¿Será que Dios es sionista? - Parte 1
Puede que este tema, provocativo para algunos, se mueva en el nivel de las preguntas imposibles, al estilo “¿puede ser salvo el diablo?”. Pero eso no debería impedir que conozcamos mejor al Dios de la Biblia. “¡No seáis tal vez hallados luchando contra Dios!” (Hch. 5:39).
¿Qué significa “sionismo”? Con el término “sionismo” se denomina un movimiento político moderno que se puso como meta hacer regresar a personas judías a la tierra de los patriarcas. En base sobre todo a discriminación, persecución y exterminio fue que el movimiento recibió más impulso hacia fines del siglo XIX. Luego, el terrible holocausto llevó a que las naciones, por lo menos por algunos años, fueran favorables al regreso de los judíos a un Estado propio.
El himno nacional israelí haTikwa (“La esperanza”) puede ser entendido como una reinterpretación positiva de la visión de Ezequiel del campo de los huesos secos: “¡Pereció nuestra esperanza!” (Ez. 37:11). El texto proviene de una poesía de diez versos de Naphtali Herz Imber (1856-1909), quien había nacido en la parte ucraniana de la entonces Gran Austria. Su poesía Tikwatenu (“Nuestra Esperanza”) primeramente fue conocida como canción sionista. Cuando en 1948 se eligió la primera estrofa como himno nacional del recién fundado Estado de Israel, el texto, que expresa el deseo de regresar a Sion, fue un poco adaptado. El himno deja claro que el afán del sionismo va más allá de lo puramente político y sin lugar a dudas también contiene una añoranza religiosa: “Mientras que en el corazón aun more un alma judía, y hacia el oriente, hacia adelante, un ojo mire hacia Sion, entonces nuestra esperanza aún no está perdida. ¡La esperanza de dos mil años de edad de ser un pueblo libre en nuestra tierra, en la tierra de Sion y en Jerusalén!”
Sionismo cristiano - ¿Una falsa doctrina peligrosa?
A menudo se escuchan declaraciones como “¡fundamentalistas obstaculizan el ‘proceso de paz’!”. O “¡esta unilateralidad de Israel dificulta la evangelización entre los musulmanes! ¡Se debe equiparar el sionismo con el racismo y la política de Apartheid!”. Ese tipo de malos presagios no deben dejarse pasar, especialmente cuando provienen de filas cristianas. Una aseveración que da justo en el centro del conflicto entre cristianos es: “¡No existe una promesa de tierra en el Nuevo Testamento!”. El problema es que en muchos grupos falta comprensión en cuanto a todo lo que encierra el término “Sion”. Después de todo, este aparece alrededor de 160 veces en la Biblia.
Quien estudia atentamente los pasajes correspondientes, sin lugar a dudas llega a la conclusión que Sion era, es y será enormemente importante para nuestro Dios. En este contexto Pablo cita al profeta Isaías y señala que aquello que el profeta antiguotestamentario pronosticó hace mucho tiempo atrás se cumplirá en el futuro: “Y luego todo Israel será salvo, como está escrito [en Isaías 59:20]: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad” (Ro. 11:26). Este versículo confirma la restauración de Jacob (del pueblo de Israel), de la tierra y de la presencia de Dios en el Nuevo Testamento.
La Biblia es judía: Jesús es denominado León de la tribu de Judá y nuestra esperanza del futuro tiene características judías. Por eso Pablo, en la Carta a los Romanos, advierte de un eventual exclusivismo pagano-cristiano: “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas [o: en medio entre ellas], y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti” (Ro. 11:17-18).
Aquí queda claro que Dios no ha reemplazado a Israel por la iglesia. Esta opinión errónea a menudo es manifestada entre grupos cristianos, donde nunca se escucha una prédica sobre este tema o donde nunca llega ante el Dios de Israel una oración a favor de los judíos. Esta ausencia doctrinal con respecto a Israel causa desorientación, desconcierto y a menudo también tendencias antisemíticas.
Especialmente los últimos capítulos del Apocalipsis prohíben una internacionalización neotestamentaria del nuevo Jerusalén. Cuando se menciona, por ejemplo, que los nombres de las doce tribus de Israel son visibles sobre las puertas de perlas del Jerusalén celestial, esto debería darnos que pensar. Israel es especialmente destacado en conexión con el nuevo cielo y la nueva tierra: “‘Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí’, dice el Señor, ‘así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre’” (Is. 66:22). En el Apocalipsis encontramos otro indicio neotestamentario de Sion: Jesús estará parado sobre el Monte de Sion con 12,000 descendientes de cada una de las doce tribus de Israel. “Luego miré, y apareció el Cordero. Estaba de pie sobre el monte Sion, en compañía de ciento cuarenta y cuatro mil personas que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y de su Padre” (Ap. 14:1). ¡Si de alguna manera interpretamos esto alegórica o simbólicamente y lo relacionamos con la iglesia, estamos entre aquellos que quitan algo (Ap. 22:19)!
