¿Qué debemos pensar sobre el Holocausto?
El tema más cargado de emoción en el debate sobre Oriente Medio es, sin lugar a duda, el genocidio perpetrado contra los judíos europeos durante el Holocausto. Mientras que los judíos deducen de él la necesidad de tener su propio Estado como refugio Seguro ante el antisemitismo universal, sus oponentes - como Irán, en primer lugar - afirman que el Holocausto nunca ocurrió, y que solo está siendo instrumentalizado como herramienta política para infundir culpa y obtener la compressión del mundo para la existencia continuada del Estado judío.
Hoy en día se usa muy livianamente la palabra nazi, la cual es utilizada fuera de contexto como calumnia e insulto común. Si alguien no está de acuerdo contigo, simplemente te tacha de nazi. Si tus opiniones son demasiado conservadoras, te etiquetan inmediatamente de nazi. Si te consideran intolerante, eres un nazi. Pero al utilizar esta palabra de forma tan indiscriminada, se le quita su significado, porque los nazis fueron culpables de atrocidades indescriptibles. Cometieron crímenes horrendos, algunos de los cuales no tienen parangón en la historia de la humanidad. Durante su reinado de terror, nada reveló más claramente la maldad de sus corazones que el Holocausto judío, un hecho histórico que desafía toda descripción.
Recuerda que los nazis exterminaron a dos tercios de los judíos de Europa, y al decir “exterminar” quiero aclarar que los asesinaron a sangre fría. Estamos hablando, entre otros, de bebés y niños, de personas débiles y ancianos. Judío tras judío murieron de hambre, fueron torturados hasta morir, gaseados o fusilados, o forzados a trabajar hasta la muerte. Ese fue el destino de seis millones de judíos en Europa.
Antes del Holocausto, había nueve millones de judíos europeos; después, quedaron solo tres. La población judía de Polonia ascendía a 3.3 millones antes del Holocausto. Después de la guerra, todavía había 300,000 judíos. Nueve de cada diez judíos polacos fueron asesinados. ¿Quién puede imaginar una masacre a esta escala?
No murieron en combate, mientras se alzaban contra los guardianes de los campos de concentración y luchaban por su libertad. Esta suerte solo les estuvo destinada a unos pocos. En lugar de eso, los judíos fueron hacinados en guetos, desde donde fueron transportados a campos de concentración en vagones de ganado. Los que eran capaces de trabajar quizás conseguían sobrevivir unos meses o un poco más. Los que estaban demasiado débiles eran asesinados en seguida después de llegar.
Cientos de miles fueron obligados a desnudarse y ducharse (se les decía que la higiene era importante para los recién llegados). Pero en lugar de agua salía gas venenoso —nadie salió vivo de esas duchas.
Fuera de los campos de concentración, los judíos eran obligados a cavar largas fosas. Luego tenían que alinearse en fila al lado de las mismas y eran fusilados, convirtiendo las fosas en sus tumbas. A continuación, sus cuerpos eran quemados como si se tratara de una gran hoguera. Esto conducía a mayores atrocidades aún: los bebés eran arrojados al fuego vivos, ahorrando balas a los nazis. ¿Quién puede imaginar tan horrible barbarie?
El 19 de septiembre de 1941, “…el ejército alemán tomó Kiev […] y unidades especiales de las SS se prepararon para cumplir las órdenes del líder nazi Adolf Hitler y asesinar a todos los judíos y funcionarios soviéticos que residían allí. Comenzó el 29 de septiembre, cuando más de 30,000 judíos marcharon en pequeños grupos al barranco de Babyn Yar, al norte de la ciudad. Una vez allí, se les ordenó desnudarse y fueron masacrados con ametralladoras. La masacre terminó el 30 de septiembre, y los heridos fueron cubiertos con tierra y piedras, al igual que los muertos” (history.com, “This Day In History: Babi Yar Massacre Begins”).
¿Te imaginas cifras como estas? Treinta mil judíos marcharon hacia la muerte en menos de dos semanas.
Una vez más, esto incluía a niños y bebés que aún estaban en brazos de sus madres; jóvenes, matrimonios recién casados, estudiantes universitarios, padres, abuelos y bisabuelos, rabinos devotos y líderes comunitarios respetados; familias enteras y personas individuales. Todos fueron asesinados a sangre fría por una sola razón: eran judíos.
