Miren que nadie los engañe

Esteban Beitze

La seducción y la apostasía de los últimos tiempos van en aumento. ¿Qué dice la profecía bíblica al respecto?, ¿hasta dónde hemos llegado y cómo podemos resistir a la tentación? A continuación, presentaremos un análisis referente a este tema.

Al final del sermón profético de Mateo 24, encontramos las siguientes palabras de Jesús: “Mirad que nadie os engañe”. Sin duda, el Señor se refería a la señal que indicaría la llegada del Anticristo.

Así como satanás es el padre de la mentira, también lo será su siervo. Cuanto más cerca estemos de la Gran Tribulación, en donde la seducción satánica será plenamente revelada, más sugestión encontraremos en todas las áreas.

La seducción profetizada
El Señor Jesús advirtió muchas veces que se desataría una gran seducción en los últimos tiempos. En Mateo 24, el verbo “engañar” aparece cuatro veces en relación con las señales del fin de los tiempos: “Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. […] Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos [.] […] Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo he dicho antes. Así que, si os dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o mirad, está en los aposentos, no lo creáis” (vv. 4-5, 11, 23-26). Esta es la razón por la cual el Señor siempre que hace referencia a las señales del fin, advierte una y otra vez acerca del engaño.

No obstante, debemos tener en cuenta que estas señales no fueron dadas a la Iglesia, sino a Israel. Su cumplimiento tendrá lugar en el período de la Tribulación, inmediatamente después del Arrebatamiento de la Iglesia; esto se hace evidente si trazamos un paralelismo con los juicios de la Gran Tribulación descritos en Apocalipsis 6 al 19. Sin embargo, si estas señales, las que alcanzarán su plenitud en la Tribulación, comenzaron a manifestarse en nuestros días, ¡cuán cerca debemos estar del Arrebatamiento!

La señal del engaño, advertida muchas veces por el Señor Jesús, alcanzará su clímax en la seducción del Anticristo. Encontramos las mismas advertencias contra el engaño en las epístolas de los apóstoles –aunque el peligro de la seducción siempre ha existido, los mensajes de los apóstoles enfatizan este hecho dentro del contexto de los últimos tiempos.

El apóstol Pablo advierte sobre la proximidad del tiempo del Anticristo y señala su principal característica: “Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; solo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Ts. 2:7-12).

El apóstol Juan es el único en utilizar el término anticristo, haciendo referencia, no solo a su opositor, sino a quien intentará usurpar su lugar (1 Juan 2:18, 22; 4:3; 2 Juan 1:17). Más allá de las acepciones, esta expresión está asociada siempre con el engaño. En 1 Juan 2:18 leemos: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo”. Además, dice en 4:3: “…y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo”.

La actividad anticristiana se centra en el engaño: algo que podemos evidenciar en la actualidad, donde la mentira se ha convertido en uno de los mayores peligros. Vivimos en la era de la posverdad (postmodernidad, N del T). Cada uno dice tener su propia verdad, descartando así cualquier realidad absoluta. Los datos objetivos ya no cuentan, sino las opiniones y sentimientos que suscitan distintas ideologías.

La seducción actual
Una forma lamentable y diabólica de seducir es por medio de la apostasía. En 2 Tesalonicenses 2:3, el apóstol Pablo escribe a aquellos que pensaban que la venida del Señor ya había sucedido: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición”. Cuando el apóstol habla acerca del fin de los tiempos, menciona a personas con estas características: “…tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella […] y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Ti. 3:5, 7). Sin embargo, el pasaje más claro lo encontramos en 2 Timoteo 4:3-4: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”.

Estos versículos nos muestran que, a medida que avanza el tiempo final y nos acercamos a la aparición del anticristo, aumentará la apostasía; es decir, el abandono del temor de Dios. Si nos preguntamos qué elementos han formado a la sociedad actual, no podemos dejar de lado al cristianismo. No estamos hablando en este caso de los verdaderos creyentes en Jesucristo, sino de la cultura que se autodenomina cristiana, o del sistema occidental en general. Todo Occidente, además de otras partes del mundo, ha sido influenciado por el cristianismo y la Biblia. Esto ha quedado evidenciado en la historia, la literatura, las leyes, las costumbres, la educación, los valores, las tradiciones, el arte e incluso en el calendario: “antes de Cristo” y “después de Cristo”, entre otros.

