La Última Oración de la Biblia

Norbert Lieth

El teólogo Samuel Keller viajaba un día en tren, leyendo la Biblia. Entonces un viajero interrumpió su lectura y le preguntó: “¿No le parece que este libro es anticuado y ya no tiene nada que decirnos?”. Keller le respondió: “Imagínese que un día se publique un libro con increíbles profecías para los próximos cuatro años. Todo el mundo se ríe del libro. Sin embargo, las profecías para el primer año se cumplen. La gente dice: “Bueno, será casualidad”. Pero luego también se cumplen las profecías en el segundo y en el tercer año. ¿Qué concluiría de esto?”. El compañero de viaje respondió: “Esto me mostraría que el libro dice la verdad y que el resto de las profecías también se cumplirán”. A esto replicó Keller: “Así es con la Biblia, ¡solamente que las profecías no abarcan solamente cuatro años, sino varios miles de años! Aproximadamente tres cuartos de todas las profecías bíblicas ya se cumplieron. Por lo tanto, no diría que este libro no tiene nada que decirnos. ¡Al contrario, estaría muy seguro de que también el resto se cumplirá!”.

Jesús, “el que da testimonio” de las profecías de la Biblia, dice: “Ciertamente, vengo en breve”. Y como reacción a esta promesa, leemos la última oración en la Palabra de Dios: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).

Un testamento, la última voluntad, es por principio vinculante si tiene en cuenta las disposiciones oficiales. Expresa lo que le importaba mucho a la persona fallecida y tiene que ser respetado y llevado a cabo por el heredero, bajo todas las circunstancias. Este último ruego al final de la Biblia, también expresa lo que le importa mucho al Dios todopoderoso y lo que nosotros como Iglesia siempre tendríamos que tener presente.

Todas las profecías y promesas, todas las revelaciones bíblicas, todo el plan de salvación de Dios con la humanidad, el completo designio divino y toda la historia humana durante los milenios, desembocan en el cumplimiento de este suceso: “Ciertamente vengo en breve”. Y para la Iglesia del Señor Jesús, debería haber una sola respuesta posible a esto: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.

Toda la creación anhela Su venida, los ejércitos celestiales esperan este día, el mundo de los demonios tiembla ante ese día, y los acontecimientos de nuestra época claman por la llegada de este día. Verdaderamente, tenemos hoy más razones que nunca para creer en el pronto regreso de nuestro Señor Jesús. Es interesante que nuestra situación hoy se parece a la del mundo en la primera venida de Jesús. En la época del nacimiento de Jesús, sucedieron muchas cosas que volvemos a encontrar en nuestro siglo –y esto no sin razón:

Gracias a las visiones de Daniel, los judíos de la época de Jesús sabían que la venida del Reino de Dios era inminente. Por eso, había muchos en aquel entonces que vivían con esta esperanza.

Los sabios gentiles de la región de Babilonia, probablemente también conocían las profecías de Daniel. Después del nacimiento de Jesús, ellos descubrieron la estrella en el cielo y viajaron a Jerusalén, esperando encontrar al Mesías.

El viejo Simeón esperaba la consolación de Israel (Lucas 2:25).

La profetisa Ana habló del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén, cuando Jesús fue presentado y circuncidado en el Templo (Lucas 2:36-38).

Dios había revelado al profeta Daniel a través de la visión de la estatua (Daniel 2) y de la visión de los imperios representados por animales (Daniel 7) que, después de los tres primeros imperios (Babilonia, Medo-Persia y Grecia), aparecería en el escenario mundial un cuarto imperio, aún mucho más poderoso – Roma – y que durante ese cuarto imperio, se manifestaría el Reino de Dios.

Los judíos sabían que los tres primeros imperios ya pertenecían a la historia. Babilonia, Persia y Grecia ya habían pasado, y el imperio de su época, en aquel entonces, era Roma – el cuarto imperio. Según la profecía, pronto tenía que comenzar el Reino de Dios. Este era también el mensaje de Juan el Bautista, de Jesús y de los apóstoles: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:17). Anunciaban la venida inmediata del Reino de los cielos, pues con Jesús estaba presente el Mesías, el Rey del Reino de Dios (comp. Mateo 10:7; Hechos 3:19-21).

