¿Estamos en el Umbral del Apocalipsis?

Jeff Kinley

Si usted fuera el diablo y quisiera destruir el plan de Dios para la humanidad, ¿cómo lo haría? ¿Cuál sería su plan? ¿Cómo implementaría su estrategia? Desde que las primeras personas que Dios creó se dejaron engañar por el diablo en el huerto del Edén y cayeron en pecado, viven en la Tierra, sin excepción, seres humanos corrompidos. Y su historia se de­sarrolló de esta manera:

“Se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra” (Gn. 6:11-13; negrilla añadida por el autor).

La palabra hebrea del Antiguo Testamento que traducimos con “corromper”, es shajath, que literalmente significa “destruir, arruinar o decaer”. Después de haberse corrompido a sí mismo, el ser humano también arruinó la Tierra y contaminó con el pecado el mundo que Dios había dado a la humanidad. Aquí encontramos un juego de palabras en hebreo, pues Moisés usa la misma expresión para describir lo que el hombre hizo contra sí mismo (corromperse) y lo que Dios haría con él (destruir). Es decir: “Tú destruiste mi tierra y a los que yo hice, por eso te destruiré a ti junto a la Tierra”.

Más tarde, la misma palabra se usó en relación al pueblo de Israel, después que Moisés había estado en el monte Sinaí: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido” (Ex. 32:7; cursiva añadida por el autor). Mientras Moisés estuvo 40 días sobre el monte, los israelitas en el campamento celebraron una orgía y se corrompieron (Éxodo 32:6).

Si consideramos la magnitud de la corrupción de la humanidad en los días del diluvio y las horrendas perversiones demoníacas descritas en Génesis 6:1-4, vemos que allí se nos pinta un cuadro de libertinaje total y global. Las sociedades estaban obsesionadas con el sexo, las personas estaban pensando continuamente en él (Génesis 6:5). El sexo dirigía su actuar y dominaba sus relaciones. Era la banda sonora de sus vidas llenas de pecado.

El plan del diablo llegó en el momento justo, y tuvo éxito. Esto se debe a que conocía a la humanidad. Y este conocimiento privilegiado le ayudó a maquinar su estrategia de corrupción. Pero, ¿qué era lo que exactamente sabía? Si miramos la creación original, descubrimos tres verdades fundamentales acerca de la humanidad:

1. El hombre fue creado a la imagen de Dios –pensamos, sentimos, decidimos y podemos establecer relaciones.

2. El género masculino fue creado de manera única y es diferente al género femenino.

3. El hombre fue creado para la mujer y la mujer para el hombre –física y emocionalmente.

Imagínese que usted fuera el ángel más importante y fuera expulsado del cielo a causa de un golpe de Estado fracasado. Entonces sentiría un enorme odio contra Dios y todo lo que está relacionado con Él. Y no hay nada que esté más cerca del corazón del Creador que Su creación, los seres humanos a los cuales Él ama (comp. Deuteronomio 32:10-11; Isaías 43:4; Zacarías 2:12; Juan 3:16; Romanos 5:8). Si el diablo toca a los que Dios ama, estará tocando Su mismo corazón.

Por eso, este ser maligno acechaba sigilosamente en el huerto del Edén e ingenió un plan acerca de cómo destruir al hombre, ya desde el principio. Primero sembró dudas concernientes a la bondad y el cuidado de Dios: “¿Conque Dios os ha dicho…?” (Gn. 13:1). Luego, dijo una clara mentira, mezclada con algo de verdad para endulzarla: “No moriréis; … seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:4-5).

