Sionismo cristiano: ¿una peligrosa herejía?

Reinhold Federolf

Cuando los cristianos abogan por el regreso de los judíos a la tierra que Dios les prometió, a menudo son atacados, insultados y difamados como “fundamentalistas que obstruyen el proceso de paz”. O bien se asevera que esta unilateralidad hacia Israel dificulta la evangelización entre los musulmanes, y que el sionismo es igual al racismo y a la política de apartheid. Tales críticas, especialmente cuando provienen de las filas cristianas, no deben quedar sin respuesta.

“¡No hay promesas de tierra en el Nuevo Testamento!” —se dice.

Esta afirmación da en el centro del conflicto entre cristianos. Hay una inmensa falta de comprensión de lo que incluye el término “Sion”, que después de todo aparece alrededor de 160 veces en la Biblia. Cualquiera que lea con atención los pasajes que tratan de Sion, no puede evitar la impresión de que Sion fue, es y será muy, pero muy importante para nuestro Dios. Por ejemplo, cuando Pablo, hablando del tema Israel, cita al profeta Isaías, está expresando que se cumplirá en el futuro exactamente lo que el profeta del Antiguo Testamento escribió: “…y luego todo Israel será salvo, como está escrito [en Isaías 59:20]: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad” (Ro. 11:26).

Con un solo versículo, la existencia de Sion se confirma en el Nuevo Testamento. Y esto implica la restauración de Jacob (es decir, el pueblo de Israel), del territorio y de la presencia de Dios en el país, con Su sede en Jerusalén.

Toda nuestra Biblia es judía. A Jesús se le sigue llamando el León de la tribu de Judá incluso al final del Nuevo Testamento. En Romanos, Pablo pone freno a cualquier exclusivismo de la Iglesia gentil cristiana: “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas…” (Ro. 11:17-18).

En el primer sermón de la nueva Era de la Iglesia, dirigiéndose a su audiencia judía, Pedro explica adónde se dirige el mensaje de la fe: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:39).

Especialmente los últimos capítulos del Apocalipsis prohíben una internacionalización neotestamentaria de la Nueva Jerusalén. La ingravidez doctrinal con respecto a Israel provoca desorientación, incertidumbre y a menudo tendencias antisemitas.

Por ejemplo, cuando se menciona que los nombres de las doce tribus de Israel podrán verse sobre las puertas perladas de la Jerusalén celestial, esto debería hacernos reflexionar. Incluso Israel se menciona específicamente en el Nuevo Cielo y la Nueva Tierra: “Porque como los cielos nuevos y la tierra nueva que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre” (Is. 66:22).

Otra referencia a Sion en el Nuevo Testamento: en Apocalipsis 14:1, Juan ve a Jesús sobre el monte Sion, con 12,000 descendientes de cada una de las doce tribus de Israel. “Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente”. Si de alguna manera interpretamos esto alegóricamente como un símbolo de la Iglesia de Jesús, ¡entonces nos encontramos entre los que le quitan algo a la Escritura y a las promesas de Dios!

Entre los cristianos con fundamento bíblico hay unanimidad con respecto al hecho de que Jesús regresará a Jerusalén, al monte de los Olivos, como se profetizó: “Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo. Entonces volvieron a Jerusalén...” (Hch. 1:10-12).

Este acontecimiento tremendo e incisivo se describe detalladamente al final del libro del profeta Zacarías: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente … y vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos” (Zac. 14:4, 5). Si pensamos correctamente conforme al panorama bíblico, esto significa el comienzo del reinado de Jesús, el Mesías de Israel. Luego vendrá la restauración de todas las cosas (Hechos 3:21) y amanecerá el prometido tiempo de refrigerio y bendición para Sion (Hechos 3:19). ¡Esto será inimaginablemente maravilloso!

El triple “hasta que”
“Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Ap. 22:18-19).

De esta advertencia tan seria se desprende que Dios espera que seamos capaces de entender correctamente lo que se ha revelado. El mencionado “quitar” y “añadir” puede referirse a la ignorancia por falta de estudio de la Biblia, pero también a la manipulación deliberada, por ejemplo, para poner por encima determinados pensamientos o sistemas teológicos o para justificar el pecado o las tendencias sectarias.

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Ro. 11:25). Siendo este, un versículo bíblico muy importante.

