La venida de Jesús y el secreto de Juan

Wim Malgo (1922–1992)

Una interpretación del último libro de la Biblia. Parte 8. Apocalipsis 1:3-7

Juan escribe: “Porque el tiempo está cerca” (Ap. 1:3). Según el calendario de Dios, con el nacimiento del Señor Jesucristo, Su muerte en la cruz, Su resurrección y ascensión, y el Pentecostés, la historia del mundo y de la humanidad no solamente entró en una etapa decisiva, sino también en la etapa final y concluyente –en el último tiempo. Por eso dice: “En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (He. 1:2). Cuando sucedió el derramamiento del Espíritu Santo, Pedro sabía: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne” (Hch. 2:16-17).

De acuerdo con eso, estrictamente hablando, la historia del tiempo final en el sentido del Nuevo Testamento no es recién la historia del ultimísimo tiempo. Más bien la historia del tiempo del fin es toda la historia de salvación neo testamentaria que progresivamente entra a la perfección. En este conocimiento vivían también los apóstoles y los primeros cristianos. Por eso ellos –hace dos milenios atrás– de ningún modo podían decir: “Mi Señor no viene por mucho tiempo”, como lo hizo el siervo malo en Mateo 24:48. Ya en aquel entonces ellos vivían conscientemente en la última hora, en el tiempo del fin, y por eso se encontraba en el centro de su pensar, hablar y obrar la seguridad: “¡Jesús viene!”. Ese era su motor.

¡Hoy, sin embargo, ya no vivimos en la última hora en cuanto a la historia de la salvación, sino en el último segundo! “He aquí, ¡Él viene con las nubes!”

¿Quiénes fueron los primeros destinatarios del Apocalipsis de Jesucristo a través de Juan? Después de la impresionante introducción, él se dirigió directamente a ellos. Parece casi antiguo testamentario cuando él, en el versículo 4, comienza a hablar en forma epistolar: “Juan, a las siete iglesias que están en Asia: gracia y paz a vosotros, del que es…”. Quien ha nacido de nuevo, pertenece a esta Iglesia comprada con sangre y escucha ahora la confirmación del Espíritu Santo en su corazón, cuando lee la primera alabanza en el Apocalipsis: “Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (v.6).

Esta primera alabanza proviene de Juan, quien todavía estaba en la Tierra, mientras que todos los siguientes de los santos glorificados y de los seres celestiales suben y alaban a Dios y al Cordero.

¿Cuál fue el secreto de Juan, que él recibiera tanta revelación del Señor? Ningún otro apóstol pudo ver cosas tan impresionantes como él. Si tenemos el deseo de que el Señor pueda revelarse a través de nuestra vida, deberíamos conocer este secreto de Juan. Él no era un hombre especialmente culto. Sus escritos testifican de un vocabulario pequeño. Pero Juan fue el único de los doce discípulos que perseveró debajo de la cruz del Gólgota hasta que Jesús falleció. Allí él, a quien el Señor había llamado “hijo del trueno”, también murió a su propio ser. De este modo fue que él no se animó en su evangelio a hablar de sí mismo en primera persona, sino que escribe en tercera persona. Él ya no se quiere distinguir a sí mismo, sino que dice: “Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis” (Jn. 19:35).

Desde que él miró a Jesús, el Cordero de Dios, ya no se anima a destacarse a sí mismo. En la medida en que hemos visto a Jesús y hemos perseverado con Él en la posición del ser crucificados con Él, ya no nos animamos a ponernos a nosotros mismos en primera fila. ¡Todos los que buscan honor con las personas, nunca han visto a Jesús! Quien ha mirado a Jesús en Su sufrimiento amargo y Su muerte en la cruz del Gólgota, se odia a sí mismo y se retira a trasfondo, pidiendo: ¡Señor, revélate Tú! Esa persona no es un fariseo orgulloso de su propia piedad.

Juan no logra evitar mencionarse a sí mismo cada tanto cuando quiere testificar de lo que ha visto. Pero luego evita mencionarse otra vez, como por ejemplo, en Juan 13:23: “Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús”. Por eso el Señor en Apocalipsis 2:4 pudo hablar a través de él: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor”. Solo porque él amaba tanto al Señor, podía hablar de la pérdida del primer amor. Nosotros no podemos ayudar a otras personas a avanzar espiritualmente ni un solo milímetro más de lo que estamos nosotros mismos –ni por medio de un folleto ni de un testimonio.

El carácter borrado de Juan se expresa también de manera especial en su introducción. Porque en el capítulo 1:4 no dice “Juan, un apóstol y siervo de Jesucristo escogido desde el vientre de su madre”, sino que sencillamente se llama por su nombre. Es decir que incluso evita el título, como lo usan por ejemplo Pablo y Pedro con toda razón para que los destinatarios de las cartas enseguida supieran con quien estaban tratando. Pero Juan, quien había visto al Cristo crucificado y mirado al Señor que vendrá otra vez, dice sencillamente: “Juan a las siete iglesias en Asia…”.

A continuación, expresa la bendición del Dios triuno sobre las siete iglesias, mencionando primero a Dios el Padre: “Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir”. Luego menciona al Espíritu Santo: “Y de los siete espíritus que están delante de su trono”. Y después nombra al Hijo: “Y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra” (v.5). Él adora al Hijo: “A Él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (v.6), e inmediatamente le sigue el mensaje: “He aquí que viene con las nubes” (v.7).

Nadie en la Tierra puede evitar el encuentro con Jesucristo. Juan enfatiza expresamente en el versículo 7: “Y todo ojo le verá [es decir, las naciones], y los que le traspasaron [es decir, Israel]”. Cuando Él venga con las nubes, vendrá como el “testigo fiel” para Israel y como el “primogénito de los muertos” para la Iglesia. Para las naciones, Él viene como el “soberano de los reyes de la tierra”. Sus comprados con sangre y Su segunda venida son mencionados en cierto modo en el mismo instante. Versículo 5: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre”. Versículo 7: “He aquí que viene con las nubes…”. ¡Eso significa que el que es nacido de nuevo con base en la sangre de Jesús es un mismo cuerpo con Él!

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