Fuerza espiritual para cada día
“Que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito.” Exodo 32:32
El rostro de Moisés brillaba, entre otras cosas, porque había hablado con Dios. ¿Qué fue lo que habló con Dios? El hubiera tenido razones suficientes para quejarse de lo débil que era y de cuánto necesitaba de Su poder y de Su ayuda para la tarea. Pero no leemos ninguna palabra al respecto. Su oración no se refería a su propio “yo”. Por el contrario, él estaba dispuesto a ser aniquilado. Como mediador del pueblo, él es una ilustración de nuestro gran mediador Jesucristo. Moisés fue liberado de la esfera de los intereses propios de su vida. El tenía celo únicamente por la honra del Señor, que le era infinitamente más preciosa que todas las demás cosas. Pero Moisés comenzó a reflejar todavía más la gloria del Señor, porque el Señor había hablado con él. El le mostró el camino por medio de la sangre del Sustituto; ese camino que conduce al pecador hasta el corazón de Dios. Dios le reveló el Sacrificio y el Sacerdote. No es en vano que el Señor hable tanto de eso, pues Dios el Padre, en Su inmenso amor planeó la salvación por intermedio de su Hijo Jesucristo. El fue el sacrificio y el sacerdote al mismo tiempo. Aquí podemos imaginar un poco el anhelo del Señor en revelarle a alguien este maravilloso misterio de la salvación, misterio que los ángeles desean ver.