¿Y cómo era la vida de los que escapaban, por lo menos por un tiempo, de la muerte y eran enviados a un campo de concentración? ¿Qué clase de infierno les tenían reservado los nazis? Según un superviviente del Holocausto, los que eran encarcelados en invierno podían esperar lo siguiente:
“Siete de cada diez de nosotros murieron entre octubre y abril. Los que no murieron sufrieron minuto a minuto, todo el día, todos los días. Desde la mañana, antes del amanecer, hasta la distribución de la sopa de la noche, teníamos que mantener los músculos en constante movimiento, saltando de un pie a otro, golpeándonos los brazos por el frío. Cambiábamos el pan por guantes, y pasábamos largas horas de la noche tapando los agujeros que tenían. Cuando ya no era posible comer afuera, lo hacíamos de pie en los barracones. A cada uno de nosotros se nos asignaba un lugar del tamaño de una mano donde poner nuestros pies y estaba prohibido apoyarse en las cuchetas. Todo el mundo tenía llagas en las manos, y para conseguir una venda había que hacer la fila de noche y esperar horas parados afuera, con nieve o viento (y con zapatos que siempre dolían)”.
Este era el horror cotidiano de los que vivían en un campo de concentración.
¿Y cuál fue la experiencia de los supervivientes? ¿Qué pasó con los que estaban lo bastante sanos para escapar de las “duchas”, adonde llevaban a los miembros más débiles de la familia? Un hombre que perdió a toda su familia a manos de los carniceros nazis relata sus últimos momentos juntos: “Es imposible describir el dolor insoportable de aquellos pocos momentos antes de que nos separaran. Nunca olvidaré los sabios ojos de mi padre y las lágrimas de mi madre cuando nos abrazamos por última vez. Ni en mis peores pesadillas podría haber imaginado que me estaba despidiendo de toda mi familia por última vez, para no volver a verlos jamás”. Pero así fue exactamente, no solo para él, sino para millones de personas.
No era raro que alguien perdiera, uno por uno, a su cónyuge, hijos, padres, abuelos y hermanos por el terror sistemático de los nazis. Los judíos eran considerados parásitos, una chusma inútil que había que exterminar.
Antes del Holocausto, esos mismos judíos habían sido vecinos, amigos y compañeros de trabajo. Ahora solo eran enemigos, y había que denunciarlos. Ninguno de ellos debía escapar. Los nazis incluso se pusieron a archivar libros judíos, objetos religiosos y otros aspectos tangibles de la vida judía, pues una vez aniquilada la raza despreciada, quedarían como piezas de museo.
Se manifestó con los nazis el mal sistemático, la maldad colectiva; y todo se hacía con una metodología precisa y detallista. Los nazis convirtieron el asesinato en una ciencia.
Hablando de ciencia, también la hicieron parte de su maldad. Llevaron a cabo experimentos que en cuanto a crueldad sobrepasaban toda imaginación y registraron cuidadosamente los resultados. Operaban a sus víctimas judías sin anestesia y ponían a prueba los límites del dolor humano. Infectaban a judíos con tifus y otras enfermedades mortales hasta que quedaban vegetales y morían. Y hacían cosas horribles e indescriptibles con gemelos, porque esperaban que los gemelos proporcionaran información médica única. (Y los enfermos mentales que llevaban a cabo estos experimentos eran médicos formados, algunos de los cuales siguieron distinguidas carreras después del Holocausto).
Una vez más afirmamos que la magnitud del sufrimiento sobrepasa nuestra imaginación y comprensión. Esto queda claro cuando comparamos el Holocausto con otra tragedia como los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Entonces, 2,977 víctimas inocentes perdieron la vida, entre ellas el hermano de mi esposa. Casi 3,000 vidas fueron aniquiladas en un solo día y decenas de miles se vieron directamente afectadas por la pérdida.
Ahora imaginemos que se repita la misma masacre al día siguiente, y otra vez el día que le sigue: otros 3,000 muertos, y luego otros 3,000 más. Si se repite esto durante los siguientes 2,015 días —¡un acto de terror como el del 11 de setiembre cada día durante más de cinco años y medio!— llegamos a los 6 millones de muertos durante el Holocausto.