Pablo explica el tema de Israel a los gentiles salvos en tres capítulos especiales de Romanos (9-11). Aquí no destaca la salvación individual durante la Era de la Iglesia, en la cual todavía nos encontramos, sino lo que vendrá después de este tiempo: ¡la salvación de Israel! Pablo llama a la conclusión de la Iglesia “la plenitud de los gentiles”. Esta expresión significa que se llegue a un número concreto de salvos, que solo Dios en su omnisciencia conoce. ¡El “hasta que” se enciende como una luz roja de advertencia especialmente para aquellas iglesias y denominaciones que dan cabida a la teología del reemplazo y no le dan ya ninguna importancia a Israel! Pues hay un “hasta que” y un “después”.

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt. 23:37-39).

Aquí el Señor pronuncia duras palabras de juicio contra el pueblo de Israel. Hoy la humanidad ya ha vivido el período histórico de casi 2,000 años de dispersión judía, así como la fundación del Estado en 1948. El “hasta que” que se menciona aquí se refiere a Israel y de ninguna manera a la Iglesia, y es innegable que ya está cerca su cumplimiento. Sin duda, el regreso de los judíos a la tierra de los padres es una grande señal para todos nosotros. Esta profecía de Jesús incluye automáticamente la promesa del territorio hecha a los patriarcas, ¡y es confirmado para el futuro!

“Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Lc. 21:24). —cuando la paciencia de Dios con los gentiles llegue a su fin, la situación en Jerusalén cambiará definitivamente. Si pensamos bíblicamente, llegamos a la conclusión de que, sin duda, estamos viviendo un período de transición en la actualidad, al menos desde la fundación del Estado de Israel en 1948. A través del estudio de la profecía bíblica, sabemos cómo continuará esta etapa. ¡Este “hasta que” también contiene la promesa de la completa restauración de Israel para el futuro!

La pregunta de los discípulos judíos preocupados por Israel demuestra su firme esperanza en el Reino Mesiánico de Paz: “Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos” (Hch. 1:6-9).

El contexto de este pasaje y la lógica nos llevan al siguiente resultado: la respuesta de Jesús a la típica pregunta nacionalista judía sobre la restauración completa de Israel no es una negación ni un rechazo. Nuestro Señor solo señala claramente lo que ahora tiene prioridad en el programa de Dios. Y esto fue y sigue siendo la predicación del evangelio en el mundo entero, lo que corresponde a la Era de la Iglesia. La preocupación por Israel se trasladó claramente a un segundo plano, pero no se abolió.

¿Conoce el diablo la importancia de Sion?
En Ezequiel descubrimos importantes revelaciones e información sobre la caída de Lucifer: “Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas” (Ez. 28:14). 

Sin duda, este querubín caído conocía muy bien la voluntad de Dios, claramente revelada en Salmos 2:6: “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte”. O como dice Miqueas: “…y Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sion desde ahora y para siempre” (Miq. 4:7).

Satanás, bien caracterizado como el adversario, se opone a este rey con toda su energía. Pero no solo eso: él mismo quiere volver al monte santo de Dios y coronarse rey:

“…porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Ts. 2:3-4).

Aquel que de alguna manera piensa que el “templo de Dios” se refiere a la Iglesia, minimiza el conflicto cósmico que se está teniendo. Aquí se trata de un ataque a Jerusalén, el centro de la Tierra (Ezequiel 5:5), y Dios permitirá por un tiempo limitado que el aparente hombre-Dios, el Anticristo, se siente en el Templo reconstruido en Jerusalén. Pero cuando Jesús aparezca entonces como el verdadero Rey divino, el pseudodios quedará expuesto como un títere de satanás ante todo el mundo: “Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida” (2 Ts. 2:8).

Sí, el diablo sabe más sobre la importancia de Sion que todos los predicadores de la teología del reemplazo juntos. En la primera venida de Jesús, los demonios temblaban: “Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mt. 8:29). Daban testimonio de que Jesús era el Hijo de Dios y conocían exactamente su propio destino futuro. En cambio, los sacerdotes y los escribas simplemente se negaron a aceptarlo y rechazaron la salvación ofrecida.

¿Acaso es Dios mismo un sionista?
Como ya se ha dicho, Sion en la Biblia no solo se refiere a la ciudad de Jerusalén o al monte de Sion, sino que abarca todo el país y las personas que viven en él, como muestran los siguientes versículos:

“Pero Sion dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí. (…) Alza tus ojos alrededor, y mira: todos éstos se han reunido, han venido a ti. Vivo yo, dice Jehová, que de todos, como de vestidura de honra, serás vestida; y de ellos serás ceñida como novia. Porque tu tierra devastada, arruinada y desierta, ahora será estrecha por la multitud de los moradores, y tus destruidores serán apartados lejos” (Is. 49:14, 18-19).

El Señor asegura a Israel la fidelidad de su pacto: “Y en tu boca he puesto mis palabras, y con la sombra de mi mano te cubrí, extendiendo los cielos y echando los cimientos de la tierra, y diciendo a Sion: Pueblo mío eres tú” (Is. 51:16).

