Trasfondos invisibles de pleno poder espiritual

Wim Malgo

“Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y Aarón les dijo: apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos. Entonces todo el pueblo apartó los zarcillos de oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón; y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: mañana será fiesta para Je­hová. Y al día siguiente madrugaron, y ofrecieron holocaustos, y presentaron ofrendas de paz; y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse” (Éx. 32:1-6).

En estos seis versículos se nos describe la colosal apostasía de Israel. El hecho de que esa apostasía haya acontecido tan rápidamente, nos muestra que los corazones de los hijos de Israel definitivamente no habían sido renovados, a pesar de haber experimentado tan grande salvación. Todos ellos, sin excepción, se habían beneficiado con la intervención del poder salvador de la sangre de un cordero, siendo liberados de la esclavitud y amenaza de Egipto, pero interiormente no se habían regenerado. Esto es una tragedia que hoy se repite, donde más de uno se beneficia con el poder redentor de la sangre de Jesucristo, siendo salvos del oscuro poder de este mundo, pero interiormente no se dejan renovar. En suma, verificamos que esa tragedia siempre se ha repetido para pesar y tristeza del Señor a través de los siglos.

Lo mismo lo leemos ya en Génesis 6:5-6, respecto de los contemporáneos de Noé: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón.” La Biblia NTV (Nueva Traducción Viviente) lo traduce así: “El Señor vio la magnitud de la maldad humana en la tierra y que todo lo que la gente pensaba o imaginaba era siempre y totalmente malo.  Entonces el Señor lamentó haber creado al ser humano y haberlo puesto sobre la tierra. Se le partió el  ­corazón” A ese respecto, Martin Buber interpreta el dolor de Dios de esa manera: “El vio: sí, grande era la maldad del hombre sobre la Tierra y toda la maquinación de su corazón era solo mal todo el día, y le pesó al Señor haber hecho al hombre sobre la Tierra, y se afligió en su corazón” Y Dios, el Señor, entonces también destruyó a la humanidad en su corrupta y heredada tendencia hacia la idolatría, a través del diluvio. Pero en Su gracia permitió sobrevivir a ocho personas que le temían, para tener un nuevo comienzo: “...Quiénes en otro tiempo fueron desobedientes cuando la paciencia de Dios esperaba en los días de Noé, durante la construcción del arca, en la cual unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvadas a través del agua” (1 Pe. 3:20, BlA).

Con esos “pocos”, es decir, con los ocho que temían al Señor, Dios inició algo nuevo, teniendo el número ocho como significado bíblico “renovación”. Y de esos ocho llamó a Sem, y de Sem a Abraham, y de Abraham a Israel, con quien Él quería crear algo totalmente nuevo para la humanidad que, mientras tanto, otra vez se había corrompido. Pero ese Israel, Su siervo, el pueblo por medio del cual Dios se quería glorificar, al cual le había confiado Su pacto y Su Palabra, igualmente se corrompió. El Señor ciertamente se sintió inmensamente ofendido cuando tuvo que interrumpir la conversación con Moisés, teniendo que decirle: “Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se ha apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éx. 32:7-8). Entonces solo quedó uno: Moisés el cual se aferraba en su Dios que no solo era un profeta lleno de poder, sino mucho más un sacerdote delante de Dios, que se coloca a sí mismo en el platillo de la balanza a favor de su pueblo caído. Es realmente impactante cuando uno capta el dramático significado de la oración de Moisés: “Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito” (Éx. 32:31-32). Moisés se identifica con el pecado del pueblo. Con eso él señala proféticamente hacia Aquél, Jesucristo, el mediador del Nuevo Pacto, quien se arrojó a sí mismo como sacerdote y como cordero en sacrificio en la brecha, delante de Dios por nosotros. Vemos aquí en el versículo 32 lo mismo que en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Jesús fue desamparado y maldecido por Dios por causa de nosotros, para que pudiéramos llegar a ser justos.

Así Moisés, como profeta, era representante de Dios delante del pueblo; y como sacerdote representante del pueblo ante Dios. Él desempeñaba esa doble función: “Y aconteció que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: vosotros habéis cometido un gran pecado” (Éx. 32:30). Este es su poderoso mensaje profético: “...Pero yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado” Esa fue su función como sacer.dote. Mas su autoridad profética y espiritual era su servicio sacerdotal ejercido a solas con Dios.

