¿Para qué la resurrección?

Norbert Lieth

Mediante su resurrección, Cristo venció por nosotros a la muerte. Si aceptamos con fe este milagro redentor, tendrá consecuencias duraderas en nuestras vidas, dando frutos eternos. A continuación, un estudio bíblico estimulante.

La resurrección corporal del Señor Jesús es un hecho histórico y responde a varias cuestiones esenciales de la vida. Su resurrección arroja luz sobre la oscuridad en la que estamos envueltos, algo muy visible en el relato de la resurrección de Juan 20.

La resurrección pone fin a la desesperanza
El primer versículo de Juan 20 dice: “El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro”.

Los humanos siempre nos estrellamos contra la pared. En el Evangelio de Marcos, las mujeres se preguntaban: “…¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?” (Mc. 16:3). El hombre no ha cambiado en este sentido, a pesar de contar con un mayor progreso y desarrollo, y haber inventado tantas cosas para mejorar nuestra calidad de vida, seguimos teniendo la misma mirada ante la muerte: es insuperable, no hay esperanza.

La revista Migros-Magazin pidió al psicoanalista Peter Schneider y a la escritora Andrea Schafroth que hablaran de su libro Jungbleiben ist auch keine Lösung (Mantenerse joven tampoco es una solución), llegando a una conclusión desesperanzadora abordada con un tono humorístico. Los autores dijeron, entre otras cosas: “En algún momento, las enfermedades no tienen marcha atrás”, “La salud es sobre todo algo que se pierde”, “Uno sabe que en realidad no mejorará, sino que, por el contrario, empeorará”, “Los achaques de la vejez no son más que una muerte en cuotas”, “Las residencias de ancianos son algo así como un mundo intermedio, una sala de espera donde la gente espera su turno con la muerte”, “La gran mayoría de la gente tiene miedo a morir y se atormenta con la pregunta de qué vendrá después, o si han logrado encontrar el sentido a la vida”.

En la obra Mantenerse joven tampoco es la solución, el humorista Efraín Kishon dijo sobre la muerte: “No me siento viejo porque tenga tantos años tras de mí, sino por los pocos que tengo por delante”. Aunque su contexto es humorístico, no deja de testificar acerca de la tragedia y la decepción de querer vivir más y no poder hacerlo. También Woody Allen dijo: “No tengo miedo a morir. Solo que no quiero estar allí cuando suceda”.

Para la humanidad de todos los tiempos, nunca ha habido mayor perplejidad y desesperanza que la muerte. Se dice que la lápida de un médico decía: “Aquí yace mi querido esposo, el Dr. Grimm, y todos los que curó yacen a su lado”.

La muerte es la gran piedra con la cual todos tropezamos –todos, menos uno: ¡Jesús! Él es el que quita la piedra de la desesperanza, el miedo, la culpa y aquello que nos separa de Dios, apartándola de nosotros con Su poder.

No hay mayor anhelo que una vida eterna exenta de preocupaciones. Eso es con exactitud lo que Dios quiere darnos. La solución está en Jesús, el Resucitado. La piedra ha desaparecido, el camino de la resurrección se ha abierto y tenemos acceso a “…la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio…” (2 Ti. 1:9-10).

La resurrección pone fin a la justicia por obras
Juan 20:6-7 dice: “Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte”.

Era común en la época envolver la cabeza del difunto con un sudario. El sudario es un símbolo de trabajo, lucha y esfuerzo. Después de la caída, Dios dijo a Adán: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:19). Toda nuestra vida es trabajo, labores y esfuerzo, y luego llega la muerte.

El sudario del Señor Jesús había sido envuelto y dejado aparte, en un lugar especial. Esto indicaba que la obra había culminado, que Él había completado el plan de salvación para nosotros y cumplido con toda la Ley. No llegamos al Cielo por nuestros logros, sino por lo que Jesús ha hecho por nosotros. Él cargó sobre sí mismo nuestro pecado, terminando la obra y exclamando: “¡Consumado es!”. (Juan 19:30).

Algunos socorristas esperan a que la persona que se está ahogando se quede sin fuerzas y deje de luchar por sí mismo: solo entonces la rescatan. Así es como Dios nos salvó: “…y quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9).

Romanos 3:28 dice: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley”. En el libro devocional Nuestro pan diario del Dr. M. R. DeHaan, leí: “En los sinogramas [unidad de escritura logográfica china, NdeR], se dibuja la imagen de un ‘cordero’ encima de la palabra yo para formar la palabra justicia. Dicho de otra manera, si reclamo por fe los méritos de Jesús, el inmaculado Cordero de Dios, estoy justificado para siempre y por toda la eternidad”. Como quería estar seguro de su veracidad, le pregunté a una conocida china, que además es cristiana. Ella me respondió: “Sí, es cierto. La justicia consta de dos partes, la parte superior es la oveja y la parte inferior soy yo. Si alguien quiere ser justo, debe decir: ‘Necesito el cordero’”.

