¿Por qué precisamente Israel?

Norbert Lieth

¿Te ha pasado de preguntarte por qué siempre el pequeño Israel recibe tanta atención en los medios de comunicación? Aquí un vistazo bíblico a algunas causas.

Del famoso filósofo Hegel se cita el siguiente dicho: “Mi filosofía lo explica todo, salvo a los judíos”. ¿Por qué es así? Porque el pueblo judío tiene una posición única en los planes y consejos de Dios. La Biblia predice el destino de Israel con exactitud divina, y la historia y existencia de este pueblo confirman la fidelidad de la profecía bíblica.

Todo comenzó con el pecado
La Biblia nos describe en Génesis 3 cómo el hombre cayó en pecado. Dios había creado al hombre a su imagen y lo había dotado de libre voluntad, porque quería tener a alguien frente a Él con quien se pudiera comunicar. Adán y Eva tenían, pues, la libertad de decidir si querían o no hacer la voluntad de su Creador. El diablo logró socavar la autoridad de las palabras de Dios, de manera que Eva comenzó a dudar. La trágica consecuencia fue que, menospreciando la voluntad del Creador, optó por desobedecerlo. Adán hizo lo mismo; con esto se cumplió la primera profecía de la Biblia: la muerte, tanto física como espiritual, se apoderó de la vida humana. La muerte espiritual significa que el hombre, por su pecado, permanece eternamente separado de Dios.

Por su gran amor, sin embargo, Dios quiso abrir un camino de salvación. Se necesitaba una solución que, por un lado, satisfaría la santa justicia de Dios y, por otro, correspondiera a Su amor. Por eso, Dios tomó la culpa de los hombres sobre sus propios hombros, para poder concederles el perdón. Y como el eterno Dios no puede morir, se hizo hombre en Jesucristo. En Él consumó la obra de la salvación.

En seguida después de la caída, el Todopoderoso les dio a los hombres la primera promesa profética de esta salvación y le declaró la guerra a satanás: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, entre su simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gn. 3:15). Esta afirmación dice claramente que…

1. La línea genealógica humana se dividirá. Habrá a partir de ese momento una línea que se dejará influenciar por satanás y no le creerá a Dios. Pero habrá también otra, la cual sí responderá al llamado de Dios.

2. Estas dos líneas se opondrán la una a la otra, porque una se dejará guiar por el diablo y la otra por Dios.

3. Un día se levantará alguien de la descendencia de la mujer quien vencerá a Satanás, el pecado y la muerte. Él aplastará la cabeza de satanás, mientras que este lo herirá en el calcañar.

Poco tiempo después de esta profecía ya se distinguen claramente las dos líneas humanas. Con Caín comienza la que abandona a Dios y elige su propio camino. Él mata a su hermano Abel, convirtiéndose así en el primer asesino.

Dios elige a Abraham
La línea humana que buscaba a Dios con corazón obediente comenzó con Set, el hijo que Adán y Eva recibieron en lugar de Abel. Y su línea genealógica nos lleva hasta Jesús.

Para que el Dios eterno pudiera venir, en Jesucristo, desde el cielo a la Tierra y entrar a la historia de la humanidad, necesitaba un pueblo, un país y un lugar de nacimiento. Con este fin, Dios eligió a Abraham, que vivía en Ur en Caldea (Babilonia). Entre todos los hombres, la soberana elección del Todopoderoso cayó en él.

La Biblia nos relata su llamado: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:1-3). La elección de Dios abarca tres cosas elementales:

1. Abraham recibirá un territorio.

2. Abraham llegará a ser una nación.

3. En la descendencia de Abraham serán bendecidas todas las familias de la tierra.

La bendición prometida es el Salvador del mundo, Jesucristo. Él descendería de Abraham y nacería en Israel. Y es cierto que Abraham fue el primer hombre llamado “hebreo” (Génesis 14:13). Al llamar a Abraham, prometerle un territorio, formar la nación judía y elegir la ciudad de Jerusalén, Dios tenía un solo propósito: la venida de Jesús al mundo.

Dios cumplió la promesa que le había hecho a su “amigo”, como llamó a Abraham (Santiago 2:23), dándole la Tierra Prometida. Pero parecía que el descendiente prometido no llegaría, pues durante décadas Abraham y su esposa esperaron en vano a un hijo. Cuando él y Sara fueron padres finalmente, Dios exigió de Abraham que le sacrificara a este único y amado hijo. Esto es algo que solo podemos comprender desde la perspectiva del Nuevo Testamento, pues en el mismo monte Moría, donde Abraham tenía que sacrificar a su hijo Isaac, se encuentra el lugar que más tarde se llamaría Gólgota, donde Jesús murió por nosotros.

Dios no dejó que Abraham sacrificara a su hijo, pero el Señor mismo sí entregó a la muerte a su único y muy amado Hijo Jesucristo, para salvar a la humanidad perdida y darle la bendición prometida.

Jesús no permaneció en la muerte: ¡Resucitó de los muertos y vive para toda la eternidad!

Jacob se convierte en Israel
Cuando Isaac, el hijo de Abraham, fue adulto, se casó con Rebeca. Dios les dio mellizos: uno se llamaba Esaú, el otro Jacob. Jacob resultó ser bastante astuto; con facilidad engañaba a otros, hasta a su propio padre. Pero numerosas dificultades y crisis lo llevaron a buscar de corazón al Señor, y Dios se dejó hallar por él. Mientras que su abuelo Abraham fue el primer hebreo, él fue el primero en ser llamado israelita.

¿Por qué Dios eligió justo a Jacob, llamado Israel, un hombre que había sido un engañador? Hay una sola respuesta a esta pregunta: Dios la da en Génesis 28:13-15 y la inicia con una firme declaración:

“Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente. He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (Gn. 28:13-15).

En realidad, la promesa de Dios a Jacob es la ratificación de la gran promesa de salvación que Dios le había dado a Abraham: que todas las familias de la Tierra serían bendecidas a través de él. Casi 2,000 años después de esta afirmación, el israelita Jesús de Nazaret pronunció en la cruz del Gólgota las famosas palabras: “¡Consumado es!” (Jn. 19:30); la salvación para todas las familias de la Tierra era un hecho.

Las doce tribus de Israel
Jacob tuvo doce hijos, que llegaron a ser los patriarcas de las doce tribus de Israel. Entre estas tribus se destacó la de Judá. De ella saldría en el futuro el Mesías de Israel, Jesucristo. Dios lo anunció unos 19 siglos antes de la venida de Cristo, diciendo: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Gn. 49:10). El nombre “Siloh” significa “Héroe” y es una alusión al Mesías.

Efectivamente, la tribu de Judá siempre fue líder en Israel: Durante la peregrinación por el desierto, Judá iba adelante (Números 10:14). En el censo del pueblo que hizo Moisés, la tribu de Judá fue la más numerosa (Números 26:22). De ella salieron los más excelentes reyes de Israel, David y Salomón. En su territorio estaba el templo judío. Y la dinastía real de Judá continúa hasta el más grande de todos los reyes, el Mesías de Israel y Cristo del mundo: “Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá…” (He. 7:14).

A través de José, el penúltimo hijo de Jacob, las doce tribus de Israel llegaron a Egipto. Allí vivieron como extranjeros durante varios siglos. Siendo unas 70 personas al llegar, se multiplicaron hasta contarse en aproximadamente dos millones (Deuteronomio 10:22). Pero como esclavos sufrían maltrato y opresión en Egipto, por eso clamaron a Dios. Él eligió a Moisés y a su hermano Aarón para sacar a los israelitas de Egipto y guiarlos de vuelta a la tierra que Él les había prometido a Abraham, Isaac y Jacob; y más tarde, Jesús nacería en esa Tierra Prometida. Moisés pronunció con respecto de Cristo la siguiente profecía: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis” (Dt. 18:15).

Muchos siglos más tarde, Jesús y sus discípulos se refirieron a pasajes del Antiguo Testamento como los que acabamos de citar (Juan 1:45). Poco después de su crucifixión y resurrección de entre los muertos, Jesús dijo a sus discípulos: “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” Y luego les explicó las profecías de la Biblia: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc. 24:26-27).