De esta manera comenzó, con la primera venida de Jesucristo, el tiempo final. Los apóstoles anunciaban el regreso de Jesús como algo inminente: “El fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1 Pe. 4:7). “Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta” (Stg. 5:8-9; comp. también 1 Juan 2:18; Hebreos 10:25; Tito 2:13; 1 Timoteo 6:14; 2 Tesalonicenses 2:1; 1 Tesalonicenses 5:23; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Filipenses 4:5; 1 Corintios 10:11; 1 Corintios 7:29). Pero a causa del rechazo que sufrió Jesucristo de parte del pueblo judío, y conforme al insondable Plan de Dios que el apóstol Pablo llama un “misterio”, el Reino visible fue aplazado y se intercaló la Iglesia de Jesús.

Hoy, 2,000 años después de aquellos acontecimientos, vivimos al final del tiempo final, y las circunstancias son comparables a las del primer siglo, con la primera venida de Jesús.

Cuando nuestro Señor estaba en la Tierra, existía el Imperio romano unido. Había un gran espacio económico que permitía un comercio global como nunca antes en la historia. Prácticamente, no había fronteras. El que era romano tenía acceso a todos los países –algo como el acuerdo de Schengen, que existe hoy en Europa. El idioma griego era, por así decirlo, el inglés de la antigüedad. Existían estructuras nunca antes vistas, en forma de redes de tráfico, de ­comunicación y de infraestructura. El correo y la jurisprudencia, como también el intercambio cultural, eran sin precedentes. En aquel entonces, reinaba una prosperidad dentro del Imperio romano que recién en nuestro tiempo se volvió a alcanzar. Aún hoy, la legislación moderna del mundo occidental se funda sobre el pensamiento romano.

El mundo actual busca formar otra vez un imperio unido, posiblemente aún más ­gigantesco que Roma. Se pretende hacer resucitar a Roma, y los acontecimientos de nuestro tiempo parecen confirmar este rumbo.

A la cabeza del Imperio Romano de aquel entonces estaba un hombre que era venerado como dios: el emperador o César. Cuando Jesucristo vino por primera vez a este mundo, gobernaba el emperador Augusto. Con él empezó la pax romana, un período de paz que duró 200 años. En realidad, Augusto se llamaba Julio César Octaviano. Fue nombrado el primer César y recibió el nombre de honor Augusto, lo que significa “sublime” o también “digno de adoración”. Fue nombrado primer autócrata romano e incluso fue llamado “dios, proveniente de un dios”.

Justamente bajo el gobierno de este hombre, vino el Mesías al mundo, el verdadero Hijo de Dios, Dios proveniente de Dios. Así lo había profetizado Daniel, y el cumplimiento estaba a la puerta.

Del contexto de la profecía bíblica sabemos que esta situación se repetirá. Un imperio mundial en formación traerá a un emperador mundial, proveniente del mar de las naciones (Apocalipsis 13). Por él llegará el –esta vez literalmente– último imperio de la historia universal. Y entonces estará maduro el tiempo para el regreso visible de Jesús y para el establecimiento de Su Reino (Apocalipsis 17:12-13).

Durante la primera venida de nuestro Señor existía, como se sabe, un Estado judío en tierra judía. Los judíos habían regresado de su exilio de 70 años, habían sobrevivido todas las tentativas de aniquilación de parte de sus enemigos y esperaban al Mesías. Era un milagro divino, que este pueblo existiera todavía. Solamente Dios lo había guardado y llevado de vuelta a su patria. De esta manera, el tiempo estaba pronto para la venida del Mesías.

Si podemos hablar de una ampliación de un milagro, correspondería llamar así el milagro de la existencia de Israel en los siglos XX y XXI. Este milagro no puede tener ningún otro autor que el Dios viviente. El pueblo judío sobrevivió casi dos milenios de enemistad, de inquisición, de pogromos y de Holocausto. En la “solución final” de Hitler, fueron cruelmente asesinados un 76 por ciento de todos los judíos europeos, que eran 8.86 millones. Pero Dios guardó un remanente como semilla. Llevó a Su pueblo de vuelta a su patria e hizo de él otra vez una nación independiente: “Y si quedare aún en ella la décima parte, esta volverá a ser destruida; pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa” (Is. 6:13). Con esto, a su vez, está otra vez maduro el tiempo para la llegada del Mesías, como los ángeles se lo prometieron a los discípulos cuando Jesús ascendió al cielo: “Por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hch. 1:11).