Todos los cristianos fieles a la Biblia están de acuerdo en que Jesús en Su segunda venida estará de pie en el Monte de los Olivos de Jerusalén (Hch. 1:10-12). Este acontecimiento imponente y que lo cambia todo está descrito al final del libro de Zacarías: “En aquel día pondrá el Señor sus pies en el monte de los Olivos, que se encuentra al este de Jerusalén… Entonces vendrá el Señor mi Dios, acompañado de todos sus fieles” (Zac. 14:4-5). Esto iniciará el comienzo del dominio de Jesús, el Mesías de Israel. A esto le sigue la restauración de todas las cosas (Hch. 3:21) y el comienzo del tiempo de descanso y bendición para Sion (Hch. 3:19). ¡Eso será maravilloso!
Deberíamos cuidar de no quitar pero tampoco agregar algo a la doctrina bíblica: “A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro. Y, si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro” (Ap. 22:18-19). De esta seria advertencia se desprende que Dios espera de nosotros que comprendamos correctamente lo que ha sido revelado. Puede que con “quitar” y “agregar” se refiera a ignorancia por falta de estudio bíblico, pero también a manipulación consciente para, por ejemplo, imponer cierto orden de ideas teológicas, o para justificar un pecado o tendencia sectaria.
“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Ro. 11:25). Ese es un versículo bíblico muy central. Pablo explica el tema de Israel a los no judíos salvos en tres capítulos de la carta a los romanos (9 al 11). Al hacerlo no ilustra la salvación individual durante la era de la iglesia que continúa hasta el día de hoy, sino lo que viene después de la iglesia, ¡es decir la salvación de Israel! Pablo denomina a la finalización de la iglesia como “la plenitud de los gentiles”. Esta expresión se refiere a un número concreto que Dios en su omnisciencia conoce. ¡La palabrita “hasta” resplandece aquí como luz roja de advertencia, especialmente para las iglesias y denominaciones que dan lugar a la teología del reemplazo y que ya no quieren tener relación con Israel!
Este “hasta” también aparece en otros pasajes: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt. 23:37-39). Aquí el Señor dice palabras duras contra el pueblo de Israel. Hoy miramos hacia atrás a un período histórico de casi 2,000 años de la dispersión judía.
Jesús anunció esto también en otro pasaje: “Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Lc. 21:24). El “hasta” en estas dos profecías de Jesús refiere claramente a Israel, no a la Iglesia. ¡Y se ha acercado innegablemente! Porque estas profecías incluyen automáticamente la promesa de la tierra que les fue dada a los patriarcas. ¡El regreso de los judíos a la tierra de los patriarcas por lo tanto es, sin lugar a dudas, una señal importante para todos nosotros! Cuando haya terminado la paciencia de Dios con los gentiles, la situación de Jerusalén cambiará definitivamente. Desde la perspectiva bíblica vivimos hoy (al menos desde la fundación del Estado de Israel en 1948) en un tiempo de transición. Y por medio del estudio de la profecía bíblica sabemos lo que ocurrirá después de esta fase: ¡la restauración total de Israel!
La pregunta de los discípulos de Jesús que estaban preocupados por Israel, demuestra su firme esperanza en el reino de paz mesiánico: “Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: ‘Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?’. Y les dijo: ‘No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra’. Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos” (Hch. 1:6-9). El contexto y la lógica nos llevan al siguiente resultado: la respuesta de Jesús a la pregunta típicamente judío-nacionalista sobre la restauración de Israel no es una negación ni una recusación. Nuestro Señor solamente señala con claridad lo que ahora tiene prioridad en el programa de Dios: la proclamación del evangelio a nivel mundial, también llamado “era de la iglesia”. ¡Si bien la petición de Israel fue claramente desplazada hacia atrás, no fue suprimida de modo alguno!
¿Conoce el diablo la importancia de Sion? En Ezequiel descubrimos revelaciones e informaciones importantes con respecto a la caída de Lucifer: “Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas” (Ez. 28:14). En la traducción NVI, dice: “Estabas en el santo monte de Dios”. Sin lugar a dudas, el querubín caído conoce la voluntad de Dios claramente, porque sobre el monte de Dios leemos también: “Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte” (Sal. 2:6). Y: “Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sion desde ahora y para siempre” (Mi. 4:7).
Como Satanás también es caracterizado como adversario, él se opone con todas sus fuerzas a este Rey. Pero no solo eso: él mismo quiere regresar al monte santo de Dios y coronarse como rey: “Y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Ts. 2:3-4). Quien aquí de alguna manera piensa en la Iglesia, minimiza inmensamente el conflicto cósmico. ¡Aquí se trata del ataque contra el centro del mundo! Por un tiempo “pequeño”, Dios permite que el aparente dios-hombre, el anticristo, se siente en el templo reconstruido en Jerusalén. Entonces, cuando aparezca Jesús, el verdadero rey divino, el pseudodios será desenmascarado delante de todo el mundo como marioneta de Satanás: “Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida” (2 Ts. 2:8). ¡Sí, el diablo conoce mejor la importancia de Sion que todos los predicadores y seguidores de la teología de sustitución juntos! En la primera venida de Jesús temblaban los demonios: “Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mt. 8:29). Ellos atestiguaban de Jesús como Hijo de Dios y sabían exactamente cuál va a ser su destino futuro. Los sacerdotes y escribas por el contrario, sencillamente no querían reconocerlo y desecharon la salvación ofrecida.