Nuestra única esperanza para ir al Cielo es la obra de Cristo dada por gracia; a través de Él somos recibidos por Dios con los brazos abiertos.

Leí la historia de un hombre que vio un cordero aparentemente discapacitado, con un pelaje desaliñado que le daba la apariencia de contar con seis patas. Entre ellas, las dos patas traseras colgaban sin vida, tambaleándose de un lado a otro con cada paso. Sin embargo, la verdad detrás de este lamentable espectáculo era otra. Un cordero había sido mordido y muerto por una serpiente. A su vez, otro cordero del rebaño no tenía madre, por lo que el pastor tuvo la idea de desollar al cordero muerto y poner el cuero sobre el lomo del huérfano, llevándolo hasta la madre del cordero muerto, esta lo aceptó como su propio hijo por el olor de su piel.

La resurrección pone fin al llanto
Juan 20:11-13 dice: “Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”. 

Se dice que una persona produce en promedio unos 60 a 80 litros de lágrimas a lo largo de su vida. Las mujeres lloran entre 30 y 64 veces en un año, mientras que los hombres lo hacen entre 6 y 17 veces. ¿Cuántas lágrimas ha visto el mundo a lo largo de su historia? Lágrimas de pena, horror, sufrimiento, dolor, injusticia, por la guerra, la enfermedad, los celos, la ira, la rabia, entre otras. Llantos de niños inconsolables, de mujeres desesperadas y de hombres horrorizados.

Los científicos han cristalizado algunas lágrimas para observarlas en el microscopio. Según el profesor y doctor Werner Gitt, pudieron ver en ellas la imagen de una cruz. Las lágrimas suelen ser una expresión de dolor y desesperación, además del mal de amores. Existe una angustia oculta, una añoranza secreta de Jesús, la misma que María expresó cuando dijo: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”.

¿Te han quitado a Jesús? Aquellos que viven alejados de Él, en verdad lo anhelan de forma inconsciente. La Biblia dice: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. (Ap. 21:4). Cuando Dios enjuga las lágrimas, entonces es definitivo.

La resurrección pone fin a la búsqueda
Juan 20:14-16 dice: “Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro)”.

Todo ser humano busca sentirse vivo. ¿Acaso no son las adicciones una expresión de esta búsqueda? Algunos mojan sus almohadas en la noche, llorando añorantes y desesperados: “Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma; lo busqué, y no lo hallé” (Cnt. 3:1). Sin embargo, no encuentran al Salvador, pues tienen una imagen equivocada de Jesús. María pensó que era el hortelano. ¿Y tú, quién piensas que es Él? 

La historia de Jesús es única e incomparable, y al mismo tiempo es una invitación a la vida. Cuando Él se te presenta y te habla personalmente, tu anhelo se ve cumplido. No podrás más que llenarte de asombro al encontrarlo. Entonces reconocerás quién es, lo que significa para ti y lo que tienes en Él; entenderás que Él te sostiene y te ama y descubrirás que Jesús es mucho más de lo que creías que era –como le ocurrió a María con el supuesto hortelano–, es el Maestro que llena tu vacío con Su enseñanza.

Un anciano dijo una vez: “Me tomó cuarenta y dos años aprender tres cosas: que era un pecador perdido; que no podía hacer nada por mí mismo para ser salvo y que el Señor Jesús hizo todo por mí para ser salvo”.

Una vez le preguntaron a un profesor cuál había sido su mayor descubrimiento. Él respondió: “¡Mi mayor descubrimiento fue Jesucristo!”.

La resurrección pone fin a la incertidumbre
Juan 20:17 continúa diciendo: “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

El filósofo francés Gabriel Marcel (nacido en 1889) escribió en su diario, el 5 de marzo de 1930, por motivo de sus cuarenta años: “Ya no tengo dudas. La felicidad de esta mañana es simplemente maravillosa. Por primera vez en mi vida sé lo que es la gracia. Es terrible tener que admitirlo, pero es así. Ahora estoy completa y profundamente impregnado de la fe cristiana”1

La gente busca garantías. ¿Qué tipo de garantía tienes?, ¿quizás tus finanzas? Pablo escribe: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro…” (2 Co. 4:7). Nuestro cuerpo, el recipiente que guarda el tesoro que Dios ha puesto en nosotros, es terrenal y por lo tanto frágil; sin embargo, este tesoro es celestial e incorruptible. Se trata de un tesoro imperecedero que Dios pone en la vida perecedera de aquellos que depositan su fe en su Hijo. Esta es la luz resplandeciente del conocimiento de Dios por medio de Jesucristo (2 Co. 4:6), nuestro renacimiento de la simiente incorruptible (1 P. 1:23). ¡Qué certeza imparte la Palabra de Dios a través de Jesús! Ascendió a los cielos hacia Dios, su Padre, convirtiéndose así en Dios, nuestro Padre.