La pareja se tragó el anzuelo, llevando al desastre no solamente a sí mismos, sino también al maravilloso reino y a las criaturas que Dios había hecho para ellos. La primera etapa del plan diabólico estaba concluida. Llegamos ahora a la segunda etapa. Si uno quiere destruir a alguien, no debería perder el tiempo con cosas secundarias. Mejor ir directo al asunto. Por eso, el diablo destruyó la identidad del hombre. En este primer caso de robo de identidad, Adán y Eva fueron seducidos por el pecado para creer una mentira sobre sí mismos, lo cual les provocó una amnesia espiritual. En lugar de correr a su Padre para buscar Su ayuda, se alejaron de Él. En lugar de aferrarse a la identidad que Él les había dado, crearon para sí una identidad sustituta por medio de hojas de higuera (Génesis 3:7-8). En lugar de saberse amados, sus corazones se llenaron de miedo (Génesis 3:10).

La confusión ganó terreno, haciendo revolotear los pensamientos de Adán y Eva acerca de su identidad. En su pensamiento apareció un funcionamiento defectuoso. Había nacido la dependencia del pecado. A pesar de que el diablo había sido maldecido por Dios, no desapareció simplemente a rastras, completamente vencido. En lugar de eso, su odio creció aún más, especialmente contra las mujeres (Génesis 3:15). La corrupción se expandió en la humanidad, ganó en velocidad y se reprodujo en diferentes mutaciones y perversiones. El plan maestro del diablo iba tomando forma.

La esencia de la identidad humana es su creación a la imagen de Dios. Fuimos creados para establecer de manera natural contacto con Él, y comprender la vida por medio de Él. Sin embargo, el pecado provoca un cortocircuito y nos separa de Dios. Como consecuencia, no estamos dispuestos a buscar nuestra verdadera identidad en Él, entonces estamos obligados a inventar o encontrar otra que “encaje”. Y en este punto comienza la tercera etapa de la estrategia del diablo para la destrucción de la humanidad. Suelta aún más las riendas de su repugnante odio contra Dios y ataca nuestra identidad sexual. Si el diablo nos puede confundir con respecto a quiénes somos y qué somos, esto tendrá un efecto a largo plazo muy destructivo. Y la sexualidad es la ventana perfecta por la cual entra sigilosamente, para seguir sembrando dudas en la bondad de Dios y en lo que nos traería satisfacción plena en la vida.

Fuimos creados como seres sexuales, y Dios quiere que vivamos nuestra sexualidad. Este Creador, infinitamente sabio, también estableció el marco dentro del cual debemos ejercerla (Génesis 2:22-25). Hombre y mujer fueron creados el uno para el otro, y en la relación sexual se convierten en “una sola carne” –una hermosa imagen externa de la intimidad. Pero el diablo desea cambiar este plan, haciéndonos insinuaciones similares a las que les hizo a Adán y a Eva en el huerto de Edén. “¿Dios realmente te ha creado para una sola mujer? ¿Dios realmente te hizo para relacionarte con el otro género? ¿Eres realmente un hombre –en tu interior? Dios sabe que la verdadera satisfacción solamente la encontrarás si sigues tus emociones”. De esta manera, el diablo seduce a la humanidad a buscar satisfacción sexual fuera del plan original de Dios. Toma un deseo natural y bueno e induce a los hombres a usarlo de una manera pervertida.

Otra razón por la cual el diablo ataca nuestra sexualidad es que el deseo sexual es algo muy fuerte, ocupando muchas veces el tercer lugar después de respirar y de alimentarnos. La pervertida sexualidad del hombre en la prehistoria, se caracterizaba por una mezcla de confusión, curiosidad y lujuria. En la época de Noé, esto seguramente implicaba todo tipo de perversión, inclusive la homosexualidad. Y solamente unos pocos siglos después del diluvio, la misma perversión otra vez ganó terreno. La Escritura habla de una civilización de dos ciudades vecinas, al sur del mar Muerto. Y de la misma manera que en el tiempo de Noé, había solamente un hombre justo en la ciudad. Su nombre era Lot. Y de la misma manera que en el diluvio precedente, existía un plan de Dios para salvar al justo antes de mandar un juicio devastador. El Señor dijo: “El clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo” (Gn. 18:20).

Acerca de los hombres de Sodoma se dice que “eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera” (Gn. 13:13). Judas escribe: “…como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno” (Judas 1:7; negrilla añadida por el autor).

