Pablo y la esperanza de Israel

Norbert Lieth

Pablo no solamente es un ejemplo para la Iglesia a la que servía, sino también para el pueblo de Israel del que proviene. Una interpretación bíblico-profética.

Pablo dice de sí mismo que él es un «ejemplo» para aquellos que por la paciencia de Dios aún serán salvos en el futuro: «Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna» (1 Ti. 1:15-16). ¿Por qué ahora enfatiza el apóstol las palabras: «yo soy el primero», «en mí el primero», es decir, «primero yo»? Si bien Pablo fue un mal pecador, no fue el peor de los pecadores. Había gente peor que él, pensando tan solo en el Rey Manasés en el Antiguo Testamento (2 R. 21:9ss).

A mi parecer, la declaración del apóstol tiene aún un segundo significado, y este es profético. Pablo se denomina como ejemplo, para aquellos que aún habrían de creer en Jesucristo y de recibir la vida eterna (v.16). Eso se refiere a todas las personas. Pero en la profundidad profética aquí también vemos al pueblo judío. De estos (los judíos), Pablo es el primero, y eso como ejemplo para el remanente de Israel que al final todavía encontrarán a Jesucristo.

En 1 Corintios 15:8, Pablo dice de sí mismo: «… y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí». En una traducción dice aquí «prematuro». La nota en la Biblia Scofield dice: «Nacimiento inoportuno», es decir, prematuro. Pablo aquí piensa en sí mismo como en un israelita cuyo tiempo para nacer de nuevo, en el sentido nacional, aún no había llegado, de modo que su conversión por la aparición del Señor en gloria (Hch. 9:3-6) era una ilustración o un ejemplo, es decir, anterior al tiempo verdadero de la conversión nacional futura de Israel. Vea Ez. 20:35-38; Os. 2:16-19; Zac. 12:10-13; Ro. 11:25-27; 1 Ti. 1:16.

En cuanto a la restauración de Israel, Pablo escribe algo extraño: «Digo, pues: ¿ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín» (Ro. 11:1). También aquí vemos cómo el apóstol se pone a sí mismo como ejemplo para la salvación aún por venir de Israel, y del hecho que Israel no ha sido desechado. Pero, ¿por qué enfatiza Pablo expresamente que él es de la tribu de Benjamín? 

¿Cómo se llamaba Pablo antes de su conversión? Saulo. Este nombre es la forma griega del nombre hebreo Saúl. El Saúl del Antiguo Testamento también era benjamita (1 S. 9:1-2), y este primer rey de Israel fue desechado por Dios (cap. 15:23,26; cp. cap. 16:7). El Saúl del Nuevo Testamento, sin embargo, fue aceptado por Él.

¿Será que es con respecto al rey Saúl desechado, que Pablo enfatiza que Israel no ha sido desechado? Pareciera como que fuera en Saulo de Tarso (Pablo) que Dios nos muestra la gracia de la restauración y reaceptación de Israel. Saulo es el benjamita que está bajo la ley, y por eso experimenta toda la dureza y condenación de la misma. Él está bajo la ley en representación del pueblo de Israel.

Al Rey Saúl le fue dicho: «Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado» (1 S. 13:13). Saulo de Tarso, sin embargo, es aquel benjamita que está bajo la gracia y quien por eso recibe misericordia. En este punto, Dios nuevamente reanuda para salvar a Su pueblo Israel.

Pablo testifica: «Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna» (1 Ti. 1:16). Pero a Saúl le fue dicho: «Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios» (1 S. 15:22). Y el Señor Jesús enseña: «Id, pues, y aprended lo que significa: misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento» (Mt. 9:13).

En la persona de Saulo, la gracia vence a la ley. A través de esto, Dios nos muestra que Israel no fue desechado como Saúl. Saulo de Tarso es una imagen de la gracia nueva frente a un Israel que fracasó bajo la ley.

En este contexto, son notables las declaraciones proféticas sobre Benjamín: antes de que José se diera a conocer a sus hermanos en Egipto, exigió de ellos, que costara lo que costara, debían traer a Benjamín (Éx. 42:15; 43:3-5,13,29; 45:12). Luego, cuando Benjamín llegó, recibió cinco veces más que sus hermanos de la comida hecha en honor a ellos (43:34), y el cinco, como es sabido, es el número de la gracia. José dijo nada menos que sobre Benjamín: «¿Es este vuestro hermano menor, de quien me hablasteis? Y dijo: Dios tenga misericordia de ti, hijo mío» (Gn. 43,29).

Así vemos en la persona del Apóstol Pablo la misericordia de Dios para la esperanza futura de Israel: la conversión de Saulo a Pablo es un ejemplo de la conversión futura del pueblo de Israel (Ro. 11:26). Su nuevo nacimiento es un ejemplo del nuevo nacimiento futuro del pueblo de los judíos. Es entonces que la ley les será escrita en el corazón (He. 8:10). La aparición de la gloria de Jesús de camino a Damasco es una imagen de la futura aparición de Jesús para Israel en Su retorno (Mt. 24:30). Pablo se convirtió por medio de una revelación directa de Jesús desde el cielo, sin ayuda humana (Hch. 9:1-16). Así también Israel en el fin se volverá hacia su Mesías.

La resistencia previa de Pablo contra Jesús y Su iglesia se parece al comportamiento del judaísmo actual (Hch. 7:51). La clemencia de Dios, de la que Pablo testifica con su vida, es la paciencia del Señor con Israel: «Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna» (1 Ti. 1:16). Clemencia significa: «Moderación en vista de una provocación». Así como Pablo provocaba al Señor antes de convertirse, así se comporta Israel con Jesús aún en la actualidad.

Justamente Pablo, después de su conversión llegó a ser el que más testificó del evangelio. También esa es una indicación profética del obrar futuro de los judíos en el reino milenial de paz. Pablo testifica, diciendo: «Pero él me dijo: ¡anda, porque te enviaré lejos, a los gentiles!» (Hch. 22:21). «A mí, que soy menos que el menor de todos los santos, me ha sido conferida esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo» (Ef. 3:8). Y en 1 Timoteo 1:12-14, Pablo testifica de la gracia de Dios sobre él, diciendo: «Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel al ponerme en el ministerio a pesar de que antes fui blasfemo, perseguidor e insolente. Sin embargo, recibí misericordia porque, siendo ignorante, lo hice en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que hay en Cristo Jesús.»

También Israel hasta el día de hoy muestra celo en ignorancia, es decir con insensatez y en incredulidad, como está escrito: «Porque yo les doy testimonio de que tienen celo por Dios, pero no de acuerdo con un conocimiento pleno» (Ro. 10:2). Lo único que les puede ayudar es la misericordia de Dios – y la recibirán.

Los judíos piadosos oran diariamente (a menudo antes de las comidas): «Ten compasión, Eterno, nuestro Dios, de Tu pueblo Israel y de Sion, Tu ciudad, el sitio de Tu gloria, sobre el reino de Tu Ungido. ¡Establece Su reino! ¡Impulsa la redención! ¡Haz venir al Ungido y que haga expiación por Su pueblo!»

La esperanza de Israel consiste en la gran misericordia de Dios y el retorno del Mesías Jesús por Su pueblo.

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