La palabra de la cruz

Hartmut Jaeger

“Me propuse no saber entre vosotros otra cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Co. 2:2). ¿Qué es el evangelio? Una postura.

Gandhi, el hombre de Estado de la India, provenía de una familia hindú. Con el Jesús crucificado, no sabía qué hacer. No obstante, consideraba muy importante el Sermón del Monte del judío Jesús de Nazaret. En un momento, Gandhi hizo construir un nuevo templo hindú en Nueva Delhi. En la entrada al mismo, debía quedar claro que, en otras religiones, también existe la adoración religiosa seria. Cincelado en piedra se ve a Confucio enseñando, a Buda descansando en sí mismo y también a Jesucristo –si bien no como predicador sobre la montaña, sino colgado de la cruz. Santos que adoctrinan y que hacen milagros existen en todas las religiones. ¡Pero en cuanto a Jesucristo es decisivo, que Él es el Crucificado!

El evangelio es sobre todo la palabra de la cruz: esta palabra uno puede aceptarla o rechazarla. Esta palabra es locura para aquellos que se pierden, pero para nosotros, los que somos salvos, es poder de Dios (1 Co. 1:18).

Las personas que rechazan la palabra de la Cruz están perdidas. De eso siempre debemos ser conscientes. El evangelismo no es esa experiencia bonita, sino lucha a vida o muerte. La cruz no es la alhaja, sino el madero de deshonra.

¡Qué fin tiene el hombre que solo ayudó a otros! ¿Habrá una muerte más deshonrosa que ser clavado en una cruz? Este hombre no solamente era la persona más bondadosa que jamás haya vivido sobre esta Tierra, sino también al mismo tiempo siempre es Dios –hasta el día de hoy.

El Dios, a quien es dado todo el poder en el cielo y en la tierra, se deja clavar en una cruz. ¡Inconcebible!

Pero en ninguna otra parte de la historia humana queda tan claro que Dios es tan soberano que puede convertir el hecho negativo más grande en uno positivo aún mucho más grande. Donde todo parece haber terminado, Dios despliega Su poder. Lo que a primera vista parece ser la derrota más grande, demuestra ser una victoria mucho más grande. ¡Es así como el madero de la deshonra se convierte en un símbolo de victoria!

Solo en el evangelio como palabra de la cruz está el poder de Dios. El poder no se encuentra en el objeto, sino en la persona. El madero tan solo fue el medio de ejecución. La persona ejecutada es decisiva. Por esta razón, no convertimos el medio en punto central –como lamentablemente ha sucedido tantas veces en la historia eclesiástica– sino dejamos a Cristo, el Crucificado, en el centro. Solamente Jesús –y a Él crucificado.

Pablo muestra el Crucificado a sus contemporáneos. Él hace todo lo posible para presentarle a la gente a Él, el Crucificado. ¡Y esa también es nuestra tarea!

El experimentar el evangelio de tal modo que haya gente que sea salva, siempre es un encuentro con el Crucificado. Aquí se muestra todo el amor de Dios. Aquí el Hijo de Dios paga lo que ningún ser humano puede pagar, es decir, el precio del pecado, la muerte. La palabra “cruz” nos toca en el punto más doloroso de nuestro ser: nos muestra que somos pecadores. Muestra que nuestra situación es tan desesperada que el Hijo de Dios tuvo que sacrificarse allá en lugar de nosotros.

En aquel tiempo, al igual que en la actualidad, el mensaje de la cruz no entusiasma a las masas. Todo lo contrario es la realidad.

Hay teólogos que hablan en contra de la “teología de sangre”. María Jepsen, por ejemplo, como primera obispa alemana, quería reemplazar la cruz por el símbolo más acogedor del pesebre. Pero, ¡de qué nos sirve un niño simpático en el pesebre! ¡Navidad sin Pascuas quizás nos conceda regalos, pero no una salvación!

O el pastor Anselm Grün quien también es un escritor y conferencista popular en círculos evangélicos, escribe en su libro Salvación:

“Durante los debates en conferencias una y otra vez me vi confrontado con conceptos de la salvación que me dolían. Por un lado, está la idea del Dios sediento de sangre que necesita la muerte de Su Hijo para poder perdonarnos. En algunas cabezas, todavía circula la idea de que Dios deja morir a Su Hijo para perdonar nuestros pecados. Pero, ¿qué Dios es ese que necesita la muerte de su Hijo para poder perdonarnos?”

¡La palabra de la cruz, en aquel tiempo como también hoy, es una molestia! Es un escándalo, porque no cabe con las imágenes de Dios que tiene el ser humano.

