¿Se está extinguiendo el Occidente cristiano?

René Malgo

Llegamos a un momento crítico en la historia del mundo: la sociedad deja el cristianismo y la perdición está a la puerta. ¿Será esto así?

El miedo circula y muchos se preguntan: ¿qué tipo de ideas trae a Europa la avalancha de refugiados de los países islámicos? ¿Lograrán EE.UU., Corea del Norte y Arabia Saudita con su ruido de sables tramar una tercera guerra mundial? ¿Llevará a guerras civiles el endurecimiento de los frentes políticos de izquierda y derecha? ¿Qué tan destructiva será la ideología de género para la familia?

Sí, vivimos en tiempos agitados, y aun así, lo mismo podríamos decir desde el primer pecado. Hay una buena razón porqué en cada generación hay exhortadores que ven acercarse el fin. En una atmósfera tan apocalíptica, por ejemplo, apareció Martín Lutero. Él y otros estaban convencidos de que el día del juicio no podía estar lejano, y Lutero seguramente no se imaginó que cambiaría el mundo de habla alemana de forma tan duradera por 500 años.

Por un lado, el Nuevo Testamento muestra que el fin de todas las cosas está cerca desde la primera venida del Señor Jesús (1 P. 4:7; Stg. 5:9; Ap. 1:3). La encarnación del Hijo de Dios, Su vida, Su sufrimiento, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión al cielo han traído un cambio definitivo de los tiempos, una incisión que nunca más puede ser revertida (Hch. 2:16-17). La noche ha avanzado, el día está cerca (Ro. 13:12). Es por eso que ruge la lucha cósmica entre Miguel y los santos ángeles por un lado, y el diablo y los ángeles caídos por el otro. El diablo sabe que él es un enemigo vencido y que le queda poco tiempo (Ap. 12:7-12). Él está rabioso y anda como león rugiente buscando a quien devorar (1 P. 5:8). Por eso en ningún momento deberíamos asombrarnos, cuando observamos conmociones y señales del fin de los tiempos. Desde hace 2,000 años vivimos en los “días malos” (Ef. 5:16) previos al fin, poco antes de comenzar la última gran tribulación.

Por otro lado, debemos recordar que Jesús es vencedor. Donde Su evangelio es predicado, propagado y creído, el enemigo tiene que rendirse. Él es Señor (Ef. 1:20-21). Allí donde brilla la luz, la oscuridad tiene que ceder (1 Jn. 2:8). Y eso es algo que muchos pasan por alto y olvidan. El poder de la fe cristiana es real. Martín Lutero notó en su tiempo que el diablo nunca se nos puede acercar tanto como se nos acerca Cristo. Las personas pueden caer en las seducciones del diablo, pueden dejarse vencer por el mal, escoger el pecado y así llegar a ser cada vez más parecidos al diablo, e incluso poseídos por él. Pero solo Cristo se le acercó tanto al ser humano que Él mismo se hizo hombre, se convirtió en uno como nosotros. Eso el diablo nunca lo ha hecho. De modo que si creemos en Cristo, Dios en Su Hijo siempre va estar más cerca de nosotros de lo que lo puede estar el diablo. Siempre. Aquel que por medio de la fe está en nosotros “mayor es… que el que está en el mundo” (1 Jn. 4:4).

Por esta razón, la fidelidad de la Iglesia temprana llevó a que el cristianismo no fuera aniquilado por el Imperio Romano, sino que este, bajo Constantino el Grande, se rindió ante el cristianismo. Asimismo, la fidelidad de muchos reformadores y anabaptistas llevó a que la sociedad medieval no terminara, por ejemplo, en el fin del mundo, sino que entrara en una nueva era. Así también, la fidelidad de los movimientos de avivamiento pietistas y de las iglesias libres de los siglos XVIII y XIX provocaron que la Ilustración no desplazara al cristianismo, sino que fuera vencida por él muchas veces.

Naturalmente, en la Iglesia de Dios siempre crecen tanto el trigo y como la cizaña (Mt. 13:25-30). En toda comunidad de fe cristiana, encontramos luz y sombra, en unas más sombra y en otras más luz (cp. Ap. 2-3). Pero cuando más se predica el evangelio en el mundo, tanto más este es influenciado de manera positiva (cp. Hch. 16.20; Mt. 28:18-20).

Sí, los tiempos son cada vez peores cuanto más se acerca el fin (2 Ti. 3:1), pero para los cristianos esta verdad no es razón para aletargarse ni desanimarse. Por el contrario: si nuestro prójimo nos importa en algo, deberíamos resistir a la decadencia y proclamar más el evangelio, es decir el mensaje de que Jesucristo es el único Señor. Esta verdad es y sigue siendo poder de Dios para el mundo entero (Ro. 1:16), hasta que Cristo venga y establezca Su reino para Israel (Mt. 19:28). Y como a ninguno de nosotros nos corresponde saber el tiempo (aproximado) o la hora (exacta) (Hch. 1:6-7), ninguno de nosotros puede decir: “Tan malos son los días ahora, que ya no vale la pena predicar el evangelio”.