Esto se corresponde con otra descripción de la perversión en el Nuevo Testamento, en la carta de Pablo a los Romanos: Dios los entregó “a pasiones vergonzosas … sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra na­tu­raleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (Ro. 1:26-27; negrilla añadida por el autor).

Sodoma y Gomorra no tenían ninguna “zona roja” separada. Más bien, la homosexualidad dominaba cada barrio y cada zona. Estos hombres eran esclavos de su codicia sexual. Su lascivia era tan grande que toda la población de Sodoma, jóvenes y ancianos, se reunió delante de la puerta de Lot, exigiendo que él les entregara a los ángeles que estaban de visita en su casa, para que los pudieran violar. Lot intentó ofrecerles a sus dos jóvenes hijas para apaciguar los ánimos (¡qué padre!), pero el ofrecimiento fue rechazado y seguían insistiendo que sacara a los ángeles. Incluso amenazaban con hacerle cosas aún peores a Lot (Génesis 19:9). Ahí se terminó la paciencia de los mensajeros de Dios. Arrastraron a Lot hacia adentro e hirieron con ceguera a los hombres, cuyo deseo por satisfacer su codicia sexual era tan inmenso, que siguieron buscando la puerta hasta que se cansaron (Génesis 19:11).

Ciegos y ardientes de lujuria, los habitantes de esas ciudades estaban esclavizados por las mentiras del diablo y por sus propias pasiones deshonrosas. Lo que pasó después, solamente se puede denominar como apocalíptico: Dios hizo llover fuego y azufre sobre el valle, de manera que todos los hombres murieron quemados (Génesis 19:23-26). Maldecidos y enterrados bajo las cenizas, estos “malvados”, que habían abrumado a Lot con su “nefanda conducta”, se convirtieron en una señal de alerta para las generaciones futuras (2 Pedro 2:6-7). ¿Por qué? Porque la inmoralidad sexual atenta contra el fundamento del plan de creación de Dios.

En este sentido, la homosexualidad es un pecado como ningún otro. No todos los pecados son iguales. Dios no destruyó la Tierra en el diluvio porque los hombres contaban mentiras o pedían demasiado dinero por un rebaño de cabras. Aniquiló a los hombres por pecados que destruían (corrompían) desde su fundamento el concepto y la creación de la humanidad. Si Dios tuvo que erradicar a toda la población de la tierra, significa que su pecado era extraordinariamente grave. El que se muestra comprensible frente a la homosexualidad reinterpreta la Escritura, redefiniendo de esta manera la esencia de Dios, y favoreciendo la decisión por este estilo de vida. Pero Dios se expresó claramente acerca del tema. Podemos pasar el día entero formulando pensamientos que difieren de los de la Biblia. Podemos declarar la Biblia irrelevante para nuestro mundo y nuestra manera de pensar ilustrada. Pero no podemos negar que la Biblia condene la homosexualidad.

Si comparamos este pecado con el de rechazar obstinadamente el evangelio, vemos que no es el pecado más grave que podemos cometer. Los diferentes pecados tienen diferentes consecuencias. Jesús mismo manifesto esto con el ejemplo de Sodoma, diciendo que el rechazar Su Persona tendría como consecuencia un juicio peor que el pecado de esa ciudad (Mateo 11:20-24; Lucas 10:10-13).

En toda la Escritura, Sodoma es representada como la cumbre de la perversión (Isaías 3:9: Jeremías 23:14; Lamentaciones 4:6; Ezequiel 16:45ss). Y en Lucas 17, Jesús también menciona esa ciudad comparándola con los últimos días antes de Su regreso (Lucas 17:28-30). Vale subrayar que la homosexualidad, a pesar de que es una cuestión moral, en primer lugar desfigura la imagen de Dios en nosotros. Representa una distorsión de la identidad del hombre y de su propósito, traicionando a la creación como ningún otro pecado. Aún sin referirnos a Dios, la biología y la fisiología humanas hablan en contra de una relación homosexual. Pero, donde hay problemas con la sexualidad, muchas veces también hay una profunda búsqueda de intimidad y de amor. Dios nos creó para relacionarnos de una manera profunda con nuestros semejantes, y nuestra sexualidad juega un papel importante en esto. Sin embargo, cuando los hombres usan medios antinaturales para llegar a esta satisfacción, cambian la identidad que Dios les ha dado por una identidad sustituta.

