Los cuatro días de la redención

Roger Liebi

Sobre la cena de la Pascua en el aposento alto, la crucifixión, la sepultura y la resurrección del Señor en un contexto judío y antiguotestamentario1.

Jueves: el sacrificio del cordero pascual
Era el 14 de Nisán del año 32 d. C., el jueves de la Semana Santa. En ese día debía sacrificarse el cordero pascual (Lucas 22:7 y siguientes; Marcos 14:12 y siguientes, Mateo 26:17-19). Pedro y Juan debían ir al Templo para preparar la celebración de la Pascua del Señor y los doce apóstoles.

En primer lugar, consideremos algunos datos generales. Gracias al Talmud sabemos que todos los que llegaban a Jerusalén tenían que ser alojados, de forma gratuita, en una habitación de la ciudad. Por lo tanto, según la ley judía, el Señor no debía pagar nada si elegía un aposento alto para que los discípulos lo prepararan para la Pascua.

La preparación de la Pascua tenía sus requisitos: los corderos pascuales debían ser sacrificados en el altar del Templo y en ningún otro lugar, algo ya prescrito por la Torá en Deuteronomio 16:2. Esta es la razón por la que Pedro y Juan fueron al Templo. La matanza comenzaba por la tarde a las 15 horas y duraba hasta las 17 horas. Para esta tarea estaban presentes las veinticuatro órdenes sacerdotales, donde se asignaba a los miles de sacerdotes alguna tarea o se les pedía estar a disposición.

El sacrificio se producía de la siguiente manera: un sacerdote tomaba el jalaf (cuchillo liso y afilado, diseñado para la faena kósher) y sacrificaba el cordero. Otro sacerdote sostenía el cuenco donde se recogía la sangre, y parados en fila, pasaba con prontitud el recipiente al siguiente sacerdote y ese al siguiente, hasta que el último de la fila vertía la sangre del cuenco al lado del altar.

La logística era en extremo compleja. Para contar con el agua suficiente para el servicio del Templo, existía un largo acueducto que iniciaba en Belén, donde se recogía agua de varios manantiales, y finalizaba en Jerusalén, precisamente en una enorme cisterna en el Monte del Templo, transitando así decenas de kilómetros. En la parte superior del Monte del Templo, en la cámara Golah, había una rueda que llevaba el agua desde la cisterna hasta la explanada del Templo –hoy sabemos con exactitud dónde se encontraba este aparato hidráulico. El agua se utilizaba para limpiar la sangre de los corderos sacrificados, la cual se drenaba a través de un canal hacia el valle de Cedrón.

En un solo día se sacrificaban unos 250,000 corderos. Un cordero de un año tiene unos cuatro litros de sangre, por lo tanto, ese día corría aproximadamente un millón de litros. Pedro y Juan se encontraban en medio de esa faena. Esperaron que el cordero que habían comprado para la cena pascual fuera faenado, luego lo colgaron de una rama de granado, lo cargaron y lo llevaron al aposento para comenzar con los preparativos.

Este día marcó profundamente a estos dos discípulos, pues entendieron más tarde que el inmenso río de sangre señalaba la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo. Es interesante que solo Juan y Pedro se refieren al Señor Jesús como el Cordero de Dios. Por ejemplo, en Juan 1:29 leemos: “…He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y en Apocalipsis, Juan menciona 28 veces al Cordero. También Pedro escribe en una de sus epístolas: “…sabiendo que no fuisteis rescatados con cosas corruptibles, con plata u oro, de vuestro vano caminar heredado de vuestros padres, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin mancha y sin contaminación”.

El día anterior a la crucifixión, fluyó la sangre de los corderos pascuales, y en el quinto día de la creación, Dios creó “almas vivas” (nephesh chajah) en el mar –así es como se llamó a los seres vivos en el texto hebreo de Génesis 1:20-21–. La palabra alma hace referencia a sentimientos y emociones, y fue también el quinto día de la semana, el jueves, cuando Pedro y Juan experimentaron profundos sentimientos por el Señor.

En el quinto día de la creación, las aves elevaron sus alas y volaron sobre la faz de la tierra, así también las experiencias únicas de Pedro y Juan, el día de la Pascua, en el patio interior del Templo, junto al altar, hicieron que se elevaran hacia el más alto conocimiento del Evangelio, a un profundo y exhaustivo entendimiento de la obra redentora de Cristo, el verdadero Cordero pascual.

