Lo que significa vivir con expectativa (Filipenses 3:20-21)

Nathanael Winkler

Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.” Filipenses 3:20-21.

Los hijos de Dios tienen un permiso de residencia que nadie les podrá quitar. Son ciudadanos del cielo (Filipenses 3:20-21). Pero esto, por supuesto, no significa que ya no tengan responsabilidades que asumir aquí en la Tierra. La Biblia nos enseña con claridad que debemos someternos al gobierno (Romanos 13:1-7). No pensemos, por ejemplo, que para un ciudadano del cielo ya no sea necesario pagar impuestos. Aunque se podría argumentar que lo recaudado se usa para promover el pecado y cosas que uno no puede apoyar, no sería correcto dejar de pagar los impuestos por eso. La desobediencia únicamente se permite cuando una ley exige de nosotros actuar en contra de la voluntad de Dios.

El cristiano no es un rebelde que participa en todas las protestas (1 Pedro 2:12-13). Tiene otra prioridad y cosas más importantes qué hacer. Debemos ser fieles, en primer lugar, al Señor en el cielo, donde tenemos nuestra ciudadanía y donde está Cristo. El cielo es nuestra patria (= “tierra paterna”), como dijo nuestro Señor: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:1-3).

Nuestro tiempo aquí en la Tierra es limitado; estamos tan solo de paso aquí. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20). Como cristianos, tenemos un futuro maravilloso que nos espera. Pero la pregunta es: ¿vivimos esperando conscientemente el regreso del Señor? ¿Está toda nuestra vida enfocada hacia ese día? La palabra “esperar” significa, en el texto original, una expectativa paciente, pero muy alerta. Es una expresión fuerte, que expresa seriedad y compromiso al esperar un suceso.

Recuerdo mi tiempo en el servicio militar, obligatorio en Suiza, cuando nuestra tropa debía estar alerta para defender la ciudad de Davos. Era tan solo un ejercicio, por lo tanto, no lo tomábamos demasiado en serio. Pero teníamos que dormir con el uniforme puesto y tener siempre listo el fusil. Si algo hubiera acontecido, inmediatamente hubiéramos subido al tanque para entrar a la ciudad. Es un ejemplo de alerta ininterrumpida (Efesios 6:10-20).

Todo lo que hacemos, lo debemos hacer con esta expectativa: “¡el Señor viene!” Y si viniera ahora, ¿nos encontraría preparados? ¿O estaríamos asustados, si de repente estuviéramos delante de Él? Debemos poner las prioridades correctas en nuestra vida. A los malos referentes que Pablo menciona en Filipenses 3:18-19, les importaba solamente la comida, la ropa, la honra propia, la comodidad y el entretenimiento. Por supuesto que podemos disfrutar las cosas buenas que el Señor nos da, pero no seamos glotones. La avaricia, el querer tener, es idolatría (Colosenses 3:5). Antes bien, en cada área de nuestra vida nuestra pregunta debería ser: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Fuimos llamados a invertir en lo eterno e imperecedero, pues lo terrenal es pasajero. Si el Señor nos llama a hacer algo, obedezcámosle hoy, no hasta mañana, cuando ya sea tarde.

Los responsables de una iglesia le dijeron a un joven muy capaz que les gustaría que sirviera con sus dones en la iglesia. Pero él estaba ocupado en su carrera y respondió que se tomaría el tiempo para esto después de progresar un poco más en sus estudios. Los años pasaron. Ya tenía cuarenta años. Otra vez se le solicitó su colaboración en la congregación. Explicó que justo había llegado a la cumbre de su carrera y que pronto estaría en condiciones para dedicarse a esto. Se casó, tuvo hijos y llegó a los 60 años. Volvieron a proponerle su participación, pero le faltaba tiempo, ya que tenía que preparar su jubilación. Y cuando se había jubilado, dijo: “Ahora estoy demasiado cansado”.

Cuando el Señor nos da algo, no debemos ignorar Sus dones ni aplazar nuestras tareas para un tiempo indeterminado. Lejos sea de nosotros convertirnos en cristianos cómodos. “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” (1 Pe. 2:11-12). La voluntad de Dios tiene prioridad, aunque implique sufrimiento.

En Filipenses 3:21, Pablo dice que Cristo “transformará el cuerpo de la humillación nuestra”. Está hablando del arrebatamiento (1 Tesalonicenses 4:13-18). Tenemos la esperanza que nuestro cuerpo, que va deteriorándose como consecuencia del pecado, será reemplazado por un cuerpo nuevo y eterno. No sabemos con exactitud cómo será esto (1 Juan 3:2). Pero sí sabemos que nos reconoceremos mutuamente. Recibiremos un cuerpo real, y en cierta manera, conservaremos nuestro carácter. Los vivientes serán transformados, y los muertos resucitados. “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad…” (1 Cor. 15:53). Dios tiene preparado para nosotros un cuerpo inmortal, como lo tiene Cristo. Entonces estaremos también libres de pecado, ya no nos podrá afligir ninguna tentación.

Cuando llevamos este mensaje del arrebatamiento al mundo, muchos no nos creen. Hay incluso cristianos que sienten vergüenza por el tema. No les gusta hablar de su futura transformación y del hecho de que nuestro Señor vendrá y tomará con Él a todos los hijos de Dios. Sin embargo, este día vendrá con toda seguridad. Dios cumplirá todo “por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:21).

Nuestro Dios creó el cielo y la tierra. Pude hacer todo lo que se propuso. Vivamos en esta fe y estemos listos en todo momento. “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mt. 25:6).

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad