Un veneno muy peligroso

Norbert Lieth

Desde 2009 ya venimos hablando de este veneno pernicioso. Se ha seguido extendiendo desde entonces y se ha hecho aún más potente en todo el mundo después de los terribles acontecimientos del 7 de octubre en Israel. Por lo tanto, no podemos evitar abordar de nuevo este gran problema del tiempo final, a saber, el creciente odio en general y el odio a los judíos en particular.

Hay un nuevo tipo de delito que se llama crimen de odio. Los sicólogos y neurólogos coinciden en que ninguna otra emoción es tan fuerte y peligrosa como el odio, ya que conduce a las personas al suicidio o a la locura o las convierte en extremistas.

El odio puede llegar a dominar a una persona, obsesionarla día y noche, transformarse en una sensación cada vez más intensa e incluso adictiva. Puede poseer a alguien hasta tal punto que ya no tenga control de sí mismo. Algunos científicos creen que el odio hasta puede cambiar el cerebro. El odio es como un veneno inyectado que se va expandiendo por todo el cuerpo. Primero ocupa los pensamientos, luego se refleja en los rasgos faciales y la mirada, es llevado a expresiones y palabras, y finalmente se apodera del cuerpo entero y de todas las emociones. 

El odio puede llevar a la gente a cometer las mayores locuras: al suicidio, porque se odian a sí mismos, o al asesinato en serie, porque odian al mundo entero. El odio provoca racismo en unos, y a otros los hace tan crueles e insensibles que ya no muestran ningún sentimiento de compasión. El odio puede ser más fuerte que el miedo a la muerte. Todos conocemos la expresión “cegado por el odio”. 

El odio tiene muchas facetas. Existe el odio entre vecinos, el de género, o el étnico; se manifiesta en las familias, en los centros de educación o en los lugares de trabajo. Muchas cosas pueden ser motivo de odio: el rechazo, la decepción, la envidia, los celos, la rivalidad, la opresión, una imagen enemiga que se construye, o la falta de voluntad para perdonar, entre otros. La Biblia dice acertadamente: “El odio despierta rencillas, pero el amor cubrirá todas las faltas” (Pr. 10:12).

El odio desde una perspectiva bíblico-profética
No olvidemos que el odio, como todos los demás pecados, tiene su origen en nuestro propio corazón malvado. Si nuestro corazón no fuera malo, no habría odio; sin embargo, somos susceptibles al odio y producimos odio —somos rencorosos, envidiosos y celosos. “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt. 15:19).

La Biblia cuenta cómo Amnón, uno de los hijos de David, se enamoró de su hermanastra Tamar y terminó violándola. Y después dice: “Luego la aborreció Amnón con tan gran aborrecimiento, que el odio con que la aborreció fue mayor que el amor con que la había amado. Y le dijo Amnón: Levántate, y vete” (2 S. 13:15).

Ezequiel escribe sobre el odio de Edom, situado en las montañas de Seir (actual sur de Jordania). Edom era uno de los enemigos más persistentes de Israel. Los edomitas odiaban al pueblo judío con especial fervor. En su aversión contra Israel, provocaron un terrible baño de sangre cuando los judíos intentaron escapar de los babilonios, en el año 586 a.C. Leemos en Ezequiel 35:5: “Por cuanto tuviste enemistad perpetua, y entregaste a los hijos de Israel al poder de la espada en el tiempo de su aflicción, en el tiempo extremadamente malo” (compárese también Abdías 1:11-12). Por esta razón, el Señor había anunciado el juicio sobre Edom, que posteriormente se cumplió literalmente: “Por tanto, vivo yo, dice Jehová el Señor, yo haré conforme a tu ira, y conforme a tu celo con que procediste, a causa de tus enemistades con ellos; y seré conocido en ellos, cuando te juzgue” (Ez. 35:11).

El odio es ciertamente uno de los fenómenos del final de los tiempos. Tiene su origen en el diablo, el “homicida desde el principio” (Juan 8:44). Al igual que una serpiente produce veneno en su interior y su mordedura es mortal, la serpiente diabólica, Satanás, produce el veneno del odio y lo inyecta en la humanidad. El odio es demoníaco; cuanto más avanzamos en el tiempo final y mayor es la influencia de Satanás en este mundo, más aumenta el odio. Llama la atención el hecho de que exista hoy un tipo de crimen llamado crimen de odio. Y este llegará a su clímax bajo el Anticristo. 

