¿Qué tiene para decirnos Martín Lutero hoy? - Parte 2

Dr. Rolf Sons

El siguiente texto, en mi opinión, está entre los textos más importantes sobre la fe. Lutero lo escribió para el Pequeño Catecismo, un libro de enseñanza para la instrucción en familia. A algunos quizás les sea conocido de su propia instrucción para confirmandos.

“Yo creo que Dios me ha creado juntamente con todas las criaturas, me ha dado cuerpo y alma, ojos, oídos y todos los miembros, entendimiento y todos los sentidos y que aún los mantiene; además ropa y zapatos, comida y bebida, casa y jardín, esposa e hijos, campo, ganado y todos los bienes; con todo lo necesario para el cuerpo y la vida, me abastece abundantemente y todos los días me protege de los peligros y me guarda y cuida de todo mal; y todo esto por pura gracia y misericordia paternal, divina, sin ser mi logro ni ser yo digno de ello: por todo eso estoy en deuda con él, para agradecerle y adorarlo, servirle y obedecerle. Esto es real y seguro.”

Quien cree percibe de manera diferente. A través de la fe en Dios, el Creador, Lutero se ve a sí mismo y al mundo entero en una nueva luz. Con esta perspectiva la creación no es un acontecimiento de tiempos remotos; el actuar creativo de Dios es más bien presente y puede ser percibido en la vida propia.

Quien se ve a sí mismo como creado por Dios sabe que su vida fue querida y no es coincidencia. El comienzo de una vida no se trata de una decisión propia de ser o llegar a ser. Tampoco puede la persona decidir sobre su existencia: color de ojos, sexo, tamaño del cuerpo o color de piel. El ser humano no sale de la naturaleza o de sí mismo; viene de Dios y por lo tanto del amor. De ese obsequio de la vida, entonces, viene la tarea de aceptarse a sí mismo.

Lutero describe la vida recibida de la forma más concreta posible. Nada es demasiado insignificante o demasiado pequeño para que él no pueda agradecer por ello: ojos, oídos, entendimiento y todos los sentidos. También la provisión diaria con vestimenta, zapatos, comida y bebida. Finalmente agrega las relaciones dentro de la familia, al igual que la propiedad y la protección de peligros. Todo esto Dios lo concede no solo una vez, sino diariamente; no en forma medida, sino con abundancia.

La fe ve más allá, ve más profundo y con mayor exactitud. Para la fe nada está sobreentendido. En cada detalle puede reconocer la bondad de Dios: ver, escuchar, oler, gustar, sentir, pensar, todos son dones que Dios sostiene diariamente; nadie puede garantizarse la vida que recibió de Él. La lista de Lutero podría continuar largamente. ¿Ya descubrimos lo que Dios nos ha regalado hoy?

Es genial cómo continúa Lutero: “Y todo esto por pura gracia y misericordia paternal, divina, sin ser mi logro ni ser digno de ello”. Lutero mira toda la abundancia en su vida y sabe que esta tiene su origen en el amor paternal de Dios. Como los padres velan por sus hijos, los cuidan y les dan lo que necesitan desde el comienzo, así también lo hace Dios. Él da gratuitamente y no espera nada a cambio. En este punto Lutero nos permite echar un vistazo al corazón de su teología: la justificación solo por gracia es reconocida y experimentada dentro de la creación. ¡El ser humano experimenta en la creación la bondad de Dios! Solo necesita abrir los ojos a ella.

La pregunta por el valor propio es una pregunta central en la consejería pastoral. El ser humano se esfuerza por gustarse a sí mismo y a otros. Si lo logra, se encuentra en armonía consigo mismo. Si esa valoración de los otros le es negada, entra en crisis. Siempre está dependiendo del otro que lo confirma o aprueba; no existe un ser autárquico, es decir, un ser totalmente independiente del entorno y de su reconocimiento hacia él. Si es valorado por los otros, aumenta su valor; si ese reconocimiento le es negado, no logra llegar a un juicio positivo de sí mismo. La autoestima y autoconfianza del ser humano siempre dependen de la opinión del otro.

Dentro de la consejería el problema de la autoestima aparece en los contextos más diversos. ¿Por qué a un jefe le cuesta tanto animar a sus colaboradores a través del elogio? ¿Por qué un padre transmite tan poca valoración a sus hijos? ¿Por qué un pastor debe compararse con sus colegas constantemente? ¿Por qué un estudiante intenta desesperadamente mantener en alto la máscara de la perfección y la impecabilidad, y al hacerlo se siente tan desvalido en su interior? ¿Por qué la esposa engañada busca consuelo en el consumo excesivo de comidas dulces? ¿Por qué el adolescente triste se refugia en la anorexia? Aunque los trasfondos de estos planteamientos son complejos y difíciles de reducir a una causa común, en su origen generalmente está la pregunta “¿cuánto valgo?”. Por lo tanto, no es extraño que la cuestión de la justificación acabe siendo el tema central de la consejería cristiana.

