La Navidad no será triste para mi

Randy Alcorn

Todos nosotros vivimos, nos guste o no, cada año de nuevo las fiestas de fin de año. A partir de mediados de noviembre hasta principios de enero, cambia nuestra vida. Vivimos experiencias lindas, pero también mucho estrés, cansancio, tensiones familiares (¿en qué casa festejaremos?), interminables listas de tareas, problemas financieros, expectativas irrealistas –suficientes razones para estar desanimados durante este tiempo.

¿Es posible encontrar verdadera felicidad durante los días navideños, incluso en medio del estrés de los festejos? Sí. ¡El gozo verdadero –como Jesús lo ofrece– es la esencia de lo que Navidad significa!

Miremos lo que dijo el ángel a los pastores al anunciar el nacimiento de Jesús: “Os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo” (Lc. 2:10). El adjetivo griego traducido por “gran”, es megas –aquí no se trata de cualquier noticia, sino de las buenas nuevas del “mega-gozo” o “súper-gozo”. Es la mejor noticia que jamás haya sido anunciada, y nunca habrá otra mejor.

Esta buena noticia trae profundo y permanente gozo para los que la reciben. La versión Dios Habla Hoy traduce: “Les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos”.

Isaías 52:7 dice: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación…”. Aquí nos dice Dios que es nuestra misión anunciar a todos las “alegres nuevas” de Jesús.

Si el mensaje que trasmitimos y representamos en el tiempo de Navidad, como también durante todo el año, no incluye gozo, contradecimos las palabras que Dios dice en Isaías 52:7. El Evangelio ofrece un cambio, libertándonos del pecado, que trae aflicción, y dándonos la justicia, que trae felicidad y es un regalo del mismo Señor Jesús, quien es el gozo hecho carne, la felicidad en forma de Hombre. ¡El Evangelio trae felicidad!

Seguramente conocemos este himno de Navidad con sus expresiones de gran felicidad: “¡Oh santísimo, felicísimo, grato tiempo de Navidad! A este mundo perdido, Cristo le ha nacido: ¡alegría, alegría, cristiandad!”. Gozo, alegría y alabanza son las reacciones adecuadas a la venida de Jesús. Un Evangelio que no está compenetrado de inmenso gozo, no es ningún Evangelio. Una fiesta de Navidad sin el profundo gozo que Dios da, no contiene la buena noticia de Jesús.

¿Cómo podemos, pues, experimentar verdadera felicidad durante estos días festivos? Comienza por considerar la vida con temor de Dios, por tomar la actitud correcta frente a la vida.

Si fuimos reconciliados con Dios, tenemos la seguridad de que la felicidad perfecta nos pertenecerá para siempre. Según entendemos la doctrina bíblica, nuestro gozo se hará completamente realidad en el punto culminante del plan de salvación de Dios: en la creación de un nuevo cielo y de una nueva tierra, conforme a Su promesa. Por las más distintas razones, Navidad puede ser un tiempo difícil para mucha gente. Pero Dios consuela a Su pueblo en el sufrimiento, diciéndole: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra” (Is. 65:17).

¿Cómo debería ser nuestra reacción a Su promesa? Dios usa palabras impregnadas de gozo para describir Su nueva tierra, que será un lugar donde Su pueblo le traerá gozo a Él, y también los hombres se traerán gozo los unos a los otros: “Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado, porque he aquí que yo traigo a Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo. Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor” (Is. 65:18-19).

La eternidad que nos espera, tendría que determinar nuestra vida ahora. Tendríamos que agregar diariamente un anticipo de las alegrías de la eternidad a nuestras experiencias actuales, enfocándonos en Cristo y esperando el cielo, el cual nos espera a no-sotros. Esta perspectiva de la eternidad nos ayudará a corregir nuestras expectativas para esta vida, que todavía está bajo la maldición, especialmente durante los días festivos. La visión bíblica es sumamente optimista y gozosa, pero también reconoce la actual realidad de un mundo caído.

Si reducimos nuestras expectativas y renunciamos a la idea de que aquí todo debe marchar como nos lo imaginamos, y en lugar de esto aumentamos nuestras expectativas con respecto a la vida eterna, podemos vivir hoy la verdadera felicidad. Cuando pensamos en el juicio que en realidad hubiéramos merecido, cada alegría, ya sea grande o pequeña, es un regalo inmerecido –la gracia de Dios. Si experimentamos hoy felicidad, estemos agradecidos; pero si no lo hacemos, recordemos que un día, nuestra felicidad será perfecta y sin fin.

Dios no dice que nunca tendremos que soportar aflicción ni sufrimiento –al contrario, nos advierte que sí tendremos que pasar por ello (Juan 16:33). No deberíamos dejarnos sorprender si estamos ante dificultades, tampoco en el tiempo navideño. Ya sea algo tan insignificante como un pavo quemado, o algo tremendamente terrible como la pérdida de un ser amado –Dios nos dice: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese” (1 Pe. 4:12). Si pensamos que Dios hará nuestras vidas más sencillas, nuestras expectativas no son bíblicas.

