La mano de la consolación

Norbert Lieth

En 2 Corintios 1:3, el apóstol Pablo escribe: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación”.

El tema general de nuestra Conferencia de Pascua de este año será: INFINITA CONSOLACIÓN. Los oradores y grupos de alabanza nos harán reflexionar sobre las múltiples facetas de la consolación que viene de la Eternidad y a la vez nos eleva hacia ella.

Cuando Juan vio la gloria de Jesús, testificó lo siguiente: “Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Ap. 1:17-18). 

¡Qué insospechado consuelo encierran estas palabras! La muerte y el miedo han sido vencidos por Él. Jesús tiene el poder absoluto, no el diablo (cf. Hebreos 2:14).

El Señor puso su diestra sobre Juan y lo levantó, como leemos aquí; era la mano que había sido traspasada en la cruz (Salmos 22:16); la mano de Jesús resucitado (Lucas 24:39); la mano contemplada por el discípulo Tomás, quien luego exclamó: “Señor mío, y Dios mío” (Jn. 20:27-28). Con esta mano el Señor Jesús bendijo a los discípulos antes de Su ascensión (Lucas 24:50-51). 

Para cada creyente, la mano del Señor es la mano de la consolación, el sostén y la continua restauración; es la mano de la esperanza y la mano que señala la resurrección. Y esta mano acogerá en la Eternidad a todos los que hayan asido con confianza la mano salvadora de Jesús. Cristo dijo de ella: “…y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:28).

Jesús es el primero, el que está por encima de todo, y es el último, el que seguirá ahí cuando todas las cosas terrenales hayan pasado. Expresándolo con las palabras de Job: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25-26). El Hijo vive de eternidad en eternidad, y dijo: “…porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Jn 14:19).

No hay mayor consuelo para los cristianos que sufren, ni esperanza que llegue más lejos que esta: que Cristo vendrá de nuevo para llevar con Él a los que le pertenecen, para que estén con Él para siempre. Todos los que ponen su esperanza en Él con fe, no serán avergonzados. 

El libro del Apocalipsis abre un poco el telón y nos permite echar un vistazo a la gloria futura. Allí vemos a Jesús como el Rey, a quien se somete la historia de la salvación. Vemos a Dios en su trono de gloria, vemos una nueva Jerusalén, un cielo nuevo y una tierra nueva. Contemplamos a los resucitados y cómo los que una vez sufrieron serán consolados por toda la Eternidad. Permanezcamos enfocados hacia esta esperanza, aguardando la venida de Jesús. 

“Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte vuestros corazones, y os confirme en toda buena palabra y obra” (2 Ts. 2:16-17).

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