Aquí tenemos una respuesta a la pregunta de pleno poder espiritual. Todos nosotros que creemos en el Señor Jesús, que tenemos contacto con otros y queremos ser un testimonio para ellos, luchamos por tener pleno poder espiritual. Pues seguramente te das cuenta de que no eres capaz de persuadir a tu entorno, tus hijos, tu cónyuge, de la verdad divina. Lo que dices no penetra y eso te duele. Y, de pronto, te das cuenta, con sobresalto, de que la causa de tu impotencia espiritual se encuentra en el rudo descuido de tu función sacerdotal. Porque según 1 Pedro 2:9 nosotros también somos sacerdotes: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Pedro no solo dice que debemos predicar, sino enfatiza que somos real sacerdocio. Nosotros solo podremos persuadir a nuestro entorno desde la posición de ser sacerdotes. Mas ese real sacerdocio no es un oficio pasivo, sino muy activo. De manera concretas es decir: El que no ora, ruega y lucha como sacerdote ante Dios, intercediendo por las personas a las cuales más tarde tendrá que dar testimonio, experimentará con vergüenza y humillación que le falta la autoridad profética. Por lo tanto, es mucho más efectivo, en vez de hablar de inmediato con las personas sobre Dios, primero hablar detenidamente con Dios sobre esas personas. Tú quieres que tu esposo incrédulo se convierta. ¿Tienes tú que predicarle? ¡No!, porque cuanto más prediques, tanto más se endurecerá. Por eso no hables con él sobre el Señor, sino primero habla largamente con el Señor sobre él. Eso también es válido para tus hijos. Tú no los puedes convencer porque te falta la autoridad profética. Pero esa autoridad la recibes si te colocas como sacerdote por ellos en la brecha ante el rostro de Dios y llevas delante de Él la promesa: Señor, Tú has dicho: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch. 16:31). En la disposición para el oficio sacerdotal en el cual el Señor también habla a no­s­otros mismos reconocemos lo terrible de la apostasía de los hombres, por los cuales comenzamos a orar, y cómo el nombre del Señor es deshonrado por eso. Oye una vez el tono de las palabras que Dios habla a Moisés: “Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Dijo más Jehová a Moisés: Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz. Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande” (Éx. 32:7-10). En los ojos de Dios se había dado lugar a una destrucción, igual a una desolación de reinos, países y ciudades. La palabra que fue usada en el texto original también es utilizada para referirse a quitar la vida de un hombre. El pueblo “se ha corrompido”. Moisés se asusta en lo más íntimo y solo oye el sordo sonido del destructor. ¡El Señor pensaba en su conducta, su vida con su Dios! Ellos habían destruido en forma suicida su liberación ocurrida mediante milagros y actos de poder. “El pueblo se ha corrompido.” En angustiadora graduación se precipitan las acusaciones de Dios: “Pronto se han apartado del camino que yo les mandé”. Ellos han quebrantado el segundo mandamiento: “se han hecho un becerro de fundición”. Más que cuando una mujer adúltera priva a su marido de su leal compañía volviéndose a un depravado, le habían dado adoración y comunión de sacrificio a este ídolo: “¡y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios!” Su salvación llevada a cabo bajo milagros e incansable esfuerzo lo atribuyeron a este becerro, diciendo: “Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto”. Uno siente verdaderamente el dolor, la ofensa y la ira de Dios, que son muy grandes. El Salmo 106:19-24 interpreta cuán profunda fue la caída de Israel: “Hicieron becerro en Horeb, se postraron ante una imagen de fundición. Así cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba. Olvidaron al Dios de su salvación, que había hecho grandezas en Egipto, maravillas en la tierra de Cam, cosas formidables sobre el Mar Rojo. Y trató de destruirlos, de no haberse interpuesto Moisés su escogido delante de él, a fin de apartar su indignación para que no los destruyese. Pero aborrecieron la tierra deseable; no creyendo a su palabra”.

