Por qué Pablo es más glorioso que Moisés -Parte 1

Greg Harris

El rostro de Moisés brillaba, guió a un pueblo entero y es uno de los profetas mayores de Israel. ¿Por qué aún así es más glorioso el trabajo del apóstol Pablo, quien desistió de todos sus privilegios judíos, nunca guió a un pueblo y finalmente murió como mártir?

Pablo, el siervo y apóstol humilde, fue obligado por la iglesia carnal de Corinto a defenderse a sí mismo y su trabajo para el Señor. Llegó a aquella ciudad, evangelizó, fundó una iglesia, enseñó a los creyentes allí por 18 meses, y luego continuó su viaje misionero (Hch. 18:1-11).

Pero tiempo después, los compañeros de hogar de Cloé (1 Co. 1:11), y una carta de los mismos corintios (7:1), informaban a Pablo sobre importantes problemas dentro de la iglesia. Como consecuencia, el apóstol escribió la Primera Carta a los Corintios, un documento cargado de exhortación. En los primeros nueve versículos, Pablo trata de poner el enfoque en quién realmente es el dueño de la Iglesia, es decir, en Jesús; por eso escribió diez veces “en Cristo” o “en Él”. Prácticamente, esto es lo único bueno que dice sobre la iglesia de Corinto hasta el final de la carta. Todo lo que ellos hacían estaba mal (con la excepción de haber puesto su fe en Jesús). Pablo escribe de pequeños subgrupos, de una relación incestuosa de la que los creyentes en Corinto estaban enterados pero no hacían nada al respecto, y de litigios entre creyentes. El apóstol tuvo que tratar también con el divorcio y con cristianos que se casaban nuevamente. Algunos abusaban de su libertad cristiana para hacer lo que les apetecía hacer, y Pablo tuvo que corregirlos y enseñarles el principio bíblico de que los grandes privilegios conllevan gran responsabilidad espiritual.

Algunos de la iglesia de Corinto incluso llegaban ebrios a la mesa del Señor. Su “servicio de adoración” no solamente se daba en medio de un gran caos, sino que también tenía influencia demoníaca. Asimismo, en tres capítulos, Pablo les enseña sobre los dones espirituales: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Co. 12:3).

La Primera Carta a los Corintios nos permite ver también dos grandes problemas: por un lado, se declaraban en la iglesia “profecías” blasfemas bajo la supuesta influencia del Espíritu Santo. Por otro lado, nadie tenía el discernimiento espiritual para darse cuenta de que se estaban propagando doctrinas falsas. Por ejemplo, había algunas personas que presentaban una doctrina similar a la de los saduceos, es decir que no creían en la resurrección (1 Co. 15). Es por esto que Pablo les recuerda diciendo: “Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Co. 15:13-14). ¿Por qué se decían cristianos si Cristo no había resucitado? ¿Por qué debían siquiera reunirse como iglesia cristiana? ¿Por qué no debían pecar si no había resurrección ni juicio? Además de estas doctrinas falsas, encontramos en la carta el hecho de que los corintios eran muy orgullosos de sí mismos. Pecar y arrepentirse es una cosa; pero ser arrogantes e ignorantes es otra cosa un poco más importante.

De esta forma, la Primera Carta a los Corintios es maravillosamente rica y útil, ya que varios de los problemas que Pablo encontraba repetidamente en Corinto, también hoy afectan a muchas iglesias. Es un recurso dado por Dios para enfrentar en la actualidad los mismos problemas de iglesia con los que Pablo tuvo que lidiar en el pasado. Pero la manera en la que Pablo trató las cosas tan directamente, no les gustaba mucho a sus lectores originales. Ellos estaban profundamente ofendidos, algo similar a lo que ocurre en muchas iglesias hoy en día, que se escandalizan con las enseñanzas de este libro inspirado.

Gracias a diversos textos, sabemos que Pablo realizó otro viaje corto a Corinto para solucionar allí algunos problemas serios (cp. “por tercera vez” en 2 Co. 12:14). Este segundo viaje fue una catástrofe: Pablo sufrió una derrota no en su propia vida, sino a causa de la terquedad de los corintios. Ese fue el punto más bajo de su servicio.

Jesús ya sabía eso con anterioridad y en cierta medida había preparado a Pablo para ese momento. Cuando el apóstol comenzó su trabajo en Corinto sucedió algo inusitado: “Entonces el Señor dijo a Pablo en visión de noche: no temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad” (Hch. 18:9-10).

No era un hecho frecuente que Jesús se le apareciera en una visión a un apóstol. Este suceso también es muy especial porque Pablo anteriormente había sido golpeado, una vez incluso apedreado, y muchas veces tuvo que huir de las ciudades. Desde el día de su conversión, él sabía que iba a sufrir (Hch. 9:16). En la Segunda Carta a los Corintios, Pablo cuenta además, que una vez hacía catorce años había sido arrebatado al cielo (2 Co. 12:1-2). Pero a pesar de todo esto, Jesús le dijo “no temas” o literalmente “deja de tener miedo” (Hch 18:9). ¿Qué podría temer Pablo todavía, si recordamos todo lo que ya había pasado? O dicho en otras palabras: ¿por qué tendría miedo Pablo en Corinto?

