Leer a Moisés, ver a Jesús

Seth D. Postell, Eitan Bar, Erez Soref

¡Ser judío no es fácil! Pero ser un seguidor judío de Yeshúa es incluso más complicado. Como judíos tenemos que lidiar con el antisemitismo creciente a nivel mundial. Como judíos mesiánicos a menudo somos rechazados por nuestras propias familias. En la comunidad judía nos dicen algunos líderes espirituales que ya no somos más judíos si creemos en “ese hombre”. Dentro del cuerpo del Mesías a menudos somos mal entendidos por nuestros hermanos y hermanas no judíos, que posiblemente no tengan ni la menor idea de nuestros problemas de identidad serios –problemas que a los creyentes no judíos en general no se les hace sentir.

Los problemas de identidad con que debía luchar la iglesia temprana eran de una naturaleza totalmente diferente. Como la fe mesiánica era de origen judío, ellos se veían ante un de­safío cuando a la iglesia mesiánica temprana le fueron añadido creyentes de entre las naciones. El primero de todos los concilios de iglesia (Hch. 15) trataba con el tema de cómo los no judíos cabrían en una fe que en el fondo era de características judías y al círculo cultural de la misma. Ellos llegaron a la conclusión que los creyentes no judíos no estaban obligados a cumplir la ley (a pesar de que hoy hay muchos cristianos no judíos que se preguntan seriamente, si su amor por el Salvador judío debería o no verse expresado en el cumplimiento de la ley).

Pero, ¿qué entonces con los actuales creyentes judíos en Yeshúa? ¿No es cierto que Hechos 15 parte de la base que los creyentes judíos siguen cumpliendo la ley? En Hechos 21:23-24, el apóstol Pablo se esfuerza por demostrar que él “guarda la ley”. Yeshúa dice: “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos” (Mt. 5:19). Nuestro Mesías dice: “Así que, todo lo que os digan [los escribas y fariseos] que guardéis, guardadlo y hacedlo” – la ley al igual que la interpretación rabínica oral (Mt. 23:3). Moisés nos hace saber que los mandamientos de la ley son eternos (por ej.: Éx. 12:14,17,24; 27:21; 28:43; 29:9,28; 31:16). ¡Caso cerrado! En obediencia hacia nuestro Rabbi Yeshúa y nuestro maestro Moisés y siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo, los creyentes judíos como buenos judíos mesiánicos fieles deben obedecer la ley.

Si bien la lógica del párrafo anterior es ineludible, seguimos teniendo un gran problema de interpretación. ¿Por qué? Por más claros que puedan ser estos pasajes, otros pasajes neotestamentarios nos hacen creer que ya no estamos más “bajo la ley”. El apóstol Pablo nos dice por ejemplo, que la ley le fue agregada a las promesas anteriores de Dios, no para reemplazarlas, sino para servirnos como maestro que nos lleva al Mesías (vea Gá. 3:1-24). Pero ahora que el Mesías ha venido “ya no estamos bajo ayo” (Gá. 3:25). Pablo dice además: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo” (Col. 2:16-17). El autor de la carta a los Hebreos aclara que el sacerdocio de Yeshúa exige un cambio de la ley, ya que Él no es un descendiente de Aarón y ni siquiera viene de la tribu sacerdotal de Leví: “Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley” (He. 7:12). Él sigue diciéndonos que el sistema de adoración prescrito por la ley es una copia y un bosquejo de cosas mejores y más perfectas (He. 8:5, 10:1). Su intención es señalar un pacto mejor, ya que el anterior “desapareció” (fue declarado  obsoleto) con el establecimiento del Nuevo Pacto (He. 8:6-13).

Un primer paso en dirección a una conformidad en este tema contiene un reconocimiento humilde y honesto que entre creyentes no habría ninguna discusión sobre el rol de la ley, si aquí estuviéramos tratando con asuntos sencillos y fáciles. El hecho es que la interpretación de la Escritura no es una ciencia cien por ciento exacta, aun cuando normalmente tratamos de explicar las afirmaciones bíblicas que se oponen a nuestra posición. También en el futuro seguirá habiendo creyentes de ambos lados de la discusión, que se esfuerzan por entender por qué aquellos del otro lado de la “verdad obvia” no se dan por enterados.

Queremos empezar expresando nuestro reconocimiento honesto frente a diferencias de opinión sanas y respetuosas. Nos queda claro que no todos están de acuerdo con lo que nosotros podemos decir sobre el significado de la Torá y la intención de la ley contenida en ella. No habríamos escrito este libro, si creyéramos que ya está todo dicho sobre este tema. Opinamos que este libro ofrece un aporte único a la discusión.

