Los misterios de Dios escondidos desde los siglos

Norbert Lieth

El enviado especial: sobre la posición especial del apóstol Pablo. Parte 10.

En la Primera Epístola a los Corintios, el apóstol Pablo escribe sobre su posición especial: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. (…) y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. (...) Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria” (1 Co. 2:1, 4-5, 7). 

Pablo tuvo que defender su apostolado una y otra vez, porque la gente no le entendía o no quería comprenderle. El Espíritu Santo registró estos discursos de defensa en la Biblia, y ciertamente no sin razón. Sabía que la gente lucharía con la teología paulina a través de los tiempos. 

El apóstol no era solo un excelente orador humano como los filósofos de su tiempo. Hablaba por el poder que brota del Espíritu Santo de Dios. Dios mismo era la fuente de su enseñanza. Su mensaje contiene el misterio de la gloria para judíos y gentiles en un solo Cuerpo, que había estado en el corazón de Dios desde antes de los siglos y que ahora había sido revelado (Efesios 3:5-6). El evangelio que predicaba Pablo contenía una revelación especial del Señor, que correspondía a su comisión especial para las naciones ­(Romanos 11:13). Predicó el evangelio para los incircuncisos, mientras que a Pedro le había sido encomendado “el de la circuncisión” (vea Gálatas 2:7-9). Los apóstoles encargados de predicarles a los judíos tenían en mente a Israel y las promesas divinas para Israel; Pablo, en cambio, predicaba para las naciones sin ley, después de haber recibido personalmente la revelación de los misterios de Cristo. Su mensaje no siempre era fácil de entender, incluso para Pedro (2 Pedro 3:16).

Ningún escritor del Nuevo Testamento ha sido menos comprendido que Pablo. Ninguno es más discutido y ninguno más rechazado. En los círculos teológicos, por ejemplo, se dice que Pablo no entendía a Jesús, falseaba el mensaje del Señor, odiaba a los judíos y también a las mujeres. No se tiene en cuenta que las enseñanzas de Pablo no salieron de su propio corazón, sino que le fueron dadas desde arriba —por eso pudo escribir con gran autoridad:

“Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore” (1 Co. 14:37-38).

En otras palabras: Quien no quiere reconocer que el evangelio de Pablo es de origen divino, permanezca en su ignorancia.

Más adelante, en 1 Corintios, Pablo escribe: “Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios” (1 Co. 4:1).

Pablo se llama a sí mismo y a los demás apóstoles servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Esto demuestra la importancia de la tarea que el Señor les ha encomendado. Sin embargo, estos misterios le fueron revelados a Pablo de forma personal, y hay varios que él menciona en sus cartas. 

Un misterio (en griego antiguo mystérion) es el término utilizado para describir una verdad previamente oculta que ahora es revelada por Dios. No se trata de algo difícil de entender, sino de un hecho que está completamente fuera de toda previsión. No hay información al respecto hasta que finalmente se revele. 

Cuando buscamos los “misterios” en las cartas apostólicas, encontramos que en realidad solo aparecen en las cartas paulinas. Encontramos la palabra “misterio” unas veinte veces allí. Pablo, designado por Dios, es el receptor y portador de estos misterios, que en parte se entrelazan. El apóstol habla de los siguientes misterios:

1.El misterio de Dios el Padre (Colosenses 2:2-3). 2. El misterio de Cristo (Colosenses 4:3-4). 3. El misterio de la voluntad de Dios (Efesios 1:9-11). 4. El misterio de la sabiduría de Dios (1 Corintios 2:7-10). 5. El misterio del Evangelio (Efesios 6:19-20). 6. El misterio del Evangelio para la obediencia de la fe entre las naciones (Romanos 16:25-26). 7. El misterio de Cristo en nosotros (Colosenses 1:27). 8. El misterio de la fe (1Timoteo 3:9). 9. El misterio de la unidad entre Cristo y la Iglesia (Efesios 5:30-32). 10. El misterio de la piedad (1 Timoteo 3:16). 11. El misterio de la unión de judíos y gentiles en un mismo Cuerpo (Efesios 3:3-6). 12. El misterio del endurecimiento de Israel (Romanos 11:25-26).  13. El misterio de la transformación (1 Corintios 15:51). 14. El misterio de la iniquidad (2 Tesalonicenses 2:7).

Ocupémonos en las verdades y tareas que los misterios nos presentan y seamos buenos administradores de ellas, observándolas, aprendiendo de ellas, practicándolas y transmitiéndolas con fe. Solo cuando consideramos y obedecemos estas revelaciones que recibió Pablo, demostraremos ser buenos servidores y administradores de los misterios de Dios.

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