Muchos creyentes tienen un “becerro de oro” en sus vidas, sea en la forma que sea, apoyándose en lo visible. A través de eso aniquilan la Palabra: “no creyendo a su palabra”.  Para encubrir eso, entonces, se produce una religión cristiana, que refleja lo que dice 2 Timoteo 3:5: “Teniendo apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder” (BlA). Toda religiosidad que no se alimenta de la revelación de la Palabra compromete al hombre bajo una influencia de un poder infrahumano o demoníaco, tanto de la bestialidad como de lo satánico. Ambas cosas se entrelazan aquí. Esto fue lo terrible, pues empezaron a danzar y a festejar, e incurrieron en inmoralidad, porque ya no se alimentaban de la Palabra de Dios, sino del ídolo visible.

Esto también lo vemos en todas partes en los círculos cristianos. Donde la Palabra ya no es valorada, donde la Palabra es colocada a un lado y es despreciada, allí se abre paso el desenfreno. Hace poco oí de un pastor conocido en toda Holanda, que había comenzado a traer el domingo en la mañana a un payaso, otra vez a una danzarina para que actuaran en su iglesia, a fin de atraer a las personas. ¿Por qué? Porque la Palabra ya no tiene importancia. Esto es un caso extremo, pero más o menos todos nosotros buscamos un sustituto para las exigencias de la Palabra y buscamos evadirla. La consecuencia es el libertinaje. No hay ninguna alternativa: cuando no­sotros como sacerdotes no desempeñamos nuestro servicio sacerdotal, buscaremos desesperados un reemplazo para la falta de autoridad. Se utilizan entonces aquellos mencionados métodos modernos, llegando incluso a la música rock, y así hacemos desenfrenar al pueblo de Dios. Me ha estremecido profundamente el haber leído esto: “Y viendo Moisés al pueblo desenfrenado, porque Aarón les había permitido el desenfreno para ser burla de sus enemigos” (Éx. 32:25, BlA.). Este sacerdote llamado por Dios, sí, sumo sacerdote, no tenía poder sacerdotal, ni hablemos de su autoridad profética. El mismo pasaje dice en la Biblia al Día: “Cuando Moisés vio que el pueblo había cometido adulterio con el consentimiento de Aarón y para vergüenza antes sus enemigos.” Muchos “sacerdotes” han “dejado libres al desenfreno” a sus familias, a sus iglesias. Todo es permitido. Lo que más importa es que las personas lleguen a las reuniones, no importando si como “creyentes” son hijos del mundo o no, porque “en fin de cuentas estamos bajo la libertad”. Donde una vez gobernaba la disciplina del Espíritu, se abrió camino al espíritu de la fornicación, porque aquellos que deberían ser los ejemplos, ellos mismos ya no viven bajo el gobierno del Espíritu. En contraposición con su hermano Moisés, Aarón no tenía ningún mensaje profético para el pueblo, por eso se produjo justamente eso, lo que ya fue citado anteriormente en el verso 18 de Proverbios 29, donde está escrito: “Sin profecía el pueblo se desenfrena.”

Pero  profundicemos más todavía en esta pregunta respecto a los trasfondos invisibles del pleno poder espiritual. Ya hemos visto que este poder se manifiesta acentuadamente en el desempeño del servicio sacerdotal de Moisés. Solo por ese servicio, por el cual Dios en Su santa ira, por decirlo así, fue puesto en la posición de dejar que actuara la misericordia sobre el Israel ya maduro para el juicio. Leamos Salmo 106:19-23 según la traducción de la Biblia de las Américas: “Hicieron un becerro en Horeb, y adoraron una imagen de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba. Se olvidaron de Dios su Salvador, que había hecho grandes cosas en Egipto, maravillas en la tierra de Cam, y cosas asombrosas en el mar Rojo. Él dijo que los hubiera destruido, de no haberse puesto Moisés, su escogido, en la brecha delante de Él, a fin de apartar su furor para que no los destruyera”. En nuestros días tenemos varias “imágenes de fundición”, quizás sea el carro, la televisión, la cuenta bancaria o cualquier otra cosa que llene tu corazón y tus pensamientos. Porque Dios, en el significado más profundo según el entendimiento humano, y la iglesia de Jesús están unidos a través del llamamiento, a través de la liberación ofrecida por Jesús. Sin embargo, al que llegó a ser su Salvador, que por medio de milagros se les manifestó, llegando a ser “su gloria”, la iglesia hoy lo ha cambiado por la esencia de lo perecedero, por la imagen del “buey que come hierba”, por una pieza de ganado. Eso es peor que la idolatría de los gentiles, que aún no conocen la revelación de Dios y que no han experimentado la redención. Eso es concretamente: la apostasía de un creyente, el cual ha probado que el Señor es bueno y amigable, y asimismo incurre nuevamente en la apostasía, es infinitamente peor que el ateísmo de un ignorante gentil. Por eso, aquí en Éxodo 32, el Señor se distancia de Su obra de salvación en Israel y nombra a Moisés como salvador y al pueblo como “pueblo de Moisés”: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido” (V. 7).

