Israel, una nación singular

Nathanael Winkler

En una oración a Dios, el rey David dijo: “¿Y quién como tu pueblo, como Israel, nación singular en la tierra? Porque fue Dios para rescatarlo por pueblo suyo, y para ponerle nombre, y para hacer grandezas a su favor, y obras terribles a tu tierra, por amor de tu pueblo que rescataste para ti de Egipto, de las naciones y de sus dioses” (2 S. 7:23).

Aún hoy, Israel es, en muchos sentidos, una nación excepcional en el mundo. Es la tierra de donde vino nuestro Salvador y donde se originó la Iglesia: “…porque la salvación viene de los judíos” (Jn. 4:22). Es conocido en todo el planeta, aunque el Estado moderno de Israel solo es tan grande como el estado federado de Hesse en Alemania. El país entero cabe 16 veces en el territorio de Alemania o casi 2 veces en Suiza. Ya en la Antigua Alianza, el Señor Dios afirmó: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos” (Dt.7:6-7).

Hay muchos lugares y sitios en Israel que son famosos y únicos en todo el mundo: el mar Muerto, donde se encuentra el punto más bajo de la Tierra: 427 metros por debajo del nivel del mar. En comparación, el lugar más bajo en Europa se encuentra en el mar Caspio, a 28 metros por debajo del nivel del mar.

El puerto activo más antiguo del mundo es el de Jaffa, cerca de Tel Aviv. Antaño lo utilizaban los cruzados, hoy solo por los pescadores. El puerto tiene más de 4,000 años y fue el lugar desde donde Jonás huyó de la misión que le encomendó Dios (Jonás 1:3). Y el poblado más antiguo del mundo que haya sido habitado continuamente es la ciudad de Jericó, en el valle del Jordán. Israel es una tierra de récords.

Los judíos han residido en el territorio de Israel durante más de 3,600 años, lo que constituye una de las conexiones más largas entre un pueblo y una tierra —pues siempre hubo una presencia judía en Israel—. Incluso cuando gran parte del pueblo judío había sido expulsado de su tierra tras la destrucción del Primer Templo por los babilonios y tras la destrucción del Segundo Templo por los romanos, permaneció un remanente de la población judía. Luego, en épocas en las que el 99% del pueblo estaba en el exilio, el sueño de volver a la patria y la oración por ello persistieron, ya fuera en la cena de Séder en Pascua, con la exclamación: “¡El próximo año en Jerusalén!”, o cuando se oraba tres veces al día por el regreso del pueblo judío a Jerusalén.

Ningún pueblo expulsado de su patria en la antigüedad regresó jamás, y mucho menos en los tiempos modernos. Los pueblos dispersos y desplazados se integraron y asimilaron a sus nuevas culturas. El pueblo judío, en cambio, regresó de su exilio no una, sino dos veces. La primera vez, tras la destrucción del Primer Templo y otra vez en los últimos 150 años, para construir el moderno Estado de Israel.

Aunque Israel sea un “Estado judío”, fundado y concebido como un refugio seguro para los judíos de todo el mundo, no todos los israelíes son judíos. El 20% de los ciudadanos israelíes son árabes musulmanes, el 5% pertenece a otras religiones y el 75% son judíos. De este 75%, la mayoría son inmigrantes o hijos o nietos de inmigrantes. De hecho, Israel es el país del mundo con mayor inmigración per cápita. Desde 1948 han llegado a Israel más de tres millones de inmigrantes, entre ellos cerca de un millón procedentes de la antigua Unión Soviética desde 1990 y unos 15,000 judíos etíopes desde principios de la década de 1990.

El 14 de mayo de 1948, cuando se proclamó el Estado de Israel, el New York Times informaba: “Los sionistas proclaman el nuevo Estado de Israel; Tel Aviv es bombardeada, Egipto ordena la invasión”. Desde el principio, los judíos que regresaban a su tierra, tuvieron que defenderse de un enemigo muy superior a ellos en poderío militar. El regreso del pueblo judío a su patria, el renacimiento de la lengua hebrea y la supervivencia del joven Estado rodeado de enemigos mucho más fuertes, fue y es un milagro. Como dijo tan acertadamente el primer ministro de Israel, David Ben-Gurión, refiriéndose a su país: “Quien no cree en los milagros, no es realista”.

El milagro comenzó en el siglo XIX. Ya en 1861, Mark Twain escribió tras su visita al país, entonces bajo dominio otomano, que era una “tierra desolada”, “totalmente cubierta de maleza”, “una extensión silenciosa y triste... En ninguna parte había un árbol o un arbusto”. Otros diarios de viaje de la época, también confirmaron lo estéril e incultivada que era el territorio. En la década de 1880 llegaron inmigrantes judíos y empezaron a cultivar las tierras, drenando los pantanos y plantando los desiertos. En poco tiempo se produjo en Israel el milagro moderno que hizo florecer el desierto, un anticipo de lo que dice Isaías 51:3: “Ciertamente consolará Jehová a Sion; consolará todas sus soledades, y cambiará su desierto en paraíso, y su soledad en huerto de Jehová; se hallará en ella alegría y gozo, alabanza y voces de canto”.

En el correr de un siglo, el Estado judío se ha convertido en una potencia económica y un centro de innovación tecnológica. Después de Estados Unidos y China, Israel es el tercer país con mayor número de empresas cotizadas en Wall Street. También cuenta con el segundo mayor conjunto de empresas de alta tecnología después de Silicon Valley. La tecnología y el ingenio del país se emplean en todo el mundo, desde ayuda humanitaria en catástrofes como las de Turquía, Haití o Sri Lanka, hasta tecnologías medioambientales como el sistema de riego por goteo usado en países africanos, pasando por soluciones de seguridad únicas para países de todo el mundo.

“Porque Jehová tendrá piedad de Jacob, y todavía escogerá a Israel, y lo hará reposar en su tierra; y a ellos se unirán extranjeros, y se juntarán a la familia de Jacob” (Is. 14:1).

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