Empero, resulta aterrador ver lo mucho que se ha perdido en las últimas décadas, sobre todo en los últimos años. Los valores cristianos escandalizan, son objeto de burla, desprecio y persecución. Por desgracia, muchos cristianos se dejan influenciar por estas tendencias mundanas.

En 2 Timoteo Pablo advierte que sobrevendría un tiempo muy peligroso. Para saber si la venida del Señor está cerca, basta con leer las últimas palabras de Pablo, donde el apóstol revela las cualidades que caracterizarán a las personas de los últimos tiempos. Comienza con una advertencia muy seria: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Ti. 3:1). Las características enumeradas a continuación no difieren en mucho con las mencionadas en Romanos 1, donde se describe a los incrédulos en general. ¿Por qué entonces Pablo decide hacer esta advertencia en 2 Timoteo? La respuesta está en que el peligro de los “postreros días” consiste especialmente en la apostasía, cuando esas mismas conductas impías se manifiesten también entre aquellos que se autodenominan “cristianos”.

Podemos decir que, hasta mediados del siglo xx, Occidente (lo que incluye Europa, el continente americano, Australia y partes de Asia y África) se caracterizaba por ser, en cierta medida, temeroso de Dios. La Palabra de Dios conformaba las leyes, los valores, los hábitos y toda la vida cotidiana –aunque no decimos con esto que todos los occidentales de aquella época fuesen verdaderos creyentes–. No obstante, a partir de los años 90, comenzaron a darse una serie de cambios drásticos, surgiendo por ejemplo la revolución sexual, el movimiento feminista radical, un giro hacia las filosofías orientales, la libertad y legalización de las drogas, una amplia aceptación del neodarwinismo y la abierta práctica del satanismo disfrazado de una supuesta ironización. Todo esto pervirtió al “cristianismo” como nunca antes.

La palabra deconstrucción (también llamada desmontaje) ha caracterizado gran parte de estas décadas. Este término significa desmontar sistemáticamente algo que antes parecía claro y firme. Lo vemos sobre todo vinculado a los valores morales y el lenguaje, los cuales se deconstruyen con el supuesto fin de lograr equidad en cuanto al género. Se trata de una marcha inexorable que pretende socavar, distorsionar, ridiculizar y oponerse a los valores que caracterizaron nuestra sociedad durante siglos.

Las leyes básicas de los países de origen judeocristiano tenían principios similares a los establecidos por los Diez Mandamientos, por lo menos en lo concerniente a la protección del prójimo. No obstante, leemos acerca del Anticristo en 2 Tesalonicenses 2:8: “Y entonces se manifestará aquel inicuo […]”. La palabra “inicuo” significa de manera literal “sin ley”, o como traduce la versión ntv: “el hombre de anarquía”. Un anárquico es alguien que desprecia las leyes y hace lo que le conviene de manera autocrática. Hagamos un repaso de los Diez Mandamientos con el fin de analizar estos valores en la actualidad. Antes debemos aclarar que, aunque se trata de mandamientos dados al pueblo de Israel en el pasado, estos mismos principios son dados a la Iglesia en el Nuevo Testamento.

Los primeros mandamientos tienen que ver con reconocer, adorar y honrar el nombre de Dios. Debemos darle a Dios un lugar especial en nuestra vida cotidiana. En cambio, hoy se lo excluye cada vez más de todos los ámbitos de la sociedad. Al igual que sucedió con el antiguo Israel y la adoración al becerro de oro, otros dioses han ocupado el lugar que le corresponde al Señor. Algunos de estos becerros de oro son la teoría evolutiva, el materialismo, el consumismo, el medioambiente y, por encima de todas estas cosas, el humanismo. 

En un colegio de Estados Unidos los niños debían llevar a clase su libro favorito, y un niño de seis años llevó su Biblia. Enseguida le dijeron que ese libro estaba prohibido en la institución. La Palabra de Dios no está permitida en el colegio.

Cuando llegamos a los mandamientos que garantizan el cuidado al prójimo, nos damos cuenta lo bajo que ha caído nuestra sociedad. El quinto mandamiento habla de honrar a los padres, un valor debilitado hace tiempo. Hoy en día, la estima y el respeto hacia los padres, y al papá propiamente dicho, se esfuma cada vez más. Por ejemplo, un padre fue a la cárcel en Canadá por oponerse al deseo de su hija de hacerse una cirugía de cambio de sexo y llamarla hija en lugar de hijo (como ella se “percibía”). El poder judicial lo consideró un acto violento contra su descendiente. Por otro lado, los padres que llegan a la vejez son considerados un estorbo, por lo que sus hijos muchas veces buscan deslindarse de ellos.

