Fuerza espiritual para cada día

“En la mul­ti­tud de tus ca­mi­nos te can­sas­te.” Isa­í­as 57:10

El he­cho de que mu­chas ve­ces so­mos in­ca­pa­ces de re­ves­tir­nos del vic­to­rio­so po­der y de la fuer­za del Se­ñor en nues­tra fla­que­za, es el re­sul­ta­do de un co­ra­zón di­vi­di­do, que tie­ne es­pe­ran­zas frag­men­ta­das, di­vi­di­das y dis­per­sas. En nues­tro día a día es­pe­ra­mos to­do ti­po de co­sas, só­lo que a Je­sús no le es­pe­ra­mos de la mis­ma for­ma. De­bi­do a que él no tie­ne la má­xi­ma prio­ri­dad en nues­tra es­pe­ran­za, mu­chas co­sas, en las cua­les te­ne­mos gran ex­pec­ta­ti­va, fa­llan o sa­len mal. Pien­so en la opor­tu­na pa­la­bra del Se­ñor, a tra­vés del pro­fe­ta Ha­geo: “Bus­cáis mu­cho, y ha­lláis po­co; y en­ce­rráis en ca­sa, y yo lo di­si­pa­ré en un so­plo. ¿Por qué? di­ce Je­ho­vá de los ejér­ci­tos. Por cuan­to mi ca­sa es­tá des­ier­ta, y ca­da uno de vos­otros co­rre a su pro­pia ca­sa.” En otras pa­la­bras, es­to su­ce­de por­que tu pro­pio yo re­ci­be la prio­ri­dad en tu vi­da, y el Se­ñor só­lo tie­ne el se­gun­do o ter­cer lu­gar. Per­mí­te­me lla­mar­te la aten­ción al he­cho de que el Se­ñor, pre­ci­sa­men­te en es­te mo­men­to, es­cu­dri­ña dón­de es­tán co­lo­ca­das las prio­ri­da­des en la es­ca­la de va­lo­res de ca­da per­so­na que lee es­tas lí­ne­as. El prue­ba los más pro­fun­dos pro­pó­si­tos de tu co­ra­zón y del mío. La per­so­na que le nie­ga al Se­ñor lo que le per­te­ne­ce, prue­ba que su co­ra­zón es­tá com­ple­ta­men­te di­vi­di­do en re­la­ción a su per­so­na. La mis­ma no es una per­so­na ben­de­ci­da.

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