En segundo lugar, hay muchas razones por las cuales los hombres experimentan con la sexualidad o con un estilo de vida inmoral. Cada persona es un ser individual, y son innumerables las influencias que hacen de ella lo que es. Los cristianos, lamentablemente, sentimos misericordia y comprensión por unos pecados, pero no por otros.

En tercer lugar, los cristianos serios tienden a tener una posición extrema en este tema. Por un lado, hay cristianos que piensan agradar a Dios si condenan a los homosexuales. Por otro lado, algunos cristianos tienen sus luchas con el hecho de que la Biblia condene la homosexualidad, porque tienen amigos homosexuales “realmente simpáticos”. No quieren convertirse en jueces y perder a sus amigos, por eso suavizan la severa retórica de la Escritura. Pero, ambos extremos están completamente equivocados.

En cuarto lugar, vivimos en un mundo caído y moralmente pervertido. A pesar de que muchas personas siguen respetando los límites morales fundamentales, las fisuras en el fundamento de la sociedad parecen irreparables. Vivimos en una cultura que acepta, en general, todas las posibles formas de expresión sexual. El espíritu de la época exige hoy que los heterosexuales consideren la homosexualidad ­como normal y moralmente conveniente. Y la controversia sobre los matrimonios homosexuales no termina. En los últimos días, incluso, se intensificará. Por eso, los cristianos deben aprender a convivir con sus vecinos, compañeros de trabajo y de estudio y amigos homosexuales, y a amarlos. Dios no hará llover ni fuego ni azufre sobre la escena homosexual de nuestras ciudades. Nuestros amigos y conocidos homosexuales no tienen ninguna lepra contagiosa. De hecho, muchos de ellos son personas fantásticas. Pero no necesitamos pensar como ellos, para ser aceptables para ellos. Cristo murió por ellos, y si Dios les muestra Su amor, nosotros también lo deberíamos hacer. No hay contradicción en decir la verdad y al mismo tiempo amar a las personas sin Cristo. La Iglesia debe ser un lugar en el cual todos los que busquen, sean bienvenidos y puedan encontrar la verdad en Cristo, no importa qué pecado hayan cometido.

Muchos cristianos verdaderos tienen luchas con su identidad sexual, inclusive con diferentes pecados sexuales. A veces, el proceso de santificación de Dios en nosotros, va en un caótico zigzag hacia Cristo. Algunas tentaciones y luchas que nos han causado problemas, no vuelven más, mientras que otras nos persiguen y nos atormentan. Casi todas las personas cristianas que yo conozco, tuvieron sus luchas con la codicia. Algunos de ellos, por razones muy distintas, tienen problemas con deseos homosexuales. Es simplemente el área en el cual están especialmente vulnerables. El Cuerpo de Cristo debe ayudarles, animarles al crecimiento y capacitarles para ser parte de una comunidad de fe llena de amor. Debemos amar de corazón a las personas que tienen problemas con su sexualidad y anclarlos, a ellos como también a nosotros mismos, en la belleza de la Persona de Dios y en la firme y eterna verdad bíblica: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gálatas 6:1).

Pero la homosexualidad no era el único pecado sexual en el antiguo mundo. También las perversiones heterosexuales eran muy comunes. Es fácil señalar con el dedo el pecado de otros, mientras luchamos con los nuestros. Y a pesar de que vivimos en un mundo impío, no podemos echar la culpa exclusivamente a la cultura. Si bien es cierto que los experimentos sexuales de los años 60 del siglo pasado, desencadenaron una revolución en cuanto a la sensualidad y a la erótica, no podemos echar toda la culpa a la generación de los hippies. Es algo mucho más profundo y tiene su origen en un creciente rechazo social de las normas morales de Dios, y en una confusión general con respecto a la sexualidad.