El sexto mandamiento es “no matarás”. Aunque sigue vigente en nuestra sociedad, no se aplica a seres humanos considerados improductivos. Es así que vemos con tristeza cómo un país tras otro legaliza el aborto y la eutanasia. No solo eso, sino que algunos ven incluso la posibilidad de aprobar el asesinato de niños recién nacidos con enfermedades degenerativas. Según la revista médica Deutsches Ärzteblatt, son muchos los médicos en Bélgica –donde ya se aplica la ley de eutanasia– que abogan por ello.

El séptimo mandamiento, que nos ordena no cometer adulterio, se ha convertido en un chiste. La creciente inmoralidad, la pornografía y la ideología de género erosionan más que nunca la unidad matrimonial creada por Dios. No podemos sorprendernos de la pérdida de cohesión social una vez que apreciamos cómo la familia, precisamente la base de nuestra sociedad, es atacada. La anticientífica ideología de género se impone en todas partes. Su adoctrinamiento comienza en el jardín infantil y se extiende durante toda la infancia. En Argentina es obligatorio rendir un examen sobre estos asuntos en la universidad pública antes de solicitar el carné de conducir o comenzar una carrera universitaria. Las editoriales cristianas publican cada vez menos libros contra la homosexualidad, y Amazon retira regularmente de sus ofertas libros testimoniales de personas que se han librado de la inmoralidad.

El octavo mandamiento muestra que Dios también protege la propiedad privada. Sin embargo, el mandamiento “no robarás” es despiadadamente pisoteado, ya sea por el aumento de la delincuencia a pasos agigantados, la destrucción deliberada de puestos de trabajo y empresas, la inflación, las escandalosas subidas de impuestos a la propiedad privada o la corrupción política, entre otros.

¿Y qué hay del noveno mandamiento, el cual nos ordena no dar falso testimonio contra el prójimo? La credibilidad de cualquier persona puede ser destruida a través de las redes sociales y los medios de comunicación. Por otro lado, las voces críticas son silenciadas de manera sistemática. Google, YouTube, Twitter y Facebook se han convertido en el “Ministerio de la Verdad”. Todo lo que ellos consideren no conveniente es bloqueado, censurado, eliminado o hecho inaccesible por los algoritmos de búsqueda. Cada vez son más los cristianos que son censurados en las redes. Las personas que dan testimonio de su fe de manera pública, según ordena la Palabra de Dios, son atacadas. Si se trata de personajes conocidos, son expuestos por la prensa y demandados. Unos cuantos han tenido que disculparse por sus declaraciones, con el fin de evitar multas o complicaciones laborales. Los ataques a centros cristianos, iglesias e instituciones eclesiásticas aumentan constantemente. Una y otra vez nos llegan noticias de Francia de nuevos atentados contra las iglesias, las cuales son destruidas o incineradas.

Continuando con el tema del falso testimonio, podemos ver cómo, en tiempos de elecciones, parece no importar a nadie los valores y convicciones antibíblicas de los candidatos. El voto ha tomado un interés económico. De esta manera, se olvida o se tergiversa, incluso entre los cristianos, la enseñanza de la venida de Cristo: muchos viven con la esperanza puesta en el bienestar que puedan brindarle las personas en este mundo.

Por otro lado, han hecho que la gente creyera todo un sistema de mentiras en los círculos políticos, económicos y sociales, alegando sobre la necesidad de un reinicio global. Dado que están en juego asuntos globales, los Gobiernos se ven presionados a dejar de lado su nacionalismo y doblegarse ante un Gobierno universal (al menos temporalmente). La solución propuesta está en llevar al hombre a una especie de tabula rasa y comenzar desde cero con nuevas normativas. Entonces, ¿con qué reglas funcionaría el mundo?, ¿quién las determinaría?

La crisis del coronavirus ha hecho que los Gobiernos se empeñen en vigilar y localizar a cada uno de sus ciudadanos a través de la tecnología, controlando así su identidad. En síntesis, la formación de un Gobierno global antidemocrático es cada vez más factible. Algunos observadores críticos incluso hablan de un mundo “posdemocrático”.

