Iglesia sin Israel

Nathanael Winkler

En estos días la Iglesia está pasando por una transformación preocupante. Hubo un tiempo en que vivimos un verdadero despertar espiritual en relación con Israel. Pero hoy se está dejando de lado el tema de Israel y corremos el peligro de caer en los mismos errores que la Iglesia ha cometido de diversas maneras a lo largo de su historia. Han pasado 75 años desde la milagrosa fundación del Estado de Israel, y el Señor aún no ha regresado. Muchos creyentes —incluso en nuestros círculos— están cansados del tema. Cada vez con más frecuencia se escuchan sus protestas: “¡Otra vez Israel! Por favor, no”. —“Israel no puede ser tema del mensaje en la iglesia, porque es una nación secular”. —“Israel no es importante en la actual dispensación”. —“La Iglesia ha reemplazado a Israel”.

Tales palabras recuerdan las advertencias del apóstol Pedro, que escribe: “sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 Pe. 3:3-4).

Ya sea que hablemos de Israel, del Arrebatamiento o de la Segunda Venida del Señor, experimentamos la misma resistencia. Detrás de ella está el mismo tipo de pensamiento. Pero la Palabra de Dios es muy clara acerca de la restauración del pueblo de Israel en su propia tierra. Es algo que deberíamos seguir inculcándonos.

Israel hoy
Ezequiel 36 y 37 nos muestran la razón por la que Dios sigue su trato con Israel. Leemos allí el fascinante sueño de los huesos de los muertos, una profecía sobre la restauración de Israel, que tendrá lugar en un proceso lento. Hoy vemos parte de su cumplimiento gradual ante nuestros ojos. Leemos en Ezequiel 36:22-24: “Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado. Y santificaré mi grande nombre profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, dice Jehová el Señor, cuando sea santificado en vosotros delante de sus ojos. Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país”.

La razón del actuar de Dios es, pues, no el pueblo judío en primer lugar, sino Su santo nombre. Encontramos un pasaje paralelo en Jeremías 31:8-10:

“He aquí yo los hago volver de la tierra del norte, y los reuniré de los fines de la tierra, y entre ellos ciegos y cojos, la mujer que está encinta y la que dio a luz juntamente; en gran compañía volverán acá. Irán con lloro, mas con misericordia los haré volver, y los haré andar junto a arroyos de aguas, por camino derecho en el cual no tropezarán; porque soy a Israel por padre, y Efraín es mi primogénito. Oíd palabra de Jehová, oh naciones, y hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid: El que esparció a Israel lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño”.

Muchos piensan que estos versículos se cumplieron en el tiempo después del cautiverio babilónico, empero, esto no es posible. Cuando Jesús vino a la Tierra, solo un veinte por ciento del pueblo judío vivía en su tierra, el resto seguía dispersado por el Imperio romano. Los judíos que habían vuelto de la cautividad en Babilonia hacía 400 años, eran solo una pequeña minoría. La mayoría se había quedado allí. Además, Jeremías habla de los “fines de la tierra”, lo cual no puede referirse a la dispersión durante el cautiverio babilónico, que tuvo lugar en una región determinada y limitada.

También Jeremías 31:35-37 es claro: “Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente. Así ha dicho Jehová: Si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, dice Jehová”.

Es imposible que apliquemos estas afirmaciones a la Iglesia. Muestran que Dios permanece fiel a sus promesas. Y cuando miramos a Israel, la fidelidad del Señor nos fortalece y nos da consuelo. Pues de la misma manera como el Padre llega a su meta con Israel, también llegará a su meta con nosotros. Pero si nos resistimos a creer que Dios llegue a su meta con Israel, ¿qué razones tendríamos entonces de creer que lo haría con nosotros?

Volvamos a dirigir nuestra atención al versículo 37, donde el Señor dice: “Si los cielos arriba se pueden medir (…) también yo desecharé toda la descendencia de Israel”. El hombre construye los mejores telescopios, pero con todo, no logra entender el universo, y menos medirlo. Así, pues, también Israel seguirá existiendo ante Dios como nación.

Sí, durante mucho tiempo el cristianismo ha sostenido la idea de que la Iglesia ocupó el lugar de Israel en el mundo y ante Dios. Y si hubiéramos vivido hace 200 años, posiblemente hubiera sido más difícil entender el trato de Dios con Israel. Sin embargo, la Palabra de Dios es clara, y Pablo advirtió con vehemencia contra la llamada teología del reemplazo. Cuando leemos las declaraciones de algunos padres de la Iglesia sobre el pueblo judío, podemos alegar que eran otros tiempos; pero hoy ningún cristiano nacido de nuevo puede sostener que Israel no tiene cabida en el Plan de Dios. Incluso si dejáramos de lado todos los argumentos bíblicos, pensándolo con sobriedad tendríamos que concluir que no hubo ni hay en la historia de la humanidad una nación como Israel, que tiene entre 2,500 y 3,000 años de antigüedad y que hoy ha regresado a su antigua patria después de estar dispersa entre todas las naciones.

En Ezequiel 37 vemos que los huesos muertos vuelven a la vida. Es decir, en algún momento estuvieron vivos, luego estuvieron muertos durante un tiempo y finalmente volvieron a la vida. Se trata de Israel, que había perdido su importante identidad como nación y se diseminó por el mundo, antes de que se le permitiera regresar al territorio que Dios había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. ¿Puede ser una coincidencia? El Señor promete en la Biblia traer de vuelta al pueblo judío de todas las naciones, y esto es exactamente lo que ocurrió. ¿Qué más necesitamos para creer en la fiabilidad de la Palabra de Dios y en la elección de Israel?

O pensemos en la lengua hebrea: tras el regreso del pueblo del exilio babilónico, la lengua hebrea perdió su importancia. Los judíos comenzaron a hablar arameo entre ellos. Se volvió tan usual que en Israel, en la época de Jesús, se hablaba más arameo que hebreo. El hebreo se convirtió en una lengua muerta, que solo se usaba en la sinagoga: la lengua de la liturgia, pero ya no de la vida cotidiana. El hecho de que esta lengua muerta reviviera en el siglo xx es algo único y sin precedentes en la historia de la humanidad. De nuevo pregunto: ¿será solo una coincidencia?

Pablo e Israel
La Biblia es clara con respecto al futuro de Israel. ¿Cómo pudo la Iglesia alejarse tanto de un entendimiento bíblico y claro de Israel? Hay varias razones. Quisiera aclarar el tema con un acontecimiento del Nuevo Testamento. En Hechos 18:2 leemos acerca de Pablo, recién llegado de Atenas a Corinto: “Y halló a un judío llamado Aquila, natural del Ponto, recién venido de Italia con Priscila su mujer, por cuanto Claudio había mandado que todos los judíos saliesen de Roma. Fue a ellos”.

Este pasaje nos da un indicio importantísimo referente a algunos procesos de transformación que tuvieron lugar en la Iglesia temprana. Los judíos fueron expulsados de Roma en el año 49 d.C. Más tarde, en 55 d.C., Pablo escribió su carta a los creyentes en Roma. En esta carta se vio en la necesidad de hablar enfáticamente de los planes de Dios para Israel; y muchas veces estos pasajes, de los capítulos 9 al 11, se malinterpretan.

En algún momento entre 49 y 55 d.C., Aquila y Priscila habían vuelto a Roma, porque Pablo los saluda en su carta a los romanos diciendo: “Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús” (Ro. 16:3). Esto significa que la iglesia en Roma quedó sin la presencia de los hermanos judíos por un tiempo (probablemente varios años). Una iglesia sin judíos fácilmente puede errar en su teología acerca de Israel, lo que puede ser una razón del énfasis que Pablo le da al tema en su carta a los romanos. El apóstol Pablo recuerda a los creyentes varias verdades bíblicas con respecto a Israel, abordando los siguientes problemas:

El peligro de adoptar la “teología del reemplazo”. Pablo dice: “No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Ro. 11:2).

El peligro de adoptar una actitud arrogante frente a Israel: “no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti” (Ro. 11:18).

El peligro de ignorar, consciente o inconscientemente, el plan de Dios para Israel: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y éste será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados” (Ro. 11:25-27).

El peligro de volvernos negligentes y perezosos respecto a nuestra responsabilidad frente a Israel: “Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos” (Ro. 11:11). Y: “Pues les pareció bueno, y son deudores a ellos; porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales” (Ro. 15:27).

Demasiadas veces en la historia de la Iglesia, los judíos han sido ignorados o perseguidos, en lugar de ser provocados a celos. Dos maestros que influyeron de manera contundente en la teología cristiana fueron Juan Crisóstomo y Agustín de Hipona. El autor cristiano Ray Pritz dice lo siguiente del patriarca Crisóstomo: “Estaba profundamente convencido de que Dios había acabado con los judíos y el judaísmo y que todo contacto con ellos significaba un peligroso retroceso”. Notamos aquí lo problemático que es perder la visión equilibrada, enfatizando unilateralmente el hecho de que Dios puso aparte a Israel, y permitiendo que este énfasis se transforme en odio a los judíos.

Agustín, que fue el teólogo más influyente de todos con respecto a la teología del reemplazo, sostenía únicamente la importancia de los judíos como pueblo testimonio. Entendía que Dios puso de lado a su pueblo, pero sin tomar en cuenta que esto no era algo definitivo, sino que Dios iba a retomar su plan con Israel.

En el correr de los siglos, siempre hubo un remanente judío en la Iglesia; sin embargo, muchas veces los judíos creyentes no eran tratados bien entre los cristianos. Recordemos tan solo cómo, hace 90 años, las iglesias alemanas permitieron que se mandara a los campos de concentración a los hermanos judíos. Es cierto que hubo muchos cristianos individuales que defendieron a los judíos, pero es un hecho lamentable el que la Iglesia oficial prohibiera a los judíos creyentes en Jesús asistir a los cultos. Fue un proceso fatal, y debemos cuidarnos mucho hoy en día, para no volver a caer en un antijudaísmo para nada bíblico.

Lo más sano para la Iglesia es que los cristianos judíos y gentiles celebren juntos el culto, y que los cristianos no se dividan en grupos de intereses o nacionales. Como dice Pablo en Colosenses 3:11: “…donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”.

“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28).

“Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios. Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia, como está escrito: Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, y cantaré a tu nombre” (Ro. 15:7-9).

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