Al igual que en los tiempos de Noé, nuestro mundo ama el sexo, y hoy en día es un importante medio de publicidad para vender cualquier cosa, desde goma de mascar hasta un auto. El sexo está presente en todas partes, en películas, revistas, televisión, publicidad, libros y juegos de video. En nuestra cultura se consume cantidad de material pornográfico, ya sea en casa, en nuestros dormitorios, en los lugares de trabajo e incluso en los colegios. Y las consecuencias son devastadoras. En nuestra sociedad compenetrada por el sexo, incluso se expone a imágenes pornográficas a niños de entre diez y doce años, lo que provoca ya en la temprana edad una curiosidad sexual, un comportamiento compulsivo y una conducta adictiva.

El Ministerio de Justicia estadounidense informa: “Nunca antes en la historia de los medios de comunicación en los Estados Unidos, fue tan fácil el acceso a tanto material inmoral, para tantos menores en tantos hogares estadounidenses y con tan pocas limitaciones”.

No subestimemos los efectos de la pornografía en la degradación y desvalorización de la mujer –uno de ellos, aunque no el único, es el abuso sexual. El cambio de pareja es tan común en nuestra cultura, que la declaración pública de ser virgen, causa hoy el mismo estigma de vergüenza que el que tenía que soportar una persona inmoral en otra época. Estuve presente cuando un cristiano, ex-pandillero y actual líder de jóvenes, hizo un llamado a los estudiantes de bachillerato a abstenerse de mantener relaciones sexuales en la noche del baile de graduación. Centenares de jóvenes se rieron a carcajadas, lo abuchearon y lo interrumpieron mientras intentaba explicarles las ventajas de una noche sin sexo. Hoy la pureza sexual ya no tiene ningún valor, y el que la alienta es considerado anticuado o ingenuo. El sexo con desconocidos o el vivir juntos en pareja, están a la orden del día. El tener relaciones antes del matrimonio se ve como normal, e incluso es un comportamiento esperado. Pero no la pureza.

En congruencia con el espíritu del tiempo, la mujer es poco más que un objeto sexual, para que hombres lascivos se aprovechen de ella. Y para algunas mujeres, parece que todo esto es aceptable, mientras se las considere bellas, sensuales y deseables.

Una sociedad obsesionada por el sexo hace creer a las jóvenes que su valor personal depende de si los hombres se sienten atraídos por ellas. No entienden que el hombre promedio está más interesado en satisfacer sus fantasías sexuales, que en estimar a una mujer por lo que es. Para muchos hombres, las mujeres son más bien juguetes que personas, solamente un medio para un fin degenerado. No nos asombra que el negocio del sexo y la esclavitud sexual tengan tan alta coyuntura. En los Estados Unidos crece el negocio del sexo con menores de otros países. En ciertas partes del mundo, por ejemplo, en Rusia, en el sureste de Asia y en Estados Unidos, según informes del FBI, el número de las víctimas de esclavitud sexual ha llegado a millones. Violaciones, golpes, e inimaginables perversiones, son el pan de cada día para las chicas que son mantenidas como esclavas del sexo.

El sexo es ofrecido con un aspecto romántico por los medios masivos de comunicación, como también por el submundo sucio de la pornografía y de la esclavitud sexual. Corre libremente por la circulación sanguínea de nuestro mundo. Pero ¿por qué es justamente esta área del pecado humano la que está tan generalizada? ¿Por qué es como si nuestra generación sufriera de una permanente fiebre sexual? ¿Por qué el sexo prohibido es tan popular y atractivo, incluso más que otros pecados?