La cruz era el lugar de tormento. La cruz era el lugar para criminales. Aquí se ejecutaba la escoria de la sociedad. Por esta razón, el mensaje del Mesías crucificado en aquel entonces para los “judíos” era un gran escándalo y para los “griegos” una ridiculez (1 Co. 1:23). La muerte en la cruz de Jesucristo era y es un escándalo para los judíos, porque “maldito por Dios es el colgado” (Dt. 21:23). Hasta el día de hoy, Israel no puede captar el mensaje del Hijo de Dios en la cruz. Los “griegos” buscan sabiduría (1 Co. 1:22). Un Dios que se hace ser humano, que incluso va a la cruz, que se deja pegar y aborrecer, según el concepto de ellos era sencillamente tonto. Alguien que se degrada de este modo no puede ser Dios. Leamos al respecto 1 Corintios 1:25: “Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.”

La “insensatez” divina –eso es Jesucristo, el Hijo de Dios, en la cruz. Aquí Dios hizo lo que ninguna sabiduría humana haría. Pero solo así era posible salvar a los seres humanos perdidos de la violencia de la muerte y del poder de satanás.

La “debilidad” divina –eso es el Hijo de Dios crucificado, exteriormente indefenso. Pero “lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”, y por medio de Su muerte, el Señor Jesús le quitó el poder a aquel que tiene el poder de la muerte, eso es al diablo. Esto lo hizo para liberar a todos los que toda la vida estuvieron sometidos a la esclavitud del pecado (cp. Hebreos 2:14). ¡Qué triunfo!

La palabra de la cruz frustra todas las consideraciones humanas. Los humanos buscan sabiduría y entendimiento. Dios responde con el Crucificado.

La cruz, el Crucificado y Sus últimas palabras son tan centrales, tan elementales, tan existenciales, que los enemigos de la cruz y obviamente también el enemigo satanás, tienen el mayor de los intereses de quitar “la palabra de la cruz” de su posición central. Eso hace que el evangelio quede sin efecto, el mensaje sin fuerza y, nosotros los humanos, quedamos indefensos.

Durante una ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura se le preguntó al escritor ruso Alexander Solschenizyn, en qué habría fracasado el comunismo. Él dio una respuesta de tres partes: “El comunismo no tiene ninguna respuesta al tema de la culpa, al tema del sufrimiento y al tema de la muerte”.

A esto, el Cristo crucificado da respuestas claras. Eso me entusiasma. Es fantástico que podamos confrontar a la gente con eso.

La evangelización sin la palabra de la cruz es vacía, hueca, sin contenido, sin fuerza y, sobre todas las cosas, una evangelización de ese tipo no corresponde a la misión que Dios nos ha dado.

El evangelio como la palabra de la cruz es el fundamento de nuestra fe. Es el poder de Dios que necesitamos diariamente para poder vivir esa fe en el día a día. Por eso, no pasa día alguno en que no le agradezcamos al Crucificado por Su acto de amor en el Gólgota. Y esta comunión de fe, o mejor dicho de vida, con el Crucificado, les señala a nuestros prójimos el camino hacia Él, el único Redentor.

Esa es nuestra fuente de fuerza, ya que el autor de la carta a los hebreos dice: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (He. 12:3).

Este poder se hace especialmente visible cuando experimentamos nuestra necesidad de ayuda. Pablo conoce su debilidad como ser humano frágil, tiene respeto del tamaño de la tarea y literalmente tiembla (1 Co. 2:4). Pero es justamente en esa situación que el poder de Dios se hace visible.

Nuestros pensamientos están en el Crucificado. Hablamos de manera natural de nuestro Señor amado. Al hacerlo, nos arriesgamos a que se burlen de nosotros y que nos desprecien. Eso es normal. Porque el mensaje de la cruz es un escándalo.

Pero al hacerlo notamos: nosotros somos débiles, Él es fuerte. Cuando se agotan nuestras fuerzas, las Suyas son poderosas en nosotros los débiles.

La palabra de la Cruz es poder de Dios que actúa hasta en la eternidad. La fuerza humana va al vacío.

La palabra de la cruz es el fundamento de nuestra seguridad. ¡La gente a nuestro alrededor ansía redención! Por eso, hablamos de nuestro Salvador. La gente necesita esperanza, por eso, les mostramos con nuestra vida la esperanza viva en Jesucristo.

Jesucristo es nuestro centro. Él es la razón de nuestra vida. Él es nuestra meta. Él es nuestra esperanza. Él es nuestra vida. ¡Nadie es como Él!

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad