La “superseñal” del tiempo final - Parte 1

Ron Rhodes

¿Tiene el renacimiento de Israel como nación un significado especial? ¿Por qué las naciones vecinas odian tanto al Estado judío? La palabra profética de la Biblia y los acontecimientos políticos de nuestros tiempos dan respuestas a estas y otras preguntas.

Todo comenzó con Abraham. Su nombre significa “padre de multitudes”. Su lugar de origen fue la ciudad de Ur en Mesopotamia, a orillas del río Éufrates. Todo indica que Abraham era un hombre de bienestar material y de influencia social.

Dios ordenó a Abraham que dejara Ur y viajara a una tierra nueva –la tierra de Canaán, la cual quería dar a él y a sus descendientes (Gén. 11:31)–, por lo que se puso en camino junto a su esposa Sara y su sobrino Lot. Al llegar a Canaán, lo primero que hizo fue construir un altar y adorar a Dios. Esto era típico en Abraham –para él, Dios tenía la máxima prioridad.

Alrededor del año 2100 antes de Cristo, Dios realizó un pacto fundamental con Abraham, donde le hizo promesas concretas acerca de la tierra que quería darle. En Génesis 15:18-21 leemos: “En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: a tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos.” Esta es la descripción de una región definida con claridad.

Las promesas originales dadas a Abraham con respecto a la tierra pasaron a su descendencia a través de la línea de Isaac. En Génesis 26:3-4, el Señor le dijo a este último: “Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente”.

Luego, estas promesas se traspasaron de Isaac a Jacob. El Señor le dijo a Jacob: “[…]Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente” (Gén. 28:13-14).

Las promesas acerca de la tierra, establecidas por Dios en su pacto, fueron confirmadas de manera reiterada en la Biblia. Así leemos, por ejemplo, en Salmos 105:8-11: “Se acordó [Dios] para siempre de su pacto; de la palabra que mandó para mil generaciones, la cual concertó con Abraham, y de su juramento a Isaac. La estableció a Jacob por decreto, a Israel por pacto sempiterno, diciendo: a ti te daré la tierra de Canaán como porción de vuestra heredad”.

El hecho que Dios haya reiterado una y otra vez estas promesas a los judíos nos da a entender que son por completo seguras. El pacto de Dios con Abraham es un “pacto eterno”.

Con el nacimiento del actual Estado de Israel en 1948, comenzó el cumplimiento de determinadas profecías bíblicas acerca del retorno de la comunidad internacional judía, aún sin fe, a su tierra –antes del juicio que vendrá a través de un tiempo de gran tribulación–. Este retorno, conforme a las predicciones bíblicas, tendría lugar después de cientos de años de exilio durante los cuales los judíos estaban dispersos por los más diversos países del mundo.

En Ezequiel 36:10, Dios dio la siguiente promesa al pueblo judío: “Y haré multiplicar sobre vosotros hombres, a toda la casa de Israel, toda ella; y las ciudades serán habitadas, y edificadas las ruinas.” Además, afirmó: “Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país” (Ez. 36:24). En los tiempos bíblicos, Israel había sido esclavizado por diferentes naciones, como los egipcios y los babilónicos. Cada vez, Dios los liberaba después de cierto tiempo. Pero nunca, en la historia bíblica, los israelitas habían sido rescatados de “todas las tierras”. Esto comenzó recién en el año 1948, cuando Israel en definitiva volvió a conformarse en una unidad nacional.

En la visión de los huesos secos, en Ezequiel 37, el Señor reúne de manera milagrosa los huesos desparramados, forma un esqueleto, provee músculos, tendones y carne, e infunde vida al cuerpo sin aliento. Sin duda alguna, este capítulo refiere a Israel, pues leemos allí: “Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel […]” (v. 11). El capítulo describe cómo Israel se convierte en una nación viva, una nación que respira, que parece haber resucitado de los muertos.

Cuando Tito y sus soldados romanos destruyeron Jerusalén en el año 70 después de Cristo, aniquilaron con esto la identidad política de Israel (Luc. 21:20). Desde aquel entonces, los judíos estuvieron por muchos siglos dispersos por el mundo. Nadie hubiera sospechado que Israel volvería a ser un Estado –pero ocurrió–. En 1948, Israel se constituyó un Estado independiente.

El autor cristiano, Joel C. Rosenberg, explica:

“Cuando Israel declaró su independencia el 14 de mayo de 1948, su población contaba solamente con unos 806,000 habitantes. Pero hacia fines del año 2005, ya vivían casi 7 millones de personas en Israel, entre ellas 5,6 millones de judíos. Cada año, llegan miles de inmigrantes. Solamente en 2005, unos 19,000 judíos inmigraron a Israel. Hoy hay más judíos en el área de Tel Aviv que en la ciudad de Nueva York, y en Israel viven tantos judíos como en los Estados Unidos. No durará mucho tiempo hasta que haya más judíos en Israel que en todos los demás países juntos”.

Sin duda alguna, ha comenzado a efectuarse el plan de Dios para la restauración de Israel. A continuación, daremos algunos datos importantes de la historia reciente:

1881-1900: Unos 30,000 judíos, perseguidos en Rusia, emigran a Palestina.

1897: La meta de establecer un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina recibe un nuevo impulso con el Primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, que transformó el sionismo en su programa político.

1904-1914: Otros 32,000 judíos perseguidos en Rusia se trasladan a Palestina.

1924-1932: 78,000 judíos polacos emigran a Palestina.

1933-1939: 230,000 judíos perseguidos en Alemania y Europa central emigran a Palestina.

1940-1948: 95,000 judíos perseguidos en Europa central viajan a Palestina. Al mismo tiempo, Adolf Hitler y la Alemania nazi asesinan a más de seis millones de judíos.

1948: Nace el nuevo Estado de Israel.

1967: A consecuencia de una invasión árabe, Israel conquista Jerusalén y Cisjordania en la guerra de los Seis Días.

Al considerar estos hechos, parece que Dios va cumpliendo de a poco sus promesas dadas en las Escrituras. En la actualidad, todos los ojos están dirigidos hacia Israel y el Medio Oriente.

Israel está hoy todavía en un estado espiritual de incredulidad. Pero conforme a Joel 3:1-2, habrá en el futuro un avivamiento espiritual en esta nación. La guerra de Armagedón –al final del tiempo de tribulación– parece ser el contexto histórico que llevará en última instancia a su conversión (Zac. 12:2-13:1). Parte de la restauración de Israel será la confesión de sus pecados nacionales (Lev. 26:40-42; Jer. 3:11-18; Os. 5:15), a la cual le seguirá su redención y el cumplimiento de la profecía de Pablo en Romanos 11:25-27:

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados”.

En la desesperada situación que Israel vivirá en la guerra de Armagedón, pedirá a su recién encontrado Mesías que vuelva y lo salve. “[…] Llorarán como se llora por hijo unigénito […]” (Zac. 12:10; compárese con Mat. 23:37-39 e Is. 53:1-9). Y su salvación vendrá con toda seguridad (Rom. 10:13-14). Al final, los dirigentes de Israel entenderán la causa de la tribulación que vino sobre ellos; es posible que el Espíritu Santo abra su entendimiento acerca de las Escrituras (1 Cor. 2:9-3:2). En el reino milenario, Israel tomará posesión de la totalidad de la tierra que le fue prometida y presenciará el restablecimiento del trono de David, tal como Dios lo prometió en 2 Samuel 7:5-17. Será un tiempo de bendiciones materiales y espirituales basadas en el nuevo pacto, descrito en Jeremías 31:31-34.

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