Como cristianos fuimos salvos del tormento eterno. Pero ahora ya, Dios nos quiere dar anticipos de la vida en Su presencia, donde habrá “plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Sal. 16:11). Esta es Su promesa. Y ¿qué tiempo sería más adecuado para preparase para la vida en la presencia de Dios que el tiempo navideño?

Nuestra perspectiva cambia cuando recordamos que nuestras aflicciones están ante la presencia del Padre, de este Dios que lo sabe todo, que reina sobre todo y en Su soberanía hace que todas las cosas contribuyan para nuestro bien: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28).

Cuanto más crecemos en nuestra comprensión de la gracia soberana y del fiel amor de Dios, tanto más felices seremos. No tenemos un Dios todopoderoso pero indiferente, ni tampoco un Dios misericordioso que no tenga el poder para hacer el bien. Servimos al Creador, que nos ama y es soberano por encima del universo controlando todo, inclusive todo lo malo.

Claro que nuestras circunstancias influyen. Relaciones rotas, por ejemplo, pueden afligirnos más en el tiempo navideño que en otro momento. La expectativa en cuanto a los regalos que deberíamos dar o recibir, pueden causar nerviosismo. La comparación con otros, ver cómo ellos celebran Navidad, nos puede dar tristeza, sobre todo cuando nos sentimos excluidos. Pero todas las circunstancias son oportunidades para crecer; al fin y al cabo, servirán para nuestro bien. Cuando las dificultades parecen vencernos, también nos hacen recordar que debemos mirar nuestra Roca, nuestro Salvador: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío” (Salmo 19:14). Es verdad: “El gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Neh. 8:10).

Este es también un mensaje alentador para los que se sienten solos durante los días de fiestas, los que no desean tener menos estrés, sino al contrario: quisieran estar más ocupados. Aunque no tengan a nadie cerca, ni amigos ni seres queridos, Cristo promete que siempre estará con los suyos (Mateo 28:20) y que nunca los desamparará ni los dejará (Hebreos 13:5).

Podemos controlar nuestros pensamientos. Pues no son como invasores, contra los cuales seamos indefensos. Pablo dice: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8). Esto no sucede automáticamente. Pero cuando una vez hemos de­sarrollado esta costumbre y hemos cosechado su fruto, instintivamente dirigiremos nuestros pensamientos hacia lo que nos hace felices en Cristo.

Por supuesto que nunca tendríamos que decir livianamente: “La felicidad es una decisión”. No es siempre sencillo elegir el gozo en Cristo. No podemos tomar la felicidad simplemente por trabajar más fuerte o al dominar nuestros pensamientos y nuestro humor. Más bien, es el recibir una y otra vez la gracia y la felicidad de la mano de Dios con agradecimiento.

Dios nos da todo lo que necesitamos para ser felices, y Él nos capacita por Su Espíritu a creer en Él y a obedecerle a Él. Al mismo tiempo, nos deja la responsabilidad de adoptar la actitud correcta y de tomar decisiones que promuevan nuestra felicidad. Él nos llama a colaborar sinceramente con Él, y esto exige de nosotros que activamente pongamos nuestra confianza en Su fuerza y en Su gracia: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:12-13).

Si enfrentamos la vida con una actitud agradecida, podemos ver cuántas razones de gozarnos tenemos alrededor de nosotros. Dios nos da, cada hora, centenares de oportunidades para estar agradecidos. ¡Pídale a Él que abra sus ojos para esto, especialmente en el tiempo que debería ser un tiempo feliz, cuando festejamos el nacimiento de Cristo! Si nos disciplinamos a tener gratitud en nuestros corazones, esto trae más alabanza para Dios y más gozo para nosotros mismos. Si la vida es dura, igual podemos estar agradecidos por el hecho que Dios está con nosotros y que hace servir todas las cosas para nuestro bien.

Más allá de cómo son sus circunstancias en esta Navidad, puede encontrar la felicidad en la gratitud por el cuidado de Dios y en el deseo de servir y de ayudar a otros: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:3-4).

El gozo viene de la misma manera natural como crece un fruto en el árbol. Si el árbol recibe suficiente luz solar y agua y el suelo es fértil, llevará fruto natural. De esta manera, también el gozo del cual habla Gálatas 5:22, es un fruto sobrenatural del Espíritu, que vive en los hijos de Dios. Debemos arraigarnos nosotros mismos en el rico suelo de la Palabra de Dios, beber el agua viva de Dios, junto a Su pueblo, y calentarnos bajo la luz brillante de Su gracia. Entonces nuestra felicidad vendrá de manera (sobre)natural – un gozo hecho posible por nuestro Dios, quien se hizo hombre, sufrió, murió y resucitó, de manera que podemos disfrutar verdadero gozo no solamente hoy, sino finalmente también la infinita felicidad en nuestra patria eterna.

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