Teniendo en cuenta todo lo mencionado arriba, la razón más probable parece ser que Jesús conocía las privaciones espirituales que le esperaban a Pablo, que serían aún más fuertes que lo que él había experimentado hasta entonces. Además, no es ninguna coincidencia que en la Segunda Carta a los Corintios Pablo escribe más sobre el diablo y la lucha espiritual que en todos sus otros escritos juntos. Le esperaba un tiempo muy difícil.

¡Qué descarado fue luego de parte de los corintios, exigir de Pablo “cartas de recomendación para vosotros o de recomendación de vosotros” (2 Co. 3:1)! En esta congregación había subgrupos, incesto, litigios, abuso de la mesa del Señor, profecías influenciadas por demonios, falsa doctrina negando la resurrección, ¿y ellos le pedían a Pablo cartas de recomendación? Fue una impertinencia que estos cristianos carnales y arrogantes le exigieran referencias a Pablo, con base en las cuales ellos decidirían si lo aceptarían. Esta es posiblemente la razón por la cual Dios no me convirtió a mí en apóstol: dudo que hubiera seguido siendo amable en un caso semejante. Pero por medio de la gracia de Dios, Pablo amaba a estos corintios testarudos con el amor que solo Dios nos concede hacia personas difíciles de amar.

Por la voluntad de Dios, Pablo escribió su segunda carta inspirada a los corintios, la cual naturalmente fue integrada en la Palabra de Dios imperecedera. Esta segunda carta incluso es la carta más personal de Pablo. Hasta el capítulo 7 también es una carta triste, ya que Pablo tuvo que hacer frente a acusaciones contra su carácter y su servicio. Pero él les escribió a los corintios de manera muy paciente y abierta sobre su comportamiento pasado (cap. 1-2:13) y a continuación sobre su servicio (cap. 2:14-7).

Es clave el hecho de que Pablo no hizo referencia a los métodos de trabajo de los corintios o a sus actividades eclesiásticas, sino al contenido de su mensaje. Y sobre todo recurrió a la narración de Moisés, las tablas de piedra y los acontecimientos subsiguientes como base para su lógica (Ex. 32-34). El tercer capítulo de la Segunda Carta a los Corintios está lleno de alusiones a esta narración:

“¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros, o de recomendación de vosotros? Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.

Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación. Porque aun lo que fue glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más eminente. Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece.

Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; y no como Moisés, quien ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:1-18).

Pablo explica algunos de sus argumentos por medio de similitudes y contrastes. Los corintios eran la carta que Dios había escrito no en pizarras sino en el corazón. Moisés recibió los mandamientos con gloria, pero el trabajo del nuevo pacto tiene mayor gloria, una gloria tal que hace que en comparación la gloria del pacto mosaico parezca inexistente. Así como Moisés cubrió su rostro, también sobre el corazón de los incrédulos hay un velo. Cuando alguien llega a creer en el Señor, dicho velo es quitado. Por esta razón los creyentes pueden acercarse a Dios “a cara descubierta”.

Pero aún así algo no está bien: cuesta comprender que la analogía de Pablo (y del Espíritu Santo) presente más contrastes que semejanzas. Al leer Éxodo 32-34, uno no concluiría enseguida que este pasaje se refiere al apóstol Pablo. Si yo fuera un crítico de Pablo de Corinto y hubiera leído este capítulo, le preguntaría: “Si tu evangelio es tan glorioso, ¿por qué la gente no se esfuerza por conseguirlo?”.

Pablo diría: “Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Co. 4:3-4).

El diablo enceguece los sentidos de los incrédulos de modo que ellos no ven la luz del evangelio de la gloria de Cristo. Materialismo, orgullo, sexo, fama mundana, todo lo que atrae, lo que los hace ciegos para la gloria de Dios, los mantiene en servidumbre de modo que no conocen la gloria y la solución. Eso es todo lo que el diablo necesita hacer para mantener a la gente alejada de la relación salvadora con Jesús. Ancho es el camino que lleva a la perdición, dice en Mateo 7:13.

Y aun así, si yo fuera un crítico de Pablo le plantearía una pregunta más: “¿Cómo puedes decir que tu trabajo tiene más gloria que el de Moisés? Si tu servicio a Dios tiene más gloria, ¿por qué no brilla tu rostro? Te he observado a menudo, y ni una sola vez tu rostro ha tenido el brillo de la gloria de Dios. ¿Por qué no, si el contenido de tu servicio es tan superior?”. Una pregunta excelente, y una respuesta aún mejor nos espera.

Moisés pidió fervorosamente a Dios: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Éx 33:18). En una extensión muy limitada Dios le concedió su petición, esto de acuerdo a las limitaciones a las que Moisés estaba sujeto a causa de su cuerpo humano: “Y le respondió [el Señor]: ‘Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente’. Y dijo más: ‘No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá’” (Éx. 33:19-20).

Dios dio una alternativa: “Y dijo aún Jehová: ‘He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro’” (Éx. 33:21-23).

Eso sucedió en parte en Éxodo 34: “Y Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ‘¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación’” (Éx. 34:5-7).

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