Ojos como llama de fuego y pies semejantes al bronce bruñido

Wim Malgo (1922-1992)

Una interpretación del último libro de la Biblia. Parte 26. Apocalipsis 2:18.

La carta a Tiatira es la más larga de las misivas enviadas a las iglesias. Tiatira era una ciudad pequeña en Asia Menor, en la actual Turquía. Su nombre puede significar «donación de incienso», pero también «mal olor», lo que señala hacia el paganismo reinante en aquella ciudad. La ciudad se encontraba en una región hermosa, en un valle, aunque también era un sitio de guarnición militar para el ejército romano y una ciudad comercial. Se situaba en una gran vía de circulación. Además, era famosa por sus grandes artesanos.

Tiatira se ha conservado hasta el presente, aunque con el nombre de Akhisar, ‘ciudad blanca’, llamada así por sus muchas canteras de mármol, las cuales resplandecen desde la cordillera. En la década de 1930, Akhisar era conocido por comerciar el opio. Hasta el siglo xx existió allí una pequeña congregación cristiana de buen nombre.

A fines del siglo i, la iglesia de Tiatira debió haber surgido como una congregación viva y sana, importante para la ciudad. Ya antes de que esta surgiera, vivía en aquel sitio una mujer piadosa. Se trataba de Lidia, la vendedora de púrpura. Cuando Pablo llegó a la ciudad de Filipo, en su segundo viaje misionero, predicó el Evangelio allí y Lidia estaba presente. El Señor abrió su corazón y ella se convirtió (Hechos 16:14). La mujer y su familia creyeron y fueron bautizados.

Esta descripción puede aliviar a todos aquellos que predican la Palabra de Dios o que intentan ganar almas para el Señor Jesús de varias formas: no somos nosotros los que abrimos los corazones de las personas, ¡sino el Señor! Él quiere abrir los corazones de muchas personas en todas partes, es por eso que tan solo debemos compartir el mensaje de la Cruz: ¡el Señor quiere, si nosotros queremos!

El Señor se revela en esta carta de manera seria y profunda. Leemos en el versículo 18: «El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido, dice esto…». ¡Tomemos nota de que estas no son las palabras de cualquier persona! Aquí está hablando el Hijo de Dios–Él mismo es la Palabra. Él no es un señor ausente, sino un juez presente, también en estos tiempos. «El Hijo de Dios […] dice esto…», Él no solo habló en el pasado, sino que también lo habla ahora. Él descubrió la disimulada y camuflada perdición de la iglesia de Tiatira: «el que tiene ojos como llama de fuego».

Cuando Cristo, además de presentarse como el Hijo de Dios que habla, lo hace como Aquel que tiene ojos como llama de fuego, está avisando que develará lo oculto. Podemos leer lo mismo en Hebreos 4:13: «Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta».

También tú estás desnudo ante los ojos del Hijo de Dios, ojos que son como llama de fuego, que son capaces de recorrer toda la Tierra: «Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él» (2 Cró. 16:9).

Sus ojos reposan en ti, ellos ven tu corazón. Es por eso que no debes actuar como si el Señor no pudiera ver lo que hay en tu vida.

El versículo 18 dice: «… el que tiene […] pies semejantes al bronce bruñido». Los mismos pies que en la cruz del Gólgota fueron traspasados por nuestros pecados, aparecen aquí como bronce bruñido. Esta es la realización de Hebreos 2:8 y Efesios 1:21: «Todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él […] sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero».

Que Sus pies sean como bronce bruñido significa que Aquel que obtuvo la victoria sobre el pecado ya no tolera ningún avance del mal ni ningún poder del pecado sobre aquellos que compró con Su sangre. Nada se pierde ante Su mirada como llamas de fuego, y con su pie de bronce aplasta todo mal. Es por eso que no queremos entristecer u ofender al Señor, dándole poder al pecado, pues Jesucristo se entregó en la Cruz, pagó un gran precio por nuestra salvación y nos dio la victoria. Pablo lo dice de esta manera: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias» (Ro. 6:12).

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