Conforme a Levítico 23, la fiesta de Pentecostés es seguida por la Fiesta de las trompetas, la cual es interpretada como una convocación del pueblo judío disperso (Levítico 23:23-24). Luego viene el gran día de perdón, en el cual Israel se humilla y espera el regreso del Sumo Sacerdote divino. Esta fiesta es seguida por la Fiesta de los Tabernáculos, la cual es interpretada como la fiesta del reposo real de Israel en el Reino mesiánico.

Es interesante el hecho que Israel introdujo una nueva fiesta: el “día del nuevo inmigrante” o “día de Aliá” (Aliá es “ascenso”; término usado para la inmigración a Israel). El primer ministro Benjamín Netanyahu dijo al respecto: “Aliá es el fundamento del Estado de Israel y un cumplimiento de la profecía bíblica del pueblo judío, que vuelve a su país y lo edifica”. ¿Será este día festivo también una fiesta profética, como las fiestas bíblicas que nombramos?

En el siglo I después de Cristo, se formaron iglesias mesiánicas en y alrededor de Israel. Estas eran fuertemente acosadas y perseguidas –en primer lugar, por los mismos judíos, como vemos en el libro de Hechos. Más tarde, la persecución se extendió a toda la cristiandad, que se formaba de judíos creyentes mesiánicos y de gentiles convertidos.

Hoy existe otra vez una Iglesia mesiánica en Israel, la cual crece fuertemente y está expuesta a muchas hostilidades, sobre todo desde los círculos judíos ortodoxos. Pero este es solamente un lado. Por el otro lado, también hay antipatía de parte de algunos círculos cristianos: aconteció que no se les permitió a las iglesias judío-mesiánicas poner un stand en un congreso, porque se desaprueba la misión entre judíos. Hoy ya vivimos un creciente rechazo frente a un compromiso fundamental con el mensaje cristiano. El que defiende la fe y la quiere trasmitir, experimenta hostilidad.

Cuando la Iglesia de Jesús crecía y se expandía en el Imperio romano, pronto comenzó también un proceso de apostasía en la cristiandad. Los apóstoles ya lo habían advertido, y lo habían relacionado con el inminente regreso del Señor Jesús. Sin embargo, en el correr de los siglos, Dios concedió nuevos avivamientos y reformas. Hoy en día, nos vemos confrontados con la misma –y quizás aún más fuerte– negación de las doctrinas bíblicas y con un acercamiento a enseñanzas demoníacas, como lo predijo Pablo en 1 Timoteo 4:1: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Ti. 4:1).

Los primeros siglos después de Cristo, además, se ­caracterizaban por las persecuciones contra judíos y cristianos. Estas acontecieron reiteradas veces en el Imperio romano, hasta la llegada al poder de Constantino el Grande, en el siglo IV.

Hoy en día, otra vez, están siendo perseguidos unos 200 millones de cristianos en aproximadamente 60 países. Las persecuciones e injusticias a las cuales están expuestos los cristianos en muchos países comunistas, dictatoriales e islámicos en el Medio y Lejano Oriente, hablan un idioma claro.

En el siglo I, también existía un odio generalizado contra el Estado judío. Una y otra vez, las amenazas contra él parecían tomar medidas apocalípticas. Finalmente, el Estado judío fue destruido y el pueblo de Israel desparramado. Hoy, casi 70 años después de la fundación del Estado de Israel, las mismas amenazas están otra vez muy presentes. Hay una lucha política mundial contra Israel. En aquel entonces, los cristianos comenzaron a rechazar a Israel y a desarrollar una teología del reemplazo. Hoy está pasando lo mismo.

Realmente, parece que nuestro tiempo estuviera recorriendo un camino paralelo a la época de la primera venida de Jesús, y de cierta manera, tiene que ser así, porque de este modo se prepara el escenario para la grandiosa y definitiva manifestación del Señor de señores. “Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).

El regreso de Jesús nos traerá el cumplimiento de todas Sus promesas –es como si se cumpliera con un tratado, o como si un padre cumpliera una promesa hecha a su hijo, que la está esperando con anhelo. Como un niño espera la llegada de Navidad y se alegra cuando este día por fin llega, así llegará para nosotros el anhelado gran día. Entonces la espera habrá terminado. Dice el Salmo 130:6: “Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes a la mañana”.

El regreso de Jesús traerá la victoria definitiva sobre Satanás, el pecado y la muerte. Todavía el diablo anda suelto por este mundo (comp. Efesios 6:12), aún no es visible el reinado de Cristo. Pero cuando Jesús regrese, ejercerá Su gobierno a la vista de todos, y Satanás será atado. Pablo escribe a los creyentes en Éfeso: “…en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Ef. 2:2). En ese día, este poder será roto en definitiva.

Sí, el diablo tiene el poder sobre todos los hombres que no se someten a Dios en Jesucristo. Los influye y los usa para su causa, para hacer continuamente daño. Satanás es el verdadero problema de nuestro tiempo, y el mundo lo siente en todas las áreas. Para nombrar solamente algunos puntos: terrorismo, odio, infidelidad, apostasía de los valores cristianos, egoísmo ilimitado, afán por lo material, adicciones, creciente resistencia contra Dios.

La guerra en Siria dura ya más de seis años y hasta ahora causó casi medio millón de muertos. Un 45 por ciento de la población está huyendo. Y las potencias mundiales son impotentes, están casi paralizadas, o bien sus intenciones son egoístas e interesadas. Todas ellas están siendo dirigidas por el maligno, por eso, el mundo no encuentra paz. Solamente podemos orar: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Él, cuando estaba todavía en la Tierra, ya predijo proféticamente la caída de Satanás: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc. 10:18; comp. Apocalipsis 12:7-9).

Por eso, el regreso de Jesús también pondrá al mundo bajo Su justicia, bajo Su gobierno y bajo Su paz. La humanidad sueña con la paz mundial, con suficiente alimento para todos, con una justicia que signifique equidad para todos. Las organizaciones internacionales han hecho de esto su lema, gastan miles de millones para ello, organizan infinitas sesiones y publican resoluciones –y a pesar de todo esto, es muy poco lo que se logra.

Dios ha determinado que Jesús es el Rey de reyes, que Él heredará a las naciones y que poseerá los confines de la Tierra (Salmo 2:6.8).

El regreso de Jesús traerá la salvación definitiva y visible para todos los que creen en Él. Su regreso traerá la consumación de todo. Antes de Su manifestación visible, vendrá a buscar a Su Iglesia, Su Cuerpo, para llevarla a casa y manifestarse más tarde junto a todos los suyos: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:4). Ella Lo verá tal como es y será semejante a Él: “Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). La Iglesia no será juzgada con el mundo, con los hijos de desobediencia (Colosenses 3:6); ella será elevada con Cristo a la diestra de Dios, “por encima de todos los cielos” (Ef. 4:10; comp. también Efesios 1:20-23; 2:2.6) –“y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:17).

El creyente individual tendrá que presentarse ante el tribunal de Cristo. Pues todo tiene que quedar manifiesto; la vida y las obras serán dilucidadas y juzgadas, como nos dice 2 Corintios 5:10, y –según corresponda– la persona recibirá un premio o sufrirá una pérdida (1 Corintios 3:11-15). La fidelidad, los motivos y la dedicación serán examinados. Nadie llega perfecto a la meta, por eso, todo será sacado a luz, limpiado y glorificado. Todo será purificado por el fuego, como la plata, nada quedará en la oscuridad.

El regreso del Mesías traerá la salvación también para Israel y guiará al pueblo judío por fin a tomar su posición conforme a su vocación. Israel se arrepentirá, se convertirá y creerá en Él: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito” (Zac. 12:10; comp. Mateo 24:30; Apocalipsis 1:7). Jerusalén será capital del mundo (Jeremías 31:7), y los judíos serán un pueblo de “sacerdotes de Jehová, ministros de nuestro Dios”, a lo cual ya habían sido llamados hace tiempo (Isaías 61:6; Éxodo 19:6).

