¿Necesita Israel el evangelio, si igual será redimido?

Avi Snyder

El pueblo judío nuevamente tiene una patria nacional propia. Ese es un indicio profético extraordinario del plan de salvación de Dios. Y si ahora, según Su Palabra, a la restauración nacional de Israel de todos modos también le sigue la renovación espiritual, ¿siquiera es necesario evangelizar a los judíos? Estos son los pensamientos de un judío mesiánico.

A menudo escucho decir: “es prematuro evangelizar a los judíos, porque de todos modos toda la gente judía será redimida cuando el Señor venga por segunda vez. En definitiva, Pablo nos asegura que ‘todo Israel será salvo’ (Ro. 11:26). Y Zacarías 12:10 nos dice que este arrepentimiento nacional tendrá lugar después de la segunda venida de Jesucristo, cuando el pueblo judío mire a Aquel a quien traspasó. Esta redención nacional no solamente abarca a todos los judíos que entonces aún estén vivos; la formulación ‘todo Israel” más bien se refiere a todas las personas del pasado y del presente, los vivos y los muertos. Y todo eso sucede después de la segunda venida de Jesús.”

De cierto, Pablo nos dice: “Todo Israel será salvo” (Ro. 11:26). Eso es así, y punto. No obstante también nos informa, cómo todo Israel será redimido: sola y únicamente cuando clame por el nombre del Señor. De hecho, él incluso explica que esta necesidad del clamor exclusivo por el nombre del Señor representa una verdad universal: “porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Ro. 10:12-13).

Pero inmediatamente después de esta afirmación, que para todos hay un solo Señor y que la salvación solamente es posible al invocar Su nombre, Pablo presenta una serie de preguntas desafiantes: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Ro. 10:14).

De modo que todas las personas (judíos y no-judíos) deben escuchar para creer; y ellos tienen que creer para invocar el nombre del Señor; y ellos deben invocar el nombre del Señor para ser salvos. Y para que todo eso siquiera pueda suceder, alguien tiene que llevarles el mensaje del evangelio –no solo a las naciones, sino también a los judíos. Es por eso que Pablo continúa con las preguntas: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Ro. 10:14-15).

Romanos 11:26 nos trasmite el hecho que todo Israel será salvo; Romanos 10:12-15, entretanto, nos transmite la manera en que Israel será salvo –es decir, a través del escuchar el mensaje del evangelio, por medio de la fe al arrepentimiento y por medio de la invocación del nombre del Señor.

Las palabras de Romanos 11 son nuestro consuelo: todo Israel será salvo. Las palabras de Romanos 10, sin embargo, son nuestra tarea: debemos hablarle de Jesús al pueblo judío para que escuche, crea, invoque el nombre del Señor Jesucristo y sea salvo. Aun cuando la tarea sea difícil de soportar, Pablo termina el pasaje con una promesa maravillosa para todos los que están dispuestos a ir: “¡cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Ro. 10:15).

Pero, ¿no podríamos simplemente pasar por alto a los judíos por ahora, ya que de todos modos todo Israel será salvo? Después de todo, ellos lo invocarán cuando lo vean, ¿o no? Y a Él lo mirarán cuando venga otra vez, ¿no es cierto?

Al redactar este texto, mi padre David tiene 97 años de edad. Todavía tiene una mente clara. Todavía tiene un espíritu despierto. Y todavía tiene un corazón incrédulo en lo que tiene que ver con Jesucristo. Cada vez que le pregunto, cómo está, sonríe y dice: “Y, viejo estoy, pero vivo también –y eso supera la alternativa”.

Algunos cristianos no estarían de acuerdo con eso. En lo esencial, argumentarían: si mi padre alguna vez cree en el Señor o no, o si aún vive cuando Jesús venga otra vez –de todos modos, no tendría nada que temer. “Puede que tu padre se convierta después de mirar a Jesús cuando Él venga otra vez– o que sea salvo después de la muerte aun cuando muera en incredulidad.”

Pero, ¿será que Pablo quería decir eso cuando dijo: “Todo Israel será salvo”? Y ¿será que Zacarías profetizó eso cuando anunció: “Mirarán a mí, a quien traspasaron”?

¿Qué es lo que realmente dice en Zacarías 12:10?

“Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.”

A menudo escucho que ese “mirarán a mí” debería significar que los judíos Lo ven después de Su segunda venida. De este modo, el momento de conversión y arrepentimiento para todos nosotros sería después de Su regreso. Pero por al menos tres razones, este argumento no es sostenible. La primera razón, y la más importante: eso simple y llanamente no es lo que dice este pasaje del profeta Zacarías.

