Una mirada hasta el fin de los tiempos

Philipp Ottenburg

Qué nos enseña en la actualidad la deportación de Daniel a Babilonia y sus visiones proféticas.

A muchos nos gusta leer novelas que contengan una trama emocionante. Algunas personas llegan al extremo de, una vez leída la información de la contratapa, ir directamente a las últimas páginas para leer el desenlace, lo que le quita todo suspenso. Con Dios es diferente. A pesar de que utilizó de manera maravillosa a varios autores para escribir la Biblia y transmitir así la trama de la historia de la salvación hasta el fin de los tiempos, esta nunca pierde su fascinación, aunque vayamos a los textos que relatan el final de la historia. Por el contrario, sigue apasionando las mentes de muchos. Este es el caso del libro de Daniel, el cual, aunque no es de fácil comprensión, vale la pena estudiar, pues la recompensa es grande. Leemos allí: “Pero tú, Daniel, guarda en secreto estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y el conocimiento aumentará” (Dn. 12:4; lbla).

Oramos para que podamos también nosotros aumentar nuestro conocimiento de Dios. Daniel tuvo el privilegio de recibir de parte de Dios la inteligencia y la visión de lo que Él haría a través de los siglos y en los días finales.

En las mejores manos
Daniel vivía en una época donde poderosos imperios luchaban por su hegemonía. En su tiempo, Babilonia había conquistado Asiria. El profeta sufrió el sitio de Jerusalén y la cautividad, el triunfo y muerte de Nabucodonosor, la caída de Babilonia en mano de los medopersas y el regreso de los judíos a su tierra (relatado en los libros de Esdras y Nehemías).

El libro de Daniel nos muestra su camino personal, una perspectiva del tiempo de cautiverio de los judíos en Babilonia y, no menos importante, una mirada profética sobre el destino de las naciones durante el “tiempo de los gentiles”. Por un tiempo, Dios dejaría de hablar a su pueblo a causa de su desobediencia, y sobrevendrían sobre Israel y Jerusalén juicios a través de las naciones.

El libro de Daniel narra la historia desde el tiempo de Nabucodonosor hasta el regreso de Jesucristo, poniendo de manifiesto la soberanía y supremacía de Dios. Él es el Señor de la historia del universo. Podemos ver con claridad en este libro cómo el Dios vivo hace todas las cosas conforme a su voluntad, tanto en lo concerniente a las naciones como en la vida de los individuos.

Vemos en el libro de Jeremías un ejemplo que puede ayudarnos a entender mejor el mensaje de Daniel. Allí encontramos, por boca del profeta, que Dios llama “mi siervo” al poderoso rey de Babilonia, Nabucodonosor, a través del cual juzgó a su pueblo: “Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos: Por cuanto no habéis oído mis palabras, he aquí enviaré y tomaré a todas las tribus del norte, dice Jehová, y a Nabucodonosor rey de Babilonia, mi siervo, y los traeré contra esta tierra y contra sus moradores, y contra todas estas naciones en derredor; y los destruiré, y los pondré por escarnio y por burla y en desolación perpetua” (Jer. 25:8-9).

Este pasaje evidencia que Dios tiene todas las cosas en sus manos. También Daniel 2:21 afirma que Dios es el que “quita reyes, y pone reyes”. ¿Acaso no nos consuela saber esto? Nada ocurre por casualidad. Todo pasa por el escritorio de Dios. Nada se le escapa. Dios nunca dio la libertad a los enemigos de Israel para que hicieran lo que quisieran con su pueblo. De igual manera, ni tú ni yo estamos a merced de la casualidad o de los caprichos de la vida, sino todo lo contrario. Esto vale también para el fin de nuestras vidas, el cual llegará cuando Dios lo decida. Sin duda, esto debería calmar nuestra ansiedad.

El teólogo H. J. Eckstein escribió: “Señor, tú eres más fiel conmigo que yo mismo; me amas más de lo que yo puedo amarme; te preocupas más por mi felicidad y desarrollo que yo, y nadie más que tú toma tan en serio todo lo que me importa. Señor, si esto es así, puedo confiar más en ti que en mí mismo, y mi vida está mejor guardada en tus manos que en las mías”.