La descripción de los hombres en los postreros días en 2 Timoteo 3:1-5 nos muestra lo mucho que hemos avanzado ya en este camino nefasto: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita”.

Los cristianos y el odio
En el Nuevo Testamento se exhorta a los creyentes a no odiar, sino a amar. Esto significa que, lamentablemente, es posible que también un cristiano se deje vencer por el odio. El apóstol Juan escribe:

“El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos” (1 Jn. 2:9-11).

“Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn. 3:15).

“Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Jn. 4:20).

El que odia es, pues, un asesino. Solo es un hermano en apariencia; en realidad, es un mentiroso. Lleva los rasgos del diablo, que es llamado “homicida” y “padre de mentira”. Y así como el diablo se disfraza, un falso hermano también lo hace, como leímos en 2 Timoteo 3:5: “…tendrán apariencia de piedad”. Por fuera finge ser piadoso, pero no sabe nada del poder de la fe verdadera, ya que esta lleva a un cristiano auténtico a mostrar siempre y sin condiciones una disposición inmediata a arrepentirse y a dejarse cambiar.

Proverbios 14:30 atestigua: “El corazón apacible es vida de la carne; Mas la envidia es carcoma de los huesos”. De hecho, la ciencia sabe desde hace tiempo que el odio y todo lo que se asocia a él (como los celos, la amargura, la envidia, la falta de perdón) desencadenan procesos psicosomáticos y bioquímicos en el cuerpo y, literalmente, enferman a la persona.

El odio puede ser más fuerte que el amor, puede sofocar y matarlo. Únicamente cuando el amor de Jesús encuentra espacio en una persona, el odio es derrotado y vencido, porque el amor divino es más poderoso que la muerte. La sangre de Jesús, derramada en sacrificio para darnos el perdón, es el antídoto salvador contra la mordedura de la serpiente del odio. El antídoto contra la mordedura de una serpiente venenosa es el mismo veneno de cuya secreción se ha producido un suero. Jesús, el hombre sin pecado (Hebreos 4:15), derrotó a la serpiente Satanás, al ser levantado, por así decirlo, como la serpiente en el desierto. De este modo, la salvación se creó a partir de su sangre sin pecado. “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:14-15).

¿Estás tal vez enfermo de odio y sientes cómo te consumes por dentro? Abre tu corazón al Señor Jesús, dile toda la verdad, y Él te responderá con amor. Muchas personas que lo han hecho así, han experimentado cómo el odio se ha convertido en amor. ¡Dios tiene el poder para hacerlo!

“Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo; Porque fuerte es como la muerte el amor; duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar el amor, Ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían” (Cnt. 8:6-7).

Odio a Israel
La existencia de Israel, los innumerables intentos fallidos de aniquilar a este pueblo, el regreso de los judíos a su patria y el nacimiento del Estado judío apuntan a un Dios vivo, cuya Palabra es verdad. Esta verdad debe provocar una ira demencial en todos aquellos que ven al Dios de la Biblia como su enemigo. 

El odio es el veneno que el diablo inyecta a las naciones para destruir a Israel. Las ideologías comunista y nacionalsocialista fueron y son misantrópicas. Imbuidas del odio de Satanás, se dirigen por tanto igualmente contra el pueblo judío como contra los creyentes cristianos y todo lo que se les opone. 

El islam es una religión de odio. Desde Mahoma (622 d.C.), el islam no se ha propagado con amor, sino con fuego y espada. Este odio se dirige contra todas las personas de otras creencias, a las que el islam llama “infieles”. Ninguna otra religión propaga la destrucción y el exterminio de Israel y de todos los “infieles” hasta tal punto como el islam. La continua e interminable incitación de los líderes islámicos a librar la guerra santa (yihad) contra Israel no hace sino enfatizar aún más este hecho. 

El mismo islam que condena —¡y con razón!— las Cruzadas, sigue convocando a la espada mil años después.

Sin embargo, este veneno mortal del odio no solo es inherente a los grupos étnicos comunistas, nacionalsocialistas o musulmanes, sino que ha infectado a toda la raza humana. 

León Pinsker, médico judío y pionero del sionismo, escribió en 1882: “La judeofobia es una especie de demonopatía, con la peculiar diferencia de que el temor al espectro judío fue abrazado por toda la raza humana y no solo por pueblos individuales, y que este espectro no es inmaterial, sino que consiste en carne y hueso”.