Entender la obsesión humana por el sexo significa comprender por qué es tan atractivo y seductor para el hombre. ¿Ya pensó alguna vez de dónde provienen sus informaciones e imaginaciones acerca del sexo? ¿Cuáles fueron las fuentes le mostraron quién es usted y qué es el sexo? ¿Quién le contó sobre el tema? ¿Cómo se desarrolló su comprensión de su propia identidad sexual? ¿De dónde tiene su concepto de masculinidad, feminidad, amor romántico, relaciones, sexualidad, y sexo? Y ¿cómo sabe si esas fuentes realmente son fidedignas? ¿Son “expertas”  en el tema, o solamente promueven sus propias opiniones o las de otros? ¿Cómo puede estar seguro si sus ideas sobre sexualidad son correctas? Serán reales, pero ¿también son verdaderas? ¿En quién puede confiar? ¿En las películas? ¿En la televisión? ¿En internet? ¿En los libros? ¿En las revistas? ¿En los “sexólogos” con doctorado? ¿En amigos? ¿Profesores? ¿Pastores? ¿Miembros de la familia? ¿En usted mismo? ¿Cómo puede estar seguro de que sus sentimientos y experiencias con respecto al sexo y a la sexualidad son fundados?

Para entender nuestra sexualidad, tenemos que ir más allá de la pregunta de “correcto o incorrecto”. Los niños entienden cuando uno les dice: “¡no toques esto!” o: “¡alto!”. Pero, la razón de un cristiano maduro quiere saber más. Quiere entender por qué el sexo es algo tan importante. Una de las razones es que el placer y el sexo nos dan lo que queremos. Los productos se venden porque la gente piensa que los necesita, y el sexo es un producto que nunca estará fuera de moda. Estamos convencidos que lo necesitamos, y está a disposición de todos los que lo quieren. Es la droga de la calle que, en primera instancia, no cuesta mucho. Es estimulante, atractivo y hermoso. Nos da algo –una sensación de plenitud, el sentimiento de ser deseado y amado, satisfacción mental y placer corporal, hasta euforia.

En segundo lugar, el sexo apela al deseo natural que Dios nos ha dado. Dios diseñó la relación sexual como algo atractivo, y también nuestro cuerpo está hecho de manera que lo pueda disfrutar. Pero lamentablemente, nuestra sociedad obliga hoy a los niños a tratar con el tema del sexo, aun mucho antes de que su mente y su cuerpo estén preparados para manejar estas informaciones. Se impone a las niñas a vestirse y considerarse como mucho más grandes de lo que son, para aumentar sus atractivos sexuales – todo bajo el pretexto de subrayar su “belleza”. Los muchachos están siendo expuestos a imágenes de mujeres desnudas, y su mente preadolescente tiene que lidiar con su significado y su efecto. Y a pesar de que la pubertad prepara el cuerpo de manera natural para el trato con el otro sexo y para la sexualidad, la sociedad actual acelera este proceso.

Con todo, la atracción por el otro sexo es algo natural. El deseo sexual y el deseo de satisfacerlo en una relación sexual son algo bueno. El diablo lo sabe. Usando una de sus tácticas características, nos tienta a saciar de manera ilícita, y antes del tiempo determinado por Dios, este deseo legítimo, que Dios nos ha dado. Nos cuenta mentiras descaradas y medias mentiras, aparentemente inofensivas, acerca del sexo. Pero como un astuto traficante de drogas, omite decirnos que “suficiente nunca será suficiente”. Nadie siente el deseo una sola vez. Nadie disfruta del estímulo sexual y piensa: “Bueno, puedo tachar esto de mi lista. Vamos al próximo punto”. La seducción del sexo puede convertirse en algo insaciable. “El Seol y el Abadón nunca se sacian; así los ojos del hombre nunca están satisfechos”, dice Proverbios 27:20. Y esto seguramente también es cierto cuando se trata del deseo sexual. Esto explica por qué la pornografía puede transformarse en una adicción tan fuerte. De paso, es interesante que la palabra griega para inmoralidad sexual, en el Nuevo Testamento, es porneia.

