¿Admiración por la violencia?

Daniel Dentler

No podemos detener el embrutecimiento del mundo; y enojarnos ante nuestra impotencia nos llevaría a nosotros mismos a pensamientos violentos. Pero sí podemos hacer algo para contrarrestar la violencia en nuestro propio pequeño mundo, el entorno donde se desarrolla nuestra vida - He aquí un llamamiento y un estímulo.

Me pregunto a veces si no sería mejor evitar hablar de lo que ocurre en el mundo y de las preocupaciones que surgen a raíz de ello. Comprendo muy bien a mis lectores que no quieren llenar sus mentes de todo lo negativo, y comparto su sentimiento. 

De hecho, me resulta deprimente leer sobre el terror y la guerra, los atentados y los heridos, los secuestros, la explotación y los abusos. En todo ello vemos la mueca de la violencia —y la situación no mejora. La violencia y opresión no se detienen, demuestran ser extraordinariamente “sustentables”. ¿Quién puede permanecer impasible ante todas estas imágenes? También sufren los que ven y escuchan las noticias, pues ya no son capaces de procesarlas. No obstante, quiero mirar de frente también lo negativo, tal cual es, y no hacerme de la vista gorda ante la realidad, por más dura que sea. 

Cuando se conoció el atentado de Hamás el pasado octubre, un buen amigo me dijo que estaba luchando con sentimientos muy agresivos. Su agresión incluso se dirigía contra los presentadores de noticias que no demostraban empatía por Israel en sus informes. ¿Quién no siente una impotencia casi insoportable cuando hay tanto sufrimiento en todo el mundo? Pues son seres humanos los que sufren, no importa su nación o religión, si es en la guerra entre Rusia y Ucrania, bajo la opresión en Afganistán, en Israel o en la Franja de Gaza. 

Aunque intentemos empatizar con las situaciones humanas, desde nuestra posición segura, difícilmente podremos hacerlo de verdad; pero seguimos sintiéndonos tristes y deprimidos por las imágenes de guerra que llegan a noso­tros desde el mundo entero. 

Asimismo sentimos la impotencia frente a gobernantes para quienes la vida humana no vale nada, que no rinden cuentas de sus hechos a nadie, ni siquiera a Dios. 

La violencia que he visto documentada en los informes televisivos quizá haya aumentado un poco mi propia disposición a una respuesta violenta. Pues ¿quién no quisiera intervenir, y poner fin a la violencia? 

¡Que los opresores y torturadores, los traficantes de seres humanos y los explotadores sin escrúpulos sientan por sí mismos lo que es el dolor! Casi me asustan las fantasías agresivas que a veces siento surgir en mí. 

En este punto sería bueno preguntarnos si no hay sentimientos de venganza de por medio. Los pensamientos vengativos tienen su explicación y lógica, desde un punto de vista puramente humano. Sin embargo, desde el punto de vista cristiano, no son justificables —no nos corresponde vengarnos—. La violencia es contagiosa y se propaga; y esto está pasando desde la caída en pecado del ser humano. 

No vivimos en un mundo ideal. En este entorno a veces hostil, las personas y las naciones tienen el derecho de proteger y defender sus propias vidas y las de los demás. En las Escrituras bíblicas, el uso de violencia está justificado en determinadas situaciones, para mantener el orden o defender la vida o la existencia; pero el derecho a defendernos no nos exime del empeño de mantener la paz, de buscarla, de “perseguirla”… “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14).

“No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Ro. 12:19-21).

Dietrich Bonhoeffer estudió a fondo la cuestión de la justificación, bajo ciertas circunstancias, del asesinato de un tirano; pero no encontró ninguna exculpación moral para eliminar incluso a un tirano. Por ello, se sometió completamente al juicio de Dios. La última palabra del Señor es la justificación del pecador por la gracia, y este tema llena muchas páginas de la obra Ética (Volumen 6) de Bonhoeffer. ¡Qué diferenciados me parecen sus delicados pensamientos y cuestionamientos sobre el trasfondo de la actual permisividad de la violencia y del embrutecimiento de nuestra sociedad!

Acostumbrarse a la violencia 
Observamos hoy la tendencia de defender su propia opinión con una postura más dura. No subestimemos la violencia verbal en los blogs. La violencia se permite primero en el pensamiento, y entonces se desvanecen las últimas inhibiciones humanas y dan lugar a los comentarios de odio. Gradualmente crece la presión de pasar de los medios verbales a armas más fuertes. En la creencia de que se está librando una batalla santa, las atrocidades se van legitimando moral o religiosamente. 

Me pregunto si no existe cierto aprecio de la violencia. Incluso se admira en secreto a las personas violentas; parece que están consiguiendo algo. Los políticos que atacan a sus oponentes de la peor manera posible son recompensados por sus votantes. Sin embargo, los esfuerzos por la paz o la prudencia son ridiculizados. ¿Puede ser que haya una búsqueda intencional de la violencia?