Zacarías 12:10 comienza con el anuncio que Dios primeramente derramará un espíritu doble sobre nosotros los judíos: Su Espíritu de gracia y, luego, Su Espíritu de oración. Eso significa: por medio de Su Espíritu, el Señor primeramente derramará Su gracia sobre nosotros –justamente esa gracia que siquiera hace posible que creamos y con eso seamos salvos. Y en Su gracia nos incita a orar, es decir que nos mueve al arrepentimiento. Recién entonces, después de que hayamos orado y nos hayamos arrepentido, lo miraremos a Él a quien hemos traspasado. Eso es lo que dice el texto. Eso es lo que proclama la secuencia de palabras en este versículo.

En otras palabras, el texto no dice en absoluto que después de Su regreso Lo miraremos, Lo reconoceremos como Aquel a quien hemos traspasado, y en consecuencia, nos convertiremos. ¡La secuencia de palabras en el texto presente más bien explica que esta mirada hacia Él recién ocurrirá después de nuestro ruego y de nuestra conversión!

¿Y no es esta exactamente la secuencia de sucesos que también Jesús mismo nos anunció? “Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt. 23:39). Cientos de años antes de la primera venida de Yeshúa, el Espíritu de Dios anunció exactamente la misma secuencia de sucesos por medio del profeta Oseas: “andaré y volveré a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro” (Os. 5:15).

Jesús recién regresa después de que lo reconozcamos a Él como el Adorado, como el que viene en el nombre del Señor. Él recién viene otra vez, después de que Lo invoquemos y nos hayamos arrepentido de haber aborrecido al que hemos traspasado.

Pero para que podamos arrepentirnos por haberlo aborrecido, primeramente debemos escuchar lo que Él hizo por nosotros. Debemos escuchar el mensaje del evangelio.

Las palabras de Zacarías 12:10 no son una carta blanca para la omisión o la postergación de la entrega del evangelio al pueblo judío. Las palabras de este versículo más bien deberían motivarnos a compartir el evangelio aún más fervientemente con nuestros amigos y familiares judíos –en espera de aquel día cuando se cumpla esta profecía.

Una segunda razón contradice la opinión de que Zacarías 12:10 nos estaría permitiendo hoy eludir o postergar el evangelismo entre judíos: ni el Señor ni Sus apóstoles se atenían a esta perspectiva errónea. Por el contrario, creían que la evangelización presente entre judíos era aconsejable en gran manera. ¿De dónde sabemos eso? Bueno, si ellos habrían creído la idea de que Zacarías 12:10 contuviera la licencia de omitir o postergar este trabajo, ni Yeshúa ni sus seguidores habrían invertido tanto tiempo, energía y pasión afectuosa en evangelizar a la gente judía de sus días.

Después de todo, deberíamos plantearnos la pregunta: ¿qué de toda la gente judía que todavía vive en la actualidad, pero que ya no estarán con vida en ese momento de arrepentimiento nacional (cuando sea que eso suceda)? ¿Qué de mi padre David, quien probablemente ya no esté para la segunda venida del Señor, a no ser que Él regrese en un futuro muy cercano? ¿Será que mi padre y todos los demás judíos estén excluidos de creer ahora? ¿Recibirán ellos una segunda oportunidad después de la segunda venida de Yeshúa? ¿Reciben ellos otra posibilidad de convertirse después de haber fallecido? No, según las Santas Escrituras. El Espíritu Santo originalmente les habló a la gente judía, cuando dijo a través del autor de la carta a los hebreos: “y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27). Y por medio del profeta Daniel anunció: “y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Dn. 12:2). Ni para los judíos ni para cualquier otro existe una segunda oportunidad después de la muerte.

Pero, ¿no es que Pablo, bajo la inspiración del Espíritu de Dios, nos asegura que todo Israel será salvo? Es verdad, lo hace. Solo que “todo Israel” no se refiere en absoluto a todas las personas judías vivas y muertas de pasado y presente. Tenemos que enfrentarnos a una verdad bíblica trágica y profundamente inquietante, si queremos comprender correctamente la afirmación de Pablo sobre la salvación de “todo Israel”. El hecho es que “todo Israel” se refiere a aquel tercio de nosotros los judíos, que sobrevive el tiempo más espantoso de todos los tiempos que aún está por pasar el pueblo judío.

“Y acontecerá en toda la tierra, dice Jehová, que las dos terceras partes serán cortadas en ella, y se perderán; mas la tercera quedará en ella. Y meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios” (Zac. 13:8-9).