El poder de Dios sigue siendo poder mientras los portadores de Su Espíritu Santo estén dispuestos a vivir para Él, a predicarlo y glorificarlo.

Pero aún no respondemos la pregunta de si el Occidente cristiano perece. Primeramente, el crítico preguntaría: “¿Alguna vez fue cristiano?”. Sí, lo fue en toda su imperfección. Los principios cristianos eran considerados como moralmente obligatorios, aun en el caso de que casi nadie se atuviera a ellos. Y eso de hecho hoy ya no ocurre. Pero, ¿será que por eso el mundo antes era mejor en todo sentido? Pareciera que no. Una revelación en este sentido fue el libro Homo Deus: Una historia del mañana del historiador israelí Yuval Noah Harari. Él es totalmente ateo, pero eso no significa que no pueda reunir datos. Su perspectiva del futuro no es necesariamente optimista, pero una cosa deja en claro: muchas cosas han mejorado hoy. Según estadísticas, más personas mueren por sobrealimentación (es decir alimentación errada) que por desnutrición. Pestes, catástrofes de la naturaleza, guerras devastadoras, muertes infantiles y hambrunas se han reducido (en parte incluso casi por completo).

El avance científico y cultural asegura al hombre moderno un bienestar que nunca antes ha tenido, una seguridad relativamente grande y, en general, una vida más larga y más sana que tan solo 100 años atrás. Los emperadores estallarían de envidia si supieran lo que “el pueblo” es capaz de hacer con sus celulares y sus tarjetas de crédito.

En la antigüedad (el tiempo de los apóstoles) la pregunta por una vida feliz casi no era tema en la sociedad. Por eso no leemos nada sobre ser feliz en las Sagradas Escrituras. El sufrimiento era un componente normal de la vida. Todos se preparaban para “la desgracia me va a tocar”. Y por eso los teólogos y filósofos de su tiempo se ocupaban menos del esfuerzo por la felicidad, y más del esforzarse por una vida lo mejor posible a pesar de circunstancias adversas.

Hoy, la felicidad es considerada como el bien supremo del ser humano. Sufrir ya no es normal para nosotros. Si nos sucede algo grave, causa gran asombro, también en nosotros los cristianos. Nunca antes la humanidad se ha esforzado tanto por ser feliz, como lo hace la sociedad moderna occidental. Y nunca antes la libertad de religión ha sido tan grande como lo es en la actualidad.

Intente proclamar en el Occidente cristiano de la Edad Media que usted cree que la verdadera iglesia no es visible, sino que consiste de aquellos que creen en el corazón, y que su conciencia no puede ser atada por autoridades eclesiásticas. Una aseveración relativamente inofensiva diríamos hoy en día; pero en tiempos en que el cristianismo era tomado “en serio”, tales pensamientos revolucionarios podían llevar a la hoguera.

Sí, el Occidente cristiano se está extinguiendo. Ya casi nadie (mucho menos gobierno alguno) toma en serio los dogmas religiosos. Y de eso se benefician ateos y musulmanes, pero también creyentes serios que pueden vivir su cristianismo con libertad sin que un gobierno fanático les imponga lo que tengan que creer. Aún así, deberíamos lamentarnos de la extinción del Occidente cristiano.

Con todo lo que antes era peor, una cosa sí era mejor: Dios era tomado en serio. Y con todo respeto por todas las personas, eso es más importante que el hecho de que cada individuo se sienta afirmado y feliz con sus peculiaridades especiales. Lastimosamente es así: momentáneamente disfrutamos de libertad y bienestar justamente porque caen las barreras morales y éticas. Sin embargo, el esfuerzo insaciable por la felicidad sin Dios y sin moral que caracteriza nuestra sociedad, llevará a que el hombre perverso del fin de los tiempos de 2 Timoteo 3:1-8, se convierta en la norma social. Y eso tiene consecuencias negativas.

“Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:26).

A la tendencia moral decadente solo podemos oponerle una cosa: el evangelio de Jesucristo. El poder de Dios sigue siendo la única cosa capaz de cambiar los corazones humanos. Quizás usted no crea en que puedan mejorar las circunstancias; no importa, Lutero tampoco lo creía y a pesar de eso predicó el evangelio, y este produjo cambios. Lo que Dios el Señor le dijo a Israel hace miles de años, en Cristo también es válido hoy para todas las personas (Ef. 2:13; 3:6):

“A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David. He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones. He aquí, llamarás a gente que no conociste, y gentes que no te conocieron correrán a ti, por causa de Jehová tu Dios, y del Santo de Israel que te ha honrado. Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Is 55:1-11).

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