Como creyentes, no podemos dejar de lado que existen profecías bíblicas que predicen esta realidad, como es el caso de la visión de la estatua de Nabucodonosor con pies de hierro mezclados con arcilla (Daniel 2:40-43; compárese con Daniel 7:7, 24). También los hechos actuales coinciden con la profecía de los últimos tiempos de Apocalipsis 13 y 17, donde se revela la aparición de un orden mundial de gran poder que luego será entregado a la bestia. Así, pues, podríamos preguntarnos si no estamos ya en el umbral del tiempo del Anticristo y del control global.

Como era de esperar, el último mandamiento, el de no codiciar lo de los demás –ya sean bienes o familia– ha sido eliminado por completo. Una vez que el materialismo y el consumismo se convirtieron en los dioses de nuestra sociedad, la codicia pasó a ser el nuevo mandamiento. Esta codicia, evidente entre otras cosas en el deseo de autorrealización, ha llegado al extremo: al punto de que hay personas que encargan bebés por catálogo, aprovechándose de mujeres vulnerables y necesitadas económicamente que están dispuestas a dar a luz a niños que no serán sus hijos. El egocentrismo humano desprecia las necesidades del prójimo. 

En resumen, cuando Dios es excluido, la moral se diluye y es sustituida por valores que se amoldan a las ideas de un pequeño sector económico y político de gran poder. Bajo los mandamientos de Dios, la familia, la vida y la propiedad están protegidas. Pero todo esto se va perdiendo y es suplantado por ideologías humanistas: la anarquía es impuesta; la era de la apostasía contra el Dios vivo ya ha comenzado.

También encontramos este mismo mensaje en el Nuevo Testamento, cuando Pablo enumera las características de las personas que en los últimos tiempos apostatarán de la fe y destruirán sistemáticamente los principios del Decálogo: “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita” (2 Ti. 3:2-5).

Aunque estas palabras fueron escritas por el apóstol hace unos 1,900 años, son sin duda una radiografía de nuestro tiempo. Los valores cristianos se han perdido. El yo pasó a ser el centro de todas las cosas, sin importar el sufrimiento del prójimo. Cuando una sociedad deja de manera deliberada a Dios, no es de extrañar que las leyes que protegen al prójimo se disuelvan o incluso se cambien por otras de naturaleza opuesta.

Preservación de la seducción
En medio de esta peligrosa apostasía y engaño, Pablo nos da antídotos útiles para resistir victoriosos:

1. Preservación mediante el ejemplo

El apóstol se pone como ejemplo a sí mismo, junto con la madre y abuela de Timoteo: “Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos […]. Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido” (2 Ti. 3:10, 11, 14).

Además de muchos personajes bíblicos, de seguro tenemos tales ejemplos de conducta a nuestro alrededor: hermanos y hermanas en el Señor que son constantes y fieles a Dios, y a quienes Él usa de manera maravillosa. ¿Conoces a alguien que sea ejemplo en su testimonio, su familia y su ministerio? Entonces, ¡imítalo! ¿Por qué buscar nuevas experiencias o enseñanzas?, ¿por qué seguir nuevos caminos con el afán de sentirse bien? La corriente apóstata que nos rodea es tan fuerte que tan solo los fieles son capaces de nadar contra ella. El apóstol Juan nos invita a lo siguiente: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios” (3 Jn. 1:11).

El escritor de la carta a los Hebreos introduce la galería de los héroes de la fe del capítulo 11 con la siguiente advertencia: “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (He. 10:39). La palabra griega para “retroceder” es jupostelo, la cual conlleva la imagen de arriar una vela, reduciendo así la velocidad del barco. En la vida cristiana esto significa no perseverar en la verdad, lo que claramente alude a la apostasía.

Después de enumerar la fidelidad que, a pesar de sus luchas, dificultades y martirios, tuvieron los héroes de la fe, el autor da la siguiente instrucción: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He. 12:1-2).

A ninguno de estos héroes le resultó fácil mantenerse fiel. Incluso el Señor Jesús, mientras oraba en el Getsemaní, tuvo una ardua lucha, derramando lágrimas y sudor con sangre para mantenerse fiel ante el sufrimiento y la muerte que le esperaban en el Gólgota. Sin embargo, fue por su persistencia que fuimos bendecidos en Él. ¡Vale la pena seguir estos ejemplos!