Pero incluso este ejercicio mental no da la imagen exacta, ya que el Holocausto se perpetró contra un grupo específico de personas y aniquiló, en unos pocos años, a una proporción tan grande del mismo que solo quedó una minoría. Esta es una de las razones por las que este nivel de maldad no tiene igual en la historia de la humanidad.
No hay duda de que ocurrió realmente. Sí, seguirá habiendo negacionistas irracionales del Holocausto, que esconden la cabeza en la arena. Pero el hecho de esta monstruosa pesadilla no puede ser negado por nadie que se preocupe por la verdad.
La pregunta que se nos plantea ahora es: ¿por qué debemos pensar hoy en el Holocausto? ¿Por qué sigue siendo relevante para el judaísmo mundial? ¿No es ya hora de que lo dejemos atrás?
Por un lado, el mundo judío se ha desarrollado hasta tal punto que Israel y Alemania llevan años colaborando, incluso compartiendo tecnologías militares y de seguridad. Y vivir en el pasado significa amargura, aislamiento y estancamiento. La vida judía en todo el mundo, pero también en Israel, es cualquier cosa menos atrasada y estancada.
Sin embargo, es crucial que recordemos el Holocausto por tres razones importantes. En primer lugar, el antisemitismo resurge hoy en día, lo que significa que las fuerzas demoníacas que alimentaron el fuego del Holocausto siguen activas entre nosotros. Desde hace varios años, muchos expertos creen que el nivel de antisemitismo que prevalece actualmente en Europa es comparable al que existía inmediatamente antes del Holocausto. Y donde hay odio a los judíos, también hay actos de violencia contra ellos. ¿Cómo podría una atmósfera como la actual no recordarnos el Holocausto?
El 22 de julio de 2018, un titular del diario británico The Telegraph decía: “Ya no nos sentimos seguros en Gran Bretaña. El antisemitismo nos obliga a abandonar nuestros hogares”. Un titular del New York Post del 24 de febrero de 2018 decía: “El antisemitismo expulsó a los judíos de Francia”. El 26 de abril de 2018, el Chicago Sun Times informó, de forma más general, que “70 años después del Holocausto, los judíos ya no se sienten seguros en Europa”. ¿Cómo pueden estos judíos no pensar en el Holocausto cuando no se sienten seguros ni en sus ciudades ni en sus casas? Sí, ni siquiera en sus casas. Como informó World Israel News el 30 de agosto de 2018: “En Francia, el antisemitismo ‘se ha trasladado de las calles directamente a los hogares judíos’, dijo el miércoles [29 de agosto] a The Algemeiner el presidente de la comunidad judía del país, que cuenta con 465,000 miembros”.
“‘Los judíos de Francia se sienten amenazados en sus propias casas’, dijo Francis Kalifat —presidente del CRIF (Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia)— durante un debate sobre el antisemitismo, que ha reportado varias muertes y lesiones entre los judíos franceses en la última década”.
En concreto, “en los últimos dieciocho meses, dos ancianas viudas judías —Sarah Halimi, en abril de 2017 y Mireille Knoll, en marzo de 2018— fueron brutalmente asesinadas en ataques antisemitas en París. También se ha informado de varios incidentes en los que bandas de jóvenes, en su mayoría musulmanes, han llevado a cabo ataques violentos contra hogares judíos”.
Ambas mujeres judías fueron asesinadas en sus propios hogares. La segunda, Mireille Knoll, era una superviviente del Holocausto de 85 años. La apuñalaron al menos 11 veces y luego quemaron su cuerpo cuando el asesino prendió fuego a su apartamento. ¿Qué deben sentir los judíos franceses?
La BBC informó sobre Alemania el 24 de abril de 2018: “Josef Schuster, presidente del Consejo Central de Judíos de Alemania, dijo a radio Berlín que los judíos deben tener cuidado en las grandes ciudades”. Schuster incluso dijo: “Aconsejaría a las personas que no llevaran kipá (pequeña gorra ritual usada por los varones judíos) en público en las grandes ciudades alemanas”.
Esto es estremecedor. En Alemania, se insta a los judíos a no identificarse públicamente como judíos para protegerse de posibles ataques. Repito una vez más mi pregunta: ¿cómo pueden estos judíos no pensar en el Holocausto, sobre todo cuando Europa se islamiza cada día más?
