Moisés, Jesús y el futuro de Israel

Norbert Lieth

Lo que Moisés era de manera imperfecta, lo es Cristo de manera perfecta. Y así, en la historia del becerro de oro, recibimos una idea profética de la situación de Israel anterior a la segunda venida del Señor Jesús.

En el Sinaí, Moisés subió al monte para recibir la ley de la mano del Señor. “Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros…” (Éx. 32:1).

Así será el futuro de Israel y  de la cristiandad. ¿Encontrará el Hijo del hombre fe cuando venga otra vez? El Mesías no ha regresado por mucho tiempo, y así el pueblo se reúne alrededor de otros líderes. Buscan su salvación en otros en lugar de buscarla en Dios. Este desarrollo desembocará en la era anticristiana de los falsos cristos y profetas. En la mezcla moderna de religiones, ya vemos los inicios. En 1948, algunos pensaron que la época mesiánica habría comenzado. En 1967, con la conquista de Jerusalén, llegó un punto culminante. No obstante, el Mesías todavía no ha venido, el reino mesiánico aún no ha llegado. Si bien Israel existe desde hace 70 años, todos los jóvenes en el país parecen desilusionados.

Risto Santala escribe sobre la agrupación judía del “Sionismo profético”, que para esta asociación, antes de la fundación del Estado de Israel no se trataba tanto de “una idea verdaderamente mesiánica, que se realiza en la personificación de un Mesías, sino más bien de un ‘móvil mesiánico’”. Muchos judíos querían levantar el reino mesiánico por voluntad propia y de manera socialista. “Este grupo esperaba el comienzo de una era dorada socialista.”

Aquí recordamos inevitablemente el becerro de oro que Israel hizo porque Moisés no regresaba. Así parece ser en la cristiandad como también en Israel con respecto a la supuesta aparición ausente del Mesías personal. “Para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles; sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 P. 3:2-4). Ahora, Israel trata de alcanzarlo de otra manera, por camino propio, en la fusión con las naciones.

“Y Aarón les dijo: apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos” (Éx. 32:2). Lo materialista toma el lugar de Dios (cp. Ap. 17-18). Esto se combinará con cosas religiosas, pero sin ningún fundamento en la Palabra de Dios.

Hoy ya todo se trata del dinero; todo es evaluado y decidido desde el dinero. Se habla de bolsas, fondos y seguridades. Quién no espera la segunda venida de Jesús o se impacienta, buscará tanto más las cosas de este mundo y las seguridades de este (cp. Stg. 5:1-8).

“Él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éx. 32:4). Dios es retirado cada vez más del campo visual de Israel, y por el contrario, el secularismo aumenta. Los hechos y los logros propios es lo que se alaba.

Con las naciones sucede lo mismo. Se cree que el poder financiero, el capitalismo y la globalización de la economía podrían remediar todas las crisis; y es así como se presenta el capitalismo como el gran salvador del futuro de la humanidad.

“Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: mañana será fiesta para Jehová” (Éx. 32:5). Se dice que un grupo pequeño de judíos religiosos aún parece tener planes de construcción para un templo, que podría estar listo en el término de 6 meses. Pero justamente este templo se convertirá en sede del anticristo (2 Ts. 2:4).

“Y al día siguiente madrugaron, y ofrecieron holocaustos, y presentaron ofrendas de paz” (Éx. 32:6). El grito por paz caracteriza la imagen política de Israel y del mundo, pero es una paz que no se basa en el Mesías venidero y excluye a Dios. Esta postura finalmente traerá al anticristo.

“Y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse” (Éx. 32:6). El afán por una paz falsa está pensado para llevar a la gratificación, a tranquilidad, alegría y seguridad. ¿No dijo el Señor que el último tiempo será como el tiempo de Noé y Lot? Ellos comían y bebían, se casaban y daban en casamiento, hasta que el día del diluvio todo fue arrasado.

“Entonces Jehová dijo a Moisés: anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido” (Éx. 32:7). Esta conexión es interesante. El versículo anterior habla de un sacrificio de paz y de la supuesta seguridad resultante del mismo. Y ahora se menciona la perdición. Eso significa simbólicamente, que de ese “sacrificio de paz”, es decir de los esfuerzos por la paz falsa, surge una seguridad que da a luz la perdición. Esta es justamente la secuencia que encontramos en 1 Tesalonicenses 5:3: “Que cuando digan: paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán”.

“Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande” (Éx. 32:10). El resultado será que durante la gran tribulación la ira de Dios caerá sobre Israel y las naciones.

Pero Moisés dice: “¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo” (Éx. 32:12). Israel sería destruido totalmente, si el Señor Jesucristo no se interpondría por Su pueblo como sumo sacerdote. Jesús, el sumo sacerdote, ora y los días serán acortados (Zac. 3:2; Mt. 24:22).

“Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre” (Éx. 32:13). El pacto que Dios hizo con Abraham y los patriarcas es más fuerte que la ira.

“Y volvió Moisés y descendió del monte, trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, las tablas escritas por ambos lados; de uno y otro lado estaban escritas” (Éx. 32:15). Esta es una imagen apropiada de la segunda venida de Jesucristo: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mt. 24:30).

“Y viendo Moisés que el pueblo estaba desenfrenado, porque Aarón lo había permitido, para vergüenza entre sus enemigos, se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres. Entonces Moisés dijo: hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre vosotros. […] Ve, pues, ahora, lleva a este pueblo a donde te he dicho; he aquí mi ángel irá delante de ti; pero en el día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado” (Éx. 32:25-29.34).

Esta es una sombra profética de lo que sucederá después de que el Señor haya regresado. Él juzgará a Israel y a las naciones (Mt. 25) y tendrá lugar una selección. En la misma se decidirá, quién puede entrar en el Reino, y quién no. Y entonces Israel recibirá aquella gloria mesiánica en su tierra, que esta ya hoy añora tanto.

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