NO ESTAMOS SOLOS –en la lucha contra el coronavirus - Parte 2

Norbert Lieth

El historiador y profesor universitario Niall Ferguson escribió en un artículo muy interesante en el Nuevo Diario de Zürich (Neue Zürcher Zeitung) de Suiza, el 12 de marzo de 2020: “Vino de la nada, no se irá tan pronto y no hay cura contra él: el coronavirus desconcierta a un mundo ya desconcertado. Las consecuencias recién comienzan a perfilarse”.

Hoy está ocurriendo con exactitud lo que Jesús advirtió al exhortarnos: “que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida”. La gente está preocupada por su existencia, se apura a abastecerse, compra en exceso. Las palabras del Señor revelan este estado espiritual. El hombre deja afuera al Dios del cielo y se equivoca al pensar que no hay nada más que la vida terrenal. ¿No serán los acontecimientos actuales una fuerte advertencia de Dios? ¿Se estarán anunciando los jinetes del Apocalipsis?

Niall Ferguson menciona esto en su artículo:

Hoy el mundo tiene que lidiar con los cuatro jinetes apocalípticos: pestes, guerras, hambres y muerte. En primer lugar, por supuesto, tenemos la peste conocida ahora como COVID-19, el nuevo coronavirus. La guerra en Siria no llega a su fin, y en las calles de India se está iniciando una guerra civil. También vendrán hambrunas, si las langostas no dejan de destruir las cosechas en el este de África y sur de Asia. Y en 2020, con toda seguridad, habrá más muertes que en un año regular del siglo xxi.

La Biblia compara las señales del tiempo con los dolores de parto de una mujer encinta. Las contracciones son dolorosas, pero necesarias, además de traer una nueva vida (Mateo 24:8; 1 Tesalonicenses 5:3; Apocalipsis 12:2). Las señales del tiempo no anuncian el fin del mundo, sino que son dolores de parto que traen vida nueva. Por eso nuestro mensaje es ¡Jesús viene otra vez!: “Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando […]. Pero vemos […] a Jesús, coronado de gloria y de honra” (He. 2:5, 9).

Jesús vendrá otra vez y nos traerá una nueva creación. La Palabra de Dios nos habla de estos acontecimientos futuros, y sus profecías son firmes y confiables (2 Pedro 1:19-21).

Los planes de Dios van mucho más allá de esta Tierra. Él tiene en mente la eternidad. No quiere que estemos sin Él, sino despertarnos del sueño antes de que culmine el tiempo de gracia. Por eso toca a la puerta, por eso nos sacude. Él se da a conocer. Quiere mostrarnos que sin Él, nada podemos hacer. Cada bacilo o virus es un indicador de las consecuencias de la caída del hombre en pecado: “Haznos entender que la vida es corta, para así vivirla con sabiduría” (Sal. 90:12, pdt).

¿Dónde está la solución? ¿Dónde está la salvación? ¿Dónde está la respuesta?

El mundo está perdido y solo existe un medio de salvación, aquel que volverá como Señor y Dios de justicia. Jesús vino para levantar al hombre de su caída. Él es el Salvador: Su sangre derramada en la cruz es la cura. Jesús ofrece la salvación al mundo entero, a toda la Tierra y a cuantos en ella habiten.

El Señor llevó en la cruz una corona de espinas sobre Su cabeza, y por encima de esta un cartel decía –en los idiomas hablados en aquel entonces, para que todo el mundo lo comprendiera–: “Jesús nazareno, rey de los judíos” (Jn. 19:19; Lc. 23:38). La corona de espinas se convirtió en una corona de triunfo, pues venció al infierno, a la muerte y al diablo –hoy, para todo el que crea en él y luego, en su regreso, para toda la creación–: “Después vi el cielo abierto y delante de mí había un caballo blanco. Su jinete se llama Fiel y Verdadero porque juzga y combate con justicia. Sus ojos eran como una llama de fuego y tenía muchas coronas en su cabeza” (Ap. 19:11-12, pdt).

Necesitamos más que nunca la poderosa “palabra de la cruz [la cual es] locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Co. 1:18).

Jesús resucitó de los muertos y ha de volver. Las señales del tiempo nos llevan a su encuentro y hacia el inicio de una nueva creación sin sufrimiento que hará el Señor. Solo Jesús es la roca sobre la cual se fundamenta la casa de nuestra existencia, solo Él es la salida a todos los “coronavirus” que hieren nuestra vida.

No existe tan solo el coronavirus, sino también la “corona-soledad”, la “corona-culpa” que ­enferma la conciencia, la “corona-desesperación”, la “corona-adicción”, el “corona-dolor”, el “corona-sufrimiento”. Nuestro mundo está enfermo, aun si no existiera este virus.

La Biblia nos presenta a Jesús como el Salvador, aquel que rescata, perdona y liberta. El que cree en Él, halla la vida, la vida verdadera. Con Jesús, el alma sana. El que deposita su fe en Jesús, recibe coraje y confianza en todos sus temores. Jesucristo dice: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

Como sabemos, los cristianos también sienten miedo, se enferman, sufren desgracias y mueren. Pero saber que Jesús venció a este mundo con todos sus sufrimientos y problemas, nos da una perspectiva eterna. No todo se termina en esta vida.

Existe una gran diferencia entre estas dos experiencias: una es como si te encontraras indefenso en la ladera de una imponente montaña, sin mecanismos de seguridad, con un amenazante desprendimiento de rocas por caerte encima y a punto de caer al vacío. La otra es como encontrarte en la misma ladera, pero asegurado de manera perfecta, de forma que puedes confiar en que te sostendrá aunque caigas y que llegarás con bien hasta la meta. Los cristianos podemos decir confiados: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” (Ro. 8:35).

El mundo busca la vacuna contra el coronavirus. Sin embargo, Jesucristo es la medicina contra el pecado y la perdición. En Él tenemos el perdón y la salvación eterna. Podemos leer en las Escrituras acerca de la “corona” de Dios: “Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano” (Salmos 139:5).

Jesús nos da el mejor consejo para enfrentar todas las situaciones en nuestra vida: “No se angustien. Confíen en Dios y confíen también en mí” (Jn. 14:1, nvi). Dios sabe lo que hace, y Sus propósitos nos bendicen en gran manera, aunque tengamos que pasar por situaciones dolorosas.

Pese a que nos cueste entenderlo, el Señor Jesús nos muestra, a través de los acontecimientos actuales, que no nos ha abandonado. Él nos ama, y por eso saca a luz lo que anda mal en nuestras vidas, con el fin de exhortarnos a abandonar toda nuestra indiferencia hacia Él. Si alguno le abre la puerta, el Señor entrará y le traerá paz.

¡Hazlo! Ora a Jesús, confiésale todo lo que has hecho en tu vida: todo lo que se ha torcido, todo lo que te pesa y es una carga en tu corazón. Dile tus anhelos y exprésale tu fe. Lee su Palabra, sobre todo el Nuevo Testamento. En la Biblia encontrarás un indescriptible poder que te hará conocer la gracia de Dios, como son indescriptibles también el consuelo y la seguridad que hallarás en ella: “Yo reprendo y corrijo a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y vuélvete a Dios. Mira, yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3:19-20, dhh).

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