¿Quién es la “estrella de Jacob”?
Durante la larga peregrinación de Egipto a la Tierra Prometida, una y otra vez hubo enfrentamientos con enemigos que querían destruir a Israel. Pero en cada ocasión, Dios tuvo su mano protectora sobre el pueblo. En cierto acontecimiento, que podemos leer en Números capítulos 22 al 24, entendemos con especial claridad por qué lo hizo: El rey moabita Balac quería maldecir a Israel.; para este fin hizo venir a un adivino llamado Balaam. Pero Dios hizo cambiar la intención de Balaam, de manera que no pudo practicar su conjuro pagano, sino que tuvo que pronunciar una profecía divina sobre Israel. Fue la siguiente: “Lo veré, mas no ahora; lo miraré, mas no de cerca; saldrá ESTRELLA de Jacob, y se levantará cetro de Israel…” (Nm. 24:17).

¿A quién se refiere Dios con “estrella”? y, ¿qué pasa con el cetro que se levantará?

Unos 1,400 años después de esta profecía nació Jesús en Belén. En este acontecimiento apareció la “estrella de Belén” en el cielo, conocida hoy en todo el mundo. Además, la estrella es una alusión al “lucero de la mañana” (2 Pedro 1:19; véase también Apocalipsis 22:16). Y el cetro nos habla del futuro gobierno de Jesús: Él volverá y reinará sobre toda la Tierra. “Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:16). Jesucristo mismo dice esto en la última página de la Biblia: “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana (…) El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:16.20).

Israel nunca pudo ser destruido en el pasado, porque el Mesías Jesucristo, la Estrella de Jacob, tenía que venir al mundo a través de este pueblo. Tampoco Israel será aniquilado hoy o en el futuro, porque el Señor volverá a Su pueblo. El profeta Isaías, que vivió y obró mayormente en Jerusalén y sus alrededores, vivió en el siglo vii antes de Cristo. Pronunció numerosas profecías por orden de Dios. Las más conocidas las encontramos en Isaías 53. Este pasaje, que se cumplió con exactitud en la historia, es absolutamente único.

Al mismo tiempo que Isaías, vivía y obraba otro profeta en la región de Judea. A través de él, el profeta Miqueas, Dios anunció el nacimiento de Jesús en Belén, lo que podemos leer en Miqueas 5:2. Además, hay unas 300 profecías en el Antiguo Testamento que se refieren a la primera venida de Jesús, y todas se cumplieron literalmente en Cristo.

La profecía se cumple
Cuando Jesús vino, los líderes religiosos de Israel lo rechazaron, lo que lo llevó a la muerte en la cruz. Poco antes de su crucifixión, el Señor profetizó sobre Jerusalén y dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt. 23:37-39).

También en otros pasajes, Jesús anunció que Jerusalén volvería a caer bajo sus enemigos, el templo sería destruido y el pueblo dispersado, pero esta vez por el mundo entero (Lucas 21:5-7,20-24). Estas palabras se cumplieron en el año 70 después de Cristo. Los romanos destruyeron a Jerusalén, quemaron el templo y llevaron a innumerables judíos a la cautividad entre las naciones.

Pero en la historia y existencia de Israel, no se trata del mismo Israel, sino de su llamado recibido de Dios para salvación del mundo por Jesucristo. Esto lo subraya el apóstol Pablo cuando les escribe a los romanos: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Ro. 11:36). Y en la casa de Cornelio, Pedro explica que el plan de salvación de Dios abarca al mundo entero: “De éste (Jesucristo) dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hch. 10:43).

Dios reanuda su plan con Israel
“Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”, dijo el Señor Jesús a los judíos en Mateo 23:39. La expresión “hasta que” tiene un gran significado. Hace un puente y nos da la evidencia de que no quedará disperso para siempre el pueblo de Israel, sino que vendrá un momento en el cual los judíos de todo el mundo serán llevados de vuelta a su patria. Y efectivamente, en el año 1948, después de unos 1900 años de diáspora, nació nuevamente un Estado judío, y en 1967 Jerusalén volvió a pertenecer al pueblo judío.

En la declaración de independencia del 14 de mayo de 1948, leemos entre otras cosas:

“En 1897 se reunió el primer Congreso Sionista. Respondió al llamado del Dr. Theodor Herzl, el visionario del Estado judío, y proclamó el derecho del pueblo judío a la renovación nacional en su tierra. Este derecho fue reconocido en la Declaración Balfour el 2 de noviembre de 1917, y también fue confirmado por el Mandato de la Sociedad de Naciones, que dio validez internacional a la conexión histórica del pueblo judío con la Tierra de Israel y a su reivindicación del restablecimiento de su hogar nacional”.

Con el hecho de que los judíos hoy están viviendo en su propia tierra y Estado, Dios nos ha dado una señal. Nosotros en las naciones tendríamos que prestarle mucha atención, pues la Biblia dice: “Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra” (Is. 11:12).

Un pendón es una bandera con una insignia o un emblema nacional. Es decir, la reunión de Israel en su patria está puesta para nosotros como un emblema, una señal. Lo dice también el profeta Jeremías, dirigiéndose explícitamente a las naciones: “Oíd palabra de Jehová, oh naciones, y hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid: El que esparció a Israel lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño” (Jer. 31:10).

Sin duda alguna, el regreso de Israel desde las naciones a su propia tierra es una clara preparación para el retorno de Jesús, pues Dios dice: “Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán” (Jer. 23:3).

A continuación, Dios explica cómo lo hará y asegura que este regreso superará grandemente la liberación de Israel de Egipto. “Por tanto, he aquí que vienen días, dice Jehová, en que no dirán más: Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, sino: Vive Jehová que hizo subir y trajo la descendencia de la casa de Israel de tierra del norte, y de todas las tierras adonde yo los había echado; y habitarán en su tierra” (Jer. 23:7-8).

¿Qué pasó después de la Segunda Guerra Mundial? Miles y miles de judíos volvieron a su patria, y el 14 de mayo de 1948 se proclamó el Estado de Israel. Unos 2,650 años antes, el Dios vivo inspiró a su siervo Isaías a escribir estas palabras: “¿Quién oyó cosa semejante? ¿quién vio tal cosa? ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez? Pues en cuanto Sion estuvo de parto, dio a luz sus hijos” (Is. 66:8).

La reunión de Israel en su propio país es una señal dada por Dios que salta a la vista y nos muestra que vivimos en el tiempo final. Cuando decimos “tiempo final”, no estamos pensando en el fin del mundo, sino en el tiempo inmediatamente antes del retorno de Jesús. Las señales del tiempo final son estas:

“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores” (Mt. 24:6-8).

“Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas” (Lc. 21:25-26).

¡Cuánto se esfuerzan los políticos y las organizaciones ambientales en el mundo entero para frenar los crecientes daños en el medio ambiente! Pero entre todos los informes que leemos y escuchamos al respecto, solo queda clara una cosa: que reina la confusión y el miedo a lo que nos espera.

Jesús, el Salvador del mundo
Jesús, el destino de toda la historia de salvación, vino a este mundo, murió en la cruz y resucitó de los muertos, para dar ahora, vida eterna a todos los que deciden seguirle y creer en Él. El que vive sin Jesús, no tiene esperanza, y el que muere sin Cristo, queda eternamente sin esperanza. El diablo, que en la Biblia también es llamado el “dios de este mundo” y el que “opera en los hijos de desobediencia”, como este libro en otro lugar, ejerce su influencia en la política mundial. En su odio ciego quiere llevar al mundo entero a la destrucción. Sin embargo, como siempre ocurrió, aun la política profana de las naciones y los conflictos en Oriente Medio contribuirán al cumplimiento de los planes de Dios.

¿Estás cautivado por el miedo, el nerviosismo y la inseguridad? ¿Estás preocupado por tu futuro y el de tu familia? La Biblia dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3:16-18).

Un Dios justo tiene que condenar este mundo. No puede tolerar los pecados, pues de así hacerlo sería injusto. Sin embargo, Dios nos ofrece el perdón y la liberación del juicio. Todo aquel que pone por fe su confianza en Jesús, no será juzgado y no quedará bajo la ira de Dios. Es lo que nos afirma la Santa Escritura: “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:9). “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Ro. 5:9).

Israel, la niña del ojo de Dios
Ya 520 años antes de Cristo, Dios anunció una batalla contra el Estado de Israel, una lucha que presenciamos en la actualidad: “He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella” (Zac. 12:2-3).

¿Por qué todo esto? Porque Satanás intenta destruir el plan de Dios con Israel e impedir con esto el retorno de Jesucristo.

Dios dice: “…el que os toca, toca a la niña de su ojo” (Zac. 2:8). Se sabe que la niña del ojo es un órgano muy sensible. Cada cuerpo extraño, por más pequeño que sea, molesta de manera extrema y provoca una reacción. Frente a Abraham, Dios dijo: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3).

