Teniendo un mismo ánimo (Filipenses 2:19-24)

René Malgo

Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio. Así que a este espero enviaros, luego que yo vea cómo van mis asuntos; y confío en el Señor que yo también iré pronto a vosotros.” Filipenses 2:19-24

Pablo vivía en Cristo. Es algo que se nota claramente al leer su carta a los filipenses. Él no solo hablaba como teólogo que entendía intelectualmente los misterios de Dios, sino como alguien que tenía una relación personal con Él.

Pablo esperaba poder mandar pronto a Timoteo a los filipenses, y esta esperanza la tenía “en el Señor Jesús” (Fil. 2:19). Esperaba de la manera en la que cada creyente debería esperar, según señaló Santiago: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Stg. 4:15). Pablo hacía depender su esperanza de la voluntad del Señor; creía que su esperanza coincidía con ella. Y no era una esperanza egoísta, ya que quería mandar a Timoteo, su más confiable colaborador, para enterarse del andar de los filipenses, “para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado” (Fil. 2:19).

Es notable la esperanza que sentía el apóstol Pablo. Por un lado, revela el gran “corazón de pastor” que tenía. Ya en los versículos anteriores decía que incluso se gozaría al ser derramado “en libación sobre el sacrificio y servicio” de la fe de los filipenses (Fil. 2:17-18). Amaba tanto a los filipenses que estaba dispuesto a sacrificarse por ellos, si era necesario hasta la muerte. Ya al principio de su carta, mencionaba que siempre oraba por ellos y sentía el sincero deseo de saber cómo estaban. Pero, por otro lado, Pablo estaba muy animado. Creía que aquel que comenzó la buena obra en los filipenses, también la perfeccionará (Fil. 1:6). También estaba convencido de que estarían de buen ánimo al saber de su estado a través de Timoteo. Además, Pablo dijo: “para que yo también esté de buen ánimo”. Él estaba seguro de que los filipenses se alegrarían tanto de la venida de Timoteo como él de las noticias de ellos.

El apóstol Pablo escribió acerca de Timoteo: “Pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio” (Fil. 2:20-22). Tener el “mismo ánimo” significa literalmente “tener un mismo alma”. Pablo consideraba a Timoteo como a un amigo del alma, como alguien que funcionaba de la misma manera, pensaba de la misma manera y tenía las mismas prioridades. Por eso, Pablo sabía que Timoteo también estaba preocupado sinceramente por los filipenses.

Sobre los demás el apóstol escribió que “todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús”. Esta es una afirmación muy dura. Solo unos pocos versículos más tarde, Pablo nombró a Epafrodito como ejemplo positivo; sin embargo, en nuestro párrafo dice que no tenía a nadie que fuera del mismo ánimo, salvo a Timoteo. ¿Qué quiso decir con esto? ¿A pesar de su actitud positiva, Pablo estaba amargado por estar en la cárcel? ¿Estaba pensando en que ya no existía ningún cristiano bueno? ¿Qué pasaba con Pedro, Santiago o los otros apóstoles? En el texto griego, la palabra “todos” está acompañada del artículo lo que, según el exegeta Sydney Maxwell, significa que se refiere a todos sin ninguna excepción. Es decir, Pablo no hizo aquí simplemente una generalización, sino que quiso decir literalmente “todos”.

La respuesta a esto es bastante sencilla si lo estudiamos más de cerca: Pablo se refería a todos en su entorno en Roma. Solamente quedaba Timoteo con él. Epafrodito ya estaba con los filipenses. Probablemente les había llevado la carta de Pablo. Pero en Roma, Timoteo era el único que era del mismo ánimo que Pablo y seguía a su lado. Esta información nos hace pensar que las palabras de Pablo acerca de los que predicaban “por envidia y contienda”, se aplicaban a todos los cristianos en Roma salvo a Timoteo.

Realmente es notable: después de que Pablo ya había mandado a su buen colaborador Epafrodito a Filipos para consuelo de los filipenses, también quería mandar a su último colaborador de Roma en el cual podía confiar, su “amado hijo” en la fe, como lo llama en 2 Timoteo 1:2. Esto nos muestra una vez más el corazón de pastor que tenía Pablo: estaba dispuesto a renunciar a Timoteo para consolar y apoyar a los filipenses.

