Una Carta de Gozo (Filipenses 1:3-6)

Norbert Lieth

“Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vo­­sotros, por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora; estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” Filipenses 1:3-6

Una persona agradecida y contenta es algo lindo. En Filipenses 1:3-4 leemos: “Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros”.

Normalmente, la gratitud tiene un motivo. Nos sentimos agradecidos, por ejemplo, por una familia en la cual todos se han encaminado bien en la fe ¡no hay nada más hermoso! Por otro lado, nos entristece cuando hay miembros de la familia que eligen otro camino. ¡Cuánto nos oprime y nos paraliza el hecho de que alguien de nuestro círculo íntimo tome un rumbo contrario a la voluntad de Dios! O pensemos en el sufrimiento de los padres cuando uno de sus hijos está seriamente enfermo. Pablo no tenía familia propia. Su familia eran las  iglesias jóvenes. Él era el padre espiritual de muchos creyentes, como vemos en sus cartas. A los corintios les escribió: “En Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Co. 4:15-16). Hablando de Timoteo, dice: “Como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio” (Fil. 2:22). En la carta a los tesalonicenses leemos: “Como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros” (1 Ts. 2:11). Y cuando nombra a los destinatarios de sus cartas, lo hace con estas palabras: “A Timoteo, verdadero hijo en la fe…” – y: “A Timoteo, amado hijo…”, “A Tito, verdadero hijo en la común fe…”. En un pasaje, incluso, se compara con una madre que cría con ternura a sus hijos y les tiene mucho afecto (vea 1 Tesalonicenses 2:7-8). Como un padre y una madre, Pablo llevaba a las iglesias en su corazón, pensando día y noche en ellas. Se preocupaba por ellas, sufría con ellas, oraba por ellas, y se gozaba con ellas. Además, las exhortaba y las consolaba (vea Romanos 1:8; 1 Corintios 1:4; 2 Corintios 2:3; Gálatas 1:6; Colosenses 1:3-4; 1 Tesalonicenses 1:2-3,7; 2 Tesalonicenses 1:3-4; 2 Timoteo 1:3-5; Filipenses 1:4-5).

Los filipenses le causaban solamente gozo y alegría a Pablo, por lo cual estaba agradecido a Dios: “Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros”, escribió en Filipenses 1:3. – Cuando alguien se acuerda de nosotros, ¿qué es lo primero que le viene a la mente? – La gratitud de Pablo era al mismo tiempo su motivación para seguir intercediendo con gozo: “…siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros” (1:4). Es mucho más agradable poder orar por alguien con gozo y gratitud que tener que hacerlo con preocupación, pena, o incluso enojo, porque la persona está amargando las vidas de los demás. En este versículo encontramos, por primera vez en la carta, la palabra “gozo”. ¡Las personas podemos contribuir al gozo de otros! Pablo estaba en la cárcel y a pesar de eso estaba interiormente libre, pues se sentía confortado y con gozo. Al contrario, hay personas que exteriormente están libres, pero en su interior son prisioneras, llenas de cargas y sin gozo. Tenemos la responsabilidad de contribuir al gozo de otros, sin embargo, muchas veces más bien les causamos pena. No debería ser así.

Pablo se sentía agradecido, como dice, “por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora”. La Biblia de las Américas, traduce: “por vuestra participación en el evangelio”. Era un hecho alentador el ver que, desde su conversión y el inicio de la iglesia, los filipenses se esforzaban activamente por el Evangelio. Tomaban parte en todas las pruebas, en el cansancio y en las luchas, y apoyaban la extensión del Evangelio a través de su esfuerzo personal, sus oraciones y su ayuda material. Además, mantenían el mayor contacto posible con Pablo. Por ejemplo, mandaron a Epafrodito a ver a Pablo en Roma y, así, se informaron sobre su estado y sus necesidades (comp. Filipenses 4:10,14-16,18). Por eso, Pablo llamó a Epafrodito “ministrador de mis necesidades” (2:25). Esto nos muestra por qué Pablo estaba tan agradecido con los filipenses: ellos se habían compadecido de su cautividad y de sus necesidades.