Muchas personas leen la Torá  a través del lente del judaísmo rabínico, el cual entiende la Torá  como libro de la ley: cumplir la Torá significa guardar los mandamientos del pacto sinaítico. No estamos de acuerdo con esta suposición ampliamente difundida. En lugar de eso, representamos la tesis sobre la intención de la Torá (Gn. hasta Dt.), que dice que es un informe histórico, pensado para guiar a Israel a través de la infracción contra la ley y más allá hasta el Mesías, quien, como Moisés asegura a sus lectores, vendrá en los días postreros. Seguir la Torá con fidelidad, según nuestra opinión, significa creer en Yeshúa (vea Jn. 5:39-47).

Primeramente analizamos introducción (Gn. 1-11) y conclusión (Dt. 29-34) de la Torá. Cuando miramos el principio y el fin de la Torá, vemos cómo Moisés predijo que Israel en el futuro infringiría contra la ley y más tarde iría al exilio, antes de que entraran a la Tierra Prometida. De modo que no puede haber sido la intención principal de Moisés al escribir la Torá llevar a Israel a infringir contra la ley, sino para llevarnos a través de la misma y más allá de ella.

Segundo, vemos cómo en el Monte del Sinaí fue dada la ley (Éx. 19:1-Nm. 10:10) – la narración de la caminata por el desierto hasta llegar al Monte Sinaí (Éx. 15:22-18:27), y luego alejándose de ahí (Nm. 10:11-36:13). Vemos una relación directa entre la ley dada y el colapso de la fe en Israel, que tiene como consecuencia la muerte (vea Ro. 7:9-10). Este material provee aún más pruebas de que Moisés no escribió la Torá solamente para llevarnos hacia la ley, sino para llevarnos a través de la misma y más allá de ella.

Tercero, la Biblia nos muestra a qué apunta la Torá si no es a la ley: su objetivo es el Mesías. Miramos pasajes que hablan de los “días postreros” y que declaran que hacen que el objetivo absoluto quede claro, razón por la cual Moisés escribió la Torá: para guiarnos a través de la infracción de la ley de Israel y guiarnos hacia el Mesías en los días postreros.

Cuarto, Moisés nos presenta la misión de la creación, el modelo de bendición de Dios que queda claro en la historia de Adán y Eva. Vemos a Adán como el primer rey y sacerdote prototípico de Dios que ilustra Sus intenciones de creación con la humanidad.

Quinto, vamos a los ríos de Babilonia. Adán vivió las consecuencias de su desobediencia en forma de un exilio hacia el oriente que anunciaba el exilio de Israel más adelante. ¿Cómo pueden Adán/Israel vencer su desobediencia y ser restaurados para las bendiciones proyectadas de Dios? La Torá muestra cómo la misión de la creación finalmente es restaurada a través de una persona especial de una línea de descendencia especial y cómo esta persona le aplastaría la cabeza a su enemigo.

Sexto, Gálatas 3:19 nos enseña para qué fue dada la ley al hacernos ver seis funciones válidas de la ley: la ley como maestro, pre-sombreado, teología, amor, sabiduría y acusador.

Con el movimiento mesiánico de rápido crecimiento desde los años del 1970, más y más creyentes han tomado conciencia de dos hechos sencillos pero profundos: 1) Jesús fue judío; 2) no podemos comprender el Nuevo Testamento, sin estudiar detenidamente el Antiguo Testamento. Estos dos descubrimientos han llevado a que un número creciente de creyentes judíos y no judíos luchen con preguntas con respecto a su relación con la ley.

Los puntos arriba mencionados, sin embargo, están para dejar claro, que Yeshúa es el objetivo de la Torá. A algunas personas les alcanzan unos pocos versículos neotestamentarios: “Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él” (Jn. 5:46). “Porque el fin [objetivo] de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Ro. 10:4). Mientras confirmamos la verdad de estos versículos, creemos que le corresponde a cada creyente escudriñar las Escrituras diariamente para descubrir la razón por la cual estas cosas son de esa manera (Hch. 17:11). Decir que Jesús es el objetivo de la Torá es una cosa, pero demostrarlo de la mano de la Torá es una muy diferente:

En la Torá  se encuentran solo unas pocas profecías mesiánicas (Gn. 3:15; 49:8-12; Nm. 24:7-9,17-19; Dt. 18:15). Si nuestra conclusión sobre el objetivo de la Torá sería cuestión de matemáticas, fácilmente llegaríamos a deducir que la ley es la intención de la Torá. Solo hay muy pocos indicios y muy dispersos del Mesías, mientras que versículos sobre la ley corresponden a aproximadamente la mitad de la Torá. De comienzo a fin, la Torá, sin embargo, narra una única historia, no solamente en unos cuantos versículos dispersos, sino profundamente en su núcleo. Si investigamos la estructura narrativa de la Torá con sus muchas tramas paralelas y temas recurrentes, es posible encontrar indicios que señalan consecuente e innegablemente al Mesías, al igual que al hecho de que nosotros lo necesitamos.

Extracto modificado del libro Leer Moisés, creer en Jesús, Seth D. Postell, Eitan Bar, Erez Soref.

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