2. Preservación mediante la Palabra

Por medio del ánimo dado a Timoteo, Pablo nos exhorta de la siguiente manera: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Ti. 2:15).

Respecto a las advertencias para el tiempo final y los ejemplos a seguir en el capítulo 3, el apóstol continúa diciendo: “…y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (vv. 15-17).

¿Por qué, si sabemos que la seguridad, bendición y todo lo que necesitamos se encuentra en la Biblia, atendemos a fuentes dudosas? Me temo que Dios esté diciendo de nuestra generación lo mismo que dijo en aquel entonces de su pueblo Israel: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jer. 2:13).

Necesitamos renovar nuestras mentes, alinear nuestros pensamientos con Dios y su Palabra, y no regirnos por principios mundanos: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:1-2).

Es necesario que prestemos atención a lo que ocupa nuestra mente. ¿Cómo utilizamos o desperdiciamos nuestro tiempo libre? Según nuestros pensamientos serán nuestros actos. Si nuestra mente está repleta de pensamientos mundanos, entonces actuaremos como el mundo, pero si están llenos de Cristo, de Su Palabra y de Su presencia, actuaremos como el Señor y seremos cada vez más parecidos a Él. Por lo tanto, que “…la palabra de Cristo habite en abundancia entre vosotros” (Col. 3:16).

Además, el Espíritu Santo nos guía a toda verdad (Juan 16:13); sin embargo, utiliza para esto la Palabra que Él mismo ha inspirado, recordándonos lo que ya sabemos.

3. Preservación mediante el servicio

En el capítulo 4 el apóstol nos brinda otro antídoto para librarnos de la apostasía: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina […]. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Ti. 4:1-2.5).

Esta exhortación de Pablo a Timoteo nos muestra a todos lo importante que es llevar a cabo la tarea que el Señor nos ha dado y para la cual nos ha preparado (Efesios 2:10). En lugar de invertir nuestro tiempo en lo mundano y abrir nuestros oídos a la seducción, sirvamos fielmente al Señor en el lugar donde nos ha colocado y llevemos a cabo las obras que Él preparó para nosotros. Si atendemos a este asunto con seriedad, no tendremos tiempo para desperdiciar nuestras vidas en un sistema apóstata.

La recompensa por mantenernos firmes en la tentación
Ante los ataques diabólicos y la fuerte influencia del engaño y la apostasía, podríamos preguntarnos si realmente vale la pena permanecer fieles al Señor y a su Palabra. Al fin y al cabo, resulta más sencillo dejarse llevar por la corriente. Esta es la razón por la que Pablo cierra esta carta, triste y reflexiva, con palabras de ánimo, esperanza y consuelo.

1. La satisfacción de completar la carrera 

Una de las mayores alegrías del cristiano es saber que ha cumplido con su tarea. El apóstol Pablo da testimonio de su vida: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7). ¿Hay algo más satisfactorio que llegar al final de nuestra existencia siendo fieles y habiendo cumplido con las obras por las que Dios nos creó y capacitó? Si el Señor nos llamara hoy a nuestro hogar celestial, ¿podríamos dar el mismo testimonio que Pablo?

2. La anticipación de la recompensa

Por si todo lo mencionado nos parece poco, el apóstol, por medio del Espíritu de Dios, presenta una visión del momento posterior al Arrebatamiento de la Iglesia, cuando estemos ante el tribunal de Cristo para recibir nuestras recompensas: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:8). Cuando el Señor nos lleve a Su presencia, nos recompensará según el informe detallado de servicio y conducta cristiana que tenga de nosotros. Con esto en mente, vale la pena luchar, invertir en la Eternidad y servir con fidelidad. Esta recompensa también está relacionada con la constante espera de la venida del Señor. En Apocalipsis 22:12, el Señor Jesús promete: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. ¡Realmente vale la pena servir al Señor!

3. Fortalecimiento a pesar de la oposición

No sabemos cuánto queda para la venida del Señor. La oposición y seducción son grandes y la lucha, brutal. Por momentos, podemos tener la impresión de que estamos solos, tal como le pasó al apóstol Pablo (2 Timoteo 4:16). No obstante, él se aferró con confianza a una verdad válida también para nosotros: “Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen […]. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (vv. 17-18).

Corramos, pues, con valentía y confianza esta carrera, “…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (He. 12:2).

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