muerto al pecado con Cristo —esto se representa en el ritual del bautismo. Por eso el versículo 11 dice: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”.

Se nos desafía, pues, ahora a vivir esta profunda verdad en forma práctica y diaria. No debemos pecar con la actitud: “Bueno, no es tan grave, ya que morí con Cristo…”, sino que, al contrario, tenemos que dejar de pecar considerando que morimos con Jesús. Debemos estar muertos al pecado y vivos para el Hijo de Dios. Y queremos hacer morir las obras del cuerpo por medio del Espíritu (Romanos 8:13). Por lo tanto, los siguientes capítulos de Romanos tratan sobre un modo de vida espiritual en contraposición a uno carnal.

La injusticia de Israel y la justicia divina (Romanos 9-11)
“Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. (…) Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad” (Ro. 11:1, 25-26).

En tres capítulos Pablo expone la historia de salvación de Dios con Israel. Su exclamación: “En ninguna manera” (v. 1), se encuentra en diez lugares de la Carta a los Romanos: en relación con las preguntas de si Dios es infiel (3:3-4); si Dios es injusto (3:6; 9:14); si la Ley no vale nada (3:31); si podemos vivir en pecado (6:1-2, 15); si la Ley es pecado (7:7); si lo bueno me trajo la muerte (7:13), si Dios ha rechazado a su pueblo (11:1) y si Israel debería caer (11:11). Al igual que las otras preguntas reciben la respuesta de imposibilidad “en ninguna manera”, ocurre lo mismo con la pregunta sobre el rechazo de Israel.

Israel no ha sido rechazado definitivamente (11:25-26). Como pueblo sí ha sido apartado para dar paso a la formación de la Iglesia compuesta de judíos y gentiles, pero en el futuro volverá a ser aceptado (Romanos 11:15, 23). Dentro de la Iglesia ya existe un remanente de Israel (11:5), y fuera de la Iglesia, por el momento, Israel no tiene preferencia sobre otros Estados; es un Estado como cualquier otro. Sin embargo, la fundación del Estado de Israel ciertamente es obra de Dios para un propósito futuro. Porque si todo Israel ha de ser salvo y el Redentor ha de venir de Sion, entonces Israel debe existir de nuevo como una entidad política.

La justicia vivida (Romanos 12-16)
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:1-2).

Se nos pide que ya no pongamos nuestro cuerpo a disposición del pecado y del mundo, sino a disposición de Dios. Hemos de ser transformados mediante la renovación de nuestra mente, al igual que se renueva un ambiente. Primero, se consiguen catálogos y se estudian. Luego, uno se imagina el ambiente reformado y empieza a trabajar en ello. Se pone manos a la obra, se compran los materiales y los muebles nuevos, y finalmente, se quita lo viejo y se amuebla con lo nuevo.

Ocupándonos de la Palabra de Dios y dando espacio al Espíritu Santo en nuestro interior, nos transformamos. Son sus misericordias las que nos impulsan a ello. El Padre no nos azota para que nos rindamos, sino que nos ama hasta la rendición. A través de la comunión amorosa con Él se produce el cambio. La justicia de Jesús hecha nuestra nos impulsa. Él es la base de la justificación que poseemos en Él mismo, justicia hecha efectiva en el Espíritu Santo.

Esta devoción incluye el amor fraternal (12:9-10 ss.), la sumisión a las autoridades estatales, siempre que no exijan de nosotros actuar en contra de la Palabra de Dios (13:1-7); también la preparación activa para el regreso de Jesús (13:8-14). La devoción se expresa también en no juzgar ni condenar precipitadamente al prójimo (14). La actriz Sophie Rois dijo: “Aunque no entiendas a una persona, tienes que respetarla”, y esto lo tenemos que practicar como cristianos. La devoción es también estímulo mutuo (15), buscar el bien de cada uno (16:1-16) y evitar divisiones, facciones e incitaciones al pecado (16:17-20).

Así pues, la Epístola a los Romanos nos revela todo lo que necesitamos saber sobre nuestra propia justicia inútil, sobre la justicia todo suficiente de Dios, acerca de Jesús como base de la justicia, así como la justicia que nos transforma, la justicia divina con respecto a Israel, y finalmente, la justicia vivida.

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