Con este testimonio sobre los filipenses, la Biblia nos pone ante un verdadero desafío, pues de esta manera debería funcionar una iglesia, así debería ser nuestra relación. Tendríamos que combatir juntos, y los unos por los otros, en la difusión del Evangelio, y apoyar esta tarea con todos los medios que tengamos a disposición. También tendríamos que sostenernos los unos a los otros. Pues, cuando nos preocupamos por las necesidades del prójimo, estamos trabajando por el Evangelio.

Con respecto a los filipenses, Pablo estaba persuadido de que “el que comenzó en vo­sotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (1:6). En primer lugar, esta declaración se refiere a la seguridad de la salvación. Pablo manifestó esto sin demostrar ni la más mínima duda. No dijo: “Pienso que…” – o: “Mi deseo es que…” – o: “Espero que el que comenzó en vosotros…” No, sino que el apóstol estaba completamente convencido de que Dios había obrado en ellos el nuevo nacimiento. Y solo cuando se ha iniciado de esta manera la obra de Dios en el corazón, es posible trabajar para la extensión del Evangelio. Pablo estaba seguro de que Dios continuaría esta obra en los filipenses y la acabaría. No se preocupaba en cuanto a eso. Encontramos un pensamiento paralelo en el capítulo 2:13: “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.

Dios nunca deja una obra semiterminada. La meta de Dios con Su Iglesia no es oculta. Su obra en ella será conforme a Su Palabra y a Sus promesas, y la historia de la Iglesia tiene una clara meta: “Dios la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. El “día de Jesucristo” no es lo mismo que el “día del Señor”. Este último no es mencionado en la carta a los filipenses, sin embargo, Pablo habla varias veces del “día de Jesucristo” (comp. 1:10; 2:16; 3:20-21). El “día del Señor” se refiere al regreso de Jesús en gloria, después de la Gran Tribulación. Este día vendrá con juicios y se menciona ya en el Antiguo Testamento, por ejemplo, en Sofonías 2. Pero, cuando hablamos del “día de Jesucristo”, hablamos del regreso de Jesús para Su Iglesia, para el arrebatamiento, en el cual nuestros cuerpos serán transformados. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”, dice Pablo en el capítulo 3:20.

Al escribir a la iglesia de Filipos, el apóstol tiene en mente el arrebatamiento y, relacionado con él, el tribunal de Cristo. Romanos 14:8 y 2 Corintios 5:10 nos hablan de ese evento, en el cual serán juzgadas nuestras obras, y parece que también los versículos de Filipenses 1:10 y 2:16 se refieren a este tema, cuando leemos: “…para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo”. – “…asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado”. Podemos esperar ese día con serena confianza. Pablo estaba seguro que el Señor acabaría la obra comenzada, antes de ese día. ¡Abramos nuestros corazones a esta verdad, y confiemos aún mucho más en el Señor y en la fuerza de Su Espíritu, que nos impulsa y nos anima, y que nos ha implantado en Cristo!

Evidentemente, Pablo no tenía miedo de que esto fuera diferente en las vidas de los filipenses. Pensaba positivamente al respecto. En sus palabras no percibimos ni una pizca de duda. Nosotros muchas veces, después de alabar a alguien, sentimos la necesidad de hacerle llegar después, también, una amonestación. Decimos por ejemplo: “Sí, en este momento andas muy bien, tienes una actitud espiritual, eso nos da ánimo y nos causa alegría, espero que sigas así. Por favor, mantente firme, no aflojes, cuídate, está alerta, no te dejes engañar. Oro por ti”.

Pablo aquí, actuó de manera totalmente diferente. Se mostró lleno de confianza con respecto a la obra de Dios. Confiando en el poder de Dios, estaba plenamente convencido de que las cosas seguirían adelante con los filipenses, y que Dios, quien había iniciado la obra en ellos, también la llevaría a cabo. Dios continuaría actuando en ellos.

Podemos aprender mucho de esta actitud de fe positiva, porque esto nos lleva más allá de nuestros límites. De repente, notaremos que hemos dado un paso adelante, y esto sucederá sin que nosotros hayamos contribuido en nada. Es por eso que, en la fe, siempre debemos contar con la eficaz fuerza de Dios y aprovechar la posibilidad de la oración.

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