Ese día también se cantaba el Salmo 81, donde dice que Dios había liberado a Israel del yugo egipcio. Leamos del versículo 3 al 7: “Tocad la trompeta en la nueva luna, en el día señalado, en el día de nuestra fiesta solemne [por el contexto queda claro que se refiere a la celebración de la Pascua]. Porque estatuto es de Israel, ordenanza del Dios de Jacob. Lo constituyó como testimonio en José cuando salió por la tierra de Egipto. Oí lenguaje que no entendía; aparté su hombro de debajo de la carga…”. Ahora bien, debemos recordar que este salmo se cantaba siempre el jueves, aunque la Pascua variaba de día todos los años, según el día correspondiente al 14 de Nisán. Sin embargo, la Pascua de la Semana Santa cayó un jueves, coincidiendo con el canto de este salmo.

En el versículo 9 del Salmo 81 leemos: “No habrá en ti dios ajeno, ni te inclinarás a dios extraño”. Ninguno de los que entonaron este cántico se hubiese imaginado que al día siguiente el Sanedrín diría que solo tenían como rey al emperador, y que Jesús de Nazaret había hablado en su contra, inclinándose así ante el dios de un país extranjero (Juan 19:15). Después de todo, el emperador romano era adorado como uno. En resumen, habían sido advertidos el día anterior, en la Pascua, que no se inclinaran ante ningún otro dios. 

La Pascua trae a la memoria la liberación del pueblo hebreo de Egipto y nos recuerda que el Mesías volverá a liberar a Israel. En lugar de recibir al Mesías –el único que podía librarlos de la esclavitud del pecado–, lo rechazaron y se inclinaron ante un dios extranjero.

El versículo 11 del salmo 81 dice: “Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí”, y el 13: “¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos hubiera andado Israel!”. ¡Todos hicieron oído sordo a la advertencia que Dios daba a través del coro del Templo! Todo estaba predicho proféticamente en el salmo 81, incluso ese mismo jueves.

Viernes: Pascua y crucifixión
Debemos tener en claro que para el calendario judío el jueves 14 de Nisán terminaba a las dieciocho horas. La noche del 15 de Nisán el Señor comió del cordero pascual junto con sus discípulos: fue allí donde se instituyó la Cena del Señor. Por lo tanto, esta cena se celebró el mismo día de su crucifixión.

Luego de comer, el Señor se dirigió al huerto de Getsemaní, en la ladera occidental del monte de los Olivos, donde vio su inminente sufrimiento en toda su espantosa y terrible dimensión. Oró de manera intensa, preguntándole al Padre, en tres partes distintas de su oración, si había alguna posibilidad de evitarlo. No obstante, como ser humano, se sometió al plan perfecto del Padre.

Aquí se disipan las dudas: ¡el único camino de salvación era que el Señor Jesús fuera crucificado por nosotros! Nadie más que Él podía realizar esta obra de redención, ningún hombre o ángel era capaz de hacerlo. 

Aunque el Señor hubiera deseado que sus discípulos lo apoyaran en la batalla librada en su oración, ninguno pudo superar el cansancio. Estaban embotados en sus sentimientos y eran torpes en sus percepciones espirituales. Finalmente, una multitud vino a arrestarlo.

Los representantes del Sanedrín realizaron un interrogatorio en la casa del ex sumo sacerdote Anás, quien ofició aproximadamente desde el año 6 al 15 d. C.

Luego condujeron al Señor Jesús a la casa de Caifás, el sumo sacerdote en ejercicio, quien estaba bajo el mandato de Roma. Estos dos interrogatorios nocturnos en casas particulares sirvieron para preparar con rapidez y extraoficialmente el juicio del Señor Jesús, con el fin de condenarlo a muerte de manera oficial a partir del amanecer, en un apresurado juicio sumario. Una ley rabínica del Talmud prohíbe llevar a cabo juicios sobre la vida y la muerte durante la noche. Esta es la razón por la cual lo llevaron en primer lugar a casas particulares: de esa manera podían decir que no se trataban de audiencias judiciales oficiales. Sin embargo, durante estas dos primeras fases se preparaban los procedimientos oficiales en el Templo. Se violaron al menos veinte leyes de la Torá y reglamentos rabínicos.

Contrariamente al código procesal que debía aplicarse, desde un principio era claro que se llegaría a un veredicto de pena capital, por lo que las tres fases del juicio no fueron más que una farsa. Este es el motivo por el cual el Señor Jesús no respondió más a sus preguntas. Al fin y al cabo, todo estaba determinado. A nadie le interesaba la verdad, ni acudió a algún testigo que pudiera haber contribuido a su exoneración, aunque esa era la norma establecida para el comienzo del juicio. Por lo tanto, de manera conmovedora, guardó silencio como un cordero que es llevado al matadero (Isaías 53:7).