Desde que soy papá de dos maravillosos niños, mi carácter ha cambiado. En algunos asuntos soy más complicado que antes –algo que los padres entre mis lectores compartirán–. Me cuesta, por ejemplo, dejar a mis hijos al cuidado de otros, por lo que pienso muy bien a quién confiarlos. También deseo que les toquen buenos maestros y profesores. Es importante para mí que estén en buenas manos. Sin embargo, algo tengo claro: las manos de Dios son el mejor lugar para estar. Aunque todo a nuestro alrededor se descontrole, tú y yo nos encontramos allí, en las manos del que nos ama. No hay nada que nos pueda arrancar de las manos de Aquel en quien hemos creído, ni siquiera la invasión de un poderoso ejército. Él es el Autor y Sustentador de la vida. Nada queda cuando Dios retira sus manos. Aunque no lo sintamos así o ni siquiera creamos en Dios, no podemos eludir esta verdad: toda la creación depende del Sustentador de la vida.

Israel, en su tenacidad, se desvió de los caminos de Dios. Si bien sabía cuál era la senda correcta, se resistió a andar por ella: “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos” (Jer. 6:16-17).    

Entonces pasó lo que Jeremías había predicho: Nabucodonosor sitió Jerusalén. Es aquí cuando llegamos a Daniel 1:1-2: “En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios; y los trajo a tierra de Sinar, a la casa de su dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios”.

En el año 586 a. C., la ciudad de Jerusalén y el templo fueron destruidos por el ejército de Nabucodonosor, y parte de los utensilios de la casa de Dios, llevados a Babilonia. No obstante, si leemos detenidamente el segundo versículo, vemos cómo esto ¡ocurrió de parte de Dios! Fue Él quien entregó al rey de Judá, Joacim, y dio los utensilios del templo al enemigo.

Todo está en las manos divinas, en las mejores manos. Es un consuelo saber que, a pesar de su poder, Nabucodonosor no podía hacer lo que quería. Dios es el que decide hasta dónde avanza el enemigo.

Pensemos en la crueldad que estremece nuestro mundo, como la guerra en Ucrania u otros tantos conflictos en otros lugares del planeta; imaginemos la futura Gran Tribulación y los sufrimientos de Israel en esa época. Con todo, Dios no suelta las riendas. Él sujeta con firmeza los caballos desbocados.

Podemos apreciar esto también con los jinetes de Apocalipsis 6. Solo Cristo es capaz de abrir los sellos que desatan los juicios sobre la tierra. Si Él no lo hace, ninguno de ellos puede ponerse en marcha. También su acción está bajo el control de Dios. Cuando Cristo abre los sellos, leemos en reiteradas veces “y le fue dado”. Por ejemplo: “[…] y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de la tierra la paz” (Ap. 6:4). No hay autonomía humana, sino que “les fue dado” el poder para actuar de esa manera. Dios determinó desde un principio hasta dónde podrán avanzar Satanás y sus secuaces, las fuerzas de las tinieblas y el Anticristo.

¿Qué dijo Cristo a Pilato?: “Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Jn. 19:11). Incluso ante el ataque de Gog y Magog, Dios dice: “[…] y te sacaré a ti y a todo tu ejército” (Ez. 38:4).

Podría darse entonces que un jefe de Estado comience de pronto una guerra, tal como lo hemos vivido. Cuando Dios avanza en el cumplimiento de la profecía bíblica, la situación mundial puede cambiar de un día a otro. Sin embargo, a pesar de las circunstancias, no podemos olvidar que Él es justo y juzgará con justicia. A través de Daniel, el Dios todopoderoso nos muestra que todo está en Sus manos, y que no hay mejores manos que las Suyas. Él dirige y dispone los acontecimientos de manera que al final todo sea conforme a Su eterna voluntad.

Aunque todas las personas pueden decidir, opinar, hacer planes, y tener metas y aspiraciones, nuestro maravilloso Dios siempre llevará a cabo lo que ya ha sido anunciado en la Biblia. ¿Logras vislumbrar su grandeza? Él es sobremanera poderoso y glorioso. Podemos dejar toda ansiedad en Sus divinas manos y contar con la ayuda de este Dios infinitamente grande, que ejerce el control sobre todas las cosas.

Dios hace justicia y establece su justicia
Leímos que Nabucodonosor y su ejército llevaron con ellos al rey Joacim y parte de los utensilios del templo. Además: “…dijo el rey a Aspenaz, jefe de sus eunucos, que trajese de los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes, muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey; y que les enseñase las letras y la lengua de los caldeos” (Dn. 1:3-4).

Entre estos hombres estaba el aún muy joven Daniel. Este nombre hebreo combina el concepto de “juzgar” o “llevar a cabo la justicia divina” con el término el que hace referencia a ‘Dios’, de manera que el nombre Daniel significa ‘Dios ha hecho justicia’. El es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Fue con la justicia de El, el Dios vivo, que Daniel trabajó en la corte real de Babilonia y en Su fuerza ejerció la jurisprudencia durante el cautiverio, es decir, el derecho estatal. Llegó a ser un alto político babilonio. En medio de una época de injusticia, Dios usó a este hombre recto para hacer justicia. Su camino no fue fácil. Se le brindaban alimentos que estaban prohibidos por las leyes dietéticas establecidas por Dios para el pueblo de Israel. Además, él y sus amigos recibieron nombres de dioses paganos, pues resultaba una ofensa llevar nombres que glorificaran a dioses de otras naciones, en este caso, al único Dios verdadero. Fueron formados como cortesanos y educados en toda la sabiduría pagana de 
Babilonia. Este entrenamiento era considerado muy importante, al punto de que el rey ordenó que se alimentaran de su propia mesa. Como futuros representantes de Babilonia, debían someterse por completo al rey en todos los asuntos religiosos y políticos.

No obstante, Daniel quería guardar los mandamientos de Dios. Él decidió mantenerse firme y ser fiel a su Dios. “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (Dn. 1:8).

Por la mano de Dios, Daniel halló gracia y misericordia ante el jefe de los eunucos, de manera que le concedió su petición durante un tiempo de prueba. Así fue preservado de tener que actuar contra la voluntad de Dios. Como resultado, finalizado el tiempo de prueba, los jóvenes israelitas se veían en mejor forma que todos los demás.

Ezequiel 14 dice que Daniel era un varón justo y lo menciona junto a Job y Noé.

¿Qué de nosotros? ¿Nos ha dado Dios de Su justicia en su Hijo Jesucristo? Si la respuesta es sí, ¿quién podrá entonces acusarnos? Como dice Romanos 8:34: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”.

Dichoso aquel que, cuando se encuentra en problemas o en medio de un proceso judicial, cuenta con un amigo influyente que actúa a su favor. Tú y yo contamos con Cristo, quien intercede por nosotros. Tenemos en Él el mejor Abogado que existe y haya existido. Quizás sufras injusticias por parte de tu familia, en el trabajo o por las propias autoridades, y esta situación esté haciendo estragos en tu interior. Sin embargo, como creyentes sabemos que Cristo siempre estará para interceder por nosotros. Aunque resulte difícil, debemos dejar todos nuestros asuntos en las manos del Señor y confiar en Él, quien nos hará justicia. El Dios que está a nuestro favor todo lo sabe y ninguna injusticia se le escapa.

¿Somos justos como Daniel? Si entregamos nuestras vidas a Cristo, entonces la respuesta es sí: fuimos hechos justos en Cristo. Aunque nos parezca un atrevimiento compararnos con Daniel o Job, en Cristo, tú y yo somos considerados justos al igual que ellos. No porque seamos buenos, sino por el simple hecho de estar en Él.

¿A qué nos referimos cuando decimos “en Cristo” o “a través de Cristo”? A que estamos tan estrechamente unidos a Él que ya no somos nosotros los que definimos nuestra vida. En 1 Corintios 6:11, Pablo nos muestra el glorioso hecho de que todos los que son parte del Cuerpo de Cristo han sido lavados, santificados y justificados por Él. La justicia de Jesús es ahora nuestra. A pesar de nuestros fracasos, y aunque aún suframos por ellos y los sintamos omnipresentes en nuestras vidas, nadie puede acusarnos si estamos en Cristo.

Existe algo más en la historia de Daniel, vinculado a la justicia, que puede darnos una gran lección. Daniel vivió bajo un sistema pagano. Recordemos cómo fueron nombrados él y sus amigos, los alimentos impuros que les ofrecían, el ocultismo, los astrólogos y los magos, entre otras cosas. Daniel es un ejemplo en cómo podemos mantener un trato cordial, amable y sincero con nuestros prójimos y ser ejemplos de fe en medio de las corrientes e ideologías paganas de nuestro tiempo. Llama la atención que no haya suscitado ningún tumulto ni ofendido a nadie, que haya respetado a sus superiores y se haya sujetado a los gobernantes del país. Tenía una conducta que demostraba paciencia y amabilidad. Él marcaba su posición con amor, el cual combinaba con un impresionante testimonio de vida.

El profeta pidió permiso para vivir conforme a los estatutos de Dios. En ningún momento intentó imponer su culto a las demás personas en Babilonia. Su vida nos enseña que no debemos dejarnos presionar por las desafiantes ideologías que surgen en nuestra sociedad, sino tan solo guardar la calma y mantenernos confiados: nada sucede sin que Dios lo permita.

Podemos ver cómo, en este sistema pagano en el que vivían Daniel y sus amigos, Dios intervino a favor de los justos. Donde parece no haber salida, Dios abre una puerta.

Además de hacer que cayeran en gracia ante sus superiores y premiarlos por su fidelidad, el Señor les dio conocimiento y sabiduría en todas las lenguas y ciencias; dándole a Daniel, de forma particular, entendimiento en toda visión y sueños (Daniel 1:17). Es precisamente en estas visiones y sueños que encontramos imágenes que describen los acontecimientos futuros hasta el fin de los tiempos.

Un panorama de la historia universal
Daniel 1:17-21 dice: “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños. Pasados, pues, los días al fin de los cuales había dicho el rey que los trajesen, el jefe de los eunucos los trajo delante de Nabucodonosor. Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel Ananías, Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino. Y continuó Daniel hasta el año primero del rey Ciro”.

No es menor que Dios haya dado a Daniel la capacidad de entender toda visión y sueños. Muchos de los acontecimientos que el profeta vio ya se cumplieron en la historia. Sin embargo, nuestro maravilloso Dios le concedió la capacidad de ver los hechos hasta el fin de los tiempos, como podemos ver en su interpretación del sueño de Nabucodonosor en el capítulo 2: “Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días”, es decir, “[…] al fin de los días” (lbla).

La expresión “al fin de los días” hace referencia al tiempo después de la Gran Tribulación, cuando el Señor Jesucristo regrese. En la imagen del sueño vemos en primer lugar una cabeza de oro, la cual representa al propio Nabucodonosor y su reino, quienes habían conquistado Jerusalén. Fue a través de este imperio que comenzó el tiempo de los gentiles, pues también los reinos siguientes simbolizados en esta escultura gobernaron sobre Jerusalén. 

El Señor Jesucristo dijo: “[…] y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Lc. 21:24). Esto significa que una vez que se profanara la santa ciudad de Jerusalén, se daría paso al tiempo de los gentiles, el que comenzaría con Nabucodonosor como la cabeza de oro. El templo había sido destruido, la ciudad se encontraba bajo el dominio extranjero y parte de los utensilios del templo había sido trasladada a una región pagana. Dios había entregado el reino de Judá a las naciones.

¿Cuándo culminará el tiempo de los gentiles? ¡Cuando Jerusalén deje de ser hollada por los gentiles! Apocalipsis 11:2 nos revela que Jerusalén será hollada también en la Gran Tribulación, por lo cual entendemos que el tiempo de los gentiles se cumplirá luego de este tiempo, en la venida de Cristo. También Lucas 21 habla de la ciudad de Jerusalén “hollada por los gentiles”, e inmediatamente después describe el retorno de Cristo (vv. 24 y ss.).

