Una decisión para siempre

Warren W. Wiersbe

Si sabemos lo que Dios quiere de nosotros, ¿obedecemos su voz o preferimos buscar una segunda opinión que confirme nuestras proprias ideas? Presentamos un recordatorio y una reorientación.

Un agricultor sufría una grave erupción cutánea. Consultó a un especialista y se sometió a numerosos exámenes. Finalmente, el médico le dijo: “Tendrá que regalar a su perro. Usted es alérgico a su pelo”. Al despedirse, insistió y le preguntó: “¿Va a vender a su perro o a regalarlo?”.

“Ni una ni la otra cosa”, respondió el paciente. “Consultaré a otro médico para que me dé su opinión. Es más fácil encontrar otro médico que un buen perro de caza”.

Probablemente sonriamos ante esta historia, pero el comportamiento del agricultor ilustra un rasgo de nuestra naturaleza humana: siempre buscamos el camino más fácil y agradable, y a menudo a través de una segunda opinión, en lugar de afrontar los hechos y hacer lo que hay que hacer. Somos como el camionero al que le molestaba un ruido indefinible del motor mientras conducía. Para ahogarlo, simplemente aflojó algunos tornillos del guardafango, de modo que este ruido ahogara el primero…

Cuando se trata de problemas médicos, a veces es aconsejable pedir una segunda opinión. No obstante, en el ámbito espiritual esto puede ser muy imprudente. Si Dios habló sobre un tema, lo que dijo no pierde su validez. No hay autoridad superior, nadie que pueda darnos un consejo más sabio. Todos los recursos legales ya se han agotado. “Así dice el Señor” es la autoridad suprema y el consejo más sabio de todos.

La necesidad de escuchar una segunda opinión fue el principio de la caída de Balaam. (Si no recuerdas la historia, lee los capítulos 22-24 del libro de Números). Dios le había dicho claramente a Balaam qué hacer y qué decir. Al principio, él obedeció el mandato del Señor. Pero el rey Balac sabía cómo influir en Balaam. Una y otra vez, el rey lo obligaba a ver la situación desde un ángulo diferente. Cada vez que Balaam bendecía a Israel, Balac lo llevaba a un lugar diferente para lograr un resultado distinto.

Fue solo por el interés de Eva en escuchar una segunda opinión que Adán cayó en las trampas del pecado, por lo que toda la humanidad fue herida por el pecado, la muerte y la condenación. “Solo conoces una cara de la moneda”, le dijo satanás a Eva, “y puede que lo que has oído no sea cierto. Dios no te ha dicho que este árbol te hará sabia y serás como Dios”. Nuestros primeros padres cayeron por esta “segunda opinión”, y esta resultó ser una catástrofe para todos los seres humanos.

Mark Twain dijo: “No es lo que no entiendo de la Biblia lo que me preocupa, sino lo que sí entiendo”. Si hemos comprendido la voluntad de Dios, que se nos revela en su Palabra, entonces no necesitamos escuchar una segunda opinión. Es nuestra responsabilidad aceptar lo que Él nos dice, estar agradecidos por ello y obedecer de buen grado. Si todavía tenemos que pensar antes de obedecer las órdenes de Dios y nos ponemos a buscar otra opinión, nos estamos poniendo en peligro. Satanás siempre se asegura de que se nos abra un camino equivocado. Durante un tiempo correrá paralelo al buen camino para darnos una falsa sensación de seguridad.

Una y otra vez te encuentras con cristianos indecisos, que deambulan de pastor en pastor, supuestamente en busca de la voluntad de Dios. En realidad, estas mariposas espirituales no quieren oír la voluntad del Todopoderoso, sino que quieren oír diferentes opiniones y encontrar al pastor o maestro de la Biblia que les siga la corriente. La mayoría de las veces, ya han decidido lo que van a hacer, solo quieren un líder espiritual que los respalde y les dé su bendición.

Una de las historias más tristes de las Escrituras es la del profeta desobediente (véase 1 Reyes 13). Dios había dado instrucciones a un hombre para que entregara un mensaje al malvado rey Jeroboam y luego se alejara lo más rápidamente posible. No debía compartir la comida con nadie. Desgraciadamente, el profeta se detuvo a descansar bajo una encina, y entonces el tentador lo alcanzó, en la forma de un viejo profeta mentiroso, y lo tentó a pecar. Esta desobediencia le costó la vida al joven profeta. Cuando reconsideró la voluntad de Dios y escuchó una segunda opinión, abandonó el camino de la bendición y se jugó la vida.

Hacemos lo mismo pensando que sería bueno tener una segunda opinión sobre las claras declaraciones de voluntad del Padre. En lugar de someternos, examinamos y juzgamos lo que está escrito, como si Él también cometiera errores. O pensamos que nosotros mismos nos hemos equivocado, de modo que tenemos que mirar todo el asunto desde otro ángulo. De este modo, nos hacemos jueces de la voluntad de Dios. Él no nos ha llamado a eso, sino que espera de nosotros que simplemente hagamos su voluntad.

No quiero disuadir a los creyentes que se ven sorprendidos por una palabra de Dios de buscar el consejo espiritual de cristianos maduros. Todos sabemos por experiencia que valoramos el consejo de los verdaderos amigos creyentes; pero es importante examinar cuidadosamente nuestros motivos: ¿pregunto a mi amigo porque realmente busco su consejo o porque espero que encuentre algún resquicio por el que pueda colarme?

Cuando Jesús le dijo al joven rico que vendiera todas sus posesiones y se uniera a Él, el joven se marchó triste. La Biblia no nos dice adónde fue. Empero cabe imaginar que fue a ver a un abogado para que le diera otra opinión que tranquilizara su conciencia. El sumo Consejo judío escuchó el mensaje de los apóstoles e investigó el milagro por el que un cojo pudo volver a caminar. Sin embargo, se negaron a aceptar la verdad. Los sacerdotes acudieron al erudito Gamaliel para obtener otra opinión. Gamaliel no pudo darles peor consejo: “esperen y vean” —pues mientras esperaban, la salvación pasó de largo.

El general Omar Bradley dijo: “En la guerra, no hay premio para los que acaban segundos”. Aplicado a nuestro tema, esto significa: “En la vida cristiana, no hay premio para los que se lo preguntan dos veces antes de hacer la voluntad de Dios”. Lo que llamamos “prudencia espiritual” resulta ser con demasiada frecuencia una excusa para nuestra desobediencia para con Dios. Puede que el Señor nos deje salirnos con la nuestra, pero en cualquier caso tenemos que pagar el precio. “Y él les dio lo que pidieron; Mas envió mortandad sobre ellos” (Salmo 106:15). Consiguieron lo que querían, pero después se arrepintieron mucho.

Cuando David estaba acampado en la cueva, anhelaba un trago de agua del pozo de Belén. No dio ninguna orden, sino que solo se limitó a suspirar; no obstante, dos de los soldados eran tan cercanos a su rey que intuyeron lo que quería. Se colaron entre las líneas enemigas, sacaron agua y se la llevaron a David. Ojalá los cristianos tuviéramos también una relación tan estrecha con nuestro Señor que hasta el más mínimo de sus deseos encendiera un ardiente fervor en nuestros corazones.

Si el deseo de nuestro corazón es seguir a nuestro Señor porque le amamos, entonces no dudaremos ni buscaremos una segunda opinión. Y resonarán en nuestro corazón las palabras de nuestro Salvador: “Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón” (Salmo 40:7 - LBLA).

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