En tercer lugar, el sexo satisface la sincera necesidad del hombre de una relación de intimidad. Cada hombre anhela poder amar y ser amado. Conforme al propósito de Dios, la unión sexual debe ayudar a satisfacer esta necesidad. Por esta razón, el acto sexual intensifica la relación con otra persona. El sexo une literalmente dos cuerpos y los hace uno solo. Nunca nadie se puede acercar más a otra persona, nunca se llega a conocerla más, a nivel físico, que a través de la unión sexual con ella.

Nuestra cultura ama el sexo también porque constituye una posibilidad para nuestra naturaleza pecaminosa de satisfacerse a sí misma, a través de algo que Dios prohíbe. Nuestra vieja naturaleza no mejora con el tiempo, al contrario, empeora. El corazón humano es la fuente de todo pecado sexual (Marcos 7:18-23). La consecuencia es que desvalorizamos la relación sexual y redefinimos la sexualidad, puesto que nuestra conciencia cauterizada enturbia nuestra comprensión y hace del sexo una diversión cualquiera.

Concluimos: el sexo nos da algo. Nos hace sentir bien. Nos gusta la estimulación pasajera que nos da. Es fácil de conseguir. El sexo puede darnos una sensación de amor y de satisfacción. Y es un deseo dado por Dios. Pero, cuando ignoramos el propósito que Dios tiene con la relación sexual, estamos explotando este deseo y manejando la sexualidad con nuestra propia brújula moral.

¿Qué deberían los seguidores de Cristo hacer con este conocimiento? ¿Cómo deberíamos vivir en una sociedad llena de tensiones sexuales, que se dirige hacia el final del tiempo? ¿Qué espera Dios de no­sotros? Su consejo va más allá de: “No hagas esto”, “Espera”, o “ahora sí, puedes”. Descubrimos que la Escritura tiene muchísimo para decirnos sobre el tema sexualidad. 1 Tesalonicenses 4:3-8 habla del tema sin rodeos.

1. Pablo nos exhorta: “…que os apartéis de fornicación” (v. 3). La clave para esto es, según sus propias palabras, “que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor” (v. 4). La palabra determinante en este pasaje es “sepa”. Nadie nace con el conocimiento de quién es o cómo debe manejar su pubertad y su sexualidad. Nadie sabe naturalmente cómo tiene que mirar al otro sexo y cómo dominar su deseo sexual. Cada persona debe aprenderlo, y lo mejor es hacerlo por medio de una fuente confiable. Lo ideal es aprenderlo de padres que conozcan y entiendan a Dios, a sus hijos, y a sí mismos. Este aprendizaje es muy complejo. Comienza con tener personas en nuestro entorno que nos muestren qué significa ser un hombre o ser una mujer. Muchas cosas tienen que ver con el entorno, con lo que uno mira, con lo que uno experimenta, con los límites que alguien nos marque y con el hecho de tener que rendir cuentas a otros. También las influencias a las cuales estamos expuestos son decisivas –los amigos, los compañeros de equipo o de trabajo.

2. Pero, incluso, tener límites exteriores no es suficiente para controlar completamente el corazón. Podemos dominar nuestros ojos, pero controlar nuestro hombre interior es otra cosa. Sin embargo, esta es la meta final, y la única posibilidad segura que nos puede guardar de que nuestro deseo vaya buscando satisfacción ilícita. Comienza con la diaria decisión de someter nuestra voluntad a Cristo: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Santiago 4:7-8). En el correr del día, por varias razones, debemos volver a tomar la misma decisión. Un corazón completamente sumiso a Dios es la mejor defensa contra la codicia. Si concientemente nos deleitamos en Dios, Él pondrá Sus deseos en nuestro corazón (Salmo 37:4).

3. Reconocer las tentaciones y debilidades personales, ayuda a vencer los problemas. Cada persona tiene ciertas áreas en las cuales es vulnerable frente al pecado. Si nos conocemos a nosotros mismos, podemos encontrar esos puntos débiles y darnos cuenta cuando se nos presentan. De este modo, no sufriremos ninguna sorpresa desagradable, y no caeremos una y otra vez en la misma desobediencia. Una cosa es ser lastimado en la lucha y, otra, ser neutralizado por un francotirador. Investigue dónde y cuándo usted es vulnerable, para que pueda emprender su lucha honestamente y bien preparado. Además, tendría que saber cuándo necesita apoyo, rindiendo cuentas de su vida a otra persona.

4. Llene sus pensamientos con cosas que promuevan la pureza sexual. Decida reflexionar sobre cosas que le ayuden, y que no le dañen. Es un principio de vida que nuestros pensamientos forman nuestro carácter e influencian nuestro actuar. Respecto a la sexualidad, esto es importante, porque no hacemos nada inmoral mientras no pensemos en ello, ¿verdad? Y en otros momentos, en los cuales su cuerpo siente un fuerte deseo, su razón lo puede controlar porque usted se ha sometido a Cristo: “…derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co. 10:5). A esto se refería Pablo cuando decía que golpeaba su cuerpo y lo ponía en servidumbre (1 Corintios 9:27). Cuando nos alimentamos de los pensamientos de Dios (la Escritura), esto nos da paz y nos ayuda a vencer el pecado: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre: si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8). Cuando Jesús habló de este tema, se concentró en el corazón y en la mente (Mateo 5:27-28).

Pablo dice que tal control contribuye a nuestra santificación y honra nuestro cuerpo. Opone esto a una vida en “pasión de concupiscencia”, la que llevan las personas que no conocen a Dios (1 Tesalonicenses 4:5). En el próximo versículo dice: “Que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto” (LBLA). Un comportamiento sexual impuro no es algo pequeño, ya que traiciona el plan de Dios y tendrá su castigo. Para el creyente, la pureza sexual no solamente es una buena idea, sino que es un llamado: “No nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1Ts. 4:7).

Si no incluimos a Dios en nuestra sexualidad, seremos dominados por nuestras propias pasiones. Y es exactamente contra este comportamiento en el tiempo final, que Pablo advirtió a Timoteo. En la última de sus cartas, escribió: “También debes saber esto: que en los postreros días… habrá hombres amadores de sí mismos… intemperantes… amadores de los deleites más que de Dios” (2 Ti. 3:1-4). La expresión “amadores de los deleites” une dos palabras griegas: phileo, y otra palabra de la cual proviene nuestro concepto de hedonismo, es decir, la convicción de que el deleite es el bien supremo que el hombre debe buscar. La filosofía del hedonismo dice: “Si lo siento agradable y me causa placer personal, lo haré y lo disfrutaré. Si me causa alegría y diversión, debe ser bueno”. Según Pablo, los incrédulos en los postreros días vivirán exactamente así. El afán por el deleite personal dominará su pensamiento y sus acciones, y los conducirá a toda posible variación de inmoralidad. La generación pervertida de la época de Noé, por ejemplo, instigó a una revolución sexual que hundió al planeta en la lujuria. La misma obsesión por el sexo caracterizará a la humanidad al final de los tiempos (Apocalipsis 9:21). El diablo sigue siendo el gran engañador, un hábil manipulador de la ­verdad, un tergiversador de la realidad. Y en ninguna área, este carácter diabólico se manifiesta más descaradamente que en la sexualidad. Cuando usted está siendo engañado por una mentira no se da cuenta, sino que cree sinceramente que está en lo correcto. Esto es lo que hizo el diablo a toda la humanidad con los pensamientos sobre la sexualidad. Y todo corre exactamente conforme a su plan.

Trágicamente, vivimos hoy en un mundo que aplaude los matrimonios igualitarios y se escandaliza de los que se adhieren al plan de Dios. Es un mundo en que las personas, sintiéndose héroes valientes, “como Sodoma publican su pecado” (Is. 3:9).

Aunque es imposible, irresponsable, y necio, hacer predicciones sobre el momento exacto de los últimos días, vemos que los nubarrones ya se ciernen en el horizonte. Un planeta envenenado con sus propias concupiscencias y perversiones sexuales, es señal segura de que estamos hoy muy cerca del final.

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