La mirada hasta el fin de los tiempos que Dios nos permite tener a través de Daniel nos hace ver que todo se encuentra en las mejores manos. La imagen en el sueño de Nabucodonosor y los capítulos del libro que siguen a este hecho relatan el juicio de Dios ante la injusticia de estos reinos. El sueño del rey de Babilonia termina con la imagen de una piedra que desmenuza los pies de la estatua, lo que representa a Cristo en Su retorno. La adoración al yo y la rebelión contra Dios y su Hijo serán destruidas. El Dios vivo obrará según el designio de su voluntad y hará justicia al final del tiempo de los gentiles.

Se ocupará entonces de Israel y proveerá justicia para su pueblo a través de Jesucristo. Con el regreso del Señor, Israel será otra vez instituido como un pueblo real y sacerdotal, dedicado a la adoración a Dios en Su Reino.

Dios otorgó a Daniel el privilegio de mirar hacia el fin de los tiempos, por lo que su libro nos muestra con mucha claridad cómo el Reino de Dios en la tierra y el Gobierno de los gentiles sobre Israel y su capital son incompatibles y no pueden, por ningún motivo, darse al mismo tiempo. Así como en aquel tiempo el reino de los gentiles recién pudo comenzar después de que Israel perdiera su soberanía, su templo y los utensilios santos, la plena restauración de Israel será posible cuando Dios, en Cristo, haga justicia y reine en Jerusalén.

Daniel recibió la sabiduría divina para entender que no lograrían nada a través de tentativas humanas, que no mejorarían el mundo por sus fuerzas, y que recién cuando Cristo volviese se establecería el Reino de los cielos en la tierra. 

¿Hasta dónde llega nuestra mirada como Iglesia, como cuerpo de Cristo? Quizás te gustaría ser tan sabio como Daniel, sin embargo, ¡lo eres! El apóstol Pablo dice que estamos en Cristo, quien nos fue hecho por Dios sabiduría. Daniel recibió sabiduría de Dios, pero a nosotros Dios nos dio a Cristo, nuestra sabiduría.

Los sueños y las visiones ya no tienen la misma importancia que en el tiempo de Daniel, dado que hoy contamos con la Biblia, la cual nos revela todo el consejo de Dios anunciado por los apóstoles. Pablo pudo decir que anunció “cumplidamente la palabra de Dios” (Colosenses 1:25). Ya no hay nada que agregar; en Cristo hemos recibido la sabiduría para estudiar y entender las Escrituras y crecer por medio de ellas. No necesitamos interpretar los sueños, sino tan solo estudiar Su maravillosa Palabra. Daniel administró los misterios de Dios en cuanto a la historia de la humanidad. La Iglesia, por su parte, ha recibido la gracia para entender toda la historia de la salvación, no solo a partir de Nabucodonosor, sino desde la fundación del mundo hasta su culminación, tanto en la tierra como en los cielos; pues somos además ciudadanos de los cielos. Por eso Pablo pudo decir a los corintios: “todo es vuestro” (1 Co. 3:22). Los escritos de Daniel también son nuestros: somos “administradores de los misterios de Dios” (1 Co. 4:1). Este es el motivo por el cual debemos estudiar estos misterios, hablar de ellos y enseñarlos.

Como conclusión, Daniel y sus amigos se encontraban en un aprieto ante la mesa del rey, por lo que solicitaron se les hiciera una prueba de diez días durante los cuales se alimentarían conforme a la voluntad de Dios. ¿Por qué diez días? Es interesante que la décima letra del alfabeto hebreo (yod), en hebreo antiguo significa ‘mano’. En Salmos 31:15 leemos: “En tu mano están mis tiempos; líbrame de la mano de mis enemigos y de mis perseguidores”. Daniel y sus amigos sabían que todos sus asuntos estaban en las manos de Dios. También nosotros, frente a todo lo que se nos oponga, podemos afirmar con certeza: “En tu mano están mis tiempos”.

Todo estuvo y está en las mejores manos: Daniel, el juicio, Israel, las naciones, tu vida y la mía y cada situación en particular. De igual manera, Dios tiene en su mano el tiempo de los gentiles hasta el retorno de Jesús. Él manifestará su justicia a su tiempo. 

Tratamos con el Dios todopoderoso y maravilloso que está más allá de espacio y tiempo. Él es el Eterno y puede ver todo de una sola mirada. Con Dios como nuestro Padre podemos transitar nuestra vida con confianza.

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