Por qué no estamos en el cielo todavía

Wim Malgo (1922–1992)

Una interpretación del último libro de la Biblia. Parte 3. Apocalipsis 1:1-7.

Esa es la parte principal, el verdadero mensaje de Apocalipsis: “He aquí viene con las nubes…” (Ap 1:7). Juan nos muestra a Jesús como el Señor y Rey, a quien Dios le dio todos los juicios y todo el poder en el cielo y en la tierra. ¡Todo está en manos de Jesús! Porque, después de que Él en la cruz del Gólgota solucionara el asunto del pecado de la humanidad, ahora al final del tiempo del mundo el tema del poder es solucionado definitivamente.

Para los hijos de Dios es un hecho maravilloso que, a través de la fe, en principio, las dos preguntas ya están solucionadas, es decir: el Señor Jesús nos ha limpiado con Su sangre y nos ha redimido de la culpa del pecado, y Él también nos ha salvado del poder del pecado. “El pecado no se enseñoreará de vosotros” (Ro. 6:14). De lo que aun no hemos sido salvados es de la presencia del pecado, del pecado dentro de nosotros. “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien” (Ro. 7:18). Este hecho explica la razón por la cual creyentes a veces se convierten en verdaderos monstruos. Ellos todavía no se encuentran bajo el dominio del Espíritu de Dios. ¡Pero la victoria está presente! Pablo exclama: “Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 15:57).

¿Cuál es el fundamento de Su segunda venida? Su amor. Con base en ese amor, Él ha comprado a Su Iglesia con Su propia sangre. Que poderoso, cuando en Apocalipsis 1:5 dice en el mismo versículo: “Y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre”. Según nuestro razonamiento natural, en realidad, debería decirlo al revés: primero lavado, luego amado. Pero es justamente lo contrario: ¡Él primero nos amó! Él nos amó cuando todavía estábamos en la suciedad del pecado; gente del mundo que éramos Sus enemigos y perseguíamos cosas diabólicas.

El resultado de este amor inexpresablemente grande es inimaginable: después de que Él nos lavara con Su sangre, Él nos hizo también “reyes y sacerdotes para Dios, su Padre, a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Ap. 1:6). E inmediatamente después le sigue la promesa: “He aquí que viene…” (v.7).

Después de que nos hemos convertido, ¿por qué tenemos que quedarnos aquí en la tierra todavía? ¿Después de todo, no sería lo mejor entrar enseguida en la gloria? El sentido profundo de nuestra estadía aquí en la Tierra es que debemos hacer visible la victoria de Jesucristo hasta Su revelación. Esta es nuestra tarea temporal, hasta que el tema del poder sea solucionado por Él personal y visiblemente. Por eso tenemos esta aparente contradicción en Hebreos 2:8: “‘Todo sujetaste bajo sus pies’. En cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no le sea sujeto, aunque todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas.”

¿Por qué todavía no lo vemos? Porque todavía estamos en la Tierra. Pero nosotros somos portadores de la victoria; llevamos la bandera de Jesús. En este intervalo –entre Su primera y Su segunda venida– tenemos la responsabilidad de manejar la victoria de Jesús. Pablo lo expresó de manera bien magistral: “Pero gracias a Dios, que nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y que por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Co. 2:14).

En otras palabras: antes de que Él sea revelado visiblemente, Él se revela a través de nosotros. Pablo aquí utiliza una imagen de la vida de los griegos antiguos. Los vencedores en las competencias, las “olimpíadas” de aquellos tiempos, eran llevados alrededor de la arena en una marcha triunfal bajo el aplauso estridente de miles de espectadores. Ellos eran coronados, como lo dice Pablo, con una corona perecedera. Y Él sigue diciendo que, quien lleva a Jesús en el corazón, en todo tiempo es llevado en una marcha triunfal, y que de ese modo esparce el olor de Su conocimiento. Eso significa, la realidad de la victoria de Jesucristo es propagada en todo lugar.

¿Cómo son las cosas en este sentido con usted, en su lugar de trabajo? Su profesión, sea alta o baja, no juega ningún rol en esto. Se trata solamente de que usted sea “llevado en la marcha triunfal”, y eso para que en todo lugar donde usted entra en contacto con personas, sea esparcido el olor de Su conocimiento. Pablo habla también de su experiencia personal: “Pero cuando agradó a Dios… revelar a su Hijo en mí” (Gá. 1:15-16).

Pero el tiempo ya no está lejano cuando el Señor será revelado personalmente, y eso ante los ojos del mundo entero: “He aquí que viene… Todo ojo lo verá” (Ap. 1:7). Esta revelación del Señor Jesús sucederá en una secuencia rápida. Dice por ejemplo en capítulo 1:1: “Las cosas que deben suceder pronto”, o en el capítulo 3:11: “Vengo pronto”. En el último capítulo de la Biblia, en Apocalipsis 22, aparece incluso cuatro veces: “…para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (v.6). “¡Vengo pronto!” (v.7). “¡Vengo pronto!” (v.12). “Ciertamente vengo en breve” (v.20).

La palabra que en la mayoría de las traducciones es reproducida con “pronto” o “en breve”, declara dos cosas. Primero, visto desde la historia de la salvación: Él viene pronto, porque mil años son para Dios como un día y un día como mil años. ¡Ahora ya hace “dos días” que Él se fue, de modo que vendrá pronto! Además quiere decir, que la revelación del Señor Jesucristo sucederá repentinamente, es decir, de golpe.

En Romanos 9:28 está escrito: “¡Porque un balance final y acelerado en justicia ejecutará el Señor en la tierra, es más, un balance sumario!” (Trad del alemán, Versión Schlachter). En la traducción Elberfelder (del alemán) este versículo dice: “Porque él completa el asunto y (lo acorta en justicia, porque) el Señor hará una cosa reducida en la tierra.”

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