Paz, donde no hay paz

Norbert Lieth

Cuando escuchamos las noticias, notamos que la política mundial no ha avanzado en lo que tiene que ver con la creación de paz. Esto tampoco es de esperar. Todo lo contrario. La paz es más que solo la ausencia de guerra.

Con el pasar de los siglos, el ser humano no se ha hecho ni más inteligente ni mejor. Los disturbios constantes en nuestro mundo muestran que no ha aprendido nada de la historia, y que de modo alguno se ha desarrollado en algo supuestamente superior. Sigue habiendo tiranos crueles, dictadores sin escrúpulos, líderes políticos desconsiderados y naciones que se dejan seducir. De ahí que hoy todavía es igual que el Egipto antiguo o la Babilonia de Nabucodonosor. Tan solo el entorno se ha modernizado.

En una visión dada por Dios, el profeta Isaías vio un mundo venidero en el cual reina la paz. De forma interesante, percibió que el reino de paz era iniciado y sostenido por un hijo. Isaías habló proféticamente del Hijo como un príncipe de paz, quien al mismo tiempo también es Dios. Él habla de Jesucristo: “porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (Is. 9:6-7).

El mundo clama y añora la paz. De a cientos de miles, la gente va a las calles por la paz. Ellos claman por paz a través de Twitter, en las redes sociales y en blogs. Pero, ¿cuántas de estas personas deseosas de paz tienen paz con Dios en su propio corazón? ¿Cuántos de estos manifestantes tienen paz en su propia casa, en su matrimonio y en su familia? ¿Y cuántos de todos estos pacificadores tienen peleas en el trabajo y disgustos con los vecinos? ¿Dónde comienza la paz? ¿En la Casa Blanca en Washington, en la ONU, en Bruselas, en Israel o en Siria?

La paz se fundamenta en la justicia, como nos lo enseña la Biblia: “Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Is. 32:17). Solo allá donde se satisface la justicia, la paz se hace posible. Pero donde no hay justicia, nunca puede llegarse a una paz estable. El mundo está a kilómetros de la paz, porque en él domina la injusticia.

¿Qué es, sin embargo, la justicia? Jesucristo mismo es la justicia en persona, ya que escrito está: “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Co. 1:30). Por lo tanto, la verdadera paz estable solo es posible en Jesucristo.

Recién con la segunda venida del Señor en poder y gloria, dominará la justicia en Israel y el resto del mundo y reinará la paz. Eso nos lo anunció Pedro en su segunda carta: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P. 3:13).

Rainer Zelewske lo describe a la perfección:

“¿Cuándo habrá paz por fin?
¿Cuando el último misil sea convertido en chatarra,
Entonces por fin habrá paz?

Finalmente habrá paz:
Cuando personas comprendan,
Que no son las armas,
Sino ellos mismos los que son la
discordia.

Finalmente habrá paz:
Cuando Jesús, el príncipe de paz,
Pueda crear paz en nuestros corazones.”

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