La verdadera fe se demuestra al hablar

Fredy Peter

Una interpretación de la Epístola de Santiago, Parte 6: Santiago 3:1-12 Sobre la responsabilidad, el poder, la fuerza de destrucción, la naturaleza indomable y contradictoria de la lengua.

Es el órgano humano más imprevisible, la parte más peligrosa del cuerpo humano. Es tan peligrosa que se encuentra detrás de dos filas de un total de 32 poderosos dientes y, además, está protegida por dos labios: la lengua. Como dijo el escritor Werner Mitsch: “Aquel que tiene una lengua afilada está armado hasta los dientes…”.A modo de broma, escuché decir que, debido a que la lengua reposa sobre un medio húmedo, se desliza fácilmente. Según un estudio publicado por stern.de (6/7/2007), una persona media pronuncia unas 16,000 palabras al día. La diferencia entre hombres y mujeres es de solo unas insignificantes 550 palabras. Esto significa que diariamente hablamos más de lo que se escribe en una de nuestras revistas mensuales. Extrapolado a 80 años de comunicación con palabras, esto equivaldría a más de 31,000 revistas. Esto nos hace comprender la afirmación de Proverbios 10:19: “En las muchas palabras no falta pecado”. 

David expresa el aspecto inquietante de esto en el Salmo 139:4: “Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda”.

Los científicos afirman que las ondas sonoras puestas en movimiento por cada voz emprenden un viaje sin fin. Si tuviéramos los instrumentos adecuados y los medios para recapturar estas ondas sonoras, podríamos recrear cada una de las palabras jamás pronunciadas por una persona. Imaginar esto da miedo… ¡Y recordemos que Dios es el dueño de esta “máquina”! Por eso, a todos los que entran a la santa presencia del Señor les va como al profeta Isaías: 

“¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5).

La descripción más detallada y también más aguda de toda la Biblia sobre nuestra lengua inmunda se encuentra en Santiago 3. Los primeros doce versículos nos muestran la responsabilidad, el poder, la destructividad, la indomabilidad y la naturaleza contradictoria de la lengua. Hay que tener en cuenta que la lengua es solo un reflejo del corazón (Mt. 12:34): “Porque de la abundancia del corazón habla la boca”.

En la carta de Santiago, el tema de la lengua es el quinto criterio por el que se pone a prueba nuestra fe. La fe verdadera y auténtica se prueba: 1) En las tentaciones (Santiago 1:2-18); - 2) En nuestro manejo de la Palabra de Dios (1:19-27); - 3) En el amor imparcial y sin acepción de personas (2:1-13); - 4) En nuestras obras (Santiago 2:14-26). El hecho de que la verdadera fe se demuestra en la forma de hablar, ya se mencionó en Santiago 1: 19 y 26, pero recién se desarrolla aquí, en el capítulo 3. 

La responsabilidad de la lengua
Santiago nos da a la vez un cariñoso recordatorio y una advertencia insistente, especialmente para los que enseñan la Palabra de Dios: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Stg. 3:1).

En la época de Santiago, el oficio de maestro, o rabino, estaba asociado a una gran comodidad y prestigio (Mateo 23:2ss). Sin embargo, para el maestro no se trata de comodidad y autopromoción, sino de devoción y de presentar a Jesús. Una motivación equivocada, unida a la falta de conocimiento, inevitablemente traerá el juicio. Puesto que un maestro debe conocer a fondo todo el consejo de Dios y su vida debe ajustarse a ese conocimiento, recibirá, en consecuencia, un juicio más severo. Esta advertencia es saludable, porque tiene por objeto prevenir contra la falsa enseñanza y la palabrería (1 Timoteo 2:15).

Es enorme la responsabilidad cuando enseñamos a las personas en su camino y acerca del camino del Señor Jesús. Si bien es cierto que no todos los destinatarios de la carta de Santiago eran maestros oficiales, el mensaje se dirigía a todos ellos, así como la gran comisión se aplica a cada uno de los creyentes en aquel entonces y hoy: “…enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20). 

Cada uno de nosotros debe ser testigo y mensajero del Evangelio. Si ya no tenemos una respuesta para este mundo, en el que todo se vuelve cada vez más loco, entonces ¿quién la tiene? Se nos dice en 1 Pedro 3:15 “…estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”.

A su manera humilde y fraternal, Santiago, líder de la iglesia primitiva de Jerusalén, se incluye a sí mismo cuando habla del gran problema del mal uso de la lengua, en el versículo 2: “Porque todos ofendemos muchas veces…”; o, “Porque todos tropezamos de muchas maneras” (lbla); o, “Todos fallamos de muchas maneras” (nbla).