El regreso de Jesucristo traerá, además, juicio y purificación sobre las naciones (Mateo 25:31-46). No es exagerado si decimos que nuestro mundo actual se está acercando a una catástrofe. Al contrario: los acontecimientos que vivimos son, cada vez más, de tamaño apocalíptico: el terrorismo, la miseria de los refugiados, la radicalización política, la amenaza de una nueva guerra, los cambios climáticos, etc.

La Biblia anuncia para el final un tiempo en el cual la corrupción radical será el estándar aceptado e incluso el estilo de vida solicitado: “Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mt. 24:37; comp. Lucas 17:28). Pero la buena noticia es que los juicios inmediatamente antes de Su retorno, vendrán juntamente con la esperanza de redención.

Sí, el regreso del Señor Jesús traerá el cielo a la Tierra; el cielo reinará en la Tierra –como lo expresa el “Padre nuestro”. El Reino de los cielos, el Reino de Dios, la morada de Dios estará con los hombres. El Reino de paz mesiánico será establecido, y todos los hombres conocerán cuánta bendición le trae al mundo cuando Dios gobierna en la Tierra (Isaías 11). Por eso, el regreso de Jesús a esta Tierra será, además de Su Iglesia, el mayor triunfo del Señor.

Todo esto nos invita a orar con las palabras de Apocalipsis 22:20: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. No podemos calcular el momento del regreso de Jesús, ¡pero siempre deberíamos contar con él! La Escritura nos exhorta a amar Su venida, a esperarla y a orar por ella: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Fil. 3:20; comp. también 2 Timoteo 4:8; Lucas 12:36; 1 Tesalonicenses 1:10; Tito 2:13; Hebreos 9:28; 1 Corintios 16:22; Apocalipsis 22:20). La espera de la Iglesia por la pronta venida de su Señor, no es ninguna doctrina sectaria, no es emocionalismo, sino que es la verdad absoluta de la Biblia, es parte de la doctrina de la Biblia y se basa en ella. Alguien escribió al respecto: “Sabemos con seguridad que nuestro Señor viene. No es un rumor puesto en el mundo por algunos sensacionalistas”.

La espera de la Iglesia nace de la promesa de Jesús: “Ciertamente, vengo en breve”. Y la única reacción correcta a esto es: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Este “amén” es lo que el Señor espera de nosotros, y es la necesidad del momento. Una verdadera actitud de espera produce una vida entregada a Jesús en todas las áreas y es un incentivo para la vida de fe en palabra y en hecho.

La doctrina sobre el regreso de Jesús no debe ser callada, tampoco la doctrina sobre el amor de Dios, el pecado o el perdón. También en cuanto a la espera, debemos regresar al principio.

Ann van der Bijl, conocido como el Hermano Andrés (o el contrabandista de Dios) de la misión Puertas Abiertas, enfatizó: “La primera Iglesia vivía como si Jesús hubiera muerto ayer. La primera Iglesia vivía como si Jesús hubiera resucitado hoy. Y la primera Iglesia vivía como si Jesús regresara mañana”.

La Biblia declara en sus últimas palabras, como en un testamento: “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).

Pablo, el apóstol de las naciones (Gálatas 2:7-10), al final de su vida también escribió un testamento inspirado por el Espíritu Santo. En él leemos: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:6-8). Pedro, el apóstol de los judíos (Gálatas 2:7-10), escribe algo parecido al final de su vida, que también suena como un testamento: “Sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas. Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. (…) Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pe. 1:14-16;19).

Tres testigos confirman lo importante que es este deseo del Señor de que lo estemos esperando: 1) el mismo Señor resucitado, al final de la Biblia. 2) El apóstol de las naciones al final de su vida –especialmente en relación con el arrebatamiento de la Iglesia, que puede ocurrir en cualquier momento. 3) El apóstol de los judíos, también al final de su vida –especialmente con vista al regreso de Jesús en gloria.

¡Debe ser algo muy importante para nuestro Señor si coloca estas advertencias en lugares y momentos tan significativos de Su Plan de salvación!  Y nosotros no debemos tomar menos en serio esta verdad que otras doctrinas, pues es el punto culminante de las mismas. Es la coronación de todas las verdades: ¡Jesús viene otra vez!

“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús”.

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