¿Será que el Señor lo hace para renegar del pueblo colocando la responsabilidad sobre Moisés? No, al contrario: Dios atrae a Su enviado Moisés unido en cooperación y comunión con Él, de tal modo que entre Dios mismo y Su siervo se puede decir: Mi pueblo es tu pueblo, Mi acto tu acto. Tan cerca está la cooperación de Moisés, que el uno no solo es instrumento, sino es colaborador del otro; la acción de uno es la acción del otro; el pueblo de uno es el del otro; el esfuerzo y trabajo del uno también es el trabajo del otro; pero, por tanto, también la decepción y dolor del uno es dolor del otro. En ese esfuerzo infructuoso y decepción del instrumento Moisés en la obra de Dios, el Señor le recuerda a Moisés, diciéndole: “...Tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto”. Este es el secreto del servicio sacerdotal: ser cooperador de Dios; ser una identidad al ser uno con Él. De ese modo, Sus cargas son mis cargas, Su pena es mi pena, Su querer es mi querer.

Oh, cómo busca el Señor, incluso hoy día, a personas que en verdad desean lanzarse ante Dios en la brecha, para que el Señor pueda no juzgar, sino salvar. Es lo que leemos en el siguiente pasaje: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé. Por tanto, derramaré sobre ellos mi ira; con el ardor de mi ira los consumí; hice volver el camino de ellos sobre su propia cabeza, dice Jehová el Señor” (Ez. 22:30-31). Y por la razón que el Señor no encuentra a ninguno que delante de Él se coloque en la brecha, muchos se van a la eterna condenación. Ellos pudieran haber sido salvos como un tizón entre las llamas, si solo hubiera habido almas sacerdotales que hubieran intercedido ante el Señor por ellos; quienes, como Moisés, en el mismo sentir con el Señor se hubieran dejado emplear en favor de ellos. Por esta estrecha cercanía de la cooperación con Dios, Moisés el instrumento, se acerca simultáneamente en una tan profunda solidaridad con Su pueblo como ningún otro hombre, excepto el siervo de Dios Jesucristo con Su pueblo al llevar la culpa en la cruz del Gólgota. Leamos otra vez 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Así, Moisés se acerca al sumo sacerdote celestial. Leamos lo que Éxodo 32:9-14 nos dice acerca de su efectivo servicio sacerdotal: “Dijo más Jehová a Moisés: Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz. Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande. Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre. Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo.” ¡Cuán poderoso es el efecto del servicio sacerdotal! Regresemos a la situación de entonces:

La ira del Señor es muy grande. Pesadas, oscuras nubes de juicio se aglomeran sobre el pueblo de Israel, que se había apartado, que lo echó todo a perder con Dios. ¿Quién aún podía repeler ese juicio divino? Esa pregunta se postula aún más, ya que Dios no quiere oponerse al profeta Moisés como un fallido rompeolas ante el juicio, sino, comenzar sobre la tumba de Su pueblo como una vez con Noé  una nu­eva historia de salvación a partir de Moisés, y cumplir en él la promesa dada a Abraham: “Y haré de ti una nación grande” (Gn. 12:2a). ¿Cómo debería reaccionar Moisés? ¿Será que no debería estar satisfecho con su propia salvación y con la de su casa, y decir: “¡Señor, cúmplase tu voluntad!”? ¿No debería sentirse aliviado y dejar perecer a este pueblo que no había merecido otra cosa, prevaleciendo la causa de Dios? ¿O, por lo menos, no debería someterse calladamente y dejar que Dios obrara? Una pequeña palabra en la anunciación del juicio divino toca uno de los más profundos milagros: “Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma...”. Dios, en cierto modo, pide a Moisés permiso para dar rienda suelta a Su ira. Con eso, Dios indica un último obstáculo, lo cual retiene el juicio y ata la ira de Dios, de modo que Él no pueda destruir a Israel.

Aquí nos encontramos sobre suelo muy sagrado si decimos que pertenece a los misterios de Dios, que, de ese modo, se pone Él en dependencia de los hombres. No solo es incomprensible Su subordinación a Su profeta Moisés cuando Dios quiere juzgar, sino también Su dependencia de los hombres cuando quiere dejar actuar la gracia. Como el Señor Jesús, en Lucas 24:28-29, ante los discípulos que van a Emaús hace como si quisiera pasar de largo, pretendiendo que los Suyos le obligasen a quedarse, así Dios solicita autoridad para juzgar, y busca simultáneamente a hombres que se le interpongan en Su ira. Ese es el misterio de la gran contradicción, esto es, de la misericordiosa ira de Dios, como hemos leído más arriba: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé” (Ez. 22:30). Dios también busca entre nosotros a personas que se quieran colocar en la brecha por su pueblo y país ya maduro para el juicio, orando y rogando por avivamiento, para que aún muchos puedan ser rescatados como tizón de entre las llamas. ¿Te encuentra el Señor a ti?

Es muy difícil decirlo, y hasta estremecedor: ¿Es la inmutabilidad, en la que están fundamentados los pensamientos y planes de Dios, Su propósito firme, con el cual cumple Su Palabra empeñada a Abraham “...Y de ti yo haré una nación grande” , o es la independencia de la omnipotencia de Dios en relación con Sus instrumentos, si esos fracasan? Como en el comienzo, Dios le levantó descendencia a Abraham de la esterilidad en contra de la ley de la naturaleza y, al final, sería capaz de “levantar hijos a Abraham aun de... [las] piedras” (Mt. 3:9), así también le es algo insignificante destruir a todo aquel pueblo impío, apóstata, e iniciar con el solitario Moisés la historia de una nueva humanidad. Pero más estremecedor que ambas es la dependencia de la fe y la oración de pequeños hombres, a los cuales se dirige la propia omnipotencia: “Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma”. ¡Cuán grande Dios tenemos, que también quiere elevarte a ti a ese nivel de sacerdote suplicante!

Eso atestigua cuán profunda llegó a ser la unidad de Moisés con Dios, que no hace uso de su exoneración, ni acepta las promesas del pacto de Abraham acumuladas sobre él personalmente a costas del pueblo, sino que se aferra a la solidaridad con su pueblo desechado. Él no le da libertad a Dios, sino que se precipita de manera interucesora en contra de Su ira. La palabra utilizada en el texto original para la intercesión es “acariciar”. Como un niño acaricia las manos paternas que castigan, así Moisés trata de apaciguar las manos justicieras de Dios. El utensilio por el cual Dios se deja “acariciar” en medio de Su ira son las oraciones de Sus santos. Cuán grande poder tenemos como hijos de Dios, los que representamos un real sacerdocio. Tenemos un libre acceso al Padre: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4:16).

Es revelador cómo los diferentes traductores reproducen Éxodo 32:11, en especial este “acariciar”:

Nueva Traducción Viviente: “Pero Moisés trató de apaciguar al Señor su Dios.–¡Oh Señor! –le dijo–, ¿por qué estás tan enojado con tu propio pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto con tan gran poder y mano fuerte?”

Biblia de las Américas: “Entonces Moisés suplicó ante el Señor su Dios, y dijo: Oh Señor, ¿por qué se enciende tu ira contra tu pueblo, que tú has sacado de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte?”

En esta unidad de Moisés con el eterno Dios, en esta súplica apaciguadora ante Dios por el pueblo, vemos y oímos en cierto modo a nuestro celestial sumo sacerdote Jesucristo, del quien se dice en Hebreos 7:25-26: “...Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos.” Y así pensamos también en Romanos 8:34: “Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. ¡Aquí Moisés es una maravillosa imagen profética de nuestro sumo sacerdote Jesucristo, que desempeña el poderoso servicio sacerdotal por todos sin interrupción ante Dios, por aquellos que a través de Él se quieren allegar a Dios!

Quiera el Señor sacarte hoy de este sueño espiritual de la posición de Aarón y hacer de ti una figura sacerdotal como Moisés, que no solo llega a ser un instrumento para salvación de muchos, sino también, con autoridad profética de la cortante y separadora palabra de Dios, puede colocarse ante el pueblo y decir: “El que esté por el Señor, venga a mí”.

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