Por eso no es de extrañar que se oigan declaraciones y ofensas antisemitas prácticamente desde todas partes del mundo y que a veces procedan de los Estados más modernos, democráticos y cristianos.

El Dr. Jürgen Bühler, presidente de la Embajada Cristiana Internacional en Jerusalén, lamenta también la indiferencia que se nota entre los cristianos evangélicos en la actualidad: “Desgraciadamente, algunos líderes evangélicos no tienen ninguna postura tocante a Israel. A la inmensa mayoría de los evangélicos apenas se les oye en los medios de comunicación cuando se trata del antisemitismo o de nuestra actitud frente a Israel”.

Desde el 7 de octubre observamos una nueva oleada de antisemitismo cada vez más intensa, probablemente la peor en Europa desde el Holocausto. ¿Cómo es posible que países supuestamente cristianos den la espalda a Israel? Hay un ejemplo en el Antiguo Testamento: José, una imagen de Jesús, llegó a ser virrey de Egipto y trajo salvación y bendición para la región. Pero pasó el tiempo y el conocimiento de lo que había hecho José y el agradecimiento por ello disminuyeron en las nuevas generaciones de egipcios. Leemos en Éxodo 1:7-8: “…los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra. Entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José”.

Cuanto menos conozca nuestro mundo “cristiano” a Jesús, más se volverá contra Israel. 

Leon Pinsker continúa: “Así, pues, los judíos y el odio a los judíos han sido inseparables durante su trayectoria a través de la historia. Al igual que el mismo pueblo judío […] el odio contra ellos nunca parece querer morirse. Habría que estar muy ciego para afirmar que los judíos no son el pueblo elegido del odio universal. […] Si resumimos lo que se ha dicho, el judío es para los vivos un muerto, para los autóctonos un extranjero, para los naturales un vagabundo, para el propietario un mendigo, para el pobre un explotador y millonario, para el patriota un apátrida, para todos un rival odiado”.

Las causas del odio hacia Israel
¿Por qué Israel es tan satánicamente odiado? Porque es amado por Dios y el odio del diablo se dirige siempre contra los objetos del amor divino. También es cierto que cada ser humano es amado por Dios y que, por eso, el odio del enemigo también se dirige contra cada persona. Donde el Señor obra con su amor, Satanás intenta sembrar el odio. El profeta Jeremías escribe: “Desde lejos el SEÑOR se le apareció, diciendo: Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia. De nuevo te edificaré, y serás reedificada, virgen de Israel; de nuevo tomarás tus panderos, y saldrás a las danzas con los que se divierten” (Jer. 31:3-4; lbla). De hecho, esto se ha cumplido en la historia de Israel y se acerca de manera precipitada a su cumplimiento final:

1. Dios se apareció a los judíos desde lejos (v. 3). El mismo Señor que permitió la dispersión de los judíos y estuvo lejos durante 1900 años, ahora se ha acercado de nuevo a ellos, haciéndoles volver a su patria, devolviéndoles sus territorios y convirtiéndolos en un Estado (Jeremías 30:3).

2. Con amor eterno, el Todopoderoso ha atraído a Israel a su patria. El amor inquebrantable de Dios es el motor que le impulsa a hacer realidad su Palabra; ahora bien, esto no significa otra cosa que atraer a su pueblo hacia Él mismo, porque el objetivo principal del retorno a la patria es conducir a Israel hacia el Mesías, que pronto regresa: “Así dijo el SEÑOR: Halló gracia en el desierto el pueblo, los que escaparon de la espada, yendo yo para hacer hallar reposo a Israel” (Jer. 31:2; jbs). También es interesante cómo traduce la Biblia La Palabra: “Así dice el Señor: Encontró favor en el desierto el pueblo escapado de la espada; Israel se dirige a su descanso”.

3. Por eso el Señor atrae a Israel hacia sí, por pura gracia. La gente piensa que el Estado judío es un producto de las Naciones Unidas y la consecuencia de una votación, un legado de Theodor Herzl y del movimiento sionista, aunque eso no es correcto. Dios es el que guía los corazones como corrientes de agua, y detrás de la creación del Estado judío está Dios mismo y el poder de su Palabra. Oseas ya había anunciado cómo lo haría el Señor en el futuro: “Con lazos de ternura, con cuerdas de amor, los atraje hacia mí; los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pecho; me incliné a ellos para darles de comer” (Os. 11:4; dhh). Tal como lo hizo entonces, el Todopoderoso lo repitió en la reciente historia: utilizó lazos humanos para expresar su amor. 