Es brutalmente duro imaginarse una catástrofe futura para el pueblo, que sea peor que todo lo que vino sobre nosotros en la pesadilla del Holocausto. Pero justamente eso es lo que Dios nos comunica a través del profeta Zacarías. Dos tercios de nosotros pereceremos por medio de la mano de nuestros enemigos. El tercio restante, sin embargo, será salvado por el Señor. Y de este modo todo Israel será salvo.

En Su segunda venida, el Señor defiende a aquel Israel que se arrepintió y que Él ya ha redimido espiritualmente. Luego, Él nos salva porque nos hemos convertido y Lo hemos mirado a Él a Quien hemos traspasado. ¡Qué salvación y rehabilitación maravillosa de nuestro pueblo!

“Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas… Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre… Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos” (Zac. 14:8,9,16).

Aquellos entre nosotros que conocemos y amamos al Señor, añoramos profundamente Su segunda venida. Para nosotros, será un día de gozo y júbilo. En medio de eso, posiblemente sea fácil olvidar que, para aquellos que hasta Su segunda venida no han creído, este no será un día de júbilo, sino un día de ajuste de cuentas y de horrores inauditos. Cuando Jesús venga otra vez, Él iniciará el día terrible y espantoso del Señor. La narración de este acontecimiento debería –al igual que a los profetas de aquellos tiempos– causarnos tormentos por todos aquellos que, al momento de Su segunda venida, todavía sean hallados en incredulidad:

“¡Ay del día! Porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el Todopoderoso. … Tocad trompeta en Sion, y dad alarma en mi santo monte; tiemblen todos los moradores de la tierra, porque viene el día de Jehová, porque está cercano. Día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra” (Joel 1:15; 2:1-2).

“Aullad, porque cerca está el día de Jehová; vendrá como asolamiento del Todopoderoso. Por tanto, toda mano se debilitará, y desfallecerá todo corazón de hombre, y se llenarán de terror; angustias y dolores se apoderarán de ellos; tendrán dolores como mujer de parto; se asombrará cada cual al mirar a su compañero; sus rostros, rostros de llamas. He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores” (Is. 13:6-9).

Este no es un día de salvación para aquellos que no han escuchado nada o que han rechazado la fe; es un día de rendición de cuentas. Jesús no viene como Redentor a aquellas personas que todavía no creen. Él viene como juez. Él viene como el León de Judá.

Aún recuerdo, cómo un día con un amigo, llamado Steve Cohen, visitamos a un rabino que Steve había conocido en su niñez. El rabino nos recibió con amabilidad y tuvo la gracia de escuchar lo que Steve deseaba comunicarle. Después de que mi amigo terminara de hablar, el rabino se encogió de hombros y descartó el asunto con las siguientes palabras: “cuando venga el Mesías, y si Él resulta ser el Jesús de ustedes, entonces voy a creer”. Recuerdo la respuesta amable, pero intransigente de Steve: “cuando Jesús venga por segunda vez, será tarde”.

Ciertamente, cuando el Señor venga por segunda vez, toda rodilla se doblará, y toda lengua confesará a Yeshúa como Señor. Ese día marca el final de una batalla victoriosa, en la cual Jesús defiende de todos sus enemigos al Israel convertido y espiritualmente redimido. Y al final de esa batalla, todos admitirán lo que ya no es posible seguir negando –que Él es el Señor. No obstante, algunos proclamarán esta verdad con el júbilo fuerte que tiene eco en las voces de aquellos que han escapado de una destrucción segura. Otros, de lo contrario, reconocerán a Jesús como Señor con dolor desgarrador por su falta de fe. Y mientras que muchos doblarán su rodilla bendiciendo y alabando y adorando llenos de amor, otros doblarán su rodilla como enemigos inferiores y vencidos.

Hoy todavía no es el día del Señor. Hoy todavía es el día de salvación; y la predicación del evangelio a todas las naciones –judíos y no-judíos del mismo modo– no debe ser postergada porque…

“…ahora [Dios] manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (He. 17:30-31).

¿Será que las palabras “mirarán a mí” representen una carta blanca, de modo que podamos evitar o postergar la misión a los judíos? ¿Será que las palabras “todo Israel será salvo” hagan innecesario llevarles el evangelio a los judíos? ¡De ninguna manera! Estas palabras deberían impulsarnos a proclamar con aún mayor urgencia –aquí y ahora, “y tanto más, cuanto veis que aquel día [del Señor] se acerca” (He. 10:25); aquí y ahora, mientras aún sea el día de salvación.

Fragmento de Juden brauchen Jesus nicht… und andere Irrtümer (Los judíos no necesitan a Jesús… y otros errores), de Avi Snyder, pág. 93-102.

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