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No sabemos cuándo vendrá nuestro Señor. Pero Él nos dijo, inequívocamente, que en todo tiempo debemos estar preparados.
Jesús, en Su discurso del Monte de los Olivos, preparó a Sus discípulos para un acontecimiento que ocurrirá en el tiempo del fin. Él quitará de la tierra en un abrir y cerrar de ojos a los Suyos. Primero serán resucitados todos los fallecidos. A continuación, se agregarán todos los vivos, y serán reunidos con Jesús en el aire, serán arrebatados por Él al cielo, para estar para siempre con Él. “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (Mt. 24:36).
Será un tiempo como antes del Diluvio: “La venida del Hijo del hombre será como en tiempos de Noé. Porque en los días antes del diluvio comían, bebían y se casaban y daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no supieron nada de lo que sucedería hasta que llegó el diluvio y se los llevó a todos. Así será en la venida del Hijo del hombre” (Mt. 24:37-39).
“¡Y no supieron!” En el tiempo actual sucede lo mismo. “Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra será dejada. Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mt. 24:40-44).
Para muchas iglesias cristianas, el arrebatamiento no es un tema a tratar, a pesar que las señales del tiempo muestran que el mismo ya está cerca. Si se habla de esto con alguien, rápidamente dicen que eso ya se viene diciendo desde hace veinte años. El hecho es que sucede también con muchos creyentes, lo que Pedro escribe: “Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 P. 3:3-4).
Así es como muchas comunidades viven un cristianismo centrado en este mundo, ignorando la advertencia de Jesús: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lc. 21:28).
Imaginemos un domingo en la mañana, en una iglesia cristiana. Como todos los domingos, llegan desde todas partes para escuchar allí la Palabra de Dios, para adorar a Dios con los hermanos en la fe, y para tener comunión unos con otros. Uno tras otro llegan al mismo lugar para participar en el culto a Dios. Así sucede hoy. Saludos amistosos, aún con aquellos cuyos nombres uno (aún) no conoce. Ya antes del culto comienza un intercambio que luego, con té y café en la mano, continúa aún más intensamente. Queda claro que prácticamente cada persona tiene algún problema o sufrimiento que cargar. Entonces, puede ocurrir lo que está escrito: “Cada uno lleve la carga del otro”. También se experimenta lo enriquecedor que es conocerse más, y hacer nuevas amistades. Poco a poco las conversaciones terminan al entonarse la primera canción en la sala del culto. – ¿Todo como siempre? – ¿Realmente? La última canción antes de la prédica suena hermosa, como siempre. ¡Pero… entonces…! – De repente va amainando el canto… los instr
umentos repentinamente deja de sonar, los que recién cantaban levantan las cabezas y sus caras quedan pálidas… Por todas partes, donde recién había gente sentada, se ven lugares vacíos – los músicos también desaparecieron. En vano esperan los aún presentes, y nadie toma el púlpito. — ¿Dónde está el que dirige el programa del culto? ¿Y dónde está el que debía predicar?
“El uno será tomado, el otro será dejado.” Entonces, se nos impone la muy importante pregunta: ¿Qué tan real es mi conversión? ¿Realmente nací de nuevo? Todavía no ha tenido lugar el acontecimiento antes descrito. Pero, el tiempo que nos queda se acorta rápidamente. ¿Habremos crucificado a nuestro viejo hombre en nuestra conversión, la carne con sus deseos (Gá. 5:24)? ¿Y podremos decir con Pablo: “Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:19:20)?
Sólo quien ha muerto con Cristo recibe el Espíritu Santo (Ro. 6). ¿Ha crucificado usted con Él también su amor por el mundo, por el pecado? “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama el mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:16). En lo que tiene que ver con la vida con Jesús, no se trata de una vida bajo la ley, sino de un nuevo modo de pensar, impulsado en nosotros por el Espíritu Santo (Gá. 2:17-20; 6:14-15; Tito 2:11-15; Fil. 3:17-19). Pablo, cierta vez escribió: “Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica” (2 Ti. 4:10).
Esto fue una tragedia. ¿Cuál es su situación? ¿Estás preparado?
Tratado Evangelístico (100 unidades) COLORIDO