Fuerza espiritual para cada día

“Pe­ro los que es­pe­ran a Je­ho­vá ten­drán nue­vas fuer­zas; le­van­ta­rán alas co­mo las águi­las; co­rre­rán, y no se can­sa­rán; ca­mi­na­rán, y no se fa­ti­ga­rán.” Isa­í­as 40:31

¿Es­tás, re­al­men­te, es­pe­ran­do a Je­sús? ¿O es­pe­ras tiem­pos me­jo­res? ¡Es­to úl­ti­mo, con se­gu­ri­dad, no ha de ve­nir! Es­ta­rá ca­da vez más os­cu­ro. Es me­jor que no te com­por­tes co­mo si fue­ses a vi­vir por siem­pre en es­ta tie­rra. Sé ho­nes­to: los años pa­san con una ra­pi­dez tre­men­da. He­mos de de­jar es­te mun­do re­pen­ti­na­men­te. Pe­ro si tú es­pe­ras a Je­sús, siem­pre re­ci­bi­rás nue­vas fuer­zas y el can­san­cio cró­ni­co des­a­pa­re­ce­rá. La Es­cri­tu­ra nos di­ce: “...y vos­otros sed se­me­jan­tes a hom­bres que aguar­dan a... su se­ñor...” Mas la te­rri­ble re­a­li­dad en nues­tros dí­as es que ve­mos caer a mu­chos a nues­tro al­re­de­dor, por­que ya no vi­ven en es­te pri­mer y ar­dien­te amor, por­que fal­ta ese amor de no­via, esa en­tre­ga a Je­su­cris­to. Ya no tie­nen es­pí­ri­tu de ora­ción y ya no en­tre­gan sus vi­das por los per­di­dos. Se han vuel­to in­di­fe­ren­tes. Si tú sa­bes que per­dis­te ese pri­mer y ar­dien­te amor por Je­su­cris­to, si ya no lo es­pe­ras con ese de­seo ar­dien­te, en­ton­ces ¡co­mien­za de nue­vo aho­ra mis­mo! Dé­ja­te pu­ri­fi­car por la pre­cio­sa san­gre de Je­sús de to­da im­pu­re­za, de to­do pe­ca­do, pa­ra po­der res­tau­rar así tu pri­mer amor. ¡Por­que, quien sa­be, tal vez hoy sea tu úl­ti­mo día aquí en la Tie­rra y el pri­me­ro en la eter­ni­dad!

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