Son especialmente llamativos los versículos en los que Dios utiliza palabras como “eterno” o “para siempre”: “Porque Jehová ha elegido a Sion; La quiso por habitación para sí. Este es para siempre el lugar de mi reposo; Aquí habitaré, porque la he querido” (Sal. 132:13-14). “Y le dijo Jehová: Yo he oído tu oración y tu ruego que has hecho en mi presencia. Yo he santificado esta casa que tú has edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; y en ella estarán mis ojos y mi corazón todos los días” (1 Re. 9:3).

Así que Dios no solo es sionista, sino que Él mismo participará en la aliá y habitará en Sion:

“Y conoceréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que habito en Sion, mi santo monte (…) Pero Judá será habitada para siempre, y Jerusalén por generación y generación (…) y Jehová morará en Sion” (Joel 3:17, 20, 21).

Estas son promesas fuertes y demuestran el amor de Dios por Israel: “Canta y alégrate, hija de Sion; porque he aquí vengo, y moraré en medio de ti, ha dicho Jehová” (Zac. 2:10). “Así dice Jehová: Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad, y el monte de Jehová de los ejércitos, Monte de Santidad” (Zac. 8:3). Estos aspectos han sido tremendamente descuidados o reinterpretados en los últimos 2,000 años de la historia de la Iglesia.

Pero las promesas de Dios tienen plena vigencia: “He aquí yo los hago volver de la tierra del norte, y los reuniré de los fines de la tierra…” (Jer. 31:8). “Oíd palabra de Jehová, oh naciones, y hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid: El que esparció a Israel lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño” (Jer. 31:10).

Y: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Is. 2:2-4).

Los sobrevivientes de todas las naciones que marcharon contra Jerusalén bajo el liderazgo del Anticristo son descritos por el profeta Zacarías: “Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos” (Zc. 14:16).

Subir significa adorar al Señor de la Tierra y Dios verdadero, el Dios de Israel, en Jerusalén, en el monte Sion, sede del gran Rey. ¡Sion es el centro del mundo! Allí el Siervo del Señor, como Cordero de Dios, quitó los pecados del mundo: “Y pondré salvación en Sion, y mi gloria en Israel” (Is. 46:13).

Quien crea en Él personalmente se convertirá en ciudadano de Sion: “Y de Sion se dirá: Este y aquél han nacido en ella, Y el Altísimo mismo la establecerá. Jehová contará al inscribir a los pueblos: Este nació allí. Selah” (Sal. 87:5-6).

Las últimas palabras de Dios sobre...

...los judíos: “Y sabrán que yo soy Jehová su Dios, cuando después de haberlos llevado al cautiverio entre las naciones, los reúna sobre su tierra, sin dejar allí a ninguno de ellos” (Ez. 39:28).

...la tierra (territorio) de Israel: “Pues los plantaré sobre su tierra, y nunca más serán arrancados de su tierra que yo les di, ha dicho Jehová Dios tuyo” (Am. 9:15).

...Jerusalén: “…la ciudad (…) no será arrancada ni destruida más para siempre” (Jer. 31:38,40).

Se trata de un triple sionismo: pueblo, tierra y Jerusalén (Sion), ¡confirmado directamente por el propio Dios! Sin embargo, el sionismo tiene un cuarto componente y es la presencia de Dios en medio de su pueblo:

Las últimas palabras de Dios sobre sí mismo: “…y Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sion desde ahora y para siempre” (Miq. 4:7).

Isaías, a través del Espíritu de Dios, conocía la importancia de Sion y se identificaba con ella:

“Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha. Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará. Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo. Nunca más te llamarán Desamparada, ni tu tierra se dirá más Desolada; sino que serás llamada Hefzi-bá, y tu tierra, Beula; porque el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada. Pues como el joven se desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (Is. 62:1-5).

La tierra (país, territorio) y el pueblo siempre van juntos. La Palabra de Dios profetiza cambios visibles cuando el pueblo de Israel regrese a la tierra: “Se alegrarán el desierto y el sequedal; se regocijará el desierto…” (Is. 35:1; nvi). Nosotros experimentamos y observamos parte de esto en nuestros días, especialmente cuando viajamos a Israel. Pero también observamos cómo el adversario incita, utiliza y abusa de la gente en contra de Israel. No solo los “vecinos” de los alrededores, sino personas de todo el mundo se oponen a Sion. Por lo tanto, oremos por Israel y apoyémoslo, pues: “Serán avergonzados y vueltos atrás todos los que aborrecen a Sion” (Sal. 129:5).

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