La inmoralidad sexual: cómo es posible obtener la victoria - Parte 1

Esteban Beitze

La pornografía, la masturbación, el adulterio y la inmoralidad caracterizan nuestra sociedad. ¿Cómo pueden mantenerse puros los cristianos? Y ¿qué hacer cuando ya se han enredado en el pecado? Cristo nos muestra tres pasos hacia la liberación.

En Mateo 5:29, el Señor Jesús dice: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”. Este versículo nos presenta tres indicaciones claras sobre cómo enfrentar el peligro del pecado.

En primer lugar, estar conscientes de la situación: “[…] si tu ojo derecho te es ocasión de caer […]”.

Debemos conocer el origen del problema. El Señor nombra el lugar donde se produce el pecado: “tu ojo derecho”. Cuando miramos algo, en especial si es una tentación, lo hacemos con ambos ojos. Pero el Señor quiere mostrarnos aquí la importancia de definir con exactitud la fuente de la tentación. Para quedar libres del pecado de la impureza debemos preguntarnos primero en qué preciso lugar se está infiltrando en nuestra vida.

Cuando hablo con personas que luchan con la impureza, comienzo preguntando: ¿por qué medio, dónde, cuándo y por qué llegaste a pecar? Las respuestas suelen repetirse. ¿Por qué medio? Por una pantalla, el celular. ¿Dónde? En el dormitorio, en la cama o en el baño. ¿Cuándo? De noche, cuando está solo. Por supuesto, hay también otras causas, lugares o momentos. Por ejemplo, para una pareja de novios, es el hecho de estar a solas lo que les abre la puerta al pecado. Mientras que para otros es la presión de un grupo que les hace ceder ante el pecado (del centro educativo, trabajo u otro). Y por último, ¿por qué? Por estrés, soledad, enojo, cansancio, desánimo, necesidades emocionales y físicas insatisfechas, depresión, consumo de alcohol, de drogas, etcétera.

Con cuanta con mayor exactitud reconozca un cristiano la causa de su pecado, tanto mejor y más rápido alcanzará la victoria. Por esta razón, es muy importante que la situación se analice de la manera más profunda y objetiva posible. El creyente debe llegar al punto en el cual sepa con certeza: “Mi pecado ocurre en tal lugar, en ese preciso momento, proviene de esta fuente y tiene esta causa”.

El acto debe ser reconocido como pecado. El creyente debe admitir que tiene un problema con el que está lidiando. La gran mentira del enemigo consiste en persuadir a su esclavo a que piense que todo este asunto no es tan serio y que puede dejarlo tan pronto como lo desee. Pero en lugar de esto, los cristianos deberían llamar a su pecado por su nombre: “Estoy luchando contra la adicción a la pornografía (u otra cosa) y no logro librarme de ella”.

El primer paso para ser libre es, por lo tanto, admitir que no se lo está, que uno mismo se ha aprisionado con las cadenas del pecado.

La persona esclavizada debe reconocer que su pecado es una afrenta contra Dios y Su santidad; que menosprecia el buen plan que Dios tiene para su vida. Además, pierde su testimonio y su llamado, careciendo de la influencia positiva que podría ejercer en su entorno. Como cristianos debemos ser la sal de la Tierra que impida la corrupción. Es hora de que la persona esclavizada se sincere y admita su atadura. Su libertad espiritual es mucho más importante que guardar el secreto. Satanás sabe muy bien que los secretos tienen un gran poder sobre nosotros. Pero cuando se admite un pecado, este pierde el poder de mantenernos esclavizados. David testifica de esta verdad en Salmos 32:3-4: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano”.

Es necesario que nos responsabilicemos de nuestras acciones. Nadie puede excusarse de haber sido seducido a cometer estos errores, por amigos, por la sociedad o por nuestra propia familia. El pecado es personal. Cada uno debería decir: “En este caso, yo he pecado, es mi culpa”.

La necesidad de reconocer el problema vale también para los que aún no han caído en inmoralidad. Es necesario que sepan dónde acecha el peligro. Muchos creyentes niegan la posibilidad de caer. Piensan: “A mí nunca me va a pasar algo así”. Creen ser los dueños de la situación. Pero la Biblia advierte: “Así que, el que piensa estar firme [es decir, el que cree ser un supersanto resistente contra la tentación], mire que no caiga” (1 Co. 10:12).

En segundo lugar, ser radical: “sácalo, y échalo de ti”.

De esta manera es que debemos tratar con la fuente de nuestro pecado. Por supuesto que el Señor no dice esto en un sentido literal. Sus palabras abarcan un significado más profundo, mostrándonos la manera radical en que debemos romper con aquello que hemos reconocido como pecado en nuestra vida. Es decir, nuestra convicción debe ser radical.

Muchas veces jugamos con la tentación. Nos preguntamos hasta dónde podríamos avanzar sin caer. En ciertas circunstancias, nos involucramos en actividades pecaminosas, convenciéndonos a nosotros mismos de que no hay peligro, ya que todavía no hemos pecado. Pero con esta actitud nos parecemos a alguien que se balancea al borde del abismo: puede que salga bien por un momento, pero si pierde el equilibrio, se resbalará y caerá.

En lugar de preguntarnos: “¿Qué hay de malo en esto?”, deberíamos inquirir: “¿Qué hay de bueno en ello?”, y tomar la decisión de alejarnos todo lo posible de la tentación. El apóstol Pablo ordenó a Timoteo: “Huye también de las pasiones juveniles […]” (2 Ti. 2:22).

Conocemos la historia del joven José cuando, siendo tentado por la mujer de Potifar, dijo: “¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Gn. 39:9), y se fue corriendo. Sin embargo, esta decisión debe ser tomada con anticipación, manteniendo esta firme convicción en nuestra mente. De no ser así, al encontrarnos de repente frente a la tentación (a la que ya hemos cedido en otras ocasiones), no tendremos la fuerza para resistir. Por lo tanto, si no somos radicales en nuestras convicciones, tampoco lo seremos frente a la tentación.

En Efesios 4:25 y ss., antes incluso de hablar acerca de la actitud que debemos tener frente a los distintos pecados, el apóstol Pablo nos desafía a un cambio de mente, de pensamientos: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojados del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente” (Ef. 4:22-23). La Biblia de las Américas (lbla) lo traduce así: “[…] y que seáis renovados en el espíritu de vuestra mente”.

¿Por qué la Biblia concede tanta importancia a nuestros pensamientos? Proverbios 23:7 nos da la respuesta: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”. El Señor Jesús dice que nuestros pensamientos son tan importantes como nuestras obras (Mateo 5:27.28). En otras palabras, somos lo que pensamos. Es por eso que debemos estar dispuestos a cambiar nuestra mentalidad.

Esta convicción radical implica una confesión radical. Comencemos confesando el pecado. Confesar significa “decir lo mismo”. Como ya fue mencionado, es necesario que llamemos al pecado por su nombre y pidamos perdón a Dios. Reconozcamos su gravedad. No lo embellezcamos ni lo tratemos con frivolidad. Debemos verlo con la misma radicalidad con la que Dios lo ve. David oró de esta manera después de su pecado con Betsabé: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí” (Sal. 51:1-3).

¡Que así de radical sea nuestra decisión! ¡Que luego de confesar nuestro pecado nos comprometamos de todo corazón a vivir para el Señor y en contra de la corrupción! Job había hecho un pacto delante del Señor: “Hice pacto con mis ojos; ¿cómo, pues, había yo de mirar a una virgen?” (Job 31:1). Se refiere en este pasaje a la mirada codiciosa, de la cual el Señor Jesús dijo: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt. 5:28). Es por este motivo que este siervo destacado por su justicia hizo un pacto con sus ojos para no caer.

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