La Teología de la cruz de Lutero

Carl R. Trueman

¿Dónde se revela el Dios viviente? La respuesta de Lutero: en la cruz. Y lo que eso significa en cuanto al carácter de Dios y para nuestra vida personal, no es nada menos que una sensación. Una exposición al respecto.

Nadie podría haber imaginado que la reforma de octubre de 1517 sería iniciada a través de las 95 tesis de Martín Lutero. El documento en sí tan solo presentaba el ­escenario para un debate universitario. Lutero solamente argumentaba en favor de la corrección de la  granjería de indulgencias, no en favor de la abolición de la misma. Él ni siquiera intentó presentar un plan para una amplia reforma teológica y eclesiástica.

De hecho, antes de sus tesis, el 4 de septiembre de 1517, en su Disputa contra la Teología escolástica, Lutero había dicho cosas mucho más controversiales cuando criticó, por ejemplo, la manera como se practicaba la teología medieval desde hacía siglos. Esta disputa, no obstante, pasó sin que nadie chistara. Hablando humanamente, fue solamente la combinación extraordinaria de algunos hechos exteriores–de tipo social, económico y político–lo que hizo que las 95 tesis llegaran a ser la chispa que encendiera la mecha de la Reforma.

Pero, una vez encendida esta mecha, la Iglesia cometió un error fatal: permitió a la Orden de los Agustinos, a la cual pertenecía Lutero, considerar todo el asunto como un problema insignificante, local. En abril de 1518 debía realizarse una asamblea de la orden, y se le pidió a Lutero que explicara algunas tesis de su teología, para que sus hermanos pudieran evaluarlas. De este modo, las relativamente triviales 95 tesis de Lutero, dieron allí la oportunidad decisiva de redactar la teología que él ya había expresado anteriormente en su disputa de septiembre.

Esta disputa de Heidelberg demostró ser de importancia por dos razones. Por un lado, por lo menos otro futuro grande de la de Reforma estaba presente, Martín Bucero, el reformador de Estrasburgo, quien pasaría su vejez ­como profesor de teología en Cambridge. Como hombre de gran intelecto y perspicacia interconfesional, Bucero tendría una profunda influencia sobre la próxima generación de reformadores, entre ellos, también, sobre Juan Calvino. La primera prueba del pensamiento reformador la recibió, en aquel tiempo, con Lutero en Heidelberg. Y aún así, a pesar de que Bucero salió de la disputa asombrado de cómo Lutero había atacado lo que había llegado a ser la iglesia, pasó por alto la base teológica de lo que Lutero había dicho. Este es el segundo punto de importancia: la teología de Lutero sobre la cruz.

Hacia fines de la disputa, Lutero presentó algunas tesis que (según era típico de Lutero) parecían insensatas, o por lo menos confusas:

“19. No es digno de ser llamado teólogo quien conoce y comprende la esencia invisible de Dios, a través de Sus obras, de Su creación [Ro. 1:20],

20. sino aquel que comprende lo que de la esencia de Dios es visible y dirigida al mundo, hecha visible en el sufrimiento y en la cruz.

21. El teólogo de la gloria llama al mal bien y al bien mal. El teólogo de la cruz llama a las cosas como son realmente.

22. Aquella sabiduría que reconoce y ve la esencia invisible de Dios en la creación, hace que la persona se enorgullezca, se enceguezca y se endurezca.”

Estas declaraciones, en definitiva, describen la parte central de la teología de Lutero, y si comprendemos lo que él quiso decir con estos términos y expresiones un poco oscuras, no solamente aclaramos el contenido de su teología, sino también cómo, según su opinión, deberían pensar los teólogos. De hecho, Lutero aquí retoma la declaración explosiva de 1 Corintios 1, del apóstol Pablo, y la desarrolla en un precepto teológico básico.