Incluso de Moisés se dice: “Porque hicieron rebelar a su espíritu, Y habló precipitadamente con sus labios” (Sal. 106:33). A menudo no erramos intencionadamente, sino por costumbre o falta de atención. Spurgeon lo expresó así: “Lo que un hombre dice de prisa, suele lamentarlo en el ocio”.

¡Qué fácilmente llegamos a exagerar o embellecer un hecho, jactarnos, quejarnos, menospreciar, chismorrear, hablar mal de los demás, calumniar, adular, insultar, humillar, manipular, abusar, engañar, mentir, maldecir o decir groserías! “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”.

No se trata de perfección en el sentido de impecabilidad, sino de madurez espiritual. Una lengua domada mantiene todo el cuerpo bajo control. No todos los pecados pueden cometerse en todo momento y en todo lugar, pero con la lengua sí es posible. Ella nos permite pecar y cometer perversidades en cualquier momento y en cualquier lugar. 

A pesar de esto, en ninguna parte nos dice Santiago que es mejor callar que hablar; el silencio no es la solución. Al contrario: “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Stg. 4:17). Esto también se aplica cuando es el momento de elogiar, reconocer y estimular al otro, o cuando hay que defender la verdad, pues esto también es hacer lo bueno.

No es ascetismo [una vida sobria, muy austera, N. de la R.] lo que pide Dios de nosotros, sino disciplina, que pone orden en nuestro hablar. Se trata de cómo, qué y cuándo hablamos, y a quién y sobre quién lo hacemos. Somos responsables de ello, y algún día se nos pedirá cuentas sobre qué hicimos con la lengua. El Señor dice: “…de toda palabra ociosa que hablen (…), de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mt. 12:36).

El control sobre la lengua no es un ideal ilusorio, sino una meta alcanzable. Los versículos siguientes nos lo muestran con ejemplos prácticos. También nos explican por qué todo nuestro cuerpo está controlado por la lengua.

El poder de la lengua
“He aquí…” - así nos llama la atención el versículo 3. Y sigue: “nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo”. ¿Por qué lo hacemos? Para que nos sean útiles, pues ningún caballo obedece voluntariamente al principio.

Luego sigue con otro ejemplo: “Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere”. ¿Para qué? Para que la nave sea maniobrable por el timonel, avance en la dirección correcta y llegue a su destino. Y luego Santiago resume: “Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas” (Stg. 3:3-5).

Estos ejemplos demuestran que la lengua tiene un gran poder, el cual tiene que controlarse. Esto es muy importante, porque la lengua es algo que sí podemos controlar; sin embargo, sobre los efectos destructivos de la misma ya no tenemos control. 

El poder destructivo de la lengua
“He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” (Stg. 3:5b).

En diciembre de 2010 se produjo en el monte Carmelo el mayor incendio forestal de la historia del Estado de Israel. Las consecuencias fueron 42 muertos, más de 17,000 personas desplazadas y cinco millones de árboles destruidos en una superficie de unos 50 kilómetros cuadrados. ¿El desencadenante? Un descuido. Dos drusos de 14 y 16 años habían encendido un fuego en el bosque cercano a su aldea de Usefija, fumaron una pipa de agua y se prepararon un café, y luego regresaron a casa tranquilamente. “He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!

Ahora quiero hablarles de un género de palabras especialmente destructivo. Morgan Blake, periodista deportivo del Atlanta Journal escribió lo siguiente al respecto: 

“Soy más mortífero que la granada aullante de un obús. Venzo sin matar. Destrozo casas, rompo corazones y destruyo vidas. Viajo sobre las alas del viento. Ninguna inocencia es lo bastante fuerte para intimi­darme, ninguna pureza lo suficiente pura para desalentarme. No tengo respeto por la verdad, ni por la justicia, ni piedad por la debilidad. Mis víctimas son tan numerosas como las arenas del mar y, en su mayoría, igual de inocentes. Nunca olvido y muy rara vez perdono. Mi nombre es… ¡Rumor!”.

Según el escritor estadounidense Washington Irving, una lengua afilada es la única herramienta cortante que se afila con el uso constante. En Santiago 3:6 encontramos probablemente una de las declaraciones más poderosas y claras sobre la corrupción absoluta de la lengua y su inconmensurable poder destructivo: “Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno”. 

La lengua... 

es un mundo de maldad. Ninguna parte del cuerpo humano tiene tanto potencial para causar estragos, daños y destrucción.

contamina todo el cuerpo. Su uso incorrecto envenena y destruye nuestra personalidad.

inflama la rueda de la creación. El uso incorrecto tiene efectos en todos los ámbitos imaginables de la vida y en todos los grupos de edad.

y ella misma es inflamada por el infierno. Una lengua indómita es finalmente usada por el mismo infierno, y se convierte así en una herramienta del diablo. ¡Terrible! La palabra utilizada para “infierno” en el texto griego básico es Gehena, que deriva del hebreo Gue Hinnom, que significa “valle de Hinón”, un valle cerca de Jerusalén, donde permanentemente ardían los basurales de la ciudad. En los Evangelios, Jesús utilizó el valle de Hinón como una imagen del infierno. 

