
Los siete años de la guerra judía del 67 al 73
Comienzo del asedio a Jerusalén
Después de la destrucción de Jotapata, los romanos pusieron sus ojos en Galilea y los Altos del Golán, donde se encontraban otras dos ciudades de la resistencia judía: Tiberíades, por su parte, se rindió pacíficamente ante el ejército de Vespasiano. Luego los romanos conquistaron la ciudad de Magdala. Muchos de los rebeldes huyeron en barcos pesqueros por el Lago de Genesaret, pero los romanos construyeron balsas a gran velocidad, los alcanzaron, acabaron con sus vidas y abandonaron los cuerpos en el agua. Los más débiles de la ciudad fueron asesinados, entre ellos los ancianos; el resto fue esclavizado.
La conquista de Magdala fue aleccionadora: las demás ciudades y fortificaciones se rindieron, excepto Giscala, Gamala y la fortaleza del monte Tabor. Vespasiano decidió conquistar en primer lugar la fortificación más grande: Gamala.
Gamala, la “Masada” de Galilea
Gamala, situada en la parte meridional de los Altos del Golán, encima del mar de Galilea, estaba construida sobre una colina, inaccesible por naturaleza, que recordaba a la joroba de un camello (gamal, ‘camello’). La única manera de acceder a esta colina era desde la meseta, a través de una estrecha cresta. La conquista de esta ciudad fortificada no resultó sencilla para los romanos, que finalmente pudieron penetrar luego de intensos combates. Los rebeldes no tenían ninguna posibilidad de escapar, por lo que se retiraron al punto más alto de la aldea, donde la rocosa colina descendía de forma vertical hacia un barranco. Desde allí, los judíos rebeldes se lanzaron a la muerte para evitar ser capturados.
A causa de ese hecho, el lugar fue llamado más tarde “Masada de Galilea”. Los rebeldes de Giscala y Tabor, que aún resistían, al enterarse de las terribles noticias de Gamala, buscaron refugio en Jerusalén. Esto hizo que Gamala fuera el último lugar galileo conquistado por los romanos –al igual que Masada lo fue en Judea, al final de la guerra–.
La marcha a Jerusalén se retrasa
La situación poco clara en Roma hizo que Vespasiano retrasara el ataque a Jerusalén, que permaneció inactivo durante más de un año. Mientras tanto, aprovechó el tiempo asesinando a los insurgentes judíos de muchas ciudades al este del Jordán y al sur de Judea, debilitándolos, con el fin de que no significaran un peligro a la hora de tomar Jerusalén. Solo las fortalezas de Herodión, Masada y Maqueronte permanecieron en manos de los rebeldes.
En el otoño del 68 llegó la noticia de la muerte de Nerón y la sucesión de Galba, gobernador de Hispania. Aunque la situación en Roma aún no era estable, Vespasiano decidió comenzar el asedio a Jerusalén a comienzos del verano del 69, poniendo en marcha las primeras tropas.
Roma seguía empeorando, Galba había sido asesinado, subiendo al trono imperial Otón. Como resultado, las legiones germanas declararon emperador a Vitelio.
Debido a la preocupante situación en Roma, Vespasiano se dirigió a Egipto, a la ciudad de Alejandría, donde podía contactarse mejor con la capital. El 1 de julio del 69 fue proclamado emperador por las tropas alejandrinas. A mediados de julio, todas las provincias orientales de Roma se habían puesto de su lado.
Como resultado, se produjo una batalla en Cremona, al norte de Italia, entre las tropas fieles a Vitelio y las que apoyaban a Vespasiano, donde las últimas lograron imponerse.
Cuando Vespasiano supo de su victoria, entregó la responsabilidad de la guerra judía a su hijo Tito y viajó en barco a Roma. Mientras tanto, se le concedió la libertad a Josefo, puesto que su “profecía”, considerada una inspiración divina, se había cumplido.
Comienza el asedio a Jerusalén
Tito puso tres legiones en marcha hacia Jerusalén, las cuales acamparon en el monte Scopus, una de las principales cumbres del monte de los Olivos.
¿Qué había ocurrido en Jerusalén durante el período de más de un año en que se estancó la guerra contra los romanos? Ocurrió allí una de las mayores tragedias en la historia del pueblo judío. En lugar de unirse y prepararse para el asedio romano, lucharon entre sí de la manera más cruel. ¿Cómo llegaron a esto?
Luego de la conquista romana de Galilea, muchos aristócratas jerosolimitanos entendieron que seguir con la rebelión no solo sería inútil, sino que además acabaría en un desastre. Pretendían entonces negociar la rendición con los romanos. Por otra parte, los radicales veían esto como una traición. Entre estos dos bandos, el partido pacifista comenzó a tener cada vez más adeptos. Fue así que los rebeldes urdieron un terrible plan. Se aliaron con los idumeos del sur del reino de Judá. Una noche oscura les abrieron las puertas de la ciudad de Jerusalén y con su ayuda asesinaron a todos aquellos que habían declarado estar a favor de la rendición. Cerca de dos mil personas de la aristocracia, sobre todo de la familia sacerdotal, fueron asesinadas. Ese fue el comienzo de una guerra civil.
Los extremistas comenzaron a temer por la venganza, por lo que ocuparon el Templo y se atrincheraron allí. El Templo, construido como una fortaleza, era fácil de defender. Sin embargo, la rivalidad surgió entre los propios rebeldes, lo que hizo que se dividieran en dos bandos hostiles.
Ante la llegada de los refugiados de Galilea, se formó un tercer grupo que acusaba a los rebeldes de Jerusalén de no apoyar la lucha galilea.
Eran tres los bandos que se enfrentaban dentro de las murallas de Jerusalén. Intentaron destruirse mutuamente, prendiendo fuego a los suministros de alimentos del otro. Los almacenes fueron incendiados y el grano que se había almacenado para el asedio se quemó. Solo cuando los romanos comenzaron a asediar Jerusalén, los bandos hostiles se vieron obligados a unirse.
Josefo como propagandista de la rendición y la paz
Los romanos pidieron a Josefo que persuadiese a los rebeldes para que entregasen la ciudad, garantizando la libertad de cualquiera que se rindiese. Algunos, aprovechando la oportunidad, desertaron, aunque el llamado de Josefo suscitaba, por lo general, rechazo, burla e insultos. Los romanos avanzaban a paso lento, sabiendo que el tiempo jugaba a su favor. Pronto se agotaron las reservas de alimentos y se desató una espantosa hambruna.
La advertencia de Jesús
En Lucas 21:20-24, Jesús dijo a Sus discípulos: “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado”. Les habló de la necesidad de huir de la ciudad y de Judea. Una vez comenzado el asedio, tenían una última oportunidad de hacerlo, la misma oportunidad que no había aprovechado durante más de un año. No obstante, el plazo llegó a su fin. Según los registros históricos, los creyentes en Jesús no tomaron parte en la lucha, sino que se asieron a la advertencia de su Señor. Huyeron sobre todo hacia la franja oriental del Jordán, a la ciudad de Pela, una de las diez ciudades del Imperio que no estaba en guerra. Esperaron allí a que todo pasara, y se cree que algunos de ellos regresaron después del conflicto. Por lo tanto, gracias a la advertencia de Jesús, los cristianos salieron ilesos del mismo, huyendo a tiempo.
En cambio, los judíos que no conocían la advertencia del Señor hicieron lo contrario: huyeron a Jerusalén creyendo que la guerra acabaría ante la llegada del Mesías a esta ciudad, quien los salvaría en el peor momento del conflicto.