La ruina de Occidente y la opción de los anabaptistas
Actualmente disfrutamos de bienestar, libertad y progreso como ninguna otra generación anterior a nosotros. Pero al mismo tiempo en la sociedad occidental se está echando a perder la vida espiritual llena de sentido. ¿Qué debemos hacer frente a esto?
La escritura en la pared dice: “Mene mene tekel u-parsin” (Dn. 5:25). El occidente “cristiano” está decayendo. Dios ha “contado y puesto límite” a nuestro “reino”. Él nos ha “pesado en balanza y hallado faltos”. Él ha “roto” el reino y lo ha dado a otros (Dn. 5:26-28). Si el Apóstol Pedro, en vista de las persecuciones, ya en su tiempo les escribía a los cristianos: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 P. 4:17), eso debería darnos que pensar.
El Cercano Oriente, por ejemplo, que en un tiempo fue cristiano, la cuna de nuestra fe y patria de muchas de las grandes cabezas del cristianismo (como los tres Padres de Capadocia), hace mucho ya que es islámico, desde Turquía pasando por Siria, Egipto hasta Argelia. Algunos temen que esta islamización también se dé en Europa. Un experto que inmigró desde el Cercano Oriente, señaló con respecto a la amenaza de la islamización de Alemania que la misma no estaría por venir sino que ya habría sucedido. El tren habría partido y Alemania se habría perdido el desarrollo. En la generación venidera se verá si su pronóstico oscuro es realidad o no.
Por más de mil años, el Dios vivo tuvo paciencia con la iglesia católica romana, que era la que llevaba la voz cantante en el sentido religioso en Europa Occidental. Esto fue hasta que el Señor de todos los señores y el Rey de todos los reyes permitió la Reforma, con sus consecuencias sangrientas y la fragmentación de una iglesia visible y hacia afuera homogénea, en incontables comunidades que hasta el día de hoy en parte se odian a muerte. El gran médico, aplicó el bisturí y trató el cuerpo enfermo. Quizás el Dios fiel, justo y misericordioso vuelva a hacerlo en nuestros días.
No sabemos cuán cerca está el fin. No sabemos si el Todopoderoso una vez más dará una Reforma y mejoría, o si el arrebatamiento de los creyentes al cielo está por suceder en breve (1 Ts. 4:16-17), y el Anticristo ya se está moviendo con impaciencia (2 Ts. 2:3). Sencillamente no nos es dado “saber los tiempos y las sazones” (Hch. 1:7). Pero eso no quiere decir que debemos ser ciegos y no estimar las señales del tiempo.
El flujo de refugiados es un problema real para la estabilidad de la sociedad. El aumento de la impiedad entre nosotros llevará frutos sumamente venenosos. Vemos las consecuencias en la disolución de matrimonios y familias, en la obcecación de género y en la presión social por la corrección política, que obliga a la gente cada vez más a tolerar perversiones e incluso a aprobarlas. Vivimos en una sociedad donde el mal es llamado bien y el bien mal, en la que de la oscuridad se hace luz y de la luz oscuridad, de lo ácido dulzura y de la dulzura ácido (Is. 5:20). Ese es el tiempo del fin.
Ese sentimiento apocalíptico sofocante que hace sufrir a muchos creyentes occidentales (incluso dentro de su bienestar) viene por una buena razón. Desde un punto de vista externo y material, muchos de nosotros estamos tan bien como nunca antes. Nuestra libertad sigue siendo sin precedentes a pesar del aumento de la impiedad. Pero la inquietud que sentimos, y las condiciones de pánico que muchos lamentan, señalan un problema más profundo, un problema espiritual.
El cristiano ortodoxo Rod Dreher advierte incansablemente en su blog sobre la anticristianización de la sociedad occidental. Él señala, por ejemplo, la presión de grupo real en instituciones educativas y universidades estadounidenses, donde está de moda ser transgénero y bisexual. Niños y adolescentes fáciles de influenciar, que solo desean pertenecer al grupo, se ven presionados por los chicos populares e “iniciados” a cuestionar su identidad sexual. De este modo ellos, para estar lo más “a la moda” posible, toman nuevos roles de género difusos. Lo principal es que un varón ya no sea un varón y una chica ya no sea una chica. Este desarrollo es alarmante, y no es ningún pesimismo que solo concierne a Estado Unidos. Quien no lo quiera creer, tan solo recuerde la discusión con respecto al Plan de Estudios 21 de Suiza, que según jugendundfamilie.ch en varios aspectos (pero todavía no en todos) se ha despedido de los valores cristianos occidentales, y está “generizado” hasta la médula.