Así que ¡cuidemos nuestras palabras!

La lengua indomable
“Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana…”. Sí, todos los animales que corren, vuelan, se arrastran y nadan, han sido y ­siguen siendo domados por el ser humano; solo una cosa parece seguir siendo indomable: “…pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal” (Stg. 3:7-8). 

¿No suena frustrante y desesperanzado? Pero con estas drásticas palabras, Santiago no quería desanimar a sus lectores en aquel entonces, ni tampoco nos quiere desalentar el Señor hoy, sino más bien sacudirnos y despertarnos, porque hay Uno que sí puede vencer y domar la lengua: el Dios vivo. Él puede hacer lo que sería imposible para nosotros. El Espíritu Santo en nosotros es capaz de dominar la lengua. Jesucristo creó las condiciones para ello en la cruz: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). Esto incluye la doma de una lengua inflamada por el infierno.

Y con la alusión al veneno mortal de una serpiente de lengua bífida, Santiago nos recuerda finalmente nuestra propia naturaleza ambivalente.

La inconsistencia de la lengua
“Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición” (Stg. 3:9-10).

Son cosas que pasan entre cristianos, e incluso Santiago se identifica con sus lectores a través del “nosotros”.

Con nuestra lengua alabamos a Dios Padre, y con ella a la vez maldecimos a las personas. ¿Es posible? Sí, pues recordemos cómo le fue a Pedro. En Mateo 16:16 leemos: “Respondiendo Simón Pedro, le dijo: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!” Y más adelante le dijo: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mt. 26:33). Sin embargo, más tarde el apóstol cambió de posición: “Entonces comenzó a maldecir [a sí mismo] y a jurar: No conozco al hombre” (Mt. 26:74).

Bajo el dominio del Espíritu Santo alabamos, y bajo la influencia del diablo maldecimos. Apenas termina el último himno de alabanza al final de un bendecido culto en la iglesia, ya se escucha: “¿viste lo que pasó…?” o “¿escucharon lo que dijo fulano…?”. Muchas veces hablamos con comprensión y paciencia a los extraños, pero con mucha dureza, irritación e impaciencia a nuestros propios seres queridos. William Barclay dijo: 

“Sabemos por experiencia propia que la naturaleza humana está dividida, que hay en ella algo del simio y del ángel, del héroe y del villano, del santo y del pecador”.

Santiago es muy claro: “Hermanos míos, esto no debe ser así” (Santiago 3:10). Esta expresión es una fuerte negación, que solo aparece aquí en todo el Nuevo Testamento. Significa: “Esto es intolerable, ¡no debe ser así, hermanos míos!”. Esta contradicción solo la encontramos en el hombre. Al contrario, con Dios y su creación, hay coherencia, unidad y claridad.

Esta verdad es subrayada por los ejemplos de la geología y la botánica, con los que los primeros cristianos estaban familiarizados, y los cuales hoy nosotros también comprendemos: “Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos?” (Stg. 3:11-12a). Y la respuesta lógica es: “Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce” (12b). 

Conclusión
¿Demuestra nuestra fe ser genuina por nuestro uso de la lengua?

La responsabilidad que asumimos con el uso de la lengua es enorme, y solo con la ayuda de Dios somos capaces de romper el poder, la destructividad, la indomabilidad y la inconsistencia de nuestra lengua.

Es cierto el siguiente dicho de Konrad Adenauer (canciller alemán, luego de la Segunda Guerra Mundial): “Todos los órganos humanos se cansan, menos la lengua”. No utilicemos nuestra lengua como un puñal, sino como una fuente curativa de bendición para los demás.

Pasan dos años antes de que un niño comience a hablar, y luego pasan 20, 30, 40 o 50 años hasta que aprendamos a cerrar la boca de nuevo. Por eso, los cristianos deberíamos tomar cada día clases de idioma con nuestro maestro, el Señor Jesucristo. Esto incluye la decisión voluntaria de poner nuestra habla bajo el dominio del Espíritu Santo, como lo hizo David:

“Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua; guardaré mi boca con freno” (Sal.39:1). “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios” (Sal. 141:3). “Por amor de tu nombre, oh Jehová, perdonarás también mi pecado, que es grande” (Sal. 25:11).

Y hagamos caso a lo que dice el Nuevo Testamento: “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mt. 5:37). “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4:6).

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad