Vivir para Jesús en obediencia (Filipenses 2:12-16)

Norbert Lieth

Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado.” (Fil. 2:12-16).

Filipenses 2:12-16 comienza con las palabras: “Por tanto, amados míos…”. Con ellas, Pablo se refiere al sentir humilde de Jesús, que acaba de describir en los versículos 5-11. La motivación con la que el apóstol anima a los filipenses proviene del carácter de Jesús. Él fue y continúa siendo nuestro mayor ejemplo. Él es nuestro punto de referencia. Somos influenciados por Él, de manera que deseamos tener su mismo sentir. Únicamente con los ojos puestos en Él podemos ser libres de la comparación con otros. Cuando miramos a Jesús crece en nosotros el deseo de ser como Él, y efectivamente a eso nos invita: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11:29). Entonces, ya no nos vemos a la sombra de los que están alrededor de nosotros, sino a la luz del que siendo Dios eterno se humilló hasta la cruz y luego fue exaltado a lo sumo.

¡Qué diferentes serían nuestras vidas si todos tuviéramos el mismo sentir que Jesús y únicamente nos comparáramos con Él! También en los siguientes versículos encontramos el llamado a seguir Su ejemplo: Juan 13:15: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vo­sotros también hagáis”. Efesios 5:2: “Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por no­sotros…”. 1 Pedro 2:21: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”. 1 Juan 2:6: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”.

El apóstol, después de poner ante los ojos de los filipenses la imagen de Jesús, les dice: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia…” (Fil. 2:12). Cuando mi esposa y yo salíamos alguna noche, y nos quedábamos mucho tiempo fuera de casa, a veces nos llamaban nuestros hijos para preguntarnos cuándo volveríamos. Esto no lo hacían porque se preocupaban o nos extrañaban, sino para asegurarse de que tenían tiempo para hacer cosas que no podían hacer al estar los padres en casa; por ejemplo, quedarse despiertos y jugar hasta tarde en la noche.

Muchos hijos llevan una vida cristiana mientras vivan con sus padres, pero cuando se independizan, eligen otros caminos. Es realmente una gran bendición cuando un joven cristiano que se va de la casa de sus padres, aún lejos de ellos, no deja de ser cristiano. El apóstol Pablo experimentó esta bendición con sus amados hijos espirituales en Filipos, que no se desviaron a pesar de su ausencia. El hecho de que Pablo no estaba presente no fue motivo de desobediencia para los filipenses; vivían un cristianismo auténtico y daban espacio a la guía del Espíritu Santo, que estaba en ellos. Está muy bien si el empleado obedece al jefe cuando este está presente. Pero si su obediencia es exactamente la misma durante la ausencia del jefe, esta es la evidencia más clara de un carácter íntegro.

Ahora Pablo sigue con su carta y escribe: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (2:12). Después de alentarlos, Pablo exhorta a los filipenses a seguir trabajando en esta área. La palabra griega usada para “ocuparse en” contiene la idea de “llevar a cabo”, como traduce por ejemplo la NVI: “Lleven a cabo su salvación con temor y temblor”. Se usa también en la agricultura, en el sentido de cuidar y de cultivar la tierra, librándola de las malas hierbas, como explica el comentarista Jean Koechlin.

No estamos hablando aquí de producir la salvación a través de buenas obras; tampoco estamos sugiriendo que la misma se puede perder. Se trata de cuidar la salvación ya recibida y de estar continuamente trabajando en ella. Tenemos que hacerla efectiva en nuestras vidas, poniendo todo nuestro esfuerzo en ello (“con temor y temblor”). Se debe manifestar lo que ya hemos recibido. Nuestra vida debe verse como un campo de flores hermoso y bien cuidado, del cual continuamente se saquen las malezas.

Tengamos presente también que Pablo se dirige a una Iglesia entera. Todos juntos, como Iglesia, deben trabajar en la efectividad de la salvación. No deben tolerar ninguna maleza. Deben parar ya desde sus comienzos las murmuraciones y los pensamientos negativos, como dice Filipenses 2:14: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas”. Y en todas estas amonestaciones, Pablo subraya que “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 1:13).

¿No es extraño? El apóstol alaba a la iglesia, la exhorta a llevar a cabo la salvación que ya recibieron con temor y temblor, es decir con todo su esfuerzo, y ahora les quita el entusiasmo y dice que Dios es el que produce el querer y el hacer, por Su buena voluntad. Es como si uno le dijera a un títere: “¡Muévete, ponte de pie!”, y al mismo tiempo: “No podrás ponerte de pie si yo no muevo los hilos, porque solamente eres un títere”. ¿Somos acaso títeres de Dios? Ciertamente no.