En su publicación A la nobleza cristiana de la nación alemana de 1520, Lutero describe un “cambio gozoso” que se efectúa a través del evangelio. El teólogo escribe literalmente que a través de la fe ocurre un “intercambio de bienes”: lo que le pertenece a Cristo le es concedido al ser humano, y en sentido invertido lo que pertenecía al ser humano pasa a ser de Cristo. Jesús se hace cargo del pecado, la debilidad y transitoriedad que por naturaleza trae consigo el ser humano, y en su lugar, le obsequia al ser humano aquello que por naturaleza no tiene: perdón, amor, justicia y vida eterna. “¿No le parece un buen negocio que Cristo, el novio rico, noble y piadoso, toma en matrimonio a la pobre ramerita mala y despreciada, y la libera de todo mal, decorándola con todos los bienes?”

Con las palabras “despreciada” y “pobre”, Lutero indica la situación del ser humano por naturaleza. En su percepción de sí mismo sigue siendo pobre, con baja autoestima. No obstante, a la luz del evangelio se efectúa una revalorización; el que cree es el que recibe los obsequios. En la comunión con Cristo el ser humano no es en absoluto pequeño y feo sino rico y hermoso; el sistema de valores vigente hasta entonces es puesto de cabeza totalmente.

Desde este punto de vista, consejería significa hacer que las personas lleguen a ser conscientes de su propio valor a la luz del evangelio. En Jesucristo, Dios nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos; Él ama inclusive los lados oscuros de nuestro carácter. “Justificación” significa “revalorización del ser humano”: la persona que por sí misma siempre pierde, es revalorizada en la relación con Cristo.

La consejería de Lutero era “consejería de la conciencia”. Esto se ve en una carta del año 1543, que el teólogo le escribió a una Señora M., esposa de un alcalde. Lutero levantó su conciencia después de que, un día enojada, ella dijo palabras de maldición. La señora había dicho: “¡Que el diablo se lleve a todos aquellos que aconsejaron que mi esposo llegara a ser alcalde!”. Como esta frase le pesaba en su conciencia se dirigió a Lutero. Él le respondió en una carta de la siguiente manera:

“¡Gracia y paz de Dios en el Señor! ¡Mi estimada Señora M.! Me ha indicado su hermano Johannes cómo el espíritu maligno ha cargado vuestro corazón por el hecho de haber salido una palabra tan mala de su boca: ‘Quisiera que el diablo veniera a buscar a todos los que han aconsejado que mi esposo llegara a ser alcalde.’ Por esta razón el diablo la fastidia y le hace creer que eternamente tiene que ser suya.

Ay, querida M., como siente y confiesa que es el espíritu maligno el que la ha hecho pronunciar tales palabras, y que también es su idea maligna que deba seguir siendo suya, quiero que sepa que todo lo que él inspira es mentira. Él es un mentiroso. Porque de seguro eso de que ‘usted debe ser del diablo’ no ha sido inspirado por Jesucristo, ya que Él ha muerto para que los que son del diablo puedan ser libres de él. Por eso haga lo siguiente: eche al diablo fuera y diga: ‘Sí, he pecado, he pecado y lo siento. Cristo quita todos los pecados del mundo entero en cuanto son confesados, por eso es segura de que también este pecado mío ha sido quitado. ¡Fuera, diablo! Estoy absuelta, eso lo debo creer’.”

En primer lugar, Lutero resume lo sucedido: la esposa del alcalde había proferido una maldición y eso pesaba sobre su conciencia; la mujer temía pertenecer para siempre al diablo. Luego, es interesante cómo Lutero trata de invalidar esos sentimientos negativos. Para hacerlo primeramente argumenta con una conclusión circular: Si el diablo le hace tener mala conciencia es seguro que es una mentira ya que se sabe que el diablo es un mentiroso. Por eso, si ella considera que el diablo la ataca no debe darle crédito a esa intuición.

Es así que le aconseja a esta señora una segunda cosa: no te quedes con las acusaciones de tu conciencia sino mira a Aquel que es capaz de darte una buena conciencia. Lutero no deja a la señora con ese estado de ánimo y esos pensamientos negativos. Más bien la pone sobre esta roca: Cristo ha quitado los pecados del mundo entero y también los de ella. Lutero no apacigua los temores de la conciencia de la atribulada ni trata de convencerla de lo contrario; él sabe lo pasajero y débil que es el consuelo propio. Más bien pone ante ella algo más grande: la une a Cristo.

¿Cómo llego a tener una buena conciencia? No al tratar de compensar mis malos actos con buenos; allí siempre quedo en deuda. Quedo en paz cuando miro a Aquel que cargó con mi culpa.

El gran deseo de Lutero en la consejería es asegurar a las personas el perdón, la fidelidad y el amor de Dios. El diablo hace tambalear a las personas; Dios, en cambio, las afirma. El diablo sacude los fundamentos; Dios, en cambio, nos pone sobre la roca. Una consejería de este tipo vive del “extra nos”: remite a las personas no a sus propias fuerzas, sensaciones, conciencia u obras, sino a aquello que está fuera (extra) de sí mismo (nos), es decir a la promesa de Dios que no falla.

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