NO ESTAMOS SOLOS –en la lucha contra el coronavirus - Parte 1

Norbert Lieth

La palabra corona proviene del latín corona, un préstamo del griego. Además de su significado literal, es utilizada también para denominar una de las capas solares. Por otro parte, la región más externa de la atmósfera terrestre tiene por nombre geocorona. Pensando en su alcance universal, el nombre corona (más allá de describir un virus específico) parece muy acertado para designar una pandemia.

Innumerables informes, comentarios, discusiones y entrevistas con políticos y especialistas en varias ramas circulan alrededor del coronavirus. Era de esperar que los gobiernos tomaran muchas precauciones. Sin embargo, casi no se escuchan comentarios respecto a Dios y su Palabra.

Esto me recuerda a la declaración que hizo Jesús en Apocalipsis: “Yo reprendo y corrijo a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y vuélvete a Dios. Mira, yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3:19-20; dhh).

Gran parte de nuestro mundo se esfuerza por dejar al Señor de la vida y a Su Palabra verdadera del otro lado de la puerta: quitarlo de la atención pública, de nuestras escuelas, de las familias e incluso de las iglesias. El hombre no es consciente de que, por medio de esta conducta, pierde todo consuelo, orientación, seguridad y perspectiva para el futuro.

¿No son acaso los sucesos de estos días un llamado del Señor Jesucristo a la puerta del mundo e incluso a las de nuestros corazones? ¿No querrá que recordemos a Dios y su Palabra? Todas las posibilidades son consideradas, salvo esta. ¿Por qué? ¿Por ser verdadera? C. S. Lewis escribió: “El dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos”.

La Biblia tiene mucho para decirnos, más que cualquier otra fuente. Esta toca cada aspecto de nuestra vida y del mundo, y nos confronta con la verdad. Es por esto que quisiera exponer tres reflexiones bíblicas respecto a esta pandemia global.

Salmos 103:14-16 dice: “Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más”.

El mundo se siente conmocionado, atemorizado y con impotencia. El hombre creía tener el control de todas las cosas, pero ahora se da cuenta de que las circunstancias dominan su vida y mueven el piso debajo de sus pies.

Los países cierran sus fronteras. La gente vacía los supermercados. En muchos lugares ya no es posible hallar alcohol en gel. Una vez más vemos la falta de escrúpulos y el egoísmo del hombre. En muchos lugares los productos desinfectantes se venden a precios exorbitantes, e incluso han habido robos de mascarillas en algunos hospitales. Hay gente que busca sacar un provecho económico de la emergencia sanitaria. Hace poco leí una frase muy acertada: “Recién cuando se haya vencido la avaricia del hombre, se vencerán también los demás problemas”.

El miedo es justificado, también las medidas de precaución que las autoridades toman para proteger a la población. Los gobiernos manejan la situación de manera ejemplar. Estos hacen un gran esfuerzo, y deberíamos hacer que su tarea resulte lo más sencilla posible, para el bien de todos y con el fin de evitar lo peor. Los cristianos tenemos que orar por nuestros gobernantes y por el personal de salud. Pero la histeria que surge en varios lugares expresa además una desesperada búsqueda por ayuda y seguridad. ¡Qué rápido perdemos ­toda orientación y firmeza! Quedamos absortos, sin saber qué hacer, en un estado de conmoción, viendo nuestra impotencia. De repente enfrentamos nuestras limitaciones y entendemos que nuestra existencia siempre ha colgado de un hilo, aun sin el coronavirus. Todo esto nos hace ver lo vulnerables y dependientes que somos. Otra vez nos encontramos frente a la cruel realidad de la muerte, una consecuencia de la caída del hombre en pecado.

Jesús lo describe muy bien en una de sus parábolas, donde compara la vida sin un fundamento firme en Él con una casa construida sobre la arena: cuando la lluvia, los ríos y los vientos la golpean, sus débiles cimientos hacen que se derrumbe. Por otra parte, el que se aferra a Dios y fundamenta su vida en su Palabra, no es ajeno a la adversidad, pero Jesús lo compara con una casa construida sobre la roca, que al ser golpeada por la lluvia, los ríos y los vientos se mantiene en pie, pues su fundamento está en el Eterno (Mateo 7:24-25).

El hombre se está desligando de Dios, pero su independencia de Él da como resultado una falta de orientación y de salida. En consecuencia, pierde la cabeza y se hunde en el miedo y la histeria. Por eso la Biblia aconseja: “Buscad a Jehová y su poder; buscad siempre su rostro” (Sal. 105:4).

Una canción lo expresa así: “Sin Dios nos hundimos en tinieblas, pero con Él vamos hacia la luz. Sin Dios, el miedo gana terreno, pero con Él nada temeremos”.

La Palabra de Dios dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8) y “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap. 1:8). Jesús ha sido en todo momento la esperanza y el apoyo de aquellos que creen en él. Él fue la esperanza de ayer, es la esperanza de hoy y será la esperanza del mañana. El mundo no está a merced de la suerte, sino de aquel que siempre ha sido, es y volverá. Él tendrá el control hasta que todo se cumpla.

Lo que Dios permite tiene un propósito: despertarnos y dirigir nuestra atención de nuevo hacia Él.

En medio de la inseguridad que nos rodea, vemos cuán confiable y actual es la Palabra de Dios. De ninguna manera es obsoleta. Por ejemplo, la Biblia dice respecto a los acontecimientos futuros que culminarán con el regreso de Jesús (y de los cuales vemos un anticipo en los sucesos actuales): “Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo […] [,] desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas” (Lc. 21:11, 26).

Además, leemos acerca del futuro día del juicio: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” (Lc. 21:34-35).

¿Qué nos enseña el Señor Jesús en estos versículos? Entre otros acontecimientos, hace mención de los eventos apocalípticos globales, entre los que se encuentran las pestilencias y las pandemias. Los hombres se llenarán de temor ante el porvenir. Tendrán el presentimiento de que les sobrevendrán peores cosas. Se preguntarán: ¿cómo seguirá todo?, ¿cuáles serán las consecuencias económicas?, ¿habrá suficiente alimento?, ¿qué nos deparará el futuro?

Jesús explica que estas cosas vendrán “de repente” y caerán “sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” –como una corona que rodea todo el planeta–. Todo esto acontecerá de forma súbita, inesperada, antes de que la humanidad se dé cuenta estará atrapada en un lazo.

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