4. Ningún otro poder que la mano del Señor ha llevado a cabo la reconstrucción de Israel: “De nuevo te edificaré, y serás reedificada, virgen de Israel”.

El teólogo protestante Félix Bovet, que visitó la tierra de Israel en 1858, escribió: “Los cristianos que conquistaron la tierra de Israel no supieron conservarla; para ellos nunca fue más que un campo de batalla y un cementerio. Incluso los sarracenos, que se apoderaron de ella, tuvieron que abandonarla, y así cayó en manos de los turcos, que aún hoy siguen estando allí. La han convertido en un desierto, donde se tiene que temer cada pisada que se da. Incluso los árabes que viven allí son solo huéspedes temporales. Levantan sus tiendas donde encuentren pasto y se alojan en las ruinas de las ciudades. No han desarrollado ninguna actividad creativa, porque en realidad son forasteros y no dueños de la tierra. El espíritu del desierto que los condujo hasta allí podría volver a llevárselos sin dejar rastro. Dios, que ha dado Palestina a tantos pueblos diferentes, no ha permitido a ninguno de ellos echar raíces en esta tierra. Sin duda, está reservada para Su pueblo Israel”.

Con el regreso de los judíos a su país, surgió un proverbio árabe: “Donde pisa el judío, brota agua de la tierra”.

5. ¡Cuánta alegría y cuántas danzas se podían presenciar en las calles cuando se fundó el Estado, se ganó la primera guerra o se retomó Jerusalén! ¡Cuánta alegría hay en las calles judías cada año en Purim! No cabe duda de que un pueblo alegre regresó a su patria, celebrándolo, literalmente, con bailes folclóricos: “De nuevo tomarás tus panderos, y saldrás a las danzas con los que se divierten”. 

Por supuesto, todo el odio de Satanás, y por tanto, el odio de todos los que son engañados por él, se levantará contra esta prueba del amor de Dios por su pueblo. Pero una cosa es segura: ¡el amor del Señor triunfará! Por eso volvemos a citar de Cantar de los Cantares, capítulo 8, ahora con vistas al amor de Dios por Israel: “¿Quién es ésta que sube del desierto, recostada sobre su amado? Debajo del manzano te desperté; allí tu madre tuvo dolores de parto por ti, allí tuvo dolores de parto, y te dio a luz. Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, porque fuerte como la muerte es el amor, inexorables como el Seol, los celos; sus destellos, destellos de fuego, la llama misma del SEÑOR. Las muchas aguas no pueden extinguir el amor, ni los ríos lo anegarán; si el hombre diera todos los bienes de su casa por amor, de cierto lo menospreciarían” (vv. 5-7; lbla).

• Israel fue conducido de vuelta desde el desierto de las naciones a su patria y pudo presenciar cómo una tierra desolada volvía a ser fértil y florecía bajo sus pies.

• Debajo del manzano, Israel despierta a una nueva vida: en su patria ancestral y a la vez nueva, que se ha transformado en tierra fértil y fructífera, también experimentará un despertar espiritual en el futuro.

• Un nuevo pueblo judío, que debe pasar aún por los dolores de parto de la Tribulación y nacer de nuevo, encontrará entonces descanso en el pecho del amado Mesías.

• Al igual que un sello da validez permanente a los acuerdos para que no puedan romperse, al igual que la muerte es insuperable e irrevocable, al igual que el fuego de Dios en la zarza ardiente no la quemó, el amor del Señor por su pueblo no se quebrantará ni se extinguirá, y nunca será revocado. El amor de Dios es inamovible, incluso cuando parece anegado de dificultades. Por eso, su amor tiene una dimensión que no se puede comprar, sino que solo se puede regalar. 

En el Nuevo Testamento, esta verdad se complementa y redondea cuando el Espíritu Santo nos dice a través del apóstol Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:35.38-39).

“Si hay alguna esperanza para Israel,
Si hay alguna esperanza para el futuro del mundo,
Si hay alguna esperanza para ti personalmente,
Entonces consiste en el amor de Dios, que es en Cristo Jesús”.

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