Este principio ha demostrado ser una dura verdad: las personas o naciones que se pusieron en contra de Israel trajeron sobre si mismas el juicio de Dios. El faraón de Egipto tuvo que aprenderlo. Lo experimentaron los amalecitas, que hicieron la guerra contra Israel en la antigüedad. También lo vivió Balaam. No pudo maldecir a Israel, sino que tuvo que bendecirlo. A pesar de esto intentó más tarde seducir a Israel para que abandonara al Señor. Lo experimentó Babilonia, y también el persa Amán, que fue colgado en la horca que él mismo había preparado para el judío Mardoqueo (Ester 7:6-8). En el tiempo moderno, lo sintió la Alemania nazi, que levantó su mano contra los judíos. Y al final de los días, inmediatamente antes del regreso de Jesús, lo experimentará el mundo entero.

Jesucristo – el Juez del mundo
El Nuevo Testamento prosigue en la misma línea que el Antiguo. Cuando Jesús vuelva a la Tierra, juzgará a los pueblos. Uno de los criterios para el juicio será la manera cómo las naciones se comportaron frente a Israel. Leemos en Mateo 25:40: “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Creemos que los “hermanos más pequeños” del Señor Jesucristo son los judíos.

Y en la carta de Judas leemos: “De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (vv. 14-15).

Contrariamente a la maldición sobre los que odiaron y odian al pueblo elegido de Dios, Israel, todas las personas y naciones que bendicen a esta nación, experimentaron y experimentan la bendición del Señor. Pensemos tan solo en las parteras que desobedecieron la orden de faraón y se negaron a matar a los bebés israelitas (Éxodo 1:20-21).

El que ama a Jesús, también amará a Su pueblo terrenal, pues el Espíritu Santo que vive en el corazón del que cree en Cristo, es el mismo que restauró físicamente a Israel en nuestros días, y que, en el futuro lo restaurará espiritualmente (Ezequiel 37:9-10,14). Por eso, unámonos a las palabras de David con respecto a Israel y Jerusalén: “Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios buscaré tu bien” (Sal. 122:9).

Israel no puede perecer
El pueblo de Israel no será destruido: “Así ha dicho Jehová: Si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, dice Jehová” (Jer. 31:37).

Así como es imposible medir el universo y explorar los fundamentos de la Tierra, también es imposible que Israel perezca desechado por Dios. El apóstol Pablo escribe lo siguiente bajo la inspiración del Espíritu Santo: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Ro. 11:1-2). Ciertamente es imposible decir con más claridad que Israel tiene un futuro eterno.

Israel, como cada persona en la Tierra, no puede cumplir la Ley de Moisés. Si Dios hubiera insistido en la justicia por la Ley, no habría ninguna esperanza para el pueblo judío. Pero gracias a Dios, Él tenía preparado un camino de salvación por la fe. En su fidelidad eterna, mantiene firme su promesa a Abraham: “El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa” (Gál. 3:17-18).

Si Dios, quien seguramente tenía suficientes razones para hacerlo, no desechó al pueblo judío, sino que sigue amándolo, entonces pregunto: ¿cómo se atreven los hombres a hacerse los jueces sobre Israel? “Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Is. 41:8-10).

Después de un período de juicio, descrito en Apocalipsis, Jesucristo volverá con poder y gloria. Entonces Su pueblo terrenal lo reconocerá, se arrepentirá y lo recibirá con fe (Zacarías, capítulos 12-14).

La oportunidad de tu vida
Hemos seguido de manera rápida la profecía bíblica que atraviesa toda la Escritura como un hilo rojo. Se cumplió en el pasado, se cumple en el presente y se cumplirá en el futuro. Nunca se contradecirá a sí misma. La Biblia es la Palabra de Dios, y por lo tanto, la verdad absoluta. Con todos los acontecimientos, Dios tiene una sola meta: salvar al hombre, perdonarle y restaurar su comunión con su Creador. Desde la muerte, resurrección y ascensión de Jesús, el Cielo está abierto para el que quiera entrar. Dios mismo abrió la puerta y dice “sí” a todo aquel que dice “sí” a Jesús. Dios recibe a todos los que invocan el nombre del Señor Jesús con fe, no importa cuán hondo hayan caído.

El que pone toda su confianza en Jesús, no solo será liberado de su culpa, sino también de su mala conciencia y de su profundo miedo, pues obtendrá la paz con Dios: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1). Quien confíe en Él, se sabrá resguardado en Dios en todas las tormentas de la vida.

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