El 10 de diciembre de 2017, unos 2,500 manifestantes se reunieron en Alemania para protestar contra la decisión de Estados Unidos de trasladar su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. Sin embargo, las protestas no solo iban dirigidas contra Estados Unidos, sino también contra Israel y los judíos. Fue una vergüenza para la nación alemana.
El portavoz del Gobierno, Steffen Seibert, declaró: “En algunas concentraciones del fin de semana se gritaron consignas, se quemaron banderas israelíes y se difundieron terribles calumnias contra el Estado de Israel y los judíos en general”. Y añadió: “Hay que avergonzarse cuando el odio a los judíos se manifiesta tan públicamente en las calles de las ciudades alemanas”.
Se trata de un patrón mundial común en las protestas antiisraelíes. La hostilidad se expresa no solo hacia el Estado de Israel, sino también hacia el pueblo judío. Por ejemplo, en una manifestación antiisraelí celebrada en Fort Lauderdale, Florida, en enero de 2009, un manifestante propalestino gritó a los espectadores judíos: “¡Vuelvan a los hornos! Necesitan un horno grande, eso es lo que necesitan”. Es poco decir que la numerosa población judía local se escandalizó ante estos estallidos de odio.
Durante el Holocausto, los judíos asesinados en los campos de concentración eran incinerados en enormes hornos que funcionaban las 24 horas del día. Como resultado, salía humo constantemente de los campos. Los cuerpos de los judíos eran reducidos a cenizas. Una vez más, las cifras eran enormes.
Un sitio web de televisión pública estadounidense PBS señala que “en la primavera de 1943, cuatro enormes crematorios de Auschwitz II (Birkenau) estaban en pleno funcionamiento. Contenían ocho cámaras de gas y 46 hornos que tenían capacidad para quemar unos 4,400 cadáveres al día. La gente era transportada al campo en tren. Los más fuertes de entre ellos –alrededor del 10 al 30 por ciento de los que llegaban– eran seleccionados para el destacamento de trabajo. Los prisioneros restantes eran enviados a las cámaras de gas”.
Sí, en un solo campo de concentración se podían incinerar 4,400 cadáveres al día; y en el siglo XXI, un manifestante en Estados Unidos pide un “gran horno” para los judíos… y en Europa se oyen comentarios burlones similares en los últimos años. ¿Es de extrañar que los judíos no puedan olvidar el Holocausto?
En noviembre de 2008, musulmanes paquistaníes llevaron a cabo una serie de atentados terroristas en Bombay (India). Eligieron 12 objetivos diferentes, mataron a 164 personas e hirieron a 308. Estos terroristas tenían un objetivo en particular: un centro judío visitado por muchos israelíes cada año.
Aunque los terroristas se equivocaron pensando que se trataba de un centro de inteligencia israelí, estaban muy satisfechos de poder matar a israelíes. Como explicó uno de los terroristas, su organización considera que “el pueblo judío es el objetivo número uno”. Y añadió: “Cada persona que mates allí [en este centro] vale por cincuenta personas muertas en los hoteles”. Para cualquier terrorista musulmán, los judíos son el objetivo primordial, y Europa se está islamizando cada vez más.
Esto nos lleva a la segunda razón por la que debemos recordar el Holocausto. La nación de Israel sigue enfrentándose a amenazas existenciales porque está rodeada de enemigos mortales que han jurado destruirla. Los enemigos de Israel se regodean en el Holocausto, hasta el punto de exhibir con orgullo cruces gamadas. Entonces es impensable que el pueblo judío olvide el Holocausto. No solo sigue habiendo miles de supervivientes del Holocausto —personas que no pueden olvidar sus experiencias—, sino que el Estado judío es amenazado constantemente con otro Holocausto por sus acérrimos enemigos, como Irán.
A principios de 2018, Hezbolá, grupo terrorista apoyado por Irán en Siria y Líbano (ambos fronterizos con el norte de Israel), afirmó que 500,000 cohetes apuntaban a Israel. Israel convive con esta realidad veinticuatro horas al día, semana tras semana. En la ciudad meridional de Sderot, que limita al este con la Franja de Gaza, casi la mitad de los niños que viven allí “padecen síntomas de ansiedad y síndrome de estrés postraumático”. Esto se debe al frecuente (y a veces incesante) lanzamiento de cohetes por parte de los terroristas de Hamás desde la Franja de Gaza.