Casi parece que haya fuerzas interesadas en disminuir la sensibilidad que aún existe. Se nos induce cada vez más a tolerar la violencia. Pero no siempre ha sido así; es más bien un fenómeno de los últimos años.

Cuando tuve que presentarme, hace muchos años, para el servicio militar (obligatorio en Alemania), la objeción de conciencia era un tema de discusión entre los creyentes. Había jóvenes cristianos que preferían estar en la cárcel antes que servir en las fuerzas armadas. La gran pregunta era: ¿Qué haría Jesús? Muchos no se lo hicieron fácil para llegar a una u otra decisión. ¿Qué peso tienen hoy todavía las auténticas razones de conciencia? 

A la edad de 17 años y en plena Segunda Guerra Mundial, mi padre, Erich Dentler, fue llamado al servicio militar porque el Führer necesitaba soldados en el frente oriental. Fue durante el frío invierno de 1941/42. Un camarada de mi padre era cristiano. Durante un avance, dejó atrás su fusil y se negó a atacar al enemigo por motivos religiosos. Le pusieron contra la pared por “cobardía ante el enemigo”. Antes de su ejecución, le pidieron su último deseo. A pocos kilómetros de Moscú, gritó en medio del frío glacial: “¡Sé que mi Redentor vive!”, y entonces se le disparó. 

El hecho de que este camarada renunciara a la violencia por la más profunda convicción cristiana y al mismo tiempo diera testimonio de su fe, conmovió profundamente a mi padre. Gracias a este suceso pudo encontrar el camino hacia este Redentor poco tiempo después. ¿No es conmovedor ver cómo una persona, por razones de fe y de conciencia, es capaz de no aferrarse a su propia vida? 

Me pregunto si no hemos perdido nuestra sensibilidad frente al asesinato en el mundo actual. Puede ser que la necesidad nos obligue a defendernos usando la violencia, pero no hay nada que justifique la brutalidad. 

Un camino completamente diferente
Es cierto: no podemos detener el embrutecimiento del mundo, y enojarnos ante nuestra impotencia nos llevaría a nosotros mismos a pensamientos violentos, pero sí podemos hacer algo para contrarrestar la violencia en nuestro propio pequeño mundo, el entorno donde se desarrolla nuestra vida. Hay mucho bien que hacer, que puede repercutir en otras personas y que probablemente tendrá un efecto dominó. “Todas vuestras cosas sean hechas con amor”, dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 16:14.

Jesús no predicó la no violencia en el sentido político, es más, se maravilló de la fe de un centurión romano: un hombre de guerra. Sí, ¡un hombre así puede tener fe! 

Pero el sentir de Jesús no tiene como fundamento el poder y la violencia. Cristo nos enseña que la entrada al Reino de Dios no se conquista por el poder humano, y menos a costa de otras personas. Jesús no llamó a la violencia, sino que permitió que lo trataran a Él con violencia. No pidió a los demás que se sacrificaran, sino que se sacrificó Él mismo y dio su vida por los demás. Su camino empezó desde abajo, porque no le interesaba el poder, sino el amor. “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:13).

El Salvador tenía enemigos y nos mandó a amarlos; y así lo hizo Él mismo, incluso, pidió perdón a favor de sus perseguidores. Cuando tuvo que sufrir, no amenazó. Él mismo fue injuriado y, sin embargo, no insultó ni maldijo a nadie. 

En 1 Pedro 2:23-24 leemos: “…quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”.

El autor cristiano Markus Baum escribe sobre el tema de la violencia y la no violencia: “Su mandamiento del amor hacia el enemigo se puede leer de la siguiente manera: Amen a sus enemigos. Sean claros e implacables con el mal, con la injusticia, con la verdad a medias y con lo falso. Toleren el mal si solo los afecta a ustedes. Pero impidan y combatan el mal cuando amenaza con afectar a otros…”. 

¿Nos sentimos a veces inseguros, cuando no podemos hacernos valer tan bien como lo hacen otros, que utilizan cualquier medio para perseguir sus objetivos? ¿O cuando no nos tomamos todo tan a la ligera y necesitamos tiempo para pensar bien cada decisión? ¿O cuando rehuimos el uso de la fuerza para obtener una ventaja si es a costa de otras personas? 

A veces vemos como una debilidad tener cierta sensibilidad que nos hace rehuir la grosería o brutalidad, pero aquí es precisamente donde debería ser evidente una diferencia en nuestra actitud. Dirijamos nuestra admiración hacia las personas que no se apoyan en el poder y la violencia, aunque a cambio tengan que aceptar desventajas. Una vez más, me gustaría animarlos y animarme a mí mismo, a que no nos asustemos ni nos dejemos impresionar por la fascinación de la violencia humana y que, por el contrario, permanezcamos fieles a lo que otros pueden considerar debilidad, y no confiemos en el poder humano, sino en el poder y el amor de Dios. 

Hay muchas formas de aliviar las necesidades de nuestro prójimo sin violencia. Si vamos por el camino del buen samaritano, creo que estamos muy cerca de Jesús.

Publicado en alemán en: Christliche Bühne - Die Boten, www.dieboten.ch

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