¡Qué hombre!

Norbert Lieth

El milagro del nacimiento de Jesús no deja de sorprendernos. Es incomprensible, inconcebible para la mente humana, sobrepasa todo nuestro entendimiento: la eternidad entra en el tiempo…

La Biblia explica que todas las cosas proceden de Dios el Padre y se llevan a cabo por medio de Jesús: “…para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Co. 8:6).

Lo visible e invisible, todo el universo, toda la creación en el cielo y en la tierra y todos los seres angelicales fueron creados por Jesucristo. Y Él sustenta todas las cosas por la palabra de Su poder (Colosenses 1:15-19; Hebreos 1:2-3).

Lo mismo sucede con la salvación. El pensamiento de salvación proviene de Dios el Padre en unión con Dios el Hijo (Hebreos 10:7-9). Pero la obra de salvación fue llevada a cabo por el Hijo, la consumó en la tierra (Juan 17:4; 19:28,30).

El Señor Jesucristo creó a Adán, lo que significa “hombre”, y lo creó a imagen de Dios. Esto distingue al hombre de todas las otras criaturas y tiene un propósito: el hombre debe vivir sirviendo y obedeciendo a Dios y así gobernar la creación. Está por encima de todas las criaturas terrenales y es, por así decirlo, el suplente de Dios en la tierra.

Sin embargo, Adán, el hombre, cayó en pecado y arruinó la imagen de Dios a la cual había sido creado.

La Biblia describe cómo Adán y Eva, oyendo la voz de Dios, que se paseaba en el huerto al aire del día, se escondieron entre los árboles porque estaban conscientes de su desnudez. Esta es una representación muy acertada de la culpa y su efecto en nosotros. El pecado siempre produce mala conciencia y busca el escondite. Uno quiere borrarlo, minimizarlo y trivializarlo. Pero Dios busca al hombre y le habla: “Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?” (Gn. 3:9). El pecado debe ser descubierto, tarde o temprano.

Desde la caída en pecado, Dios busca y llama al hombre. Para salvarlo, el Creador se hizo criatura. El Señor se hizo un “Adán” (1 Corintios 15:45,47), recibiendo la imagen del hombre, pero sin pecado. Dios se nos pone frente a frente como hombre y nos habla en forma personal.

Jesucristo, dejando su gloria celestial como Dios todopoderoso, se hizo un bebé indefenso, acostado en un pesebre, envuelto en pañales y dependiendo del cuidado de su madre. En Jesús vemos a un hombre verdaderamente hecho a la imagen de Dios, tal como Dios lo había pensado en el origen. Vino para poder devolvernos esta imagen divina perdida (Colosenses 1:15; 1 Juan 3:2).

El hombre mató a su Creador. Dio muerte al que le dio la vida. En la condena de Jesús, Pilato dijo: “¡He aquí el hombre (“Adán”)!”. Dios creó un camino de perdón, de salvación. Con la muerte y resurrección de Jesús, el Creador puede dar la vida eterna al “hombre muerto”. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tit. 2:11).

No podría ser más dramática la historia de la humanidad. Recordemos aquellos acontecimientos en estos días navideños, y pensemos también en lo que significan para nuestra vida cotidiana, como lo escribió Sophie Scholl:

“Cuando tratamos con otras personas, siempre deberíamos pensar en que Dios se hizo hombre por ellas”.

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