En cuanto salió el sol (véase Mateo 27:1) se convocó a un juicio de índole oficial. Ahora sí, para el juicio final, el Sanedrín se reunió en el pórtico real del Templo, donde debía haber tenido lugar desde un principio. Esta tercera fase del juicio fue muy rápida: todo se había discutido de antemano.

Sin embargo, los judíos de aquella época no tenían el permiso de Roma para ejecutar la pena de muerte, por lo que se vieron obligados a entregar al Señor Jesús a los romanos. Así, tras el juicio en el Templo, Cristo fue conducido al pretorio ante Pilato, quien dio comienzo al juicio como representante del Imperio romano. 

Pilato se dio cuenta de que el juicio era injusto, por lo que, enterándose de que Herodes Antipas (el tetrarca de Galilea) visitaba Jerusalén durante la Pascua, intentó pasarle el caso. Este hecho es mencionado tan solo en el Evangelio de Lucas. Por lo tanto, fue llevado al palacio macabeo, en donde tampoco se logró concretar un juicio. Herodes envió al Señor de vuelta a Pilato, por lo que este se vio obligado a completar el proceso judicial en una tercera fase; con esa ya eran seis las fases del mismo: tres judías y tres gentiles.

A pesar de tener pleno conocimiento de su inocencia, Pilato condenó al Señor Jesús a morir en la cruz. Llevó a cabo esta sentencia para sacar ventajas políticas, donde la verdad pasaba a un segundo plano. Esta visión política se evidenció en la pregunta que Pilato formuló en Juan 18:38: “¿Qué es la verdad?”; tan solo pretendía que la paz reinara mientras él gobernaba –ejerció su política real sacrificando la verdad.
Tras el juicio y los indescriptibles abusos de los soldados romanos, el Señor Jesús fue crucificado a las nueve de la mañana, al mismo tiempo que los sacerdotes oficiantes colocaban el holocausto de la mañana en el altar del Templo. La muerte de nuestro Señor se produjo finalmente a las tres de la tarde, con el holocausto vespertino.

Aquel día, durante la crucifixión, se cantaba en el Templo el salmo 93, el cual habla de la injusticia como un torrente embravecido que azota la roca. Dice a partir del versículo 2: “Firme es tu trono desde entonces; tú eres eternamente. Alzaron los ríos, oh Jehová, los ríos alzaron su sonido; alzaron los ríos sus ondas. Jehová en las alturas es más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, más que las recias ondas del mar. Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre”.

Observemos este estremecedor contraste entre el juicio impío llevado a cabo en el Templo y los sacerdotes, sobre la escalinata de caracol de quince escalones que se encuentra frente a la Puerta de Nicanor, en el patio de las mujeres, cantando: “La santidad conviene a tu casa”.

Arremetieron contra el Señor Jesús como una ola que rompe con furia contra la costa. Sin embargo, como hemos leído: el trono de Dios está por encima de todo. Al final, Dios utilizó la injusticia de ellos para ofrecernos la salvación a través de la obra redentora del Señor Jesús en la cruz.

Ese viernes se leyó en las sinagogas de Israel el texto que narra el sexto día de la creación, el día en que Adán recibió la vida por el soplo del Dios creador. Dios insufló su aliento en la nariz del ser humano para que se convirtiera en “un alma viviente”.

La Biblia enseña que fue el Hijo de Dios quien creó todas las cosas, según los planes y consejos del Padre. El Creador dio vida a la humanidad un viernes; más tarde, se hizo hombre. En 1 Corintios 15:45 Pablo llama al Hijo de Dios encarnado “el postrer Adán”. Ese viernes los hijos del primer hombre, Adán, asesinaron al postrer Adán, el Mesías. ¡Qué drama incomprensible y estremecedor presenta la historia de la humanidad!

Sábado: el Mesías en la tumba
Después de la crucifixión, a las seis de la tarde, comenzó el sábado. El Mesías estuvo en la tumba durante las veinticuatro horas de ese día. Después de las tormentas de los últimos días, comenzó a reinar la calma –un silencio sepulcral. Fue un sábado de una ironía indescriptible. A las nueve de la mañana comenzó a entonarse el salmo 92. El encabezado, el cual forma parte del texto principal, dice “Una canción para el día de reposo”. Los versículos 5 al 7 explican que los impíos, a diferencia de los piadosos, no entienden las obras de Dios: “¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová! Muy profundos son tus pensamientos. El hombre necio no sabe, y el insensato no entiende esto. Cuando brotan los impíos como la hierba, y florecen todos los que hacen iniquidad, es para ser destruidos eternamente”.