Algunos dicen: “Nada es seguro, excepto la muerte”. No obstante, esta es una verdad a medias: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Jn. 5:13). Aquí cesa toda incertidumbre y ambigüedad. Ninguna religión es capaz de dar garantías absolutas, pero Dios sí.

La resurrección pone fin al miedo
Juan 20:19 dice: “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros”. 

Cuando el Señor resucitado entra a algún sitio con su paz, el miedo huye: “…sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Jn. 4:18).

El miedo nos acompaña durante toda nuestra vida. Así como el aire que respiramos, este está intrínseco en nuestra existencia. Reinhold Ruthe escribió: “El miedo es como un depredador que me ataca. Es como una ola que me avasalla. Como un tornado que me enfrenta”.

Jesús dijo que el temor de la humanidad aumentará ante los eventos futuros que ocurrirán sobre la Tierra (Lucas 21:26). Pensemos en el coronavirus, una pandemia que tiene al mundo entero atemorizado; a pesar de ello, no es el único miedo que vivimos en la actualidad, sino que existen miedos existenciales, como el miedo a la muerte, la incertidumbre de lo que ocurrirá en el futuro con nosotros y nuestra familia, miedo a la soledad, a la vejez, al qué dirán. Con Jesús, resucitado y ascendido al Cielo, tenemos por el poder del Espíritu Santo el dominio del miedo en nuestros corazones. Cuando Él entra en nuestras vidas, todo abismo se llena con la gloria de Su amor.

La resurrección pone fin al vacío
Juan 20:22 dice: “Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. 

El famoso tenista Ivan Lendl dijo en una conversación: “Me da miedo mirar muy dentro de mí porque tal vez no haya nada allí…”2; y el escritor y filósofo francés Albert Camus escribió: “Perder la vida no es gran cosa; pero ver disuelto el sentido de la vida, eso es insoportable”3.

Hay especialistas que ofrecen llenar nuestra vida por medio del esoterismo, el yoga, el entretenimiento, las revistas o los libros. Empero, pronto nos damos cuenta de que la vida que anhelamos sigue siendo una ilusión. Las ofertas del mundo no son capaces de darnos una existencia plena; son espejismos en el desierto.

Me encantan los devocionales del psicoterapeuta Reinhold Ruthe. En uno de ellos escribe: “Los ateos dicen que la vida no tiene rumbo; los nihilistas, que la vida no tiene sentido; los pesimistas, que la vida es inútil; los indiferentes, que la fe no es interesante. Sin embargo, los cristianos dicen: ‘Vivimos una vida nueva’”4. También me conmueve el Evangelio de Juan cuando dice: “Respondió Jesús y le dijo: ‘Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna’ […]. Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?”. (Jn. 4:13-14, 28-29).

Jesús puede darnos una vida plena. Con Él no tenemos un pasado, sino tan solo un futuro. Jesús es la vida. Él nos ofrece vida y nos llena de una vida espiritual y de un nuevo nacimiento que conduce a la vida eterna.

La resurrección pone fin a las dudas
Juan 20:27-29 dice: “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”.

Alguien dijo una vez: “No arriesgar es el mayor riesgo”. Muchos tienen miedo de confiar su vida al Señor Resucitado, no dándose cuenta de que esa es precisamente la manera de perderla. Dudan, muchas veces, hasta la desesperación. Contrario a esto, quienes aceptan el reto pueden adorar a Dios y exclamar: “¿Cómo he podido dudar así?”.

Tomás dudó hasta que el Señor resucitado se encontró con él. A partir de allí experimentó un cambio radical. Se dio cuenta de que Jesús era el verdadero Hijo de Dios y, por lo tanto, Dios. No se trataba de un espejismo, sino de la fuente de la vida que calma toda sed. Solo con Él, la plenitud de la verdad, pueden cesar todas las dudas.

Jesús nos desafía de manera personal: “¡Vengan y vean! ¡No sean incrédulos, sino creyentes!” Cuando la Vida te invite, tiéndele la mano.

1 Markus Spiker: Jesus: eine Weltgeschichte, Fontis, p. 732.
2 Reinhold Ruthe: Estás a mi lado, “12 de febrero”.
3 Ibídem: Audiencia diaria con Dios, “15 de marzo”.
4 Ibídem, “2 de febrero”.

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