Durante las protestas de la primavera de 2018, un dirigente de Hamás anunció uno de los objetivos de la organización: “Demoleremos la frontera de Israel y les arrancaremos el corazón”. No hay motivos para dudar de esta intención.
La visión de la mayoría de los medios de comunicación y la que prevalece en los campus universitarios de Estados Unidos pinta, por supuesto, una imagen completamente diferente. Israel es el monstruo, el malvado Goliat. Los palestinos son víctimas desventuradas y las naciones musulmanas vecinas no son rivales para el poderoso Estado de Israel.
En realidad, la principal razón del sufrimiento de los palestinos es que son víctimas de las malas decisiones de sus dirigentes, que han rechazado el derecho de Israel a una patria durante los últimos 80 años. Pero esta no es la forma de resolver el conflicto actual. Y el ejército de Israel es tan fuerte porque no tiene otra opción. Si la nación se descuidara un momento, correría la sangre por las calles.
En un libro acerca del conflicto israelí-palestino, escrito en un tono reconciliador por Yossi Klein Halevi, el autor israelí se dirige sin rodeos a sus vecinos palestinos:
“Si los palestinos creen que Israel es la encarnación del mal y debe ser destruido —y los mensajes transmitidos por los medios de comunicación, las mezquitas y el sistema educativo palestino no permiten otra conclusión—, entonces será imposible encontrar una solución real. [.…] Tu bando niega la legitimidad de mi pueblo y mi derecho a la autodeterminación, y mi bando impide que tu pueblo alcance la soberanía nacional”.
El problema se agrava por la amenaza que supone Irán, una nación de 80 millones de habitantes (frente a los seis millones de judíos que viven en Israel). Uno de sus principales dirigentes dijo en abril de 2018: “Irán tiene capacidad para destruir Israel y arrasar Tel Aviv y Haifa”.
En cuanto a la teología islámica radical que promueve este odio, el muftí Muhammad Hussein, líder religioso de la Autoridad Palestina, citó un conocido hadiz (tradición islámica atribuida a Mahoma) el 9 de enero de 2012 en un discurso televisado con motivo del 47 aniversario de la organización Al-Fatah: “La hora [de la Resurrección] no llegará hasta que luchéis contra los judíos. El judío se esconderá detrás de piedras o árboles. ‘Oh musulmán, oh siervo de Alá, hay un judío detrás de mí; ¡ven y mátalo!’”. Sorprendentemente, como informó Palwatch.org, una encuesta de julio de 2011 encargada por Israel Project muestra que el 73% de los palestinos “creen” en este hadiz.
Por desgracia, existen innumerables informes, anécdotas y citas como esta. Hay una enorme hostilidad antiisraelí en el mundo musulmán, y cuanto más radical es la expresión del islam, más asesino es su odio. En este contexto, es difícil no pensar en lo que pasó en el Holocausto.
Esto nos lleva a nuestra tercera y última consideración. El Holocausto tuvo lugar en la civilizada y culta Europa “cristiana”. Los europeos gozaban de una buena educación, apreciaban las cosas buenas de la vida. Tenían grandes universidades, instituciones culturales y centros religiosos. Su tradición cristiana se remontaba a la época de los apóstoles.
Italia dio origen al Vaticano, que convirtió a Roma en la capital espiritual de cientos de millones de católicos. Alemania fue la cuna de la Reforma Protestante, que se extendió desde allí por toda Europa y el mundo. En Europa surgieron también maravillosos compositores, artistas, poetas e intelectuales. El acontecimiento más bárbaro de la historia mundial no podía producirse en un lugar como este; sin embargo, allí ocurrió. ¿Quién puede decir que no podría repetirse hoy en cualquiera de nuestros países “cultos”?
Por eso es importante que los cristianos apoyemos a la nación de Israel, aunque esta no sea perfecta. Al hacerlo, le trasmitimos al pueblo judío el mensaje: “¡Nunca más!”.
Por eso también es crucial oponerse al antisemitismo allí donde asome su fea cabeza. Debemos atrapar a la serpiente antes de que pueda extender su veneno mortal.
Por eso debemos conocer la devastadora verdad sobre el Holocausto; aprender de la historia significa hacer todo lo posible para no repetirla.