Recordemos que Pablo está ausente cuando le escribe esto a la iglesia. Por lo tanto, está expresando que el empeño que demuestran y la obediencia que practican incluso en su ausencia, están siendo obrados por Dios, porque Él sí siempre está presente. No es necesario que Pablo los empuje una y otra vez a la obediencia y obre en ellos, sino que Dios lo hace, y Él también está cuando Pablo está ausente.

Los filipenses son hijos de Dios renacidos; el Espíritu Santo los mueve a desear hacer lo que agrada a Dios, y pueden contar con la ayuda de Dios para eso. ¿Es posible que sean desobedientes a pesar de que Dios obre en ellos según Su voluntad y agrado? Por supuesto que sí. De la misma manera en que los filipenses podrían haber desobedecido en la presencia de Pablo, el creyente puede ser de-sobediente a pesar de la presencia y del actuar de Dios. Él obra en cada cristiano el querer; si el cristiano responde positivamente a esto, Dios también obra el hacer. David, por ejemplo, oró por su hijo Salomón para que Dios obre en él lo bueno y le dé un corazón obediente, como podemos leer en 1 Crónicas 29:19. Y Dios hizo lo que David oró.

Pensemos en un ejemplo práctico: es de tarde y estamos en casa con mucho tiempo a disposición. Sabemos que viene una película interesante en la televisión, pero a pesar de esto nos sentimos movidos a usar este tiempo de otra manera; quizás para la oración, una lectura bíblica o para la visita que hace tiempo queríamos hacer. Este deseo lo pone el Espíritu Santo de Dios en nosotros, y si le hacemos caso, ciertamente Dios obrará en nosotros y experimentaremos bendición y gozo. Pero si nos resistimos (y podemos hacerlo) nos doblegamos ante la carne en vez de obedecer al impulso del Espíritu, y entonces nuestra conciencia nos castigará. Por eso nos exhorta la Palabra a que no entristezcamos al Espíritu Santo.

Todos nosotros tenemos en el fondo de nuestro corazón el deseo de obedecer a Dios. Este deseo es obra del Espíritu Santo en nosotros. Se trata entonces de hacerle caso al querer que Dios nos pone en el corazón, y experimentaremos que Dios nos apoya en esto.

Luego Pablo sigue escribiendo: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas…” (Fil. 2:14), y otra vez apela con esto a nuestra propia decisión y colaboración. ¿Cómo están nuestras congregaciones en este sentido? Muchas veces en las iglesias se discute, se critica, se pelea, se siembra duda y se murmura. Y el resultado es lo contrario de lo que testifica Pablo en el próximo versículo: “…Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Fi. 2:15).

Si el vivir una vida sin murmuraciones ni contiendas tiene estos efectos positivos, la lógica conclusión es que, tan pronto como nos dejamos dominar por las murmuraciones, las peleas, el descontento, las dudas o las quejas, cometemos un atentado contra la espiritualidad, nos volvemos irritables, nos descalificamos, nos hacemos culpables y nuestra luz pierde toda su fuerza.

¿Por qué el mundo está tan torcido y desorientado? Porque no tiene dirección, no conoce el camino, no tiene luz, anda a tientas. Nosotros le fuimos dados como luces de orientación, pero solamente lo podemos ser si nos atenemos a las normas espirituales. ¿Cómo vamos a mostrar el buen camino al mundo si estamos descontentos con nuestro propio camino? ¿Cómo le transmitiremos fe si nosotros mismos dudamos? ¿Cómo le transmitiremos unidad espiritual si estamos divididos entre nosotros?

Por eso, Pablo escribe: “…Asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano ha trabajado” (Fil. 2:16). “Manteniendo en alto la palabra de vida…”, traduce, entre otras versiones, la Reina-Valera 1977. Si vivimos conforme a las normas espirituales, podemos mantener en alto la Palabra de Dios, la podemos transmitir con fuerza, y esto tendrá su recompensa en el día de Cristo. Además, será una prueba del buen trabajo del apóstol Pablo, una confirmación de que sus luchas valieron la pena, y el Señor lo alabará por esto; con esta gloria en la mente trabajaba Pablo. Y es cierto que existe un orgullo santo y una esperanza alegre, que impulsan nuestro servicio. En la Segunda Carta a los Corintios, capítulo 1, encontramos el mismo pensamiento: “Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con v
osotros… como también en parte habéis entendido que somos vuestra gloria, así como también vosotros la nuestra, para el día del Señor Jesús” (2 Co. 1:12.14). La espera del regreso de Jesús es una gran motivación para vivir una vida conforme a la Biblia.

En resumidas cuentas, Pablo nos muestra en Filipenses 1:12-16 que Jesús es nuestro ejemplo, por el cual nos orientamos. Debemos vivir nuestra vida cristiana de una manera autónoma, sin necesitar la continua guía de un acompañante, y somos exhortados a seguir trabajando en nuestra salvación, cuidándola con todo nuestro empeño.

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