El Señor Jesús, el Creador, se dejó clavar en la ignominiosa cruz, obrando así la redención. Sin embargo, el impío no entiende las obras de Dios como el piadoso, quien se regocija y se siente abrumado por la grandiosidad de la obra del Señor en la cruz y la profundidad del plan divino de salvación; sabe que nunca podría haberse redimido por sí mismo. Romanos 3:22-23 enseña que todos los hombres son culpables ante Dios y no pueden liberarse del pecado y reconciliarse con Él a través de sus propios esfuerzos: “Porque no hay diferencia, todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios…”, pero la buena noticia es que el Padre ha intervenido. Es así que el texto de Romanos continúa diciendo en los versículos 24 y 25: “…y son justificados gratuitamente por su gracia mediante la redención que es en Cristo Jesús, y son justificados gratuitamente mediante la fe en su sangre, que Dios presentó como medio de expiación, mediante la fe en su sangre…”.

Quien reconozca que ha quebrantado los mandamientos divinos en su vida y que por ello se ha hecho culpable ante Dios, puede recibir también el completo perdón del Padre. Si estamos dispuestos a ver, confesar y arrepentirnos de nuestros pecados ante el Señor, tenemos la promesa de que Él perdonará toda nuestra culpa: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9).

El sábado de la Semana Santa se leía en las sinagogas el texto acerca del séptimo día de la creación, en Génesis 2:1-3, donde habla que Dios descansa. Este fue un día de reposo devastador: muchos vivían este día vestidos de una hipocresía religiosa, mientras el Mesías, “erradicado” de la tierra, “descansaba” en la tumba.

A través de Su muerte, marcada de manera especial por el día de reposo –pues de los tres días, tan solo el sábado pasó el Señor las veinticuatro horas en un mismo lugar–, Jesús puede dar un verdadero “descanso sabático” al corazón y a la conciencia de quienes confían en Él. Solo Cristo puede llevarnos a un verdadero y perpetuo descanso interior. Mateo 11:28-29 nos hace la siguiente invitación: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”. Respetuosamente te preguntamos: ¿Has aceptado ya esta invitación?

Domingo: resurrección
El domingo era el día de la resurrección, el de la victoria, ¡el Día del Señor! 

El tercer día después de la crucifixión, el Señor Jesucristo resucitó con gloria de entre los muertos. Aunque una pesada piedra rodante fue utilizada para bloquear la tumba, no significó un obstáculo para que el vencedor de la muerte y el pecado saliera a la luz. Ese mismo día se apareció en medio de sus discípulos (Juan 20:19-23), quienes mantenían las puertas cerradas, y los saludó con un “¡Shalom alechem!”.

Por supuesto, el salmo 24 fue entonado de nuevo ese día. Desde el Monte del Templo las voces de los coristas cantaban: “¡Levantad, puertas, vuestras cabezas, y levantaos, para que entre el Rey de la gloria!”. El Rey de gloria entró a Jerusalén incluso cuando, por motivos de seguridad, sus puertas estaban cerradas. Además, apareció en medio de sus discípulos atravesando los obstáculos físicos.

Ocho días más tarde (Juan 20:24-29), los discípulos se reunieron de nuevo y mantuvieron otra vez las puertas cerradas. No obstante, el Señor apareció en medio de ellos –también ese día se cantaba el salmo 24 en el Templo.

Cincuenta días después del domingo de resurrección se celebró la fiesta de Pentecostés, también un domingo. Entonces la Iglesia fue establecida y el Espíritu Santo vino para entrar a los corazones de los redimidos. El Señor había dicho a los discípulos que Él se iría, pero que enviaría al Espíritu Santo para representarlo. También ese día se entonó el salmo 24: “¡Levantad, puertas, vuestras cabezas, y levantaos, para que entre el Rey de la gloria!” (vv. 7 y 9).

Aquel día, por medio del Espíritu Santo, el Señor entró a los corazones de sus discípulos.

¿Podemos ver y reconocer el maravilloso plan de Dios en esta Semana Santa y más allá de ella?, ¿comprendemos la increíble gloria de Dios revelada a lo largo de estos acontecimientos en la persona de Jesucristo?

1 Extracto de “Y llegó a Jerusalén” de Roger Liebi. Publicado con la amable autorización del autor y la editorial Edition Nehemia <edition-nehemia.ch>.

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