La clave de su argumentación, es su opinión que los humanos no deberían especular sobre quién es Dios y cómo actúa, si antes no Le han visto tal como Él mismo se revela. Es así que Lutero considera la auto-revelación de Dios como básica para toda teología. Ahora, seguramente no existe hereje alguno en la historia que no confirme esto, ya que toda teología presupone la auto-revelación de Dios–ya sea en la naturaleza, en el intelecto humano, en la cultura o en lo que sea.

Lutero, no obstante, tenía una idea radicalmente restrictiva de la autorevelación de Dios. Dios se reveló a Sí mismo como misericordioso frente a la humanidad en la encarnación, cuando Él se mostró a sí mismo en forma de ser humano–y el punto culminante de esta auto revelación ocurrió en la cruz del Calvario. De hecho, Lutero a veces se refería de manera enigmática al Cristo crucificado como “vista posterior de Dios”–ese era el punto en que Dios apareció como totalmente contrario a lo que, por lo demás, se podría haber esperado de Él razonablemente.

Los “teólogos de la gloria”, por lo tanto, son aquellos que forman su teología a la luz de lo que Dios debería ser según sus expectativas –y, qué sorpresa, convierten a Dios en alguien que se parece a ellos. Los “teólogos de la cruz”, no obstante, son aquellos que forman su teología a la luz de la auto revelación de Dios, en Cristo, en la cruz.

Las consecuencias de esta postura son revolucionarias. Primeramente, Lutero exigió que se corrigiera la totalidad del vocabulario teológico, a la luz de la cruz. Tomemos por ejemplo la palabra poder. Cuando los teólogos de la gloria leen en la Biblia sobre el poder de Dios, o utilizan este término en su propia teología, suponen que este poder es comparable al poder humano. Ellos consideran poder comprender el poder divino, si lo más poderoso que se pueden imaginar lo agrandan hasta lo infinito. A la luz de la cruz, sin embargo, esta comprensión del poder de Dios es exactamente lo contrario. El poder de Dios se revela en la debilidad de la cruz, ya que, cuando Él aparentemente estuvo vencido por la mano de los poderes malignos y de las autoridades terrenales corruptas, Jesús mostró Su poder divino al vencer a la muerte y al poder del maligno. De modo que si un cristiano habla del poder de Dios, o incluso del poder de la iglesia o del cristianismo, esto tiene que ser entendido bajo las condiciones del poder de la cruz, escondido en forma de debilidad.

Para Lutero, entonces, todos los demás términos teológicos deben ser considerados de la misma manera. Es así como, por ejemplo, la sabiduría de Dios se revela en la locura de la cruz. Porque, ¿a quién se le habría podido ocurrir la tonta idea de tomar forma humana, para morir una muerte espantosa, en lugar de los pecadores que Lo rechazan conscientemente; que Dios purificara a los pecadores al convertirse en pecado por ellos; o que Dios resucitara a un pueblo a una nueva vida al someterse a Sí mismo a la muerte? De esta manera, podríamos continuar considerando términos como vida, bendición, santidad y justicia. Todos ellos son importantes conceptos teológicos; y todos ellos son propensos a que las personas los interpreten según su propia imagen; pero todos ellos deben ser comprendidos de una manera nueva a la luz de la cruz.

Esta comprensión es uno de los factores en el pensamiento de Lutero, que le da a su teología una lógica y coherencia internas. Tomemos, por ejemplo, su entendimiento de la justificación, donde Dios declara al creyente como justo a Sus ojos, no con base en algún tipo de entereza interna (o sea algo que el creyente haya hecho o elaborado), sino sobre la base de una justicia foránea, es decir de la justicia de Cristo que se mantiene fuera del creyente. ¿No es esto característico de la extraña, pero maravillosa, lógica del Dios de la cruz? ¡La persona que verdaderamente es injusta y está atrapada en el pantano del pecado, es declarada por Dios como pura y justa! Una verdad de este tipo es inconcebible para el intelecto humano pero, a la luz de la cruz, tiene sentido absoluto.

¿Y qué de la idea del Dios que baja y ama a los que no son dignos de ser amados y a los injustos, aun antes de que estos objetos de Su amor muestren la más leve inclinación a amarlo a Él o a hacer el bien? Algo así es inconcebible para los teólogos de la gloria, que consideran que Dios es igual a ellos, como otros seres humanos, y que Dios por eso reacciona solo hacia aquellos que son atrayentes y buenos, o que de alguna manera primero se hayan ganado Su favor. Pero, la cruz muestra que Dios no es así: contrariamente a toda suposición que los humanos puedan hacerse sobre Dios y Su manera de actuar, Él no exige nada digno de ser amado en los objetos de Su amor; más bien es Su amor, por adelantado, lo que crea esa dignidad de ser amado, sin fijar condiciones al hacerlo. Un Dios así se revela con una ternura y hermosura sorprendente e inesperada en el feo y brutal drama de la cruz.

Lutero no limita la teología de la cruz a la auto revelación objetiva de Dios. Él considera esto también como la llave a la comprensión de la ética y experiencia cristiana. Fundamental para ambas es el rol de la fe: a los ojos de la impiedad, la cruz es una necedad; es lo que parece ser: la muerte estremecedora, sucia, de un hombre maldecido por Dios. Así es como el intelecto del impío interpreta la cruz–ya sea una locura para los griegos, o un escándalo a los judíos; según si uno escoge el pecado de la arrogancia intelectual o el de la egolatría moral. Los ojos abiertos a través de la fe, sin embargo, ven la cruz como lo que verdaderamente es. Dios es revelado, escondido en la forma externa. Y la fe debe ser comprendida como un regalo de Dios, no como una fuerza del intelecto del ser humano mismo.

Este principio de la fe le permite, entonces, al creyente, comprender cómo él o ella deben comportarse. Unido a Cristo, el gran Rey y Sacerdote, el creyente también es un rey y un sacerdote. Pero, este título no es ninguna excusa para ser autoritario con otros. De hecho, la realeza y el sacerdocio en el creyente deberían ser realizados como en Cristo–a través de sufrimiento y el auto sacrificio en el servicio a otros. El creyente es señor de todas las cosas, siendo siervo para todos; el creyente es totalmente libre, al estar sometido a todos. Así como Cristo demostró Su reino y Su poder a través de la muerte en la cruz, así lo hace el creyente al entregarse incondicionalmente al bienestar de los demás. Nosotros, como dice Lutero, deberíamos ser pequeños Cristos para nuestros prójimos, porque al hacer esto, encontramos nuestra verdadera identidad como hijos de Dios.

Esta manera de verlo es explosiva y ofrece una comprensión totalmente nueva de la autoridad cristiana. Los ancianos, por ejemplo, no deberían ser conocidos como los que se dan importancia, los que importunan a otros, y los que utilizan su posición, su prosperidad y sus referencias, para imponer su propia opinión. No, sino que el verdadero anciano cristiano es el que dedica su vida entera al servicio doloroso, incómodo y humillante de los demás, porque así demuestra una autoridad semejante a la de Cristo, es decir el tipo de autoridad que Cristo mismo demostró en Su encarnación, Su vida y especialmente en la cruz del Calvario.

Las consecuencias de la teología de la cruz para el creyente, no se quedan en eso. La cruz es ejemplo de cómo Dios obra con los creyentes, o sea con los que, a través de la fe, están unidos a Cristo. Dicho en otras palabras: una gran bendición viene a través de un gran sufrimiento.

Para nosotros, en los países prósperos, este punto es difícil de asimilar. Hace algunos años atrás, por ejemplo, di una conferencia sobre este tema en una iglesia, y señalé que la cruz no solamente es la obra de redención, sino que también revela cómo Dios obra con los que Él ama. Después, alguien me enfrentó y cuestionó eso, diciendo que la teología de la cruz de Lucero, suprimía el hecho de que la cruz y la resurrección marcan el comienzo de la supresión de la maldición del pecado, y que por eso nosotros debemos esperar grandes bendiciones. Y que si solamente nos concentramos en el sufrimiento y en la debilidad, pasamos por alto el significado apocalíptico del servicio de Cristo.

A esta persona, sin embargo, le faltó aplicar la teología de la cruz de Lutero, con el cuidado con que debería haberlo hecho. Todo lo que dijo era cierto, pero él no logró comprender lo dicho a la luz de la cruz. Sí, Lutero estaría de acuerdo en que la maldición ha sido abolida, pero esa abolición se hace visible a través del hecho de que, por medio de la cruz, lo malo ahora es totalmente infiltrado en el servicio del bien. Si la cruz de Cristo–por mucho, el acto más maligno de la historia de la humanidad–puede coincidir con la voluntad de Dios y ser la fuente de la victoria decisiva sobre el mal que la causó, entonces toda otra maldad puede ser socavada para las cosas del bien.

Más que eso, si la muerte de Cristo, de manera misteriosa, es una bendición, entonces todo el mal que le puede ocurrir a un cristiano también puede ser una bendición. Sí, la maldición ha sido quitada; sí, bendiciones fluirán: pero, ¿quién ha decidido que esas bendiciones deban coincidir con las pretensiones y expectativas del occidente materialista? La lección de cruz, para Lutero, es que el hombre más bendecido de la tierra, Jesucristo mismo, demostró ser bendecido justamente en Su sufrimiento y muerte. Y si Dios actuó de esa manera con Su Hijo amado, entonces aquellos que por la fe están unidos a Él, ¿tendrán el derecho de esperar algo diferente?

Eso, para Lutero, pone el problema del mal a una luz un tanto diferente que para, digamos, Harold Kushner, el rabino que escribió When Bad Things Happen to Good People (Cuando las cosas malas le suceden a gente buena). Estas cosas suceden, diría Lutero, porque Dios bendice de esta manera a los creyentes. Dios completa Su obra en nosotros al hacer Su obra extraña (lo contrario de lo que esperamos); Él nos bendice en verdad, cuando aparentemente nos está maldiciendo.

Eso de hecho es así. Cuando comprendemos que la muerte de Cristo–el peor crimen de la historia–correspondió de una manera profunda y misteriosa a la voluntad del Dios trino, sin que al hacerlo Dios se hiciera culpable moralmente de manera alguna, entonces también vemos la solución para el antiquísimo problema de cómo se puede absolver a un Dios todopoderoso de la responsabilidad en cuanto al mal. La respuesta al problema del mal no se encuentra en que tratemos de descubrir cómo y dónde surgió, ya que eso sencillamente no nos ha sido revelado. En lo ocurrido en la cruz, más bien, queda claro que el mal es totalmente utilizado a favor del bien. Romanos 8:28 es cierto en base a la cruz de Cristo: si Dios puede tomar el peor de los males y convertirlo en lo mejor de todo lo bueno, cuanto más puede tomar los males menores que complican la historia de la humanidad–desde tragedias personales hasta catástrofes internacionales–y transformarlos también para Su buenos propósitos.

La teología de la cruz de Lutero es demasiado amplia para poder cubrirla adecuadamente en un solo artículo. Pero tengo la esperanza que mi corto compendio deje claro qué rica inspiración de consideración teológica pueden ganar aquellos que mediten en 1ª Corintios 1, y lleguen a ser conscientes de los espectaculares contrastes entre la apariencia y la realidad que pueden ser encontrados en las Sagradas Escrituras, y que fueron destacados con tanto ímpetu por Martín Lutero. Como antídoto al sentimentalismo, al evangelio de la prosperidad y a la excesiva expectativa mundana del apocalipsis, esto es oro teológico. La cruz no solamente es el lugar donde Dios redime el pecado; también es una revelación profunda de lo que Dios es y de cómo Él obra frente a Su creación.

Publicado primeramente en New Horizons, en octubre de 2005. Publicado aquí con el amable permiso de la Orthodox Presbyterian Church.

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