Fuerza espiritual para cada día

“No tu­vie­ron sed cuan­do los lle­vó por los des­ier­tos; les hi­zo bro­tar agua de la pie­dra; abrió la pe­ña, y co­rrie­ron las aguas.” Isa­í­as 48:21

¡Oh! ¡Qué bue­no se­ría si tú com­pren­die­ses es­ta re­a­li­dad en una for­ma to­tal­men­te nue­va! To­das las co­sas en las que tú con­fí­as es­tán sa­cu­dién­do­te y aban­do­nán­do­te. ¿Por qué? Por­que to­do es pa­sa­je­ro. Mas aquel que con­fía en la ro­ca, Je­su­cris­to, no se­rá aver­gon­za­do y per­ma­ne­ce pa­ra siem­pre, por­que Je­su­cris­to es eter­no. El es la ro­ca de la sal­va­ción, de la cual flu­ye el agua de vi­da. ¿Quién era es­ta ro­ca del des­ier­to, la cual fue he­ri­da por Moi­sés has­ta que de ella flu­ye­ron rí­os de agua vi­va? ¡Fue el pro­pio Je­su­cris­to! ¡Qué fi­gu­ra tan ex­tra­ña! La ro­ca, he­ri­da por el le­gis­la­dor Moi­sés, mi­ti­ga la sed del pue­blo al fluir, de ella, aguas cris­ta­li­nas. Je­su­cris­to, quien fue he­ri­do por cau­sa de nues­tras trans­gre­sio­nes, es la ro­ca eter­na, de la cual flu­ye el agua de vi­da. El in­vi­ta di­cien­do: “Y el que tie­ne sed, ven­ga; y el que quie­ra, to­me del agua de la vi­da gra­tui­ta­men­te.” Es­te río de agua de vi­da flu­ye a tra­vés de to­da la Bi­blia. Eze­quiel ya lo vio y ex­cla­mó: “... y vi­vi­rá to­do lo que en­tra­re en es­te río.” Es­te río de agua de vi­da no es otra co­sa que la vi­da de Je­sús de­rra­ma­da; es su san­gre pre­cio­sa. El es el río de vi­da que vie­ne del Cal­va­rio.

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