¿Qué deben hacer los creyentes? Rod Dreher propone la “Opción Benito”. Él toma al monje padre Benito de Nursia († 547) como ejemplo. Era el hijo de un terrateniente rico, pero cuando su padre lo envió a Roma para estudiar, Benito se vio sorprendido por la inmoralidad de la ciudad papal. Se retiró y fundó monasterios estrictamente ascetas, cuyos monjes se autoabastecían al margen de la sociedad, y desde allí comenzaban a influir positivamente en la vida europea pervertida. Dreher no propone huir del mundo, sino que enfatiza que los cristianos deben aprender de nuevo a organizarse ellos mismos: encargarse aún de educación, provisión emocional, medicinal y corporal, y no hacerse dependientes de un Estado cada vez más anticristiano.
En pocas palabras, Dreher llama a un regreso al estilo de vida de los primeros cristianos, que salen de la ramera Babilonia con todas sus tentaciones brillantes pero mortales, y en lugar de eso se reúnen en una ciudad pura (hablando figurativamente), y desde allí llevan el evangelio y el amor al prójimo a una sociedad, desesperada y sin esperanzas.
Los pensamientos de Dreher son buenos, correctos y verdaderos. Pero como protestante quiero proponer una opción formulada de una manera diferente, aunque en el fondo igual, que es la opción anabaptista (sobre esta corriente informaremos más en las próximas ediciones). Contrario a los reformadores, muy considerados y poderosamente utilizados por Dios, los anabaptistas desde el principio enfatizaban que un enlace con un Estado secular, aun cuando les fuera benévolo, siempre es peligroso y espinoso. Ellos también se organizaban por sí mismos y se mantenían consecuentes con la doctrina bíblica y una vida pura y ética “en medio de una generación maligna y perversa” (Fil. 2:15).
Claro que podríamos reprocharles a los anabaptistas (como antes de ellos a Benito de Nursia), que favorecían demasiado una justificación por obras delante de Dios. Algunos anabaptistas lo han llevado demasiado lejos con su separación del mundo. Aún así no deberíamos cerrar nuestros ojos ante la realidad, escondiéndonos entre nuestras cuatro paredes y actuando como si la oscuridad pasara de largo de nosotros sin dañarnos. Nuestros hijos y nietos realmente van a escuelas que no solamente toleran la impiedad, sino que la fomentan activamente. El paganismo ha vuelto, y cuanto antes nosotros los creyentes lo reconozcamos y despertemos, tanto antes podremos nuevamente ser sal y luz. Porque en el momento son nada menos que los musulmanes radicales quienes, para un número cada vez mayor de europeos occidentales, representan una alternativa al vacío espiritual del neopaganismo, (recordemos las olas de shock que produjo un hombre de Alternativa para Alemania con su conversión al islam, o a chicas estudiantes que voluntariamente se unen a ISIS).
La crítica cultural Mary Eberstadt mostró en su libro How The West Really Lost God (“Cómo el Occidente Realmente perdió a Dios”), que la fe es como un idioma: solamente se la puede aprender en una comunidad, comenzando con la comunidad de la familia. Cuando tanto las familias como la sociedad en sí son disueltas y las personas son aisladas, la transmisión de la fe a la próxima generación se hace mucho más complicada. Porque una fe que en la práctica no sirve de ejemplo, no es experimentada y no es vivida, es una fe muerta (cp. Stg. 2:27,26). Se necesita solamente una generación que fracase en transmitir la fe, y ya desaparece de la sociedad. (¿Recuerda alguien la religión más popular del Imperio Romano, el mitraísmo? ¿No? ¡Justamente!). La revolución sexual, la histeria de género, la alta tasa de divorcio, los asesinatos a través del aborto, el ataque contra la familia, todo esto, si se me permite este análisis audaz, pertenece a un plan “superior” del diablo: destruir para una generación entera la única fe que es verdadera y da salvación.
Si queremos darles a nuestros hijos y otros niños una buena perspectiva para este mundo y el más allá, los cristianos tenemos que considerar la opción de Benito o la de los anabaptistas; no en cuanto a huir del mundo, pero sí en reconocer que el Estado no es nuestra patria en la Tierra, sino la Iglesia del Dios verdadero.
En Dübendorf, donde nuestra Obra Misionera tiene su sede principal, existe una escuela cristiana que lucha por su subsistencia, y para ello cuenta con la ayuda de algunos miembros de nuestra iglesia en ese lugar. La licencia que tiene esta escuela nunca más sería otorgada por un Estado secular. En nuestro entorno la escuela es una oportunidad para ofrecer un contrapeso a la decadencia moral de Occidente. Reflexione, ore y mire dónde quizás usted pueda tener la posibilidad de, juntamente con otros cristianos, brillar como luz en un mundo cada vez más oscuro. Porque el siguiente principio sigue siendo verdadero aún en la peor tribulación del peor tiempo del fin: donde brilla la luz de Dios, las tinieblas tienen que retroceder (1 Jn. 2:8; cp. Ef. 2:19-22; Mt. 5:16; Fil. 2:15-16).