Timoteo no era un desconocido para los filipenses. Había servido “como hijo a padre en el evangelio” junto a Pablo. Entre los dos había una entrañable relación de padre e hijo, y para ambos el anuncio del evangelio tenía absoluta prioridad. Su lema era: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21), y para ninguno de los dos eran meras palabras teóricas, sino realidad vivida.

Hoy en día tendemos a enfocarnos en ciertos temas. Discutimos si la salvación se puede perder o no, cuál es la relación entre la elección de Dios y nuestra libre voluntad, cuándo tendrá lugar el arrebatamiento, etc. Estos temas son importantes y deben ser estudiados, pues no existen doctrinas insignificantes; todo lo que proviene de Dios merece y exige nuestra atención. Pero nuestro criterio siempre debe ser el evangelio: ¿contribuyen nuestros esfuerzos al conocimiento del evangelio o no lo hacen? Pablo consideraba a Timoteo como un hijo del alma porque proclamaba el evangelio, las buenas nuevas de salvación. ¿Qué es lo que realmente nos importa? ¿El evangelio o el querer tener la razón? Pablo incluso se gozaba por algunos cristianos egoístas que predicaban el evangelio por contienda, porque por lo menos Cristo estaba siendo anunciado (comp. Filipenses 1:18), y esta era la prioridad, tanto para él como para Timoteo.

¿Por qué entonces Pablo no mandó en seguida a Timoteo a Filipos? Él muy bien podría haber llevado la carta. En el siguiente versículo, el apóstol nombró una condición para poder enviar a Timoteo: “Así que a este espero enviaros, luego que yo vea cómo van mis asuntos; y confío en el Señor que yo también iré pronto a vosotros” (Fil. 2:23-24).

Pablo quería mandar a Timoteo tan pronto como supiera cómo iban sus asuntos. ¿Qué significa esto? Pablo confiaba en poder ir pronto personalmente. Se nota que contaba con su inminente liberación de la cárcel. Vemos que por un lado, estaba dispuesto a ser derramado en libación, es decir, a morir; pero por otro lado, confiaba “en el Señor” para su pronta liberación. Y parece que de esto hacía depender el envío de Timoteo. Pablo subraya nuevamente el principio de Santiago: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. Aparentemente, Pablo no podía prescindir de la presencia de Timoteo mientras estaba en la prisión.

Sea como sea, Pablo mostró una vez más su amor por los filipenses dándoles la esperanza de su visita si el Señor lo permitía. Se supone que Pablo realmente fue liberado y murió como mártir recién después de un encarcelamiento posterior. Sus palabras “confío en el Señor” parecen expresar una convicción. Es decir, Pablo estaba convencido en el Señor de que pronto sería liberado. A pesar de esto, esperó antes de enviar a Timoteo, pues en el caso de ser sacrificado como mártir, sería una irresponsabilidad alejar de Roma al único obrero de confianza. ¿Quién se ocuparía entonces de los creyentes allí?

¿Qué nos enseña este pasaje? Aunque, a primera vista, el tema es Timoteo, Filipenses 2:19-24 nos habla en realidad de dos personas que eran de un mismo ánimo: Pablo y Timoteo. Su ejemplo nos fue dado en las Escrituras para que los imitemos. Es un gran desafío: Pablo era pastor con toda su alma. En cada situación pensaba primero en los demás, y ante todo en Cristo y Su evangelio. Y Timoteo pensaba, actuaba y vivía exactamente de la misma manera. Era todavía bastante joven, pero a pesar de eso, Pablo testifica que ellos dos tenían un mismo ánimo, es decir, una misma alma.

¿Cómo es esto en nuestras vidas personales y en nuestras iglesias? Es muy desafiante la observación de Pablo de que: “todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Fil. 2:21); también nosotros. En su saludo final en Filipenses 4:21-22, a los cristianos en Roma, sobre quienes antes había dicho que todos buscaban lo suyo propio, Pablo los llama “hermanos” y “santos”. También los “hermanos” y “santos” pueden ser egoístas e inútiles. ¿Qué tal nosotros? ¿Qué o quién nos importa cuando pensamos, decimos o hacemos ciertas cosas? ¿Cuál es nuestro objetivo al tomar nuestras decisiones, planificar nuestro tiempo y nuestro servicio? ¿Nuestra propia ventaja o lo que es de